El color de un jardín. Herbario tintóreo
Las primeras jornadas que Lucila Gradín pasó en el Taller experimental de artistas, las dedicó a realizar el relevamiento de todas las plantas que crecían en el jardín de PROA21. Sin contar los yuyales, el resultado dio alrededor de 17 especímenes cuyo muestrario enumerado de tallos con hojas resecas se encuentra ahora pegado con cinta sobre la pared. Planta del paraíso, Eucalipto, Salvia, Cedrón del monte, Huevito de gallo, la flor Mariposa... Este pequeño muestrario condensado configura la cartografía vegetal que sentará las bases de las exploraciones que vendrán.
Hecho el inventario fotosintético, Gradín procedió a constatar cuáles de ellas tenían propiedades tintóreas. Cada planta tiene una metodología particular para extraer su tintura; con algunas hay que utilizar la corteza, con otras la hoja, con tras la raíz. Algunas tienen que estar secas, otras frescas. El proceso en sí es el mismo para todas. Primero hay que machacar la parte elegida, macerarla, hervirla ¡y voilá! Se compone así la paleta de colores del jardín de PROA21 en su temporada otoño-invierno.
Una vez obtenidas las tinturas, la primera superficie que tiñó fue la mismísima pared del taller. La blancura impoluta que caracteriza los espacios de arte contemporáneo se profanó con el verde que Gradín extrajo de la Planta del Paraíso. Quedó congelado la caída del peso del pigmento vegetal, estrías de color condensado que recuerdan la maleza de una selva tropical y compone una escenografía donde las obras puedan desenvolverse con más naturalidad.
Luego del muro, retazos de fieltro y papeles secantes de textura gruesa recibieron los pigmentos. Cada una de las superficies reciben y absorben el pigmento de distinta manera. Mientras que el fieltro se embebe y fija, el papel se deja trepar sin obstáculos y la tintura avanza rauda por el celuloide, dejando las huellas de su paso como las olas del mar sobre la arena de la orilla. Ningún pincel toca los papeles, sino que se sumergen en uno de sus extremos y la tintura sola sabe hasta dónde escalar para componer sus paisajes azarosos.
Work Tape
¿Cuándo algo se transforma en obra? se pregunta Elena Dahn retomando a Bruce Nauman. No es una ciencia exacta, y muchas veces la obra es lo que sucede en el entretanto, antes de ese punto arbitrariamente elegido como final. El proyecto que desarrolla en PROA21 surge precisamente de esta inquietud, de la necesidad de hacer un registro audiovisual del proceso en toda su extensión. Lo que le interesaba en esta oportunidad, era proveerse ella misma de las herramientas de filmación para registrar todos los detalles de la transformación, salvando la distancia entre el tiempo del hacer y su cristalización. Independizarse del registro profesional que demanda una obra acabada y permitirse el registro lúdico que constituya un archivo propio a disposición.
El taller de Dahn en PROA21 es el más alejado de la entrada. Una guarida o cueva que tiene negado tanto el río como el jardín. Difícil no hacer asociaciones uterinas con este ambiente resguardado del frío, más aún con la superficie de látex que recubre la pared del fondo como una epidermis artificial. Muchas obras de la artista tienen el mismo punto de partida; un rectángulo o cuadrado, una forma geométrica bidimensional que a lo largo del tiempo deviene orgánica y volumétrica, avanzando sobre el espacio y perdiendo la forma original.
La membrana se construyó por capas, entre doce y veinte fueron las necesarias para componer este cuero plástico ampollado por el aire que Elena inyecta en los agujeros. Los mismos funcionan como puntos de intercambio con el exterior y también permiten la intromisión al interior. Por estos pequeños portales Elena introduce partes de su cuerpo, explorando los movimientos, esfuerzos y resistencias que se imponen uno a otro. Es la zona de fronteras, de tráfico e intercambio que la artista señala como la relación “yo-mundo''.