Entre Nos: Crónicas de La Boca

La Boca: un espacio mitológico

“…los valles floridos de Barracas, al fin de ellos el gracioso Riachuelo, y a la izquierda la planicie esmeraltada de La Boca, son una de las bellas perspectivas que se encuentran en los sas alrededores de Buenos Aires, contemplada desde la alta barranca de Balcarce”
José Mármol

Cuando Mármol sugería estas imágenes de Barracas, el Riachuelo y La Boca, no podía imaginar que en sólo pocas décadas la Gran Aldea iba a transformar de tal modo esos primitivos paisajes, que poco o nada quedarían de ellos. 

Aproximarnos a estos lugares que existen en la topología real de la ciudad, es ir al encuentro de un espacio consagrado por la mitología porteña: “el sur”, “el arrabal”, “la orilla”.

Al evocar Barracas,  el Riachuelo o La Boca, surgen distintos paisajes, lugares y personajes ya desaparecidos, que desde el presente se sitúan en un pasado imaginario, donde coexisten simultáneamente, naturaleza y cultura: el meandroso curso del Riachuelo, la sudestada, las anegadizas tierras al pie de la barraca, cubierta de totorales, juncales, pajonales y montecitos de sauzales, duraznillos o sarandíes…pero también el Matadero, el Puerto de Los Tachos, los astilleros, las fábricas, Juan de Dios Filiberto, las trágicas historias de Amalia y Felicitas Guerrero, cafetines y piringundines, cantinas y pulperías. Esta fabulosa condensación de leyendas y lugares, personas y paisajes, es lo que fascina y seduce acercarnos a la historia de este barrio.

Mientras otros pueblos o barrios surgieron de la simple superposición de una geometría lineal y plana, o bien de un acto de decisión formal y abstracto, los orígenes y trazados de Barracas y La Boca resultan mucho más complejos y fértiles, producto de un largo proceso de transformación del paisaje natural en cultural. Este proceso se ve a través de un ablandamiento de la naturaleza, de una lenta identificación entre el hombre y su medio a lo largo de un tiempo lleno de gratificación y dramatismo. La naturaleza primero y la cultura después, fueron imprimiendo en sus pobladores un peculiar modo de habitar en este lugar de la ciudad. En estas huellas llenas de aciertos y fracasos, se revela el conflicto: el sur es apología o rechazo.

No será nunca fácil dilucidar el sitio exacto de la primera fundación de Buenos Aires, la debida a don Pedro de Mendoza, aunque la mayor parte de los historiadores se inclina por las barrancas del actual Parque Lezama, el punto preciso en que empieza La Boca (o, según se mire termina San Telmo). En todo caso, y tal como señala certeramente Eduardo Maestrpieri, «en los comienzos, Riachuelo y Río fueron todo para la ciudad»,  ya que si el Plata constituía la amplia avenida de acceso a la misma, su humilde afluente actuaba como fondeadero natural para los barcos, por lo que se lo conoció en sus orígenes como «Riachuelo de los Navíos”. En cuanto a su desembocadura, dará nombre permanente al lugar- La Boca-, debiéndosele también el adjetivo correspondiente: Boquense.
 
A partir de entonces y hasta hoy, el barrio estará signado por este destino marinero: será uno de los caminos preferidos del contrabando, y por él pasará buena parte de la riqueza generada por el comercio de cueros y por los saladeros; de allí saldrá toda una generación de valerosos marinos de guerra -hombres de Brown, Azopardo y Bouchard-, y luego mercantes, quienes recorrerán tanto los ríos interiores como los mares del mundo; en él se instalarán, por fin, muelles, barracas y astilleros que reforzarán esta función comercial y poética, ya que ella informará toda la obra pictórica de Benito Quinquela Martín, el artista de La Boca.

Párrafo aparte merece este fenómeno de mimetización cultural entre un hombre y su entorno, ya que, si bien es cierto que Quinquela tradujo en su vasta producción la influencia inmediata del contexto, no lo es menos que fue su pintura la que prestó sus colores vibrantes a edificios y calles. Las chapas grises y la madera de las casas y los Conventillos se transformaron por contagio directo de su paleta, extendiendo la magia de su colorido hasta convertirlo en clave identificadora de todo el barrio. El arquitecto Maestripieri confirma esto mismo cuando sostiene: «La pintoresca imagen de Caminito y otros rincones boquenses no responde a la tradición popular, sino a la perseverante voluntad plástica de Benito Quinquela Martín».

“... El puerto, para Quinquela, es el resorte, la inspiración, aquello que mueve su espátula con toda la energía y vehemencia del enamorado, en este caso de sus “docks, del esfuerzo humano puesto al servicio del trabajo físico con toda la dignidad que ello iтрlica…Son muchos y muy variados los estados anímicos que refleja este maestro. Desde los más dramáticos, en sus tormentas y barcos destartalados, desde sus fraguas, que protagoniza el fuego, hasta los más calmos, alegres y risueños o incluso dulces, cuando sorprende a su puerto en las horas de algún rosado amanecer...".
Rafael Squirru

 

Pero La Boca guarda también otras memorias: una de las cunas porteñas del tango, en sus cafés o prostíbulos se iniciaron, ente otros, Arolas, Canaro, Firpo y Villoldo. La otra gran pasión ciudadana, el fútbol, erige dentro de los límites barriales una de sus catedrales míticas: la cancha de Boca Juniors, «La Bombonera», cuya compacta masa de hormigón, encallada como una nave insomne, se yergue vigilante sobre los techos de chapa y las copas de los árboles. Desde ella se levanta, en las tardes futboleras, el rugido del gol, que hace de contrapunto colectivo y coral al lamento tanguero, individual y metafísico.

En cuanto a la arquitectura, el pintoresquismo inicial de las viviendas desarmables sobre pilotes fue seguido por el academicismo italiano adoptado por casas e instituciones y, más adelante, por la irrupción de la Modernidad. Esta última corriente abarcará prácticamente todos los ámbitos, desde el Hospital Argerich, pasando por el estadio de Boca, el frigorífico La Pampa”, el Hospital de Odontología Infantil, el Barrio Catalinas Sur, la Escuela Della Pena y Fundación Proa.

La Boca acogió a una gran parte de ese aluvión europeo que, entre 1860 y 1910, trasvasó a la Argentina cerca de 4 millones de inmigrantes. Su origen lígure llevó naturalmente a que otros paisanos de regiones cercanas lo eligieran como sitio de afincamiento, especialmente los genoveses, a quienes se debe que todos los vecinos y las cosas atinentes al barrio, sean o no de tal origen, reciban el calificativo de xeneixe.

“...el chirrido de la Usina Ítalo-Argentina de Electricidad precisándonos la hora: el de la locomotora, procedente de los diques que cruzando todo el barrio, se internaba por la “curva” (Caminito actual) y terminaba o iniciaba su periplo de carga en el puerto boquense; la aguda estridencia de los remolcadores pidiendo "puente” o "paso” en el Riachuelo; el golpeteo del motor levantando la eslinga que cargaba o descargaba la bodega de los barcos; el escape de alguna rauda lanchita “a nafta”, zigzagueando por el río; el chirrear de los engranajes que se oía cuando poníase a funcionar el viejo puente transbordador; el chapalear de los remos de los boteros de ida y vuelta a la Isla Maciel."
José Pugliese

 

La Vuelta de Rocha

En los siglos XVII y XVIII, desde lo alto de la barranca en Plaza de Mayo, se distinguía hacia el sur un revuelto conjunto de mástiles de veleros, ubicando así al recodo del Riachuelo, que hacía de puerto natural y centro del barrio de La Boca. Aquí desembocaba, hasta el año 1920, un ramal del ferrocarril que luego dio origen a “Caminito”, donde se concentraba la actividad productiva y residencial. Arsenales de reparación de barcos, carpinterías navales, depósitos de mercaderías y viviendas de obreros formaban un frente continuo constituido sobre la costa. Diferentes construcciones –equipamientos, viviendas de iniciativa pública- se fueron agregando a través de los años al scenario original, contribuyendo a afirmar la identidad de La Boca.

El Almirante Brown instaló su maestranza denominada “Arsenal del Riachuelo” en esta zona, para recurrir a los carpinteros de la ribera y los calafates de la Vuelta de Rocha que le ayudaban en el arreglo de los barcos. La plazoleta que allí se construyó surgió por iniciativa de los hermanos Cárrega, encargándose uno de ellos de su conservación y mantenimiento. Conocida popularmente como Plaza de Los Suspiros – por los marineros que allí recordaban sus aventuras-tiene la forma de la cubierta de un barco, un mástil que fue de un barco, un cañón que perteneció al buque insignia del Alte. Brown, un retoño del pino de San Lorenzo y un busto de Brown obra de Julio Vergottini.

El Riachuelo

En la fe iluminista de la generación del ochenta, “el puerto” de la recién federalizada ciudad (1880), iba a ser el lugar por donde la Europa “civilizada y civilizadora” penetraría a la Nación, fecundándola de hijos, progreso ilimitado y cultura. Así surgen las disputas en torno al puerto de la ciudad: las más reconocidas son quizás las del Ing. Luis Huergo y Eduardo Madero. Ambos representaron formalmente el debate sobre el future del puerto y la ciudad, y en ellos se identificaron los intereses que originaron sucesivas confrontaciones a lo largo de casi tres décadas.

Madero proponía (1861, 1869 y 1882) la localización del puerto sobre el frente de la ciudad, dejando de lado las posibilidades que ofrecía el Riachuelo. Huego, en cambio (1875), favoreció un aprovechamiento integral, al regularizar y dragar su cauce, logrando que innumerables veleros, vapores y los primeros transatlánticos se cobijasen en el próspero Riachuelo. Barracas, el Riachuelo y La Boca tuvieron su momento de splendor y apogee, hasta que finalmente la Ciudad y el Río le dieron la espalda. El debate sobre el emplazamiento definitivo del puerto había dado el triunfo a los sectores que apoyaban a Madero. El Río fue más importante y hacia él se volcaron todos los esfuerzos para la construcción del gran puerto (1889-1897). Los nuevos depósitos, los silos y elevadores de granos se construyeron paradojalmente robándole “tierras” al río:

A los empujones la ciudad se fue alejando del Río, como si renegara de él, como si definitivaente intentara olvidarlo, hacer que su gente lo olvidara, como algo inexistente o muerto”.

La simultánea construcción del puerto de la nueva capital provinciana acentuó aún más la pérdida del rol estratégico que hasta entonce tenía el puerto del Riachuelo. Entró en agonía, y las innumerables industrias que se habían afincando en su ribera, dándole una falsa vitalidad de progreso ilimitado, fueron degradando sus aguas, asfixiándose lentamente. A principios de siglo, el Riachuelo como puerto de la ciudad empezaba a ser un recuerdo.

La construcción del Dock-Sud (1894-1905), los nuevos proyectos presentados para mejorar la situación de Puerto Madero y la construcción del Puerto Nuevo (1911-1919) no hicieron más que multiplicar en fragmentos desarticulados el puerto de la ciudad; conviertiendo al Riachuelo en un mero puerto de cabotaje, apéndice de un complejo, lento e inorgánico puerto ultramarino. El Río y el Riachuelo, alguna vez “Padres” de la ciudad, tuvieron destino parecido. El primero oculto, detrás de vías, depósitos y muelles infinitos, frente a una ciudad que parece haber olvidado su origen y destino ribereño. El otro, contaminado, con su cauce obstruido y sin dragado, condenado a una decadencia que parece no tener fin.

El Riachuelo le ha dado mucho más a La Boca. Le ha dado la fama. La fama que solo únicamente puede acordarle el arte. El Riachuelo de La Boca ha viajado. Todo. En su conjunción de agua, barcos, cielo, puentes, casas, horizontes, hormigueantes seres humanos que andan por las calles, las planchadas, las cubiertas. Todo. Todo eso ha ido viajando por las rutas del mar, por los caminos del mundo hacia las capitales del mundo. Porque el Riachuelo de La Boca tiene fama internacional. Quién ha logrado ese milagro portentoso? Quién le ha puesto ruedas y alas a los sueños y los ha llevado por doquier? Antes de Benito Quinquela Martín, se asomaron a la orilla en la explanada de Pedro de Mendoza no pocos de esos ambiciosos a recoger en sus telas la visión del río y de sus poblaciones náuticas. La espátula de Benito Quinquela Martín lo ha encendido. Le ha dado la fuerza del espíritu que no sucumbe. Le ha dado lo que torna imperecedera la creación estética. La magia de esta pintura quinqueliana ha creado un Riachuelo de vibraciones inextinguibles”
Antonio J. Bucich

Caminito

Caminito que el tiempo ha borrado/que juntos un día nos viste pasar/he venido por última vez/he venido a contarte mi mal
Juan de Dios Filiberto

El ferrocarril del Sud hacía circular sus trenes de carga desde la estación Casa Amarilla, situada frente al Parque Lezama, por una “curva”, facilitando así el acercamiento al puerto para la carga y descarga a bordo. Este camino deja de utilizarse en 1954, convirtiéndose en un basural. Quinquela decide urbanizar la curva y consigue, en 1958, la municipalización de la fracción. En 1959 se inaugura la calle-museo Caminito que lleva ese nombre en recuerdo de la canción de Juan de Dios Filiberto. Funcionó como teatro al aire libre, empleando las casas y balcones circundantes como ambiente escenográfico.

El conventillo

La heterogeneidad: casas de chapa y madera pero también mampostería, las diferentes alturas y retiros, la variada implantación y ocupación del suelo, las mamparas con vitrales y celosías de madera, los balcones de hierro forjado, las escaleras exteriores de madera, los plátanos, el adoquinado, las casillas del ferrocarril y la presencia de la cancha.

Hacia 1880, producto del gran crecimiento económico del país, Buenos Aires se constituye en un importantísimo foco de concentración de población. La gran masa inmigrante que no logra ser propietaria rural, encuentra en Buenos Aires fuentes de trabajo y demanda de bienes y servicios, entre ellos, la vivienda. Ante la falta de recursos propios para la compra de terrenos y para edificar su vivienda propia, surge el conventillo como respuesta a la demanda de vivienda de este sector social de bajos recursos. Mientras que en los barrios céntricos de la ciudad el origen de los conventillos fueron las antiguas casonas de patios, subdivididos cuarto por cuarto, en La Boca el conventillo se distingue de los del centro ya que nacieron como tales; dando respuesta a esta población que debía residir en la ribera por razones laborales, construidos sobre unos terrenos inundables y anegadizos, de bañados y esteros. La calidad de vida en los conventillos era muy mala, producto del hacinamiento y la falta de servicios. El núcleo vital del barrio se encontraba en formación, requiriendo un desarrollo de su infraestructura que se concretaba lentamente y en forma marginal respecto al resto de la ciudad.

La Boca fue conformando su propio perfil social: neto predominio obrero, mayoritariamente italianos de origen genovés, y trabajadores de la ribera. Era el lugar de residencia, trabajo y vida social, otorgando a sus habitantes un sentido de pertenencia. Se va generando así una conciencia barrial, con sus formas de convivencia, que se manifiestan en su arquitectura y en las actividades sociales, culturales y políticas. Ya en 1870 este sector de La Boca mostraba un parcelamiento de las dimensiones actuales, orientando y desarrollando su trama alrededor de la Avda. Almirante Brown. Entre 1870 y 1930 el barrio va teniendo su proceso de apropiación del lote y de la manzana, que con las características propias de la tipología de sus viviendas, dan como consecuencia un tejido interesante, semejante a un puzzle o una urdiembre.

La ocupación del lote comienza desde la calle hacia arriba o al costado y luego hacia el interior de la manzana. A una primera implantación se agrega otro piso o se anexa otro a su lado. La construcción se completa con un volumen al fondo de chapa ondulada, la comunicación se da dentro del mismo lote a través de los patios y, muchas veces, entre distintos lotes en el interior de la misma manzana. El uso de pilotes, de madera y zinc, con una tecnología constructiva muy simple; la organización de los patios de fuerte identidad; la escala y alturas parejas; una ornamentación con elementos italianizantes, de madera o de origen industrial; y, por último, los colores.

El conocimiento y valoración de la tipología del conventillo como correcta expresión arquitectónica al uso y al medio físicos donde se implantaron permite alentar su recuperación, ya que, pese al estado de deterioro en que se encuentran, su flexibilidad les permite ser funcionalmente vigentes hoy en día. Fueron anónimos protagonistas y usuarios que no pueden ser olvidados como parte de nuestra sociedad; y también de esta arquitectura que no es más que el resultado de sumatorias de imágenes transculturadas, donde se yuxtaponen distintas técnicas constructivas y lenguajes formales.

El juego continúa con el terreno, las plantas, el gallienero, el baño, los diversos pavimentos, creando un rústico pero placentero jardincito, que se transforma en lugar donde se descansa, se cocina, se come, se lava, lo cual lo emparenta con la vida rural, en la que la permanencia en locales cerrados se reduce al mínimo
Katzenstein, Ortiz, Peani, Puppo, Santos

Los puentes

Los primeros puentes de Buenos Aires eran sencillas pasarelas de madera, tendidas sobre los cursos de los arroyos y zanjones que cruzaban el damero de la ciudad. En La Boca existió uno en Almirante Brown y W. Villafañe que cruzaba el arroyo “del piojo", previo pago de peaje. Durante mucho tiempo el Riachuelo constituyó una barrera, salvando el cruce por medio de botes.

En 1791 se construyó el primer puente en madra, a la altura de Montes de Oca, llamado de Galvez, que fue su constructor. Este puente facilitó el transporte de mercancías del otro lado del río. Las continuas crecientes lo destruyeron y durante muchos años fue necesагіо rehacer, en distintos lugares, estos primeros puentes de madera. En 1858 al pintor P. Pueyrredón se le ocurrió construir un puente de hierro, Inaugurado en 1871 como alarde de la ingeniería de la época, también fue arrastrado por la inundación en 1884. Como de alguna forma había que cruzar el Riachuelo, se construyó otro de madera que duró 20 años. El puente Bosch, el carretero V. de la Plaza, el Pueyrredón y el Nuevo Pueyrredón, construidos a partir de las necesidades del momento, son elementos urbanos que identifican el borde del Riachuelo, acompañándolo y Caracterizándolo. Barracas, depósitos, viendas de chapa, el río, los barcos, los puentes… conforman el paisaje urbano característico del borde sur de Bs. As.

El Puente Transbordador (1914)

En septiembre de 1908 se autoriza al Ferrocaril del Sud a levantar un puente para unir ambas márgenes del Riachuelo, posibilitando la comunicación tanto vehicular como peatonal. Cumplió sus servicios durante años hasta ser reemplazado por otro de tránsito más ligero cuya obra comenzó en 1937. Su estructura de hierro es probablemente el el elemento de mayor valor emblemático de La Boca.

El Puente Avellaneda (1937-1940)

Es ésta la principal entrada sur de la ciudad y punto de partida de las rutas 1 y 2. Cuenta con una parte principal formada por el puente mecánico levadizo, sobre el Riachuelo, y los edificios de escaleras y oficinas ubicados en ambas márgenes de la ribera. Su construcción no contó en un primer momento con la adhesión de los vecinos ya que fue necesario destruir varias manzanas del barrio para su ejecución.

La Bombonera  

Con potente presencia asoma sobre el barrio como un “Duomo”. La estrechez del terreno trajo como consecuencia un desarrollo en vertical: es el único estadio de tres bandejas superpuestas, de corto desarrollo en planta y con un ángulo de inclinación que provoca, por lo menos, vértigo. La especialidad interior es intimidatoria: la distancia entre el campo de juego y el público es mínima y las bandejas superiores parecen caerse encima. Es, además, una poderosa caja de resonancia. Los accesos, las escaleras, los pasillos, los baños, todo es estrecho y forzado. La planta en herradura generó una caja arquitectónica de curiosa forma que la imaginación popular captó sabiamente: “La Bombonera”
Eduardo Cajide, Eduardo Fuentes

Actividades y reuniones públicas

Bar aquel en el que comenzó mi historia, cuyas mesas, aún humedecidas por lágrimas de hijos de lejanas tierras, compartieron las luchas y ambiciones de los que venían a “hacer la América”. Hermanados por un acento familiar o una canzonetta cantada casi en silencio, donde esas viejas ventanas, vanamente, mirando al río, intentan revivir su añorado Mediterráneo. Pero este río nunca reemplazó su mar, y sus recuerdos no quedaron nunca atrás. La nostalgia fue su eterna compañía. Bar aquel que cobijó sueños y anhelos, e hizo sentir menos solos en esta ciudad que les era hostil, a los que crearon una nueva Argentina
Emilia Rabuini

La Boca, culturalmente, tenía vida propia y una fuerte personalidad: las instituciones nacidas en el último cuarto del siglo XIX seguían desarrollando su fructífera tarea y nuevas asociaciones y emprendimientos se sumaban a la vida cultural del barrio. A los muy concurridos teatros Ateneo Iris, Olimpia y Dante Alighieri -donde las veladas líricas alternaban con los conjuntos filodramáticos y las asambleas obreras tanto como en el Salón Verdi- o el Sicilia, reino de Vito Cantone y sus marionetas-, se sumaba ahora una de las maravillas del nuevo siglo: el cinematógrafo. Los primeros “biógrafos” funcionaron en cafés y bares, algunos muy humildes y otros de mayores pretensiones, como la Confitería, Restaurante y Biógrafo Ligure de Sebastián Gambaudo, de Almirante Brown 1343 al 51, pero pronto se instalaron salas como los cines Kalisay y Brown, en la misma avenida, o en Olavarría, lado a lado y frente a la Unión de La Boca, el Marconi y el Olavarría.

A la salida de la función cafés y fondas de todas las categorías esperaban en sus mesas y veredas a los parroquianos: sobre Pedro de Mendoza, a pasos de Almirante Brown, se alzaba The Droning Maud, más conocido como El bar de la negra Carolina donde, según la tradición, apagaron su sed los escritores y marinos Jack London y Eugene O’Neill, propiedad de la negra Carolina Maud, nativa de Nueva Orleans. A dos cuadras escasas, en la esquina de Ministro Brin, el Café del Sur -donde había actuado el mitológico bandoneonista Genaro Spósito y se proyectaron las primeras películas en el barrio- era frecuentado por Santiago Stagnaro que también concurría con sus amigos al Café de Torres de Ayolas y Almirante Brown. Allá por 1914 este café, en cuyos altos había tenido su estudio el pintor italiano Decoroso Bonifanti, se convirtió en el restaurante El Cocodrilo, la fama de cuya cocina atraía visitantes del Centro, especialmente gente de teatro que solía festejar allí los estrenos.

Subiendo por la avenida hacia el norte, se abría un café de la cadena Paulista en el 1374 y a pocos metros, en el 1343-51, la ya mencionada confitería de Gambaudo, quizá la más elegante del barrio. Cruzando Suárez, en la esquina noroeste, el almacén de Pasalacqua era por todos conocido como “Almacén La Política” por ser el reducto de los radicales de la parroquia, entre los que se destacaban Aquiles Bucich -padre de Antonio, el insoslayable historiador del barrio- y Tomás Le Bretón, que en 1917 fundaría la Universidad Popular de La Boca. Unos metros más y, tras dejar atrás la fábrica de sifones de los descendientes del precursor Tomás Liberti, cruzando Brandsen el café La Alegría congregaba a la hinchada de Boca Juniors mientras el Café París, a pocos metros, reunía a los dirigentes y afiliados del Partido Socialista, fuerte en el barrio, cuyo Centro se hallaba en Del Valle Iberlucea (entonces Del Crucero) 1162 y que, según Quinquela Martín, poseía una excelente biblioteca.

Necochea, el “camino viejo”, desbordaba de negocios y, fundamentalmente de legendarios “cafés-concert” que se agrupaban alrededor del cruce con Suárez: el tango, en su camino hacia la conquista del “Centro”, había recalado en San Cristóbal, en los alrededores de Entre Ríos e Independencia, y en La Boca en esta esquina que llamaron “del pecado”. No olvidemos que el barrio era portuario, con muchos marineros ociosos mientras sus naves descargaban y cargaban y que, por otro lado, Buenos Aires registraba una desproporción entre ambos sexos debido a la inmigración. Rara vez la mujer cruzaba el mar sola, casi siempre venía a reunirse con su esposo o familia mientras los hombres, cuando no eran solteros, probaban fortuna solos hasta establecerse y poder llamar a los suyos. Esta situación favoreció el auge de la prostitución en toda la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, como en la localidad de San Fernando o, más cerca, en la Isla Maciel con el famoso prostíbulo El Farol Colorado. Más discretamente, en muchos otros lugares de esparcimiento masculino - como los cafés con orquesta y luego los cabarets- se ejercía la prostitución encubierta de mujeres que llevaban a sus clientes a otro domicilio o, en algunos casos, a cuartos ubicados en la trastienda.

Pero todo esto no empaña el hecho de que en esta esquina se escribió una de las más importantes páginas del naciente tango: allí donde se había alzado el “bailetín del palomar” de Tancredi en la década de 1880, ahora florecían el café La Marina, donde tocaba un trío integrado por Genaro Spósito en bandoneón, el “tuerto” Camarano en guitarra y Agustín Bardi al piano; el Edén, La Popular, el Royal, conocido también como “el café del Griego”, donde en 1908 debutó Francisco Canaro y Eduardo Arolas estrenó Una noche de garufa; o el Café Concert de Benito Priano, frente por frente con el anterior.

Por su parte, y para no abundar, Olavarría era la “Florida” barrial, la calle donde se unían el comercio con el intelecto, la parroquia de San Juan Evangelista y su colegio con el cinematógrafo, la Unión de La Boca -con su academia de arte y su conservatorio- con la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos Torcuato Tasso... A pocos metros de Almirante Brown, en el 436, abría sus puertas la librería de Nicolás Benvenuto, en la que se reunían “algunos de los hombres que contribuyeron en 1904 al triunfo de la candidatura de Alfredo L. Palacios”,como los escritores Ricardo Sáenz Hayes y Alberto Gerchunoff, el poeta y dirigente anarquista Alberto Ghiraldo, el dramaturgo Florencio Sánchez, Santiago Stagnaro e incluso habrá frecuentado un jovencito que contribuyó a la campaña pegando carteles: Benito Quinquela Martín.

Finalmente, no podemos dejar de referirnos a un centro de agrupamiento e irradiación cultural que no fue una institución formal sino una peluquería a la altura del 576 que Quinquela, más tarde, evocaría: “(...) su dueño, Nuncio Nucíforo, era peluquero profesional, pero su gran afición era la pintura. Su peluquería fue el centro de reunión de una peña de artistas. A ella acudían, además de Stagnaro y Filiberto, Alfredo Lazzari, Fortunato Lacámera, Arturo Maresca, Adolfo Montero, Camilo Mandelli, Vicente Vento, que por su parte era también pintor y peluquero. Yo empecé a ir a la peluquería de Nuciforo no como cliente ni contertulio, sino como carbonero. Él era cliente de nuestra carbonería y yo era el encargado de llevarle el carbón y la carbonilla. Con frecuencia me lo encontraba pintando, a la puerta de la peluquería. Yo dejaba la bolsa de carbón en el suelo y me quedaba allí plantado, viéndolo pintar. Iban llegando los clientes y Nucíforo seguía pintando, sin hacerles caso. Hasta que alguno protestaba y recién entonces el peluquero pictórico dejaba los pinceles y agarraba la brocha Agrega Benito Quinquela: “(...) Después de Alfredo Lazzari, que fue el maestro de todos nosotros, Nuncio Nuciforo fue el principal animador que tuvo entonces el ambiente artístico de La Boca. Ese ambiente era una mezcla de cantores, guitarreros, payadores, músicos de almacén o de bodegón, que eran los más, y de artistas plásticos, que éramos los menos. Si Lazzari fue el creador académico de ese clima pictórico, Nuciforo fue quien le insufló animación y aliento popular”.

“En las orillas de la Ciudad-cerca de los Corrales, en Barracas, en la Boca- se entrecruzaron los troperos criollos que llevaban los arreos de ganado a los mataderos, con los peones de las barracas laneras o de los frigoríficos, los marineros desembarcados en la ribera del Riachuelo. con los carreros y cuarteadores, y alrededor de este heterogéneo mundo de hombres solos -sin arraigo, sin mujer, sin familia- surgieron los prostíbulos, los salones de baile y los cafés, las pulperías y las cantinas.”
José Luis Romero

El grupo El Bermellón

El año 1919 fue de grandes convulsiones políticas y sociales como la Semana Trágica, a las que La Boca no fue ajena. Por entonces nuestro viejo conocido de la calle Pedro de Mendoza 2087, aquel edificio construido por la familia Cichero hacia 1868, ya había cumplido el medio siglo y entraba en una etapa fundamental de su historia. Si bien no hay acuerdo entre los investigadores acerca de su fecha de fundación y los artistas que lo integraron, afirma Antonio J. Bucich que la primera agrupación artística boquense, El Bermellón, nació en dicho año y tuvo su sede en uno de los tantos cuartos de aquel edificio.

Para algunos autores su inspirador fue Juan Del Prete, quien también le habría dado el nombre, pero al no existir ningún documento fundacional o, como en el caso de los movimientos de vanguardia europeos, ningún “manifiesto”, todo lo que sabemos del grupo es fruto del testimonio de sus integrantes o allegados. Bucich da como fundadores a los pintores Juan A. Chiozza, Adolfo Montero -que vivía en el mismo edificio- Juan Giordano, Roberto Pallas Pensado y el escultor Orlando Stagnaro, hermano menor del recién fallecido Santiago. A ellos se habrían pronto agregado el estudiante de Bellas Artes Adolfo Gustavino, fallecido tempranamente; el poeta y dibujante José Parodi, descendiente del precursor Francisco; José Luis Menghi, Víctor Cúnsolo, Juan Borgatello, Víctor Pissarrro, también músico, Mario Cecconi, Salvador Calí y Juan Del Prete. Lo cierto es que en 1921 se habría producido algún desacuerdo que dividió al grupo y unos se quedaron en la sede original, mientras otros se agruparon en El gato negro de Gaboto y Pedro de Mendoza. Otros autores también consignan como integrante a Guillermo Facio Hebecquer que en 1918 había trasladado su estudio a Parque Patricios, donde ahora se reunía el “grupo de los Cinco” -Facio, Arato, Riganelli, Bellocq y Vigo- que pronto entablaría relación con el “grupo de Boedo”. Es más que probable que Facio haya tenido participación pues siempre estuvo muy vinculado al ambiente artístico de La Boca, al punto de haber enseñado a Quinquela Martín la técnica del grabado al aguafuerte.

Si bien su existencia fue breve, El Bermellón fue el primer agrupamiento multidisciplinario de jóvenes artistas de La Boca, en base a un común origen barrial, social y seguramente ideológico. Algunos fallecieron prematuramente pero otros tuvieron posteriormente una larga actuación, trascendiendo algunos de ellos al plano nacional e incluso internacional. Juan Alfonso Chiozza había nacido en la Isla Maciel en 1899 y estudió en la Academia Nacional de Bellas Artes, siendo además odontólogo y José Mario Cecconi, oriundo de la italiana isla de Elba, donde nació en 1894, se destacó como grabador. Víctor A. Pissarro se desempeñó como músico y docente; había estudiado, como Filiberto, con Alberto Williams y se desempeñó como maestro de grado y profesor de música. Viajó varias veces a Europa y realizó tanto allí como en nuestro país conciertos y exposiciones, falleciendo en 1937. Adolfo Montero, por su parte, pudo estudiar en la entonces Academia Nacional de Bellas Artes - sucesora de Estímulo- y fue pintor, grabador y muralista. Viajó varias veces a Europa, se desempeñó en la enseñanza artística, ganó el Primer Premio del Salón Nacional de 1941 y realizó, entre otros, los murales del gremio La Fraternidad y de los actuales ministerios de Economía y de la Producción.

José Luis Menghi, algo menor que sus compañeros pues había nacido en 1904, no sólo era de extracción obrera, sino que trabajó como herrero en el taller familiar de la calle Irala hasta su jubilación. Estudió con Adolfo Montero y concurrió al Salón Nacional por primera vez en 1927, cuyo Primer Premio obtuvo en 1969. Fundador con Fortunato Lacámera y otros de la Asociación de Gente de Artes y Letras Impulso en 1940, al año siguiente hizo lo propio en la Asociación Gente de Arte de Avellaneda, donde se había radicado y falleció en 1985. Otro integrante de extracción netamente proletaria era Orlando Stagnaro, hermano menor de Santiago, autodidacto que se dedicó a la escultura, mantuvo su taller en la casona de Pedro de Mendoza y Quinquela Martín (entonces Australia) y en su larga vida, falleció en 1977 a los 82 años, realizó numerosas exposiciones y obtuvo importantes premios.

Víctor Cúnsolo, nacido en Siracusa -Sicilia, Italia- en 1898, arribó con su familia a nuestro país en 1913. Discípulo de Mario Piccione, realizó su primera muestra individual en 1927 y en 1928, por iniciativa de Alfredo Guttero, una exposición en la Asociación Amigos del Arte, que marcó un punto de inflexión en su pintura. Este “giro”, detectable también en Lacámera y otros artistas contemporáneos a partir de esta fecha, estaría vinculado en alguna medida con los nuevos aires aportados tanto por Guttero -que había residido en países europeos veintitrés años- como por Emilio Pettoruti que desde su regreso de Europa venía haciendo una tarea de difusión del arte italiano en diversos medios gráficos. Unos meses antes de la exposición de Cúnsolo de 1928, Leonardo Estarico había organizado en Boliche de Arte una muestra de pintura italiana que incluía artistas del grupo Il Novecento y, en 1930, debemos consignar la visita de dos personalidades italianas relacionadas con Pettoruti por su vinculación con el movimiento futurista: el plástico y fotógrafo italiano Antón Giulio Bragaglia y la crítica de arte Margherita Sarfatti. Bragaglia dictó una serie de conferencias invitado por el Instituto Argentino de Cultura Italiana y expuso una serie de maquetas escenográficas en la Comisión Nacional de Bellas Artes; la Sarfatti, por su parte, traía una muestra del movimiento Novecento que se montó en Amigos del Arte. Y si bien el futurismo y en especial esta muestra tenían una connotación política fascista con la que los artistas boquenses -como hemos dicho en su mayoría de tendencia anarquista- no podían concordar, los críticos coinciden en que, no obstante, dejaron huella en la obra de muchos de ellos. En la obra que a partir de entonces desarrolla Cúnsolo “se asientan los parámetros de una nueva tradición plástica que se hace visible hacia los años 30, caracterizada por un realismo de nuevo cuño que revela un retorno a la norma figurativa del pasado, sin olvidar la experiencia de las vanguardias y fundamentalmente las búsquedas de Cézanne. Cúnsolo falleció joven, en 1937 y el Ateneo de la Boca organizó, en su homenaje, una exposición póstuma en Amigos del Arte.

Juan Del Prete, como Cúnsolo, había nacido en Italia en 1897 y arribado a la Argentina en 1909. Estudió en la Academia Perugino, donde tuvo por compañera a Raquel Forner, luego en MEEBA (Mutual de Estudiantes y Egresados de Bellas Artes) y en 1926, por iniciativa del pintor y crítico Lozano Mouján realizó su primera exposición en Amigos del Arte, institucion que en 1929 le otorga una beca para instalarse en París, donde toma contacto con el grupo Abstraction Création, creado en 1931, en el que descollaban Hans Arp y Piet Mondrian y que tanta influencia tendría en el arte moderno. A su regreso en 1933 volvió a exponer en Amigos del Arte, pero sus obras no figurativas sufrieron de parte del público una indiferencia o repudio similar al que había recibido Pettoruti en 1924. Los reconocimientos llegaron más tarde, como el Primer Premio del Salón de Acuarelistas y el Gran Premio del Salón Municipal en 1957, el Premio Palanza de la Academia Nacional de Bellas Artes en 1958, el Gran Premio de Honor del Salón Nacional en 1963 y el Gran Premio Internacional de Bruselas en el mismo año entre otros, falleciendo en 1987.

Victorica, Guttero y la atracción de La Boca

El paisaje y la vida social y artística del barrio no cautivaban solamente a los artistas residents. Algunos instalaban sus caballetes, otros actuaban como promotores de los valores locales y otros, como Miguel Ángel Victorica, se instalaban en nuestro edificio de Pedro de Mendoza y Quinquela Martín. Nacido en Buenos Aires en 1884 en el seno de una familia tradicional, Victorica estudió primeramente con el italiano Ottorino Pugnaloni e ingresó en 1901 en Estímulo, donde tuvo por maestros nada menos que a Ángel Della Valle, Reinaldo Giúdici, Ernesto de la Cárcova y Eduardo Sívori. En 1911 viaja becado a París donde estudia con Luis Desiré Lucas, recorriendo durante su estadía España, Italia y Bélgica y recibiendo la influencia de Odilon Redon y Eugéne Carrière. De esta época datan sus obras Retrato de mi madre, Retrato del escultor Madariaga y El collar de Venecia, que obtuvo una mención especial en la Exposición Internacional Francesa. Al término de la guerra mundial regresa al país, realiza las decoraciones del despacho del ministro de Obras Públicas y expone por primera vez en el Salón Nacional.

En 1922 toma una decisión fundamental para nuestro relato: instala su taller en el edificio de Pedro de Mendoza y Quinquela Martín (entonces Australia) donde por estas fechas hacen lo propio Lacámera y Quinquela Martín. Allí vivirá hasta su muerte en 1955, desarrollará su vasta obra y será un referente insoslayable -como lo fue más de tres décadas antes Decoroso Bonifanti- para las nuevas generaciones artísticas. Victorica incursionó en todos los géneros -retrato, desnudo, paisaje, interior, naturaleza muerta- sin atarse a ninguna corriente o estilo; sus cuadros parecen inacabados, esfumados, de colores apagados, “(...) un espíritu acogedor de una realidad nacida tanto del recuerdo como de su circunstancia ambiente (...) Un modo de no llevar a término la labor emprendida, temeroso de quebrar el secreto de las cosas y de la naturaleza, unos tonos bajos, preferentemente grises, que envuelven los objetos y las atmósferas de sus cuadros y establecen los valores a los cuales se incorporan tonos rojizos, azules, ocres, verdes, y que rebosan una luz perlada, libre ya de violencias”.

Desde su refugio boquense Victorica participó en los Salones de todo el país y en el exterior y obtuvo numerosas distinciones como el Gran Premio Adquisición del Salón Nacional de 1941, pero tiempo antes su trayectoria se cruzó con la de otro artista en cuya labor, más allá de su propia obra, se destacó la permanente promoción de nuevos valores, en especial “periféricos” como eran los artistas boquenses, en los medios consagratorios del arte “oficial” como Amigos del Arte, donde participa en 1929 del Nuevo Salón, en 1930 del Salón de Pintores y Escultores Modernos y en 1931 concreta una exposición individual. Ése artista era Alfredo Guttero, porteño nacido en 1882 que, tras estudiar música y derecho, se dedicó a la pintura bajo el estímulo de Martín Malharro y Ernesto de la Cárcova. Becado por el gobierno argentino, viajó a París a estudiar con Maurice Denis y Lucien Simon, instalándose luego en España, donde participa en una exposición con los jóvenes Guillermo Butler y Pablo Curatella Manes, y en Génova, desde donde regresa en 1927 al país después de veintitrés años. Su aceptación en el medio es inmediata y expone en Amigos del Arte, en el Boliche de Arte y su cuadro Mujeres indolentes es adquirido por el Museo Nacional de Bellas Artes.

Pero Guttero -como decíamos- también se acercó a los suburbios porteños, en especial a La Boca y ya en 1928 participa activamente en las actividades del Ateneo Popular de La Boca, participando en su segunda Exposición realizada en la Unión de La Boca. En la misma presenta seis obras propias y participan los boquenses Miguel Carlos Victorica, Juan Del Prete, Víctor Cúnsolo, Fortunato Lacámera y Víctor Pissarro junto a Héctor Basaldúa, Raquel Forner, Xul Solar y Atilio Malinverno; a partir de entonces se convierte en lo que hoy llamaríamos un “gestor cultural” desde Amigos del Arte y de la Asociacion Wagneriana, de la cual es nombrado director de la Sección de Artes Plásticas.

Guttero también realizó escenografías para el Teatro Colón y, desde sus tiempos en Génova había desarrollado la técnica que denominó “yeso cocido”, una pasta de yeso y pigmentos ligados con cola que aplicaba sobre soportes de madera. En 1932 encara otro proyecto trascendente, abre con Pedro Domínguez Neira, Raquel Forner y el escultor Alfredo Bigatti los Cursos Libres de Arte Plástica en el edificio Barolo, emprendimiento en el que lo sorprende la muerte el 1o de diciembre, a los 50 años. A raíz de la IVa Exposición Estímulo del Ateneo Popular de La Boca, en 1939, el historiador y crítico Jorge Romero Brest consignará: “De Alfredo Guttero -gran pintor y espíritu exquisito a quien tanto debe el arte nacional, no sólo por lo que pintó, sino por los principios que impuso y los estímulos que supo repartir generosamente- se expusieron seis obras conocidas. Manos piadosas y anónimas diariamente esparcieron flores bajo su autorretrato, testimonio emocionado de la perduración de su recuerdo en La Boca”.

Anarquismo y socialismo en La Boca

El progreso y la opulencia del Centenario tenían su contracara en las grandes desigualdades sociales y en las terribles condiciones de labor que sufrían las clases trabajadoras. Desde la última década del siglo XIX venían produciéndose conflictos, manifestaciones y huelgas que, en su gran mayoría, eran duramente reprimidas y cuya experiencia permitió a los trabajadores ir agrupándose en sociedades gremiales y políticas. Sin embargo, estas sociedades y su ideología diferían de aquellas fundadas por la primera oleada inmigratoria, dedicadas a los socorros mutuos o pertenecientes a la masonería. En gran medida, La Boca reflejaba un proceso que se había desarrollado en Italia a partir de la toma de Roma y la entronización de Víctor Manuel como Rey de toda la nación: las reivindicaciones de independencia y unidad nacional habían sido cumplidas, pero la joven y creciente clase obrera ya no se veía representada en las consignas del republicanismo logista.

En 1864, en Londres, había sido fundada la Asociación Internacional de Trabajadores que agrupaba a distintas organizaciones obreras europeas pero también, en su primer momento, a movimientos o personalidades del campo republicano como es el caso de Giuseppe Mazzini. En esta Asociación, más conocida por la Internacional, surgieron pronto distintas corrientes de pensamiento que se acentuarán después de la derrota de la Comuna de París en 1871: la comunista orientada primeramente por Carlos Marx y la comunista “antiautoritaria”, liderada por Miguel Bakunin, que será conocida como “anarquista”; otra, inspirada en el alemán Fernando Lassalle y el francés Julio Guesde, que consideraba posibles las reformas graduales y la conquista del poder en el marco de las instituciones existentes, que dará origen a los partidos socialdemócratas y, finalmente, la llamada “sindicalista”, orientada los franceses Georges Sorel y Fernand Pelloutier, que propugnaba la lucha gremial como herramienta de conquistas sociales y, en última instancia, del poder.

En líneas generales, estas corrientes se insertaron con mayor o menor fuerza en los distintos países europeos según su grado de desarrollo capitalista y la importancia y poderío de su clase obrera. Mientras la vertiente socialdemócrata se consolidó en Alemania, Francia y, con características particulares, en Inglaterra, el anarquismo arraigó con gran fuerza en Italia y España, países con vastas masas campesinas y clases obreras jóvenes, con poca experiencia asociativa. Así pues no debe extrañarnos que, dada la composición mayoritariamente italiana -y en menor grado española- de nuestra inmigración, el movimiento anarquista alcanzase proporciones masivas en las tres primeras décadas del siglo XX.

 Este proceso de implantación de las nuevas ideas, que se había iniciado alrededor de 1870, tuvo un importante impulso con la presencia en el país, especialmente en La Boca, del importante dirigente Enrique Malatesta entre 1885 y 1889, a cuyo paso se fundaron numerosas “sociedades de resistencia”, denominación de las asociaciones gremiales por oficios de tendencia anarquista. Sobre esta personalidad dice Quinquela Martín: “En una de aquellas asambleas de los caldereros oí, por primera vez, a Enrico Malatesta, que era una figura muy popular en La Boca, donde se radicó y refugió cuando vino a Buenos Aires, huyendo de la policía italiana. Cayó en La Boca hacia 1908 y también aquí tuvo que vérselas con la policía, que le seguía los pasos. Pero él no cejaba en su prédica social, y si defendía su libertad era para ponerla ante todo al servicio de la revolución. Así lo comprendían los obreros de La Boca, en cuyas casas se alojaba por turno. Cada día comía en una mesa distinta y comía en una cama diferente. Y con frecuencia tenía que escaparse en alguna barca que partía, confundido con los hombres de la tripulación. Vida de riesgos, de lucha y de acción (...) Cuando lo dejaban tranquilo solía ir a la fonda de los Siete Hermanos, en Rocha y Garibaldi. Allí lo vi varias veces. Era un tipo alto y fuerte, con gran voz de tribuno, que arrebataba a las masas obreras. Les hablaba en italiano, pero todos le entendían. Como su vida en La Boca terminó haciéndosele imposible, un día tomó un piróscafo y no lo vimos más. Al tiempo supimos de él. Andaba por otras tierras siguiendo su prédica revolucionaria”.

Por su parte, la corriente socialista también tenía una importante presencia en el barrio. Ya hemos mencionado el Centro de la calle Iberlucea y su excelente biblioteca y es imposible soslayar que el primer diputado socialista de América, Alfredo Palacios, surgió de esta parroquia al aplicarse un efímero sistema de circunscripciones uninominales impulsado por el ministro Joaquín V. González. A lo largo de los años, numerosos dirigentes socialistas de primera línea y de extracción obrera tuvieron su origen en La Boca o Barracas, como Antonio Zaccagnini, pero el grueso del movimiento gremial, como se ha dicho, estuvo hegemonizado por el anarquismo y esta corriente de ideas tendrá una vasta influencia en el campo artístico boquense y en sus integrantes.

La Universidad Popular de La Boca

Una de las características más destacables tanto del socialismo como del anarquismo ha sido su fe en la educación como herramienta de redención personal y social, heredera de las ideas de la Ilustración. Allí donde cualquiera de ambos movimientos abrían un local inmediatamente se instalaba una biblioteca, se organizaba un coro o un “conjunto filodramático”, como entonces se llamaba a los grupos de teatro independiente, se dictaban cursos o se enseñaba a leer y escribir. Aún es posible, en todo el país, encontrar sociedades y bibliotecas con nombres como “Luz”, o como la muy antigua biblioteca popular “Veladas de estudio” de Avellaneda, cuyo nombre original y completo era “Veladas de estudio después del trabajo”. Este afán cultural y la avidez de los trabajadores por adquirir conocimientos quedó reflejada en el testimonio de un catedrático español, Adolfo Posada, que visitó el país para el Centenario: “No olvidaré jamás el Restaurant del Cocodrilo. Ni menos olvidaré la peregrinación que, después de cenar, hicimos en busca del magnífico salón obrero; unos 300 o 400 trabajadores nos esperaban, a pesar de la lluvia. La Extensión Universitaria del Colegio Nacional Mariano Moreno cumplió aquella noche todo su programa. Yo hice un discurso. Un joven profesor, el Dr. Levene, dio su lección de Historia; los obreros, como siempre, interesados, ávidos. Después, visitamos una Biblioteca popular, sostenida con fe y esperanza por un grupo de trabajadores. Sería media noche cuando tomábamos el tranvía para la Avenida”.

En este marco había fundado Juan Carrera, en 1894, la Escuela para maquinistas y dibujantes mecánicos de Wenceslao Villafañe 346 y, en 1917, el dirigente radical Tomás Le Bretón haría lo propio con la Universidad Popular de La Boca, inspirada ésta en el movimiento que se desarrollaba en Francia desde fines del siglo XIX: de raigambre socialista, estas universidades habían tenido origen en una asociación de obreros de la ciudad de Montreuil que, además de sus fines sociales, se reunían para estudiar ciencias naturales. Con el tiempo, este núcleo dio origen al primer intento de educación obrera, las Soirées ouvrières (“Veladas obreras”) y a la revista Coopération des Idées (“La Cooperación de las Ideas”) fundada por el anarquista Jorge Deherme quien en 1899 instaló la primera Universidad Popular en París que, además del dictado de cursos variados, tenía características de agencia de colocaciones, mutual, farmacia, consultorio médico y jurídico, etc., organizando también conciertos y funciones teatrales. Como no podía ser de otro modo, contaba con una biblioteca de más de 3.000 volúmenes, en su mayoría de filosofía y ciencias sociales.

A diferencia de las universidades tradicionales, dice un autor español, las “populares” se oponen a lo académico o profesional ya que las “clases populares (...) suelen incluir a los vecinos de los barrios, a trabajadores no universitarios o no titulados, a profesiones manuales, etc. (...) En este sentido la Universidad popular se propone mirar a estas clases que no han accedido a la Universidad facultativa, y se dirige a ellas precisamente para cultivarlas, y para cultivar en adelante actividades que quedan de hecho marginadas de la Universidad tradicional (...) Las Universidades populares surgen (...) a partir del propio pueblo trabajador, de sus ideólogos y de las organizaciones obreras. Es el pueblo quien, al margen de la Universidad facultativa, quiere alcanzar la más alta institución del saber, es decir, la Universidad; y, por ello, se acoge al nombre (Universidad) porque busca reconstruir la institución desde el pueblo”.

El movimiento se extendió por toda Europa y, a escasos veinte años de su origen en Francia, se fundaba la primera institución de este tipo en Sudamérica, la Universidad Popular de La Boca, en Aristóbulo del Valle 471, ofreciendo tanto formación en diversos oficios como cursos de artes plásticas, letras, artes aplicadas, etc. En sus aulas enseñaron en distintas épocas personalidades como el científico Ángel Gallardo, los pintores José Arcidiácono, Vicente Lapegna, Osvaldo Sanguinetti Marcos Tiglio, Jorge Rivara y, como no podía ser de otra manera, Benito Quinquela Martín.

El Ateneo Popular de La Boca

En el ambiente intelectual del barrio, en la década de 1920, se va abriendo paso una nueva generación. Hijos o nietos de inmigrantes, “los que actúan en ella están más profundamente unidos al espíritu nacional que sus antecesores. El italianismo es entonces una tradición, no una fuerza operante (...)” dice uno de sus principales protagonistas, Antonio J. Bucich, que agrega “(...) esa generación del 20 se incorpora decididamente al quehacer argentino. La escuela ha aventado las impurezas. El habla ha recobrado su ritmo. Se usa el genovés, es cierto. Mas se lo hace por apego a lo tradicional, a la rememoración de lo antecedente”. Sin embargo, continuando la tradición de esos padres y abuelos, encaran publicaciones locales con mucho entusiasmo y escasos medios para expresar sus ideas literarias y artísticas: el quincenario Argos, publicado por el Centro de Estudiantes de La Boca entre 1920 y 1924; la revista Juvenilia, “órgano de la Asociación Juvenil José Mármol” que publica doce números entre 1921 y 1922 y donde hacen sus primeras armas Bucich, José Carlos Astolfi y otros adolescentes; La Fragua, revista mensual que alcanzó nueve números entre 1923 y 1924, dirigida por José Lacámera e integrada por Francisco Isernia, Pascual Ragno, Antonio Porchia, Atilio García Mellid, el siempre presente Bucich e ilustraban Fortunato Lacámera, Victorica y Vicente Vento, e Ideas, periódico publicado entre 1925 y 1928 bajo la dirección de Bucich y José Enrique Molinari, en el que participaban varios de los futuros fundadores del Ateneo.

La Boca vivía así en inquietud creadora. Sus artistas -proletarios en su mayoría (...)- sus jóvenes estudiantes buscaban rumbos más anchos para dar trayectos a las aspiraciones desbordantes del idealismo que los inspiraba. En Argos primero, periódico estudiantil de orientación reformista pero de generosas expresiones literarias. Pero la orientación reformista estuvo francamente expuesta en Ideas, hoja de combate, desde la que se efectuaba una función crítica y una prédica de constante disidencia (...) Atacó con ardor y analizó con juicio independiente los problemas contemporáneos, alentando a la juventud a rodear banderas de pujantes reivindicaciones. Se extinguió en 1928. Pero algo dejó. El Ateneo Popular de La Boca, fundado en 1926, fue la consecuencia directa de su activa campaña. Logró despertar la indiferencia local (...)”.

Así pues, el 7 de diciembre de 1926 se realizaba una asamblea en el local de la Universidad Popular de La Boca, dirigida entonces por el distinguido jurista Sebastián Soler, en la que queda fundado el Ateneo Popular de La Boca con la participación de Bucich, José Carlos Astolfi, el historiador Enrique de Gandía, los plásticos Victorica, Lacámera, Vento, Roberto Capurro, Tiglio; los escritores Francisco Isernia, Hernani Mandolini, Adolfo Likerman, Marcelo Olivari, César Mandelli, Pablo Fianaca, Blanca de Garibaldi y muchos más. Se planteaba como objetivo “(...) cumplir una acción tendiente a implantar en La Boca una nueva dirección cultural, alejada de los cenáculos de supuestos privilegiados intelectuales (...) y estar más en contacto con la población laboriosa”.

Si bien por sus características de asociación civil asumía un carácter pluralista, no declarando una orientación política o ideológica, sus posiciones connotan claras afinidades con las del socialismo. Un folleto conmemorativo del XX aniversario de la fundación declara: “Sólo por y con la cultura se afirma la libertad (...) El Ateneo Popular de La Boca es una institución que lucha por divulgar en el pueblo ideales de superación artística e intelectual (...) procurando afianzar el concepto de que trabajar por la cultura -que es su finalidad primordial- es trabajar por el engrandecimiento de la Patria”.

Así pues la orientación del Ateneo, bajo la inspiración de Bucich, se alineaba con el pensamiento de Echeverría y Alberdi en el cual la educación del pueblo era la base para hacer posible la democracia. El Ateneo es consecuente con estos principios y, aparte de la promoción de la plástica y las letras y de dictar cursos en su sede, contribuye a la creación de bibliotecas y centros culturales, dona publicaciones y mantiene relaciones con otras instituciones argentinas y latinoamericanas, como la “Conferencia Popular por la Paz de América” cuya presidente, entre 1936 y 1937, era Alicia Moreau de Justo. Asimismo, organiza homenajes a próceres argentinos y conmemoraciones de las fechas patrias, publica estudios históricos, acuña medallas, fija placas conmemorativas y colabora en el emplazamiento de monumentos. El interés por estos temas determina la organización de concursos históricos y literarios como los realizados para el IV Centenario de la fundación de Buenos Aires, en 1936, que reabren una polémica sobre el emplazamiento de la población de Pedro de Mendoza. Una comisión popular, presidida por Aquiles J. Bucich, reivindica la hipótesis de Paul Groussac en el sentido de que tal hecho se produjo en la Vuelta de Rocha, mientras que la Academia Nacional de la Historia, a través de Enrique de Gandía, produce un dictamen que la establece en el Alto de San Pedro, actual Plaza Dorrego.

La tarea orgánica, las ideas y posiciones del Ateneo son divulgadas a través de publicaciones como El Ateneo (1927), Riachuelo (1931-1933), Vida del Ateneo (1937-1941) y Pórtico (1941-1946). En el ámbito de nuestro interés, la institución entre 1929 y 1936 los Salones de Artistas de La Boca y, entre 1936 y 1943, los de Artistas Noveles de La Boca, con jurados como Victorica, Lacámera, Forner, Horacio Butler, Emilio Centurión, Enrique Larrañaga, Alfredo Bigatti, Julio E. Payró y Jorge Romero Brest, entre otros, siendo premiadas figuras como Miguel Diomede, Carlos Veneziano, Delia Bucich, Orlando Stagnaro, etc.

El Ateneo Popular de La Boca peregrinó por diversas sedes, circunstancia por la que sus archivos sufrieron sensibles pérdidas a causa de las inundaciones.

Fortunato Lacámera e Impulso

Generacionalmente Lacámera pertenece a la camada de Victorica y Guttero, unos años mayor que Stagnaro, Quinquela, Bellocq y Facio Hebecquer, pero hemos querido evocarlo en el marco de su fundación, la Agrupación de Gente de Arte y Letras Impulso, que desarrolla una labor renovadora en las formas de difusión, circulación y legitimación de la plástica. Lacámera, nacido en 1887 en Almirante Brown entre Lamadrid y Ayolas, comenzó a trabajar aún niño en el Ferrocarril del Sur como aprendiz de telegrafista pero en 1912, a los quince años, renunció a su empleo dedicándose, para subsistir, a la pintura de brocha gorda y -como muchos artistas o futuros artistas de esa época- a la decoración de interiores mientras tomaba lecciones con Alfredo Lazzari. Entre 1915 y 1919 realiza ilustraciones para el periódico anarquista La Protesta, asistiendo este último año por primera vez al Salón Nacional, y en 1922 concreta su primera exposición individual en el Salón Chandler.

Poco a poco, trabajando silenciosamente, se va afirmando: en 1926 se encuentra entre los fundadores del Ateneo Popular de La Boca, en 1929 obtiene el Premio de Estímulo, en 1936 la Dirección Nacional de Bellas Artes le otorga el Premio de Acuarelistas y en 1938 obtiene el Premio Estímulo en el Salón Nacional, siendo nombrado en 1939 docente de la Escuela Técnica de Oficios No 4. Por esta época Hernani Mandolini, uno de los protagonistas de la vida intelectual boquense, dice de Lacámera: “Obra lenta, silenciosa, de años. Llevada a cabo con ese apasionamiento severo de quien no busca fáciles aplausos ni medra con discutibles favores. Arte puro el de este hombre, que en más de un cuarto de siglo de labor tesonera, infatigable, no ha salido aún de la pobreza. La decorosa y noble pobreza del que no sabe ni quiere traficar con su talento (...) Y su arte es el reflejo de esta manera de ser. Paciente, de creador que se empeña en superarse de obra en obra y alcanza ahora, a la edad en que otros se fosilizan o decaen, su genuina madurez artística (...)”.

En 1940 un periodista de La Boca, José Pugliese, propone a varias personalidades crear una nueva agrupación artística. En el barrio proliferaban los talleres y estudios, pero los circuitos de circulación de las obras -especialmente las galerías céntricas- estaban vedados a muchos artistas por los costos, a pesar de la actividad ya comentada de instituciones como Amigos del Arte o el Ateneo. Ante la dificultad de encontrar un local, los convocados deciden reunirse el 23 de marzo en el taller de Lacámera, en nuestro conocido edificio de Pedro de Mendoza 2087, para constituir la Agrupación de Gente de Arte y Letras Impulso. Se hallaban presentes el dueño de casa, el propio Pugliese, José Luis Menghi, Arturo Maresca, Pascual Ragno, Mateo Scagliarino, Carlos Porteiro, Alejandro Frecero y Antonio Carotenuto.

El acta fundacional expresa como objetivos: “Reunir bajo un techo común a todos los artistas plásticos y a quienes se sientan partícipes de sus inquietudes. Fomentar la mutualidad y el compañerismo entre sus asociados. Propender por todos los medios a su alcance a la divulgación del arte en todos sus aspectos (...) Implantar clases gratuitas para la enseñanza del dibujo, pintura, modelado, artes decorativas, etc. Editar un periódico que será el órgano oficial de la agrupación. Procurar de los poderes constituidos de la Nación mejoras y nuevas normas para la mayor difusión del arte en el pueblo. Costear el mantenimiento de una biblioteca de arte. Sostener un local para exposiciones, conferencias, conciertos y otros actos artísticos y culturales. Mantener relaciones con todas las entidades afines y colaborar con toda iniciativa tendiente a favorecer el arte y a los artistas (...)”.

En la década de 1950 el gobierno le ofreció un subsidio de cien mil pesos para adquirir una nueva sede, pero Impulso lo rechazó. Entre los objetivos que se fija Impulso está la realización de 8 exposiciones anuales, 2 colectivas y 6 individuales, pero la demanda de la sala y el aumento del número de socios llevó el número a una cada 3 semanas, en las que expusieron artistas de todas las tendencias, llegando ya en 1949 a la centésima exposición con obras de Quinquela, Victorica y Lacámera.

Pero esta tarea de difusión no se limitó al ámbito boquense; Impulso también salió a los barrios y a las localidades bonaerenses como Wilde, Lomas de Zamora, Almirante Brown, Tandil y Avellaneda, entre otras. En esta última e importante localidad, separada y a la vez unida por el Riachuelo con La Boca y Barracas, su influjo se extendió a la creación de otra entidad similar: la Asociación Gente de Arte de Avellaneda, fundada el 23 de febrero de 1941 por José Luis Menghi, el poeta Baldomero Fernández Moreno, el fotógrafo Pedro Otero, el escultor Alfredo Sturla, Carlos Sitoula, Jorge Paredes, José Kon y otros, con el objetivo de la “promoción, enseñanza, divulgación y estímulo de las manifestaciones del arte y la cultura en todas sus disciplinas”. Este accionar de Impulso se entronca con el accionar que venían realizando los contemporáneos Artistas del Pueblo, como recuerda Facio Hebecquer: “(...) en 1933 salgo de nuevo a la calle. Pero ahora es la calle verdadera. Cuelgo mis grabados en clubs, bibliotecas, locales obreros. Los llevo a las fábricas y sindicatos y organizamos en todos ellos conversaciones sobre arte y realidad, sobe el artista y el medio social (...) Desde la Isla Maciel a Mataderos, todos los barrios porteños han recibido nuestra visita (...)”.

Las actividades de Impulso estuvieron profundamente insertadas en la vida del barrio:al final de las exposiciones, y desde que se iniciaron, se reúnen los expositores, el conferenciante y los socios y amigos en un ágape que se sirve en algún restaurante boquense (...)”, reuniones que se amenizan con versos, canto solo o a coro, en ocasiones la entrega de una condecoración creada por Juan Póliza, la “pipa marinera”, y la extensión de “un certificado de amistad, que fue creado por (...) Fortunato Lacámera. Consiste en un cuadrito adherido a un cartón que firman todos los circunstantes y que lleva el ampuloso título de ‘pergamino’, pero es más preciado y tiene más calor de afecto que si fuera un auténtico papiro. Se entrega al expositor de turno y al conferenciante ocasional. Esta innovación es utilizada ahora en casi todas las manifestaciones de arte y se confecciona par rendir homenaje a alguien que se destaque en las artes o las letras”.

Quizá la máxima expresión de esta inserción barrial y popular haya sido el homenaje brindado a Victorica con motivo de habérsele otorgado el Gran Premio del Salón Nacional de 1941 por su cuadro Cocina bohemia. Lejos de realizarse en un ámbito cerrado, una carroza fue a buscar al artista a su estudio y, acompañado por Quinquela y Lacámera, recorrieron las calles del barrio acompañados por boy-scouts, una banda de música, carruajes de los bomberos voluntarios, una manifestación de antorchas, automóviles particulares y vecinos de a pie hasta la sede de Impulso, terminando el día con un banquete en la sede de los Bomberos Voluntarios.

Lacámera presidió la institución durante diez años, prosiguiendo su obra y obteniendo en 1950 los premios Rosa Galisteo de Rodríguez del Salón de Santa Fe y Eduardo Sívori del Salón Nacional. Tras su fallecimiento en 1951 otros asociados continuaron la tarea, entre los que se destacó el poeta Antonio Porchia, cuyas Voces fueron publicada primeramente por Impulso y, más tarde, fueron traducidas al francés por Roger Caillois. También integraron sus comisiones directivas Francisco Poliza, Arturo Maresca, José L. Menghi, Orlando Stagnaro, José C. Arcidiácono, Julio Vergottini, León Untroib, Rafael Muñoz y Vicente Vento. Éste ultimo nació en 1886 egresó de la Academia Nacional de Bellas Artes en 1912 y concurrió al Salón Nacional desde 1928. Fue profesor de dibujo en las escuelas técnicas Otto Krause y Luis A. Huergo e instaló su estudio en la Isla Maciel, cuyo paisaje interpretó en muchas de sus telas. Fundador del Ateneo y presidente en su momento de Impulso, falleció en 1967.

El 23 de septiembre de 1970 la institución concretó uno de los objetivos fundacionales al inaugurar la biblioteca “Miguel Carlos Victorica”, fecha elegida por conmemorarse los cien años de la ley nacional 419 que creaba las bibliotecas populares. Tal como El Ateneo, Impulso continúa, tras diversas peripecias institucionales, hoy en día con su tarea reafirmando los objetivos fundacionales.

El Teatro Caminito

Fue inaugurado el 18 de diciembre de 1957 por Cecilio Madanes, quien contó con la colaboración de diversas figuras del campo de la cultura como Manucho Mujica Láinez –que traducía las obras del inglés, especialmente para él-; Raúl Soldi y Carlos Alonso –que diseñaban las portadas de los programas de mano-; Delia Cancela y Pablo Mesejean –que creaban los vestuarios-, y Benito Quinquela Martín –que decidió los colores con los que se pintarían las fachadas de las casas lindantes a Caminito, afirmando así definitivamente la identidad del barrio.

Los chismes de las mujeres, La zapatera prodigiosaUna viuda difícilLa pérgola de las flores y Sueño de una noche de verano fueron algunas de las piezas que se representaron, mientras que los intérpretes que dejaron allí sus huellas son, entre otros, Antonio Gasalla, Jorge y Aída Luz, Juan Carlos Altavista, Oscar Araiz, Edda Díaz, Diana Maggi, Eva Dongé y Violeta Antier.

De martes a domingo, con dos representaciones diarias, y con un lleno por función de 700 espectadores, revolucionó las calles de La Boca y el panorama teatral de la ciudad.

En 1973 el Teatro Caminito bajó por última vez su telón.

Los veraneantes

(Hasta el 22 de febrero,  miércoles, viernes y domingos a las 19 con entrada libre y gratuita. Capacidad limitada. Se suspende por lluvia).

De Máximo Gorki, adaptada y dirigida por Lautaro Vilo, comenzará a representarse ese mismo día. El elenco está integrado por Silvina Katz, Roberto Monzo, Carlos Kaspar, Fernando Migueles, Julián Vilar, Francisco Civit, María Zambelli, Florencia Carreras, Mariela Castro Balboa, Daniel Begino, Daniela Pantano, Julián Calviño y Alejandro Schiappacasse. El músico es Adolfo Oddone, el asistente de dirección es Ignacio Ansa, la iluminación es de Facundo Estol, y la escenografía y el vestuario son de Cecilia Zuvialde.

Historia de un soldado

(Desde el 13 de marzo hasta el 29 de marzo, viernes, sábados y domingos a las 19. Entrada libre y gratuita. Capacidad limitada. Se suspende por lluvia).

Obra de teatro musical de Igor Stravinsky, con traducción de Beatriz Sarlo sobre el original de Charles Ferdinand Ramuz, bajo la dirección de Martín Bauer. El narrador es Pompeyo Audivert y los intérpretes son Federico Landaburu (clarinete), Ezequiel Fainguersch (fagot), Matías Nieva (trompeta), Pablo Fenoglio (trombón), Bruno Lo Bianco (percusión), Mathias Naon (violín) y Carlos Vega (contrabajo). La coreografía es de Edgardo Mercado y el vestuario de Minou Maguna. La dirección musical es de Santiago Santero.

Cecilio Madanes

Nació el 2 de diciembre de 1921 en la Ciudad de Buenos Aires. Director teatral, escenógrafo y productor, supo convertirse en una de las figuras más destacadas del quehacer teatral argentino.

Estudió en París y compartió tertulias con Jean Cocteau, Georges Braque y Louis Jouvet, entre otros.

Dueño de una mente ágil y sumamente creativa, recreó obras tales como Doña Rosita, la soltera de Federico García Lorca, Equus y Amadeus de Peter Shaffer, Locos de verano de Gregorio de Laferrère, y en 1961 estrenó Estrellas en el Avenida, dónde logró reunir a Tita Merello, Tato Bores y Hugo del Carril en un mismo escenario.

En 1965 dirigió en el Teatro Colón La Traviata, con Ana Moffo. Y en 1983, el entonces Presidente de la Nación, Raúl Alfonsín, lo nombró Director General de ese mismo teatro, cargo en el que permaneció hasta 1986.

Su gestión logró enormes convocatorias e incorporó un público hasta ahora ajeno a ese ámbito: el infantil.

Pero Madanes solía declarar que su creación máxima, y a la que mayor cariño le tenía, era el Teatro Caminito: “Caminito fue el hijo que no tuve”, solía decir. Cuando finalmente logró estrenar Los chismes de las mujeres, en diciembre de 1957, suponía que la experiencia duraría quince días, pero el éxito de la taquilla, el reconocimiento de la prensa y la cálida aprobación de los vecinos de La Boca prolongaron las temporadas durante dieciséis años.
Madanes murió el 2 de abril de 2000, a los 78 años.

La reapertura del Teatro Caminito

Desde algunos años, Martín Bauer viene impulsando el proyecto de reapertura del Teatro Caminito. En este emprendimiento, junto a Adriana Rosenberg de Fundación PROA, ha hecho posible la publicación del libro Didascalias del Teatro Caminito del investigador y dramaturgo Diego Kehrig, para dimensionar el aporte a la cultura y la identidad del barrio de La Boca que tuvo la creación de Cecilio Madanes en el Pasaje Caminito.

En 2015 el teatro al aire libre reestrenó, con éxito de público, las obras Los Veraneantes y La Historia de un soldado. La temporada 2016 cautivó a los vecinos con las obras Jettatore y Un Poyo Rojo.