Alguna vez la arquitectura (europea) supo ser caracterizada como civil o militar. Los trabajos de sitio y la construcción de máquinas de asalto eran disciplinas que evolucionaban junto con las estrategias defensivas urbanas. La ciudad, el espacio donde se obtenían los derechos de ciudadanía, tenía incorporados los ciclos antagónicos de construcción y destrucción como fatalidades que el ingenio arquitectónico intentaba mitigar. Cuando las potencias industriales se enfrentaron a mitad del siglo XX, la consecuencia más devastadora del conflicto no fue la derrota militar de los ejércitos enemigos, sino la destrucción moral y material de la población civil mediante la violencia sistemática del bombardeo estratégico, los desplazamientos forzados y el genocidio. Los juicios de Núremberg primero y la Convención de Ginebra después fueron los artefactos políticos que surgieron como respuesta internacional ante estos crímenes de lesa humanidad. La arquitectura era la de un sistema legal a escala global para juzgar y evitar crímenes contra la población civil.
Forensic Architecture (Arquitectura Forense) es el nombre de la organización que Eyal Weizman ha establecido en Londres y que, financiada por la Unión Europea desde 2010, se dedica a la producción de evidencia espacial para ser presentada ante foros internacionales de justicia en casos de crímenes de lesa humanidad. Londres es sede de muchas ONG globales de derechos humanos, pero también es un centro influyente de la educación arquitectónica y artística de ultramar. El ingenio de Weizman ha sido crear un subgénero, la “arquitectura forense”, como un audaz intento de reconectar la arquitectura con su perdida dimensión crítica. Algo que, en principio, parece anacrónico para una disciplina que hace rato ha entrado en un cono de irrelevancia epistemológica y que es observada con creciente desconfianza como simple brazo ejecutor de la proliferación urbanística del capitalismo tardío. A esto hay que sumarle la eficacia lograda por las herramientas tecnológicas de los multimedios para narrar e influir en conflictos y controversias. Forensis, la muestra del equipo Forensic Architecture que Weizman junto con Anselm Franke y Rosario Güiraldes presentan en Proa, explora escenarios de conflicto bélico y ecológico, recuperando una dimensión crítica de la arquitectura pero recurriendo a viejas figuras de la retórica. La sensibilidad forense se constituye con herramientas tan antiguas como el foro y la prosopopeya (hacer hablar a las cosas).
El proyecto “Hannibal en Rafah: un día en la Guerra de Gaza de 2014” es una narración que abarca veinticuatro horas de violencia en uno de los días más sangrientos del conflicto. Utilizando registros de fuentes diversas, se reconstruye el asesinato de un joven palestino a manos de la policía fronteriza israelí. La evidencia es el resultado de un paciente ensamblaje de los testimonios de quienes se constituyen en denunciantes durante el suceso, pero también de aquellos que producen registros del ambiente donde tiene lugar el hecho de manera no intencionada. La investigación es una cuidadosa composición en la que se utilizan métodos analíticos que van desde la proyección de sombras para averiguar desde dónde se captó un registro fílmico hasta el análisis de plumas de humo para reconstruir el momento preciso en que es atacado un edificio. Forensis hace uso de las teorías de la performatividad, del actor red y el urbanismo cyborg para equipar nuestra sensibilidad y así poder leer los edificios como distribuciones materiales en constante devenir. Los edificios se convierten así en sensores de un ambiente, nos comparten su Umwelt, antes privado a los seres vivos.
Una de las motivaciones de Weizman para venir a Buenos Aires era conocer a la gente del Equipo Argentino de Antropologia Forense, cuya tarea ha sido un enorme estímulo para la creación de Forensic Architecture. El trabajo pionero de Clyde Snow en la atribución del cráneo de Josef Mengele en Brasil en 1984 y su participación decisiva durante el juicio a las juntas en Buenos Aires en 1985 están registrados en el libro La calavera de Mengele (2012), de Weizman y Thomas Keenan. La agenda de los derechos humanos en Sudamérica es, a juicio de Weizman, un hito en el desarrollo de la estética forense.
Forensis llegó a la región en un momento particular. Hace unas semanas, un salón del Congreso de la Nación donde se estaba llevando a cabo un encuentro sobre alternativas al extractivismo tuvo que ser evacuado por una amenaza de bomba. El ambiente se ha vuelto una cuestión peligrosa y mortal. La proliferación de conflictos ambientales como efecto colateral de las políticas neodesarrolistas implementadas en la última década ha constituido un escenario donde “gobernar es urbanizar”. Urbanizar quiere decir: destrucción de ecosistemas locales e inmigración forzosa hacia las periferias urbanas.Forensis nos demuestra que estos procesos de reconfiguración territorial deben ser tipificados como casos de violencia espacial.
La arqueología del Amazonas está demostrando que nuestra expectativa por las grandes ruinas es signo de la preeminencia de lo urbano como proceso civilizatorio, pero que la compleja organización de un territorio a gran escala puede llevarse a cabo por otros medios. Esto significaría la descolonización de nuestra idea de ciudad, como explica la investigación realizada por Paulo Tavares en relación con el urbanismo Xingu.
Las recientes innovaciones constitucionales de Ecuador y Bolivia o la experiencia de “ciudadanía de la floresta” en el estado de Acre, en la Amazonia brasileña, nos permiten inferir que estamos frente a una transición entre una agenda de derechos humanos y otra que incluya los derechos de la naturaleza. En la reciente COP 21 de París se anunció que la constitución de un tribunal internacional para juzgar crímenes contra la naturaleza está en marcha.
texto extraido de Revista Otra Parte