Prensa Publicada
La Fundación Proa presidida por Adriana Rosenberg presenta por primera vez en Latinoamérica un conjunto de piezas arqueológicas mexicanas pertenecientes al período que abarca desde el 1200 a.C. hasta el 900 d.C.
El panorama de esta muestra arqueológica se puede sintetizar como una rica selección de cerámicas donde el tema de la risa y la muerte unen este largo tiempo histórico.
La pieza más antigua es la Cabeza Colosal de la cultura Omeca Número 9 hecha en piedra, que es la única de las Cabezas Colosales que en su expresión esboza una singular sonrisa.
La presentación de esta Cabeza constituye un hito en la historia de nuestro país ya es la primera vez que esta pieza sale del territorio mexicano.
Esta exhibición se ha organizado conjuntamente con el Museo de Antropología de Xalapa y la curaduría del Director del Museo Dr. Rubén Morante López. El curador invitado por la Argentina es el Dr. José Antonio Pérez Gollán, Director del Museo Etnográfico de Buenos Aires. “ La Magia de la Risa y el Juego ” es el resultado de un esfuerzo extraordinario, dicen sus organizadores, donde los lazos culturales latinoamericanos se afianzan una vez más y plantean su mirada al futuro. “ Todo es lenguaje ” dice Octavio Paz, “así la disposición de los edificios y sus proporciones obedecen a una cierta intención. No carecen de sentido – más bien puede decirse lo contrario – el impulso vertical del gótico, el equilibrio tenso del templo griego, la redondez de la etapa budista o la vegetación erótica que cubre los muros de los santuarios de Orissa. Todo es lenguaje” afirma el escritor mexicano. “Por otra parte, la piedra de la estatua, el rojo del cuadro, la palabra del poema, no son pura y simplemente piedra, color, palabra: encarnan algo que los trasciende y traspasa. Sin perder sus valores primarios, su peso original son también como puentes que nos llevan a otra orilla, puertas que se abren a otro mundo de significados indecibles por el mero lenguaje.,.” “ La poesía convierte la piedra, el color, la palabra y el sonido en imágenes. Y esta segunda nota, el ser imágenes, y el extraño poder que tienen para suscitar en el oyente o en el espectador constelaciones de imágenes, vuelve poemas todas las obras de arte”. Para el curador invitado de la exhibición “La magia de la risa y el juego” : “ lo más transcendente para una muestra que está encarada desde el punto de vista del arte prehispánico, es la presencia en Buenos Aires de una cabeza colosal de la cultura olmeca y, más allá de ser un objeto arqueológico en sí mismo, tiene un valor estético muy importante. Estas piezas monumentales son únicas; es como encontrarse con La Gioconda” afirma en una entrevista el Dr. José Pérez Gollán. En la misma entrevista realizada por jóvenes estudiantes en la Fundación Proa, Gollán dice: “ En términos arqueológicos, olmeca es el período Preclásico y en términos cronológicos quiere decir que vamos a ver en esta muestra piezas del 1200 a.C. proveniente de lo que se conoce en arqueología como Mesoamérica: que es la parte central de México, parte del sur, la península de Yucatán y parte de Centroamérica, en donde hubo una serie de interacciones con personalidad propia y que se desarrolló hasta la llegada de los españoles en el siglo XVII. Estas culturas comparten por ejemplo, formas de economía, una escritura, un calendario, un panteón de dioses y comparten, por supuesto, una visión de la vida, con estas diferencias regionales. No es lo mismo la zona del Golfo de Veracruz, de donde vienen estas cabezas colosales y las caritas sonrientes, que la región del centro, que es la más conocida porque su última civilización, fue la zona Azteca. Tampoco es igual Oaxaca que tiene otra historia pero comparte estos rasgos mesoamericanos, o la zona Maya que también es distinta aunque comparte este tipo de cultura indígena y que se remonta por lo menos al 1500 a.C. como inicio de la civilización. El poblamiento de la Mesoamérica es mucho más antiguo (hay fechas del 20.000 a.C.)...”
Además de estar abierta al público en general se desarrollará un intenso programa educativo ligado a las escuelas primarias y secundarias. También se preparó un importante catálogo con las oportunas presentaciones de los curadores y una gran calidad fotográfica de las piezas exhibidas – se anticipa – para brindar al público la posibilidad de acercarse a uno de los tesoros más importantes de la cultura del continente americano. Nos parece oportuno, dicen los organizadores, citar la frase del Director del Museo Etnográfico “Juan B. Ambrosetti” perteneciente a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Dr. José Antonio Pérez Gollán: “ Expuesta en la Sala de un edificio construido a fines de siglo XIX, que fue refaccionado para servir como centro de arte, la cabeza olmeca cobra sentido dentro de las categorías del arte moderno” y se anuncia como un antecedente de otras obras contemporáneas.
La exhibición ha sido declarada de “Interés Cultural” por la Secretaría de Cultura de la Nación”, cuenta con el auspicio de la Embajada de México, de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y de la Cámara Argentino Mexicana. También cuenta con el apoyo de Tenaris y Organización Techint, Telmex, Techtel y CTI.
La Fundación Proa presidida por Adriana Rosenberg presenta por primera vez en Latinoamérica un conjunto de piezas arqueológicas mexicanas pertenecientes al período que abarca desde el 1200 a.C. hasta el 900 d.C.
El panorama de esta muestra arqueológica se puede sintetizar como una rica selección de cerámicas donde el tema de la risa y la muerte unen este largo tiempo histórico.
La pieza más antigua es la Cabeza Colosal de la cultura Omeca Número 9 hecha en piedra, que es la única de las Cabezas Colosales que en su expresión esboza una singular sonrisa.
La presentación de esta Cabeza constituye un hito en la historia de nuestro país ya es la primera vez que esta pieza sale del territorio mexicano.
Esta exhibición se ha organizado conjuntamente con el Museo de Antropología de Xalapa y la curaduría del Director del Museo Dr. Rubén Morante López. El curador invitado por la Argentina es el Dr. José Antonio Pérez Gollán, Director del Museo Etnográfico de Buenos Aires. “ La Magia de la Risa y el Juego ” es el resultado de un esfuerzo extraordinario, dicen sus organizadores, donde los lazos culturales latinoamericanos se afianzan una vez más y plantean su mirada al futuro. “ Todo es lenguaje ” dice Octavio Paz, “así la disposición de los edificios y sus proporciones obedecen a una cierta intención. No carecen de sentido – más bien puede decirse lo contrario – el impulso vertical del gótico, el equilibrio tenso del templo griego, la redondez de la etapa budista o la vegetación erótica que cubre los muros de los santuarios de Orissa. Todo es lenguaje” afirma el escritor mexicano. “Por otra parte, la piedra de la estatua, el rojo del cuadro, la palabra del poema, no son pura y simplemente piedra, color, palabra: encarnan algo que los trasciende y traspasa. Sin perder sus valores primarios, su peso original son también como puentes que nos llevan a otra orilla, puertas que se abren a otro mundo de significados indecibles por el mero lenguaje.,.” “ La poesía convierte la piedra, el color, la palabra y el sonido en imágenes. Y esta segunda nota, el ser imágenes, y el extraño poder que tienen para suscitar en el oyente o en el espectador constelaciones de imágenes, vuelve poemas todas las obras de arte”. Para el curador invitado de la exhibición “La magia de la risa y el juego” : “ lo más transcendente para una muestra que está encarada desde el punto de vista del arte prehispánico, es la presencia en Buenos Aires de una cabeza colosal de la cultura olmeca y, más allá de ser un objeto arqueológico en sí mismo, tiene un valor estético muy importante. Estas piezas monumentales son únicas; es como encontrarse con La Gioconda” afirma en una entrevista el Dr. José Pérez Gollán. En la misma entrevista realizada por jóvenes estudiantes en la Fundación Proa, Gollán dice: “ En términos arqueológicos, olmeca es el período Preclásico y en términos cronológicos quiere decir que vamos a ver en esta muestra piezas del 1200 a.C. proveniente de lo que se conoce en arqueología como Mesoamérica: que es la parte central de México, parte del sur, la península de Yucatán y parte de Centroamérica, en donde hubo una serie de interacciones con personalidad propia y que se desarrolló hasta la llegada de los españoles en el siglo XVII. Estas culturas comparten por ejemplo, formas de economía, una escritura, un calendario, un panteón de dioses y comparten, por supuesto, una visión de la vida, con estas diferencias regionales. No es lo mismo la zona del Golfo de Veracruz, de donde vienen estas cabezas colosales y las caritas sonrientes, que la región del centro, que es la más conocida porque su última civilización, fue la zona Azteca. Tampoco es igual Oaxaca que tiene otra historia pero comparte estos rasgos mesoamericanos, o la zona Maya que también es distinta aunque comparte este tipo de cultura indígena y que se remonta por lo menos al 1500 a.C. como inicio de la civilización. El poblamiento de la Mesoamérica es mucho más antiguo (hay fechas del 20.000 a.C.)...”
Además de estar abierta al público en general se desarrollará un intenso programa educativo ligado a las escuelas primarias y secundarias. También se preparó un importante catálogo con las oportunas presentaciones de los curadores y una gran calidad fotográfica de las piezas exhibidas – se anticipa – para brindar al público la posibilidad de acercarse a uno de los tesoros más importantes de la cultura del continente americano. Nos parece oportuno, dicen los organizadores, citar la frase del Director del Museo Etnográfico “Juan B. Ambrosetti” perteneciente a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Dr. José Antonio Pérez Gollán: “ Expuesta en la Sala de un edificio construido a fines de siglo XIX, que fue refaccionado para servir como centro de arte, la cabeza olmeca cobra sentido dentro de las categorías del arte moderno” y se anuncia como un antecedente de otras obras contemporáneas.
La exhibición ha sido declarada de “Interés Cultural” por la Secretaría de Cultura de la Nación”, cuenta con el auspicio de la Embajada de México, de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y de la Cámara Argentino Mexicana. También cuenta con el apoyo de Tenaris y Organización Techint, Telmex, Techtel y CTI.
Fundación Proa presenta por primera vez en Latinoamérica un conjunto de piezas arqueológicas mexicanas pertenecientes al período que abarca desde el 1200 a.C. hasta el 900 d.C.
El panorama está sintetizado en una rica selección de cerámicas 50 piezas, de los pueblos que habitaron el actual estado de Veracruz- Mexico, desde las caritas sonrientes hasta las esculturas de animales con ruedas y juguetes, donde el tema de la risa y la muerte unen este largo tiempo histórico.
La pieza más antigua es la Cabeza Colosal de la Cultura Olmeca hecha en piedra , de 4 toneladas que mide 1.65 m. de alto y que nunca ha salido del territorio mexicano.
Conjuntamente con el Museo de Antropología de Xalapa, se ha organizado esta exhibición bajo la curaduría del Director del Museo Dr. Rubén Morante López y como curador invitado por la Argentina el Dr.José Antonio Pérez Gollán, Director del Museo Etnográfico de Buenos Aires.
Declarada de Interes Cultural por la Secretaria de Cultura de la Nación y auspiciada por la Embajada de México, la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y la Cámara Argentino Mexicana.
Por primera vez en Latinoamérica la prestigiosa Institución del arte y la cultura presenta un conjunto de piezas arqueológicas mexicanas pertenecientes al período que abarca desde el 1200 a.C. hasta el 900 d.C.
El panorama está sintetizado en una rica selección de cerámicas donde el tema de la risa y la muerte unen este largo tiempo histórico.
La pieza más antigua es la Cabeza Colosal de la Cultura Olmeca Numero 9 hecha en piedra, que es la única de las Cabezas Colosales que en su expresión esboza una singular sonrisa.
La presentación de esta Cabeza constituye un hecho histórico en la historia de nuestro país porque nunca ha salido del territorio mexicano esta pieza.
Conjuntamente con el Museo de Antropología de Xalapa, se ha organizado esta exhibición bajo la curaduría del Director del Museo Dr. Rubén Morante López y como curador invitado por la Argentina el Dr.José Antonio Pérez Gollán, Director del Museo Etnográfico de Buenos Aires.
La exhibición desarrollará un intenso programa educativo, ligado a las escuelas primarias y secundarias. Además presenta un importante catálogo con las oportunas presentaciones de los curadores y una calidad fotográfica de las piezas exhibidas brindan al público la posibilidad de acercarse a uno de los tesoros más importantes de la cultura de nuestro continente.
La Secretaria de Cultura de la Nación ha declarado a esta exhibición de "Interés Cultural". También cuenta con el auspicio de la Embajada de México, de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires y a la Cámara Argentino Mexicana
Esta muestra trae a la Argentina una de las diecisiete cabezas colosales de la cultura olmeca hasta el momento halladas junto a una serie de cerámicas modeladas conocidas con el nombre de los "sonrientes", todas pertenecientes a la región de Veracruz con una cierta continuidad cronológica.
Las cabezas olmecas, impactantes monumentos de piedra de la cultura madre de mesoamérica, fueron tallados con herramientas de piedra y madera puesto que en ese entonces no se conocían los metales. Estas representan a sus jefes o señores con atributos de poder legitimando el linaje de los gobernantes. En este caso estas obras, que desde nuestra concepción las pensamos como arte, tenían una funcionalidad política muy importante que es ajena a nuestro concepto de obra de arte como sucede con las producciones de muchas culturas no occidentales donde lo estético se encuentra intrincado con lo político, social y religioso.
Si bien el trabajo de las comisuras de estos grandes monumentos puede citarse como un antecedente realizado en ese mismo Veracruz, surge tiempo más tarde, toda una serie de representaciones conocidas como los sonrientes que muestran una gran diversidad de tocados, adornos, mutilaciones dentarias o deformación craneana que parecen individualizarlas donde algunos ven una continuidad. Los estudiosos afirman que estas cerámicas son representaciones divinas relacionadas con la vida cotidiana, varias se las ha encontrado gateando, por ejemplo, pero lo cierto es que hay que tener cuidado con las generalizaciones respecto a su risa ya que su consideración va variando con el tiempo. En síntesis, esta es una oportunidad para conocer una de las producciones más interesantes de mesoamérica y observar, a través de las variaciones craneanas y decorativas, parte del pasado americano.
Es una carita al lado de la otra, todas que te miran y te sonríen desde el enigma o el sueño. Son entierros milenarios con la delicadeza de una joya en los rasgos diminutos, en el pliegue epicántico que sugiere orígenes exóticos y hasta la improbable existencia de un pensamiento en el corazón de la cerámica. Y una gran sonrisa de toneladas de basalto, encasquetada y gigantesca: la gran cabeza olmeca. Es la exposición La magia de la risa y el juego en el arte prehispánico de Veracruz, México, que se exhibe hasta el 20 de junio en la Fundación Proa, en la Boca.
Los olmecas, cuyos orígenes llegan a los tres mil años antes de Cristo, fueron anteriores a los mexicas de Tenochtitlán y fueron una de las primeras culturas potentes y elaboradas de Mesoamérica. Hay dieciocho cabezas olmecas de distinto tamaño, que van de las veinte a las cincuenta toneladas de roca basáltica. Una de ellas, la última que se encontró (1982), es la que se exhibe en la Boca junto a la colección de figuras sonrientes de cerámica.
La cuestión es que los refinados ceramistas de El Zapotal se convirtieron en un verdadero intríngulis para los antropólogos del siglo XXI, descolocados por tanta sonrisa antiquísima. Las figuritas se matan de la risa y los antropólogos se rompen la cabeza tratando de averiguar por qué. Es evidente que los olmecas de El Zapotal decidieron conspirar contra sus descubridores del futuro, porque en casi ninguna otra región de la antigüedad, cualquiera sea el continente, los artistas hicieron sonreír a sus creaciones. Casi todas han pasado a la posteridad dormilonas o solemnes. Y acá hay sonrisas para todos los gustos. Está el personaje burlón, el de la sonrisa pícara, el del gesto sobrador, la mujer divertida y juguetona, el gordo satisfecho con hoyuelos en las mejillas y el maléfico de sonrisa ratonesca. No es la sonrisa de sello multiplicable del smile de Internet, sino el lenguaje complejo de la sonrisa llena de sugerencias y de intenciones, de complicidad o astucia de plenitud y felicidad. Las estatuillas tienen personalidad y un extraño soplo de vida.
Los antropólogos sospechan que para los olmecas la sonrisa tenía un significado distinto al que le endilgan los tiempos modernos. Es otra clase de sonrisa: un contenido que se desvió cuando ellos desaparecieron en los pantanos y las selvas de Veracruz y se llevaron el sentido. ¿De qué se ríen los olmecas? Nadie puede responder a esa pregunta.
La cabezota es un caso aparte: durmió cientos de años enterrada en los pantanos empetrolados de San Lorenzo Tenochtitlán, y en 1982 un campesino desprevenido tropezó con la parte superior de su cráneo colosal de roca basáltica. Ya habían desenterrado diecisiete cabezotas en la misma zona de los chistosos olmecas. Este último es un cabezón sonriente, igual que sus hermanitas pequeñas. Pero el cabezón apenas estira las comisuras de su boca, condescendiente y hasta poderoso desde su mole de piedra.
Las cabezotas también son un misterio. Nadie entiende la razón de su tamaño, su significado ni sus aditamentos. Los amantes de los ovnis dicen que tiene un casco de astronauta. Los esotéricos que estudian una Atlántida brumosa e imposible hablan de sus rasgos negroides –nariz chata, ojos redondos y labios gruesos– y atribuyen el tamaño a una raza de gigantes negros que fueron los enemigos de los presuntos habitantes del continente hundido.
Los antropólogos, a su vez, discuten si se trata de reyes o de jugadores de pelota, algo así como Maradonas olmecas homenajeados por los hinchas de la tribu. Los dieciocho colosos tienen un casco con orejeras, posiblemente un atributo del poder y la aristocracia o un accesorio de protección para el juego de pelota, que constituía al mismo tiempo entretenimiento y ritual religioso en el que muchas veces los perdedores eran sacrificados a los dioses, algo parecido a lo que sucede en la actualidad. No todos los grandotes sonríen. El que se exhibe en la Fundación Proa sí. Es un tipo amable, aunque estático e impertérrito. Todos sus secretos están guardados a cal y canto, a piedra y tiempo, y su sonrisa es la llave.
Octavio Paz escribió sobre las cabecitas y su risa. “¿La risa humana es una caída, tenemos los hombres un agujero en el alma?”, dice. “Me callo, avergonzado. Después me río de mí mismo. Otra vez el sonido grotesco y convulsivo. La risa de la cabecita es distinta. El sol lo sabe y calla. Está en el secreto y no lo dice. O lo dice con palabras que no entiendo. He olvidado, si alguna vez lo supe, el lenguaje del sol”.
El poeta explica la risa mejor que el antropólogo. El pensamiento científico sólo la puede describir. El poeta no piensa en esos términos: ve la figurita que sonríe, ve la lengua que se asoma entre los labios y se contagia de la risa, y en ese momento la risa del poeta da vida a la carita que lo hizo reír. Quizás fueron hechas para eso, para hacer reír a los poetas, que no todos escriben: hay muchos que andan por ahí sin saber que lo son y solamente podrán descubrirlo cuando se rían delante de las caritas. Aunque no sepan el lenguaje del sol, es probable que lo hayan entendido sin darse cuenta.
De qué o por qué se ríe la cabecita?", se pregunta el escritor mexicano Octavio Paz; y ésa es la misma pregunta que se hace quien ingresa a la Fundación Proa. Allí se presenta, desde el sábado pasado, una exhibición de piezas arqueológicas provenientes de México, reunidas bajo dos grandes temas: la risa y el juego. Con una antigüedad que va desde los 1200 años AC hasta 600 DC, las piezas, provenientes de la zona del golfo de Veracruz, son presentadas por primera vez en Sudamérica.
En el luminoso espacio de la fundación, las piezas relacionadas con la risa se presentan en distintos tipos de rostro. Una monumental cabeza olmeca de 4 toneladas recibe al público en la sala principal, mientras que decenas de pequeñas cabecitas de cerámica se esparcen por los espacios restantes. La cabeza olmeca, denominada "Cabeza colosal olmeca número 9", es una de las 18 cabezas colosales que se han encontrado en México hasta la actualidad, y tiene una particularidad importante: es la única que sonríe. Hallada en 1982 casualmente por un campesino, estaba enterrada igual que las otras. Estas tallas monumentales en piedra basáltica fueron realizadas con herramientas de piedra y madera. La cabeza colosal número 9 es una pieza fundamental del arte mesoamericano: se supone que es la primera representación plástica de la risa en Centroamérica. Pasaron varios siglos hasta una nueva aparición del tema en la región: hasta el surgimiento de las "caritas sonrientes". Estas figuras (que conforman la mayor parte de la exhibición de Proa) se realizaron de manera masiva en cerámica, en la misma región que las cabezas olmecas, aunque durante un período distinto. Cada una de las cabecitas presenta cánones de belleza muy diferentes a los actuales. Por ejemplo, el cráneo deformado, o los dientes mutilados. Pero, además, la mayoría de estas "figuritas sonrientes" fueron encontradas en tumbas. La pregunta es: ¿cómo puede ser que algo relacionado con la muerte también esté relacionado con la risa? Acaso porque la risa, como se menciona en el catálogo, a pesar de ser común a todos los hombres, cambia su significado de acuerdo al lugar y a la época donde se produce.
Junto a las cabecitas se presentan también algunos antiguos juguetes de cerámica: con ellos, el tema del juego pasa a primer plano. Pero estos juguetes, al igual que muchas de las figuritas sonrientes, también se encontraron dentro de tumbas, acompañando a los muertos. Como si los juguetes fueran a acompañar a los difuntos al más allá, y como si éste fuera un lugar lleno de juegos y risas.
El curador de la exhibición, Rubén Morante López (director del Museo Antropológico de Xalapa, México, de donde provienen las piezas expuestas), menciona que la risa se relaciona con el inframundo americano existente antes de la llegada de los españoles, y que este inframundo no tenía nada que ver con el cristiano. Nuevamente Octavio Paz con su libro "Magia de la risa" (del que se extrajo el nombre de la exhibición) ayuda a pensar en estas enigmáticas piezas, y en el misterio de la risa, el juego y la muerte. Dice Paz: "Lo que distingue a los dioses de los hombres es que ellos juegan y nosotros trabajamos. El mundo es el juego cruel de los dioses y nosotros somos sus juguetes". El juego de los dioses, su magia, nuestras risas: todo es conmovedoramente palpable por estos días, en la Fundación Proa.
Por primera vez en Latinoamérica se presentará una Cabeza Colosal Olmeca en la muestra La magia de la risa y del juego. Arte prehispánico mexicano, que estará abierta desde el primero de abril en la Fundación Proa. Será exhibida junto a un conjunto de piezas, que documentan escenas de alegría en figurillas sonrientes, juegos en columpios, silbatos y animalitos con ruedas. Todo el material expuesto, que se podrá apreciar junto a una amplia sala de documentación visual que abarca la producción de artesanos desde el 1200 a.C. hasta el 600 d.C., pertenece al Museo Arqueológico de Xalapa, México. La expo, que se podrá ver hasta mediados de junio, será acompañada por un programa educativo de visitas guiadas para colegios y estudiantes terciarios. Fundación Proa queda en La Boca, Avenida Pedro de Mendoza 1929, Capital Federal. www.proa.org
En la sede de la Fundación PROA, en la Boca, hay algo fascinante que ver. Una hierática cabeza monumental de basalto, que sonríe a pesar de sus más de tres mil años, y una nutrida, bien seleccionada serie de pequeñas cabecitas sonrientes, refinadas y misteriosas, hechas de barro hueco, cuya antigüedad se sitúa entre los mil y los mil quinientos años. La disparidad cronológica, de dimensiones y materiales, se compensa por la unidad de la procedencia -el Estado mexicano de Veracruz- y por el enigma de las sonrisas que no parecen haberse apagado en los dos mil años que median entre una y otra producción. Cuando los españoles llegaron a América, lo del Nuevo Mundo para ellos fue mucho más que una metáfora.
Lejos de los controles de una sociedad represiva como la española postmedieval, con el rey tan lejano y la iglesia reducida a un puñado de frailes que dependían enteramente de ellos, los conquistadores y adelantados se encontraban en un vacío de autoridad que los llevó a cometer mil barbaridades. Pero ese vacío era al mismo tiempo un ámbito de libertad oportuno para la experiencia inesperada que les tocaba. Tras las arideces castellanas, la exuberancia de las Antillas era sobrecogedora, la ferocidad de los caribes y la paradisíaca mansedumbre de los taínos, motivo de profundo asombro. Pero cuando Cortés quemó las naves y pisó tierra firme en el lugar que llamaría Villa Rica de la Vera Cruz, es como si la novedad de las Indias hubiera dado otra vuelta de tuerca.
Las culturas urbanas que hallaron en la medida que avanzaban, crueles, juguetonas y refinadas, exóticamente coloridas y de códigos herméticos, fascinaron y horrorizaron al mismo tiempo el rústico entender de los castellanos con rígidas corazas. Hernán Cortés, que no era tan bruto ni tan insensible como lo pintan, da cuenta de todo ello en sus «Cartas de Relación».
Según los historiadores, las culturas mesoamericanas, en el momento de la llegada de los españoles, ya se encontraban en decadencia. Y de hecho no supieron oponer ninguna resistencia efectiva a la decidida impetuosidad de un puñado de barbudos a caballo. Simplemente colapsaron, se retiraron, se subterranizaron, se volvieron invisibles. Su magnífica orfebrería fue a parar a los bolsillos de capitanes y soldados rasos, pero sobre todo se despachó en lingotes a España para cubrir los seculares déficits de la Corona. Sus ciudades fueron arrasadas y encima se construyeron nuevas villas, como las de la meseta castellana, y sobre sus templos se erigieron catedrales e iglesias cristianas. Sólo sus monumentales pirámides se salvaron, porque no había como hacerlas desaparecer. Sus códigos escriturarios, sus ropas ceremoniales, sus estatuas sagradas fueron víctimas de la ignorancia de la soldatesca y del celo de los extirpadores de idolatrías.
Algo (¿mucho o poco?) pudo esconderse bajo la tierra, en cuevas y lugares secretos, algo se lo fue tragando la selva tropical antes de que llegaran los frailes, lo más se salvó en los corazones de los vencidos. La cultura mesoamericana sobrevivió, subterránea, secreta y subversiva dentro de la cultura hispanocatólica de la Nueva España y del México oficial. El culto a la Virgen de Guadalupe, la resistencia chiapaneca, y los tacos enchilados que ahora invaden agresivamente los antiguos territorios exclusivos del cheeseburger, son testimonios de ello en órdenes muy diferentes.
Con la independencia y la creación del estado mexicano comienza un largo proceso de revaluación del pasado indígena. Ninguna república sucesora del imperio español se identifica con tanto orgullo, en el plano simbólico por lo menos, con su pasado indígena. Desde que en el siglo XIX se hicieron las primeras excavaciones y se fue descubriendo un riquísimo e impensado patrimonio histórico, en México la arqueología se convirtió en deber patrio. Coincidiendo este auge con la Revolución Mexicana, las corrientes artísticas de vanguardia se plegaron y lograron crear, a partir de la confrontación con el arte precolombino, el movimiento artístico de vanguardia más original de la América hispana, el muralismo mexicano.
Los olmecas parecen haber salido de la nada. Aparecen en la zona del Golfo de México durante el segundo milenio antes de nuestra era y desaparecen durante el primer milenio sin que tengamos idea porqué. Lo que nos dejó su cultura neolítica, que no conocía aun los metales, son meros testimonios de piedra, traída misteriosamente de más de cien kilómetros tierra adentro y trabajada con cinceles de madera, piedras más duras y abrasivos de cenizas volcánicas. Pero los olmecas supieron hablar por la piedra a través de los milenios.
A ninguna expresión artística le cabe con tanta justicia la frase de Octavio Paz, quien dice, hablando del arte precolombino en general, que son «las únicas creaciones originales de América, porque nacieron de ellas mismas». Y Rubén Morante López, director del Museo de Antropología de Xalapa y uno de los curadores de la muestra, habla de la perfección estética de sus obras que «alcanzan su plenitud mediante una evolución impulsada solamente por una fuerza espiritual interna, sin recibir influencias de otros pueblos».
A través de la piedra que llegó hasta nuestros días sabemos que se trataba de una cultura altamente estamentada en lo social y organizada en ciudades-estado guerreras que se relacionaban y se combatían entre ellas. A través de la piedra sabemos de su extraño juego ritual de la pelota, en el cual el vencedor se merecía la muerte como máximo galardón. No es casual que la glorificación de la muerte, el trato familiar con la muerte y los muertos, siga siendo uno de los rasgos más llamativos y profundos de la cultura mexicana actual, como lo atestiguan los festejos del Día de los Muertos, las Catrinas y tantos textos de corridos populares. Las altamente individualizadas cabezas colosales, -¿reyes o jugadores de pelota con sus yelmos protectores? - de las cuales ahora podemos admirar una en La Boca, fueron cuidadosamente enterradas, quién sabe por quién, como si se tratara de semillas que algún día volverían a germinar. Desaparecieron los olmecas, pero no su impulso cultural. Sus culturas sucesoras parecen haber emprendido un camino de progresivo refinamiento que llega a su apogeo durante la segunda mitad del primer milenio de nuestra era, durante la edad más obscura de la historia europea.
Parece que en esas culturas lo lúdico y lo apolíneo jugaron un papel cada vez más importante. Parecen haber sido economías de abundancia en las cuales la guerra y la tecnología pasan a un segundo lugar ante el refinamiento. Un testimonio sorprendente de esto son los juguetes de cerámica, perritos por ejemplo que sonríen sobre rueditas, mientras la rueda como recurso tecnológico parece haber sido desconocida. No es que desaparezcan las obras talladas en piedra, pero el soporte mucho más dúctil de la cerámica es el que prevalece.
Las caritas sonrientes en sus infinitas expresiones, aquellas que motivan uno de los ensayos más inspirados del poeta Octavio Paz, son los alegatos más elocuentes de hombres y mujeres de los que sabemos casi nada, pero de los que nos cabe la sospecha de que conocieron la alegría y la felicidad. Pero su sonrisa también está relacionada con la muerte, ya que, por lo que se sabe, se utilizaban para acompañar a los muertos durante su eterno viaje al inframundo prehispánico, que nada tiene que ver ni con el infierno ni con el cielo cristiano. Octavio Paz dice que para sonreír, como las figuritas sonrientes, «hay que estar absolutamente vivo o totalmente muerto», cosa que para la cultura en cuestión puede haber sido categóricamente lo mismo.
La Fundación Proa trae a Buenos Aires la colección más importante de obras arqueológicas prehispánicas, producidas por los pueblos que habitaron el actual estado mexicano de Veracruz. Esta colección pertenece al Museo de Antropología de Xalapa (México), institución que custodia cerca de 30 siglos de arte e historia. Imperdible.
LA MAGIA DE LA RISA Y EL JUEGO
En el Arte prehispánico de Veracruz, México
Esta exhibición única presenta por primera vez en sudamérica una de las 10 cabezas colosales que hasta la fecha se han encontrado en San Lorenzo Tenochtitlan, además de magníficas máscaras en piedra semipreciosa y de monumentales tronos de basalto. Asimismo se presentan magníficas piezas de las culturas del Centro de Veracruz entre las que destacan las alegres caritas sonrientes.
Tiene más de tres mil años y pesa más de cuatro toneladas. Es, junto a los murales de Diego Rivera y la pintura de Frida Kahlo, uno de los iconos más populares del arte mexicano, y desde el sábado se puede ver en una de las zonas turísticas más típicas de Buenos Aires.
Se trata de la Cabeza Colosal, tallada en piedra volcánica durante la cultura olmeca, que será expuesta en la Fundación Proa, un espacio cultural ubicado en el corazón del tradicional barrio de La Boca.
Por primera vez fuera del territorio mexicano, la imponente pieza, conocida como la Cabeza Colosal Número 9, forma parte del célebre grupo de 17, propiedad del museo de Antropología de Xalapa.
“Nunca había llegado a Buenos Aires una cabeza olmeca y ésta, más allá de ser un objeto arqueológico en sí mismo, tiene un valor estético muy importante”, aseguró Antonio Pérez Gollán, el curador de la muestra en la inauguración.
La número nueve es la única de las Cabezas Colosales que esboza una singular sonrisa. Fue hallada en 1982 de manera casual por un campesino cerca de San Lorenzo, en el estado de Veracruz.
Un millar de personas se reunieron en la apertura de la muestra, que reunió a amantes del arte, estudiantes de historia y antropología, y a turistas desprevenidos que se topaban con esta rareza.
“Llegué a La Boca esperando encontrar un poco de historia argentina y mucho tango, pero no me imaginaba que iba a ver este fascinante tesoro arqueológico mexicano”, aseguró en un incipiente español Karim Lomis, una estudiante estadounidense, mientras recorría la muestra.
La magia de la risa y el juego , la exhibición de la que forma parte la cabeza olmeca, reúne un conjunto de piezas arqueológicas mexicanas pertenecientes al período que abarca desde el año 1200 A.C. hasta 900 D.C.
Además de la cabeza, la muestra comprende una colección de cerámicas y esculturas prehispánicas de exquisita factura (todas ellas relacionadas con el tema de la risa y la muerte), y puede ser visitada pagando una entrada de apenas tres pesos (cerca de un dólar).
“Lo que más me impacta es la calidad artística y la singularidad que tienen todas las piezas”, dijo Gustavo Correas un estudiante de historia que no dejó de tomar notas durante el video explicativo que se proyectó en la sala de audiovisuales.
Los olmecas formaron una de las mayores civilizaciones prehispánicas, capaces de recoger y sintetizar las pautas culturales que por siglos se habían desarrollado en el México anterior a la conquista española.
La exposición permanecerá abierta al público hasta el 20 de junio.
La magia de la risa y el juego en el arte prehispánico de Veracruz, México. Arqueología mexicana, 1200 a.C. - 600 d.C." ofrece una visión poética de una fascinante realidad arqueológica. Incluye la extraordinaria presentación de una colosal cabeza olmeca y alrededor de 50 piezas arqueológicas prehispánicas de los pueblos que habitaron el actual estado de Veracruz, México. El nombre de la exposición, "La magia de la risa y el juego…", está tomado de Magia de la risa (1962), un volumen con la colaboración de Octavio Paz.
Proa presenta por primera vez en Latinoamérica una de las 10 colosales cabezas olmecas encontradas en San Lorenzo Tenochtitlán, perteneciente al Museo de Antropología de Xalapa (Universidad Veracruzana), que custodia cerca de 30 siglos de arte e historia. La cabeza olmeca Nº 9 que se ofrece al público en Buenos Aires -que pesa 4 toneladas, mide 1.65 metros de alto y está hecha de basalto- es un impresionante personaje sonriente con las mejillas marcadas y surcos profundos a los lados de la nariz y la boca.
Con la curaduría de Rubén B. Morante López, asimismo, se presentan piezas procedentes de tres áreas de Veracruz denominadas huasteca, totonaca y olmeca, localizadas de norte a sur. En Proa se exhiben las llamadas "caritas sonrientes" o "figuras sonrientes" junto a otros objetos y figuras de cerámica y piedra que aluden al juego, la risa, la muerte, a la deformación, a la relación entre hombres y dioses.
Además de su monumentalidad, la importancia de la notable cabeza colosal radica en su profunda originalidad y en su procedencia: la misteriosa civilización olmeca, la más antigua de Mesoamérica y "cultura madre" de las otras mencionadas. Los olmecas fueron el primero y el más grande de los pueblos de México, que se asentaron en la región del sureste del estado de Veracruz y noroeste de Tabasco. Aún cuando no se encontraron vestigios de su escritura y tampoco se conoce el lenguaje con el que se comunicaban, los olmecas hicieron hablar a la piedra.
Por su parte, el reconocido Dr. José Antonio Pérez Gollán, director del Museo Etnográfico "Juan B. Ambrosetti", perteneciente a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, fue invitado a presentar para el público local un documentado recorrido didáctico por la Arqueología mexicana, en las salas del piso superior de Fundación Proa. "Expuesta en la sala de un edificio construido a fines de siglo XIX, que fue refaccionado para servir como centro de arte, la cabeza olmeca cobra sentido dentro de las categorías del arte moderno" -acierta Pérez Gollán en su texto del catálogo- y se anuncia como un antecedente de otras obras contemporáneas.
Encarada desde el punto de vista artístico antes que histórico, esta exhibición invita al espectador a sumergirse en el misterio que pervive en estas piezas, de indudable valor arqueológico y estético, y también a conferirles una mirada propia, puesto que es el ojo del que mira el que habrá de asignarle su significado ulterior. ¡Imperdible!.