La Arquitectura Italiana en la Argentina S. XVIII - XIX
por Arq. Gustavo A. Brandariz

¿Cual fue el aporte italiano a la arquitectura Argentina? con los italianos y con el arte y la técnica arquitéctonica italiana, la arquitectura argentina adquiere un refinamiento y una perfección nuevas, como si la formula de Leonardo el "obstinado rigor", fuera la ciencia secreta de cada arquitecto, de cada constructor, de cada albañil.
"¿Italia?: Es un país joven, ¡más reciente que la Argentina!". Con estas palabras, no exentas de fina ironía, empezaba una de sus conferencias en Buenos Aires uno de los mayores expertos italianos en preservación de arquitectura monumental. En realidad, el propósito de su afirmación era el de sorprender a quienes lo escuchaban, para cuestionar unos conceptos muy difusos y excesivamente esquemáticos acerca de la italianidad. Obviamente, la idea de imaginar a Italia sólo a partir de la Unificación, parecía abusiva: de ese modo quedaban afuera el Arco de Cagnola, el Teatro Alla Scala, las ondulaciones místicas de Borromini, las fastuosidades de Bernini, las sutilezas de Palladio, los Duomos etéreos de Miguel Angel y de Brunelleschi, el gótico de Milán y el románico de Pisa, San Vitale y Santa Costanza, y, por supuesto, el Panteón y el Coliseo. Pero ¿a qué deberíamos entonces, llamar "arquitectura italiana?". ¿Cuáles son sus contornos y sus señas? Hablar de "arquitectura italiana", como de "arquitectura argentina" es incurrir en una generalización, y, por consecuencia, una simplificación. Y sin embargo, hay algo indubitablemente muy "italiano" en buena parte de la arquitectura y de los paisajes urbanos que se construyeron en la Argentina durante períodos muy importantes de su historia.

ANTES DE 1810
Germán Arciniegas ha escrito largamente acerca de la "Europa Precolombina" (1), haciendo un juego de palabras muy intencionado. Europa y el mundo cambiaron mucho con la aparición en escena de América, el continente descubierto por el navegante genovés. Pero la idea de América, no es tanto un hallazgo colombino como una invención de Vespucci, una creación intelectual típica del Quattrocento florentino. América nació como un ensueño imbuido de italianidad. Al menos esa fue la América que descubrieron muchos europeos cuando se enteraron de la aparición del Mundus Novus.
La conquista de América, en cambio, fue otra cosa: el siglo de Hernán Cortés y de Pizarro ya no era el de Brunelleschi y de Lorenzo el Magnífico, sino el que seguía a Maquiavelo. Al sueño florentino siguió la realidad dura de la ocupación territorial, pero también, la fundación de ciudades y la construcción de edificios, modestos al principio, pretenciosos después. En la Argentina, en donde nada podía compararse con el Templo del Sol o el Cuadrilátero "de las Monjas", la arquitectura de los conquistadores fue, hasta la llegada de los Jesuitas, casi tan pobre como la indígena. Entonces, sí: en sus cuarenta pueblos de las Misiones Guaraníticas, los Jesuitas elevaron templos grandiosos, sumando a la delicadeza de los artífices neolíticos, la cultura de los maestros europeos. Entonces, si: arquitectos italianos, jesuitas por devoción y artistas por vocación, como Brassanelli, erigieron templos de dimensiones inesperadas y principios profundamente barrocos.
Brassanelli era jesuita e italiano como Prímoli y trabajó como él en las Misiones. Pero Prímoli también trabajó en Buenos Aires, como Andrea Bianchi, con quien vino en 1716. Pero Bianchi había nacido en el Cantón Ticino (2). De todos modos, la italianidad de Bianchi es muy profunda: formado en Roma, entre los discípulos de los discípulos de Bernini, admirador de Borromini, fue el más grande arquitecto que trabajó en la Argentina antes de 1810, y el más italiano. El pórtico de la Catedral de Córdoba, el Cabildo de Buenos Aires, la Iglesia del Pilar y la de San Telmo, son buenos testimonios del arte del maestro romano - ticinés.

DESPUES DE 1810
Si Bianchi, suizo, era artista de ideas italianas, Carlo Zucchi, italiano, fue artista de ideas francesas (3). Zucchi, revolucionario en Italia, formado en París, llegó cargado de ilusiones al Buenos Aires del tiempo de Rivadavia. Hubiera sido el gran arquitecto neoclásico de la Argentina si el país no hubiera sufrido sus catástrofes políticas. Caído Rivadavia, Zucchi fue también cayendo lentamente en una espiral de desdichas y olvido, sólo acabadas siglo y medio después, al descubrirse su archivo en un repositorio de su Italia natal.
La Argentina "bárbara" que apostrofaba Sarmiento, empezó a "civilizarse" después de 1852, cuando en la batalla de Caseros, Urquiza derrotó a Rosas, inició el proceso que llevó a la libérrima Constitución de 1853 y abrió las puertas al comercio internacional, a la cultura universal y a la inmigración. O quizás empezó antes, cuando el propio Urquiza, todavía Gobernador de Entre Ríos, abrió su Provincia a las nuevas ideas: las de los miembros de la "Joven Argentina", reflejo mazziniano en el Plata de la "Joven Italia". Entonces algunos de los garibaldinos exiliados en la Banda Oriental, pasaron a Entre Ríos. Entonces el garibaldino Fossati se convirtió en el arquitecto de Urquiza y llevó al modesto Palacio San José de Jacinto Dellepiane a la escala actual. Entonces, por primera vez, las sutiles arquerías florentinas de Brunelleschi, pasaron a recortar el paisaje rural entrerriano. Con Fossati y Danuzio, el arquitecto garibaldino de la ciudad de Paraná, el Neo Renacimiento italiano se convirtió en el manifiesto arquitectónico de los tiempos nuevos que empezaban para el país (4).

ENTRE 1852 Y 1880
En los años siguientes a la batalla de Caseros, la arquitectura argentina vivió una muy profunda transformación. Rápidamente, el país pequeño de los tiempos "coloniales" se fue dilatando. El crecimiento, en lo arquitectónico, tuvo el sello italiano. En un artículo publicado en 1879, Sarmiento, primer historiador de nuestra arquitectura, recordaba lo sucedido en tiempos de la Presidencia de Mitre: "El arquitecto empieza a sustituir al albañil; los brazos abundan; la prosperidad crece y aún los albañiles son de ordinario italianos e introducen modillones, molduras, frisos dentados, arquitrabes y dinteles salientes". Pero hay algo más: Sarmiento, siempre polemista, se alegraba del hecho. Había empezado su escrito diciendo que "lo que distingue al hombre de la bestia es su facultad de cambiar de formas arquitectónicas"; por lo tanto, al dejar el "estilo colonial" y abrazar el "estilo italiano", como país nuevo, estábamos demostrando nuestra verdadera condición humana. Sarmiento, como Alberdi, Gutiérrez y Mitre, era italianófilo en materia artística y ello no ha de sorprender. Para los románticos progresistas, el quattrocento florentino era, en sí, un símbolo de la libertad intelectual. La arquitectura italiana, por lo tanto, sería el símbolo de la nueva libertad civil de la
Argentina (5).
Seguramente por esas razones Sarmiento no dudaba en elogiar las obras de Nicolás y José Canale, cuya cúpula de la Iglesia de Belgrano comparaba con la de Miguel Angel. Seguramente por esas mismas motivaciones Alberdi llamaba a Fray Luis Giorgi, "el Miguel Angel argentino". Seguramente esos eran también los motivos que impulsaban a Juan María Gutiérrez a becar a Jonás Larguía para que estudiara arquitectura...en Italia.
Italianos fueron en aquellos años los edificios de las escuelas sarmientinas que empezaron a poblar ciudades y campaña para llevar educación y prosperidad a todos los confines del país. Italianos fueron los edificios de los hospitales, que empezaron a mejorar la atención de la salud. Italianos fueron los templos, como el de Monserrat, la Catedral de Paraná o la de Rosario. Italianos fueron los edificios públicos como el de la Municipalidad de Belgrano. E italianas fueron las primeras mansiones que empezaron a construirse en aquellos años, como el Palacio Miró, que estaba en la actual Plaza Lavalle. Italiano fue el "estilo" de edificios proyectados por arquitectos italianos, argentinos, franceses, ingleses... Taylor hizo del Palacio Muñoa un Palacio florentino en versión "Italianate Revival". Prilidiano Pueyrredón le hizo una "villa" italiana a su amigo Azcuénaga, la que hoy es residencia presidencial en Olivos. Los Cánepa, Caravati (6), Col, Arnaldi, Scolpini, y muchos más, poblaron de edificios "italianos" las capitales de las Provincias (7). La gran inmigración trajo a los albañiles italianos que llevaron el sentido de la proporción, de la belleza y del arte hasta los más olvidados rincones del país. Por todas partes se elevaron casas de patios pompeyanos, con pilastras, cornisas, frontones y arcos de medio punto, como si de repente toda la Argentina se hubiera convertido en una sola gran Provincia con capital en Florencia.

ENTRE 1880 Y 1900
Entre 1852 y 1880 la Argentina creció rápidamente, pero ese crecimiento no fue sino la preparación para el gran salto que convirtió a la nueva República, entre 1880 y 1910, en la "Tierra de Promisión" pintada por Alice. En 1900, la Buenos Aires romántica legada por los garibaldinos y sus seguidores, apenas parecía un embrión de ciudad. La Cúpula de Belgrano, una proeza arquitectónica de los Canale en su tiempo, era apenas un edificio pequeño en comparación con las nuevas construcciones.
En 1881 llegó a la Argentina Carlos Morra y cuatro años después lo hizo Francisco Tamburini (8). Sus figuras son claramente representativas del gran arte italiano, trasladado a la Argentina. En sólo seis años, Tamburini otorgó a la arquitectura oficial de la Argentina una marca tan importante que aún hoy se asocia a su arquitectura con los símbolos arquitectónicos del Estado Nacional. Carlos Morra realizó una obra técnica tan decisiva que por largas décadas su herencia modeló las conductas profesionales de quienes continuaron su labor. A ellos habría que sumar una larga lista de discípulos de Tamburini y una lista aún mayor de colegas, tan italianos como ellos, que, a lo largo y a lo ancho del país llevaron la italianidad a la mayor parte de la edilicia monumental de su tiempo. Por ejemplo, la vasta producción de Juan Antonio Buschiazzo tiene, aun en su eclecticismo rasgos tan italianos que no dejan de llamar la atención (9).
Si a Tamburini se deben la forma actual de la Casa Rosada, el Banco de Córdoba, y el incomparable Teatro Colón, a Morra le cupo dar forma ideal a la escuela pública a través de su obra maestra, la "Presidente Roca" (10). Ambos, Tamburini y Morra, formados en un ambiente intelectual neo renacentista y protagonistas de un tiempo más heterodoxo, tenían una sólida formación científico - técnica y una aún más sólida postura ético social: arquitectos, profesores, propulsores de la ciencia, de la filantropía argentina e italiana, volcaron su saber y su pasión a la tarea de construir edificios e instituciones para una república abierta a todos los vientos del progreso. Maestros en geometría descriptiva y maestros en geometría moral.

EN 1900
En 1903 Morra terminó la Escuela Presidente Roca. Cinco años después, con el estreno de Aída, quedaría inaugurado el Teatro Colón, motivo de los sueños más esperanzados de Tamburini, que había muerto mucho antes, en 1890. En 1901, el nuevo Hospital Italiano de Buschiazzo reemplazaría definitivamente al anterior edificio, obra de Fossati y Canale. En 1906 quedaría habilitado el Palacio del Congreso, proyectado por Víctor Meano en 1895. Y en cada barrio de Buenos Aires, o en Concepción del Uruguay, Mendoza, Tucumán o Misiones, centenares, miles de casas "italianas" como las que elogió Le Corbusier en 1929, otorgaban a sus habitantes y a las ciudades una calidad de vida en la cual la belleza y la armonía eran los rasgos dominantes.
¿Cual fue el aporte italiano a la arquitectura argentina?. Con los italianos y con el arte y la técnica arquitectónica italianas, la arquitectura argentina adquiere un refinamiento y una perfección nuevas, como si la fórmula de Leonardo, el "obstinado rigor", fuera la ciencia secreta de cada arquitecto, de cada constructor, de cada albañil: arquitectos como Tamburini, cuyo Teatro es una obra cumbre, constructores como los Besana, que levantaron el Palacio del Congreso o albañiles como Gaspare Pedroni, el padre de José Pedroni, quien lo evocaba en su poema "Nivel":

Este es el nivel de mi padre;
su nivel de albañil.
Tiene una gota de aire.

Mi padre está hecho polvo. De aquel hombre
ya no se acuerda nadie.
Vive conmigo cada vez más solo
en esta gota de aire.

Soledad y olvido, pero no sin esperanza. La arquitectura, también es dación, desprendimiento personal, legado al futuro. Y perduración, en tanto se valore la herencia recibida:

Todas las casas de mi pueblo,
todas las casas de antes;
todo perdurará mientras perdure
esta burbuja de aire.

En esas casas anónimas, en esos palacios monumentales y en esas escuelas, iglesias y hospitales tan italianos que aún se elevan sobre el suelo argentino, también está una parte importante de nuestra identidad. Son tan nuestros como italianos, son parte de nuestra historia compartida y símbolos de un pacífico y feliz vínculo fraternal.

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Las artes Italianas en la Argentina S. XVIII - XIX
por Hebe Clemente

Esa alquimia reformuladora ha sido el sello de la inmigración italiana en Argentina, cuyo legado imponente en obras y espíritu esencialmente itálicos adhieren a la base fundacional de la Argentina.
La muestra "Las Artes y La Arquitectura Italiana en la Argentina siglos XVIII y XIX" es un reconocimiento y un homenaje al aporte cultural de los inmigrantes italianos que arribaron a nuestra tierra y participaron activamente en su crecimiento.
El relato museográfico se construye como hilo conductor desde el nacimiento de la ciudad - puerto colonial y abarca su transformación hasta principios de este siglo. Ese pasado aparece aquí organizado en tres grandes etapas, cada una marcada por aportes significativos de la presencia italiana, siempre involucrada tanto en los cimientos como en la creación artística, correspondencia que se procura evidenciar en la muestra, a pesar de sus obvias limitaciones.
Recuperar ese aporte, difundirlo y exponerlo en un ordenamiento que exprese de la mejor manera tanta presencia de creadores itálicos famosos o anónimos que dejaron el testimonio de su esfuerzo y su constancia en edificios públicos y particulares, esculturas, pinturas, fotografías, y en la memoria de su proyección cultural, constituye una verdadera cornucopia expresiva de progreso técnico, institucional y privado, de la probidad de ejecución, y de la confianza en el futuro de esta nueva nación americana, de la que se sintieron formando parte.

DEL ÁMBITO COLONIAL A LA CIUDAD CRIOLLA
La veta profunda de la presencia italiana en la gesta descubridora y colonizadora de América, arranca con Cristóbal Colón, se concentra en el cartógrafo Américo Vespucio que bautiza indeleblemente al continente, se lee en los comentarios de Pedro Martir que toda Europa conocerá, y en los relatos del noble Pigafetta que da a conocer paso a paso las alternativas del viaje de circunvalación que inicia Magallanes y finaliza El Cano. Las Cartas Anuas de tanto jesuita italiano que llega a las Misiones americanas, llevan el sello de la creatividad incansable de arquitectos, orfebres, ebanistas, músicos, al par que misioneros de la fe, y cabe comentario paralelo hacia los padres franciscanos que destacaron sus estilos arquitectónicos en la inmensidad virgen americana. Sólo algunos nombres: José Brasanelli, A. C. Petragrassa, Andrés Bianchi, Juan Bautista M. Prímoli.
La propia Boca del Riachuelo, adonde llegó Don Pedro de Mendoza con mala fortuna en su primera fundación de Buenos Aires, fue pronto el asiento de un buen puerto de entrada a las tierras del Plata, desde donde arrancó una legión de barcos de cabotaje que cubrieron toda la región hasta el actual Paraguay, y la Banda Oriental del Uruguay, muchas veces hasta el propio Brasil. Ese enjambre de embarcaciones fueron genovesas y sardas en enorme mayoría desde fines del siglo XVIII, y de esos marinantes surgieron familias que decorosamente aparecen entre las destacadas de la ciudad de Buenos Aires, verdadero ombligo del área de la Cuenca, por destino geográfico y por dinámica propia y específica. El padre de Manuel Belgrano es uno de estos comerciantes genoveses, y a su hijo se debe la creación del Consulado que propone al Rey de España, y que propició la libertad de comercio que despertó el pulso del área, y su primo, Juan José Castelli, patriota de la Primera Junta, es hijo de un médico y farmacéutico también italiano. En ese puerto recala la expedición de Alejandro Malaspina (1789-1794) y Fernando Brambila, un italiano, produce los primeros grabados sobre la vista de la ciudad de Buenos Aires, la pampa, la caza de perdices, la vida doméstica de casas importantes y sus habitantes, con sin par exactitud en la breve estadía.
Entretanto, genoveses, sardos y venecianos, instalaban un verdadero monopolio en el comercio de cabotaje tanto en La Boca del Riachuelo como en San Fernando, sobre el Paraná, donde dominan el tráfico del estuario y los ríos, el comercio de carnes y cueros y sobre todo la fabricación de navíos de diverso calado, en una presencia que disimulaba la movilidad de las rutas fluviales y las opciones favorables que la Italia del norte compartía en relación con las ideas libertarias del período revolucionario. Allí encontrará pronto Garibaldi - que llega para ayudar en la Guerra de los Farrapos - asistencia y refugio cuando es perseguido.
Pasada la primera década revolucionaria, Bernardino Rivadavia, aún en medio del confuso panorama institucional, tuvo la decisión de introducir mejoras en la educación superior como clave de desarrollo futuro, y en su viaje a Europa en busca de acuerdos diplomáticos, encuentra en Italia una simpatía ideológica que le consiente contratar gente muy calificada, con la que logra incentivar la educación especializada. Fueron matemáticos, físicos, cartógrafos, naturalistas, de primera línea; Pedro Carta Molina, Octavio Fabricio Mossotti, los arquitectos Pablo Caccianiga y Carlos Zucchi, éste último el primer arquitecto contratado por el gobierno para edificios y realizaciones públicas.
El ingeniero saboyardo Carlos Enrique Pellegrini, lucirá poco después su inteligencia y aptitud proyectando obras como el puente para atravesar el Riachuelo, el trazado del puerto, las aguas corrientes, alerta a toda innovación, mientras retrataba gente famosa, o pintaba escenas de la vida campera auténtica americana o gente de pueblo, o salones elegantes. Al convertirse en yerno del Ing. Bevans, que con capital inglés está detrás de algunos de estos emprendimientos, sentará plaza y será padre famoso de hijo famoso, que hereda su prestancia e inteligencia y llega a presidente de la República en una larga trayectoria política.
Los hermanos Descalzi son un ejemplo notable de la labor que irradiaron los italianos que llegaron en la época rivadaviana. Nicolás Descalzi, nacido en 1801, fue recomendado por el comandante del puerto de Buenos Aires, Azopardo, a la Sociedad Argentina de Navegación creada por Rivadavia, que lo envía a abrir una vía de comunicación con Bolivia a través de los ríos Bermejo, Paraguay y Paraná. Descalzi llega a Orán en 1825 y tras avatares que escribe detalladamente, reconstruye la embarcación que se descalabra en el interín, navega el Bermejo a lo largo de 57 días y al llegar a Paraguay es hecho prisionero por el gobierno paraguayo, que recién lo devuelve en 1831, y en ese mismo año publica la carta de navegación del Bermejo. Enseguida será el gobierno de Rosas el que lo comisione para reconocer ambas márgenes del Río Negro, hasta la confluencia del Neuquén con el Limay, y como parte de la expedición al desierto que comanda el propio Rosas. Después de este episodio es agrimensor público nacional, recorre pueblos, traza planos catastrales y documenta accidentes de terrenos, explora el río Matanzas y otros sitios, incansable hasta su muerte en 1857. Su hermano Cayetano era pintor y grabador, retratista excelente, profesor de dibujo y pintura (lo fue nada menos que de Cándido López), de quien también lo fue otro pintor italiano Baltasar Verazzi. El tercer Descalzi, Pedro, fue el farmacéutico en la ciudad, hasta que pasa a integrar una compañía del Batallón Amigos del Orden, mientras otro italiano, Carlos José Ferraris, será el siguiente farmacéutico.
Pedro de Angelis, a lo largo de la época rosista, atraviesa montañas de documentaciones coloniales, preserva y clasifica al tiempo que es amanuense de la prolífica escritura rosista, y de él es deudora la historiografía científica argentina, y las primeras orientaciones en el tema que luego traspasa a Bartolomé Mitre, como semilla de la Academia de Historia y Numismática.
La generación romántica, la del 37, es altamente deudora al credo mazziniano, como lo prueban las famosas "palabras simbólicas" de nuestro Esteban Echeverría. La joven Argentina, que los mantenía unidos y conmovidos en un romanticismo social enraizado en la historia, tal como las prédicas mazzinianas inflamaban a los románticos europeos, perdura en el ideario republicano finisecular que vuelve a hermanar a inmigrantes republicanos y liberales que se oponen a la monarquía con los esfuerzos argentinos para construir una república en donde el gobierno se legitime por el voto irrestricto y sin fraudes. Hasta la década del 50, el clamor por la república implica un ideario liberal que abre las puertas del país en construcción a la inmigración. El mal de América es la extensión, se ha dicho, y Domingo Faustino Sarmiento plasmaba ese drama en su famoso Facundo. Civilización y Barbarie, mientras Juan Bautista Alberdi apelaba a la máxima "gobernar es poblar", que resumía ese otro momento de nuestra historia, frente al avance de las comunicaciones, el desarrollo tecnológico, la apertura a la técnica y el capital extranjero, y la admisión de inmigrantes europeos, que hasta allí no estaba legalizada.

LA ARGENTINA NUEVA
Las cifras estadísticas suministran datos cuantitativos que afianzan esa cualidad de "nueva", que se impone frente a la llegada aluvional de tanto europeo, alimentada en un 70% por italianos durante las primeras décadas. Italianos de la más variada procedencia, por otra parte, que no solamente pasarán a cubrir las tareas de "la pampa gringa" (como la bautizó el historiador Ezequiel Gallo) que se alojó en el sud santafesino con centro en Rosario y nordeste de Córdoba, sino que alimentan ese fenómeno que se designa como "revolución de las pampas", porque efectivamente en 1874 comienza la exportación de granos, siendo que hasta allí siempre se había importado harina. Este período, que aquí hemos extendido a tres décadas, pero que en verdad alcanza hasta el fin de la Guerra Mundial Primera, marca un cambio extraordinario y novedoso, que alcanza a todo el área institucional (edificios, caminos, ferrocarriles, colegios, teatros, hospitales) nacionales y municipales, pero también abarca casas, casa - palacios, estancias, amen de toda ornamentación que suponen fachadas, cornisas florales, balaustres, frontispicios, rejas y mármoles, de rara perfección y creatividad. El arrojo, la seguridad, la impostación de un proyecto de país liderado por la ciudad de Buenos Aires, ombligo del Plata, centraliza en Buenos Aires su euforia espléndida, en el trazado de avenidas y casas con cúpulas todavía hoy admiradas y mientras se proyectan nuevos diseños urbanísticos, la cuestión álgida será el Puerto que consagrará el estilo económico del país y el trazado finalmente efectivizado de las Obras Sanitarias. Paralelamente tendremos durante más de una década el desarrollo de la Confederación liderada por Urquiza, su casa-palacio, en donde arquitectos y artesanos italianos dieron la mejor muestra de eficiencia y belleza, y la circulación de pintores, retratistas, medallistas de fuste, forman una verdadera pléyade de maestros italianos, llegados en la década del sesenta que circulan en su mayoría por todo el área del Plata, incluyendo el Brasil monárquico, por lo menos hasta fin de siglo.
Los exploradores - geógrafos italianos, cumplen en este período un papel importante que se relaciona con la definición de límites de la nación, relevamiento del suelo, etc. Siguiendo la ruta del padre Mascardi, en el primer siglo de descubrimiento, el padre Agostini, de la cofradía salesiana que llega en seguimiento del sueño de Don Bosco, realiza un gran trabajo antropológico y deja testimonios fotográficos únicos sobre los últimos onas del ámbito.
Bartolomé Bossi remontó el Paraná desde la Boca hasta Matto Grosso, en 1873, para emprender luego en 1874 la travesía hacia el sur, desde Montevideo al estrecho de Magallanes y de allí a Valparaíso en cinco meses de navegación, incluyendo un estudio geológico sobre la isla Juan Fernández, que relata en tres libros editados entre 1873 y 1880.
Adán Bossetti, que llega después de Caseros, con treinta años, anduvo por la zona de Bahía Blanca, luego por el Bermejo, voluntario en las filas del ejército brasileño durante la guerra de la Triple Alianza y luego con su compatriota Adán Luchesi que había explorado la zona del alto Iguazú. Posteriormente, ambos se unen a Santiago Bove, quien había formado parte de la exploración antártica de Adolfo Nordenskjold (1878-1880) y proyectó esta segunda expedición a los mares y tierras antárticas en el "Cabo de Hornos" bajo auspicio del gobierno argentino, con personas dignas de recordar como Carlos Spegazzini, botánico, Domingo Lovisato, geólogo, Decio Vinciguerra, zoólogo y botánico, Juan Roncagli y Pablo de Gerardis, corresponsal de diarios italianos. Dicha expedición exploró el Canal de Beagle, el estrecho de Magallanes, los canales fueguinos, llegó hasta Río Gallegos y por fin en Septiembre de 1882 a Buenos Aires. Bove fue enviado por la sociedad Geográfica de Roma, al año siguiente, a explorar Misiones y Alto Paraná, y otra vez Tierra del Fuego. Hay que leer el libro de Bove sobre los habitantes primeros y caracteres de vida de los pobladores de Tierra del fuego para maravillarse de su modernidad, su ternura, su captación del problema americano, sensibilidad que dispensó también al obrero italiano inmigrante, y que convenció a D'Ámicis para que visitase estas tierras y escribiese sobre esos destinos, lo que efectivamente cumplió. Cerramos este capítulo ínfimo, si se lo coteja con la realidad, con la figura de Romualdo Ardissone, italiano que se graduó en la Facultad de Filosofía y letras de Buenos Aires en el nivel más alto de estudios, que fue gran maestro de la geografía, a quien se le rinden merecidos honores como persona y maestro de generaciones, y que cumple, como tantos otros, el mandato de una identidad compartida italo-argentina.
Vuelve pues en este período el afán de modernidad a través de la ciencia, impulsada desde el gobierno, no sólo a través de capital y técnica europeas, sino de inmigración que poblará la inmensidad. La Universidad vuelve a ser centro de atención y otra vez se convoca a expertos y precisamente para el Departamento de Ciencias Exactas, Paolo Mantegazza, matemático y hombre de ciencia italiano, viene al país en 1858, 1861 y 1863, y deja notables escritos sobre su experiencia; otros profesores de universidades de Parma, Turín y Pavía, como Bernardino Speluzzi, Emilio Rosetti, Pelegrino Strobel, que luego sustituye Juan Ramorino (quien en una visita a Mercedes, Prov. de Buenos Aires, estimula el quehacer de Florentino Ameghino con la paleontología pampeana que luego generará un impresionante y pionero trabajo sobre el tema, del que José Ingenieros hará una biografía notable). De paso, apuntamos que Ingenieros era de claro origen italiano (Ingenieri), se graduó como médico en Argentina, y da a conocer su tesis de doctorado en un congreso de Psicología que se reúne en Roma en 1903, al que entre otros asisten Henri Bergson y William James. Lo cierto es que estos maestros, y este impulso a las ciencias duras, generan una pléyade de ingenieros argentinos, calificados como Los Doce Apóstoles entonces, que deciden además crear la Sociedad Científica Argentina, en 1872, decisión que compartieron muchos italianos científicos, y que tuvo desde ese primer momento un alto compromiso con la sociedad que estaban construyendo, razón por la que se discutieron los proyectos de construcción del puerto, las obras sanitarias, las excavaciones geológicas, la mejora de los cultivos, etc. La orientación que imprimen a este emprendimiento figura en el primer volumen de los Anales, de la Sociedad Científica, en donde como definición de principios y sin comentario se traduce del italiano un texto de la Academia de Florencia, titulado "La física en la filosofía": "El apriorismo especulativo no nos conduce a ninguna verdad objetiva. Tenemos que impedir que la juventud estudiosa educada con seria crítica y avezada en todo lo que concierne al grandioso edificio de la ciencia no se haga dogmática respecto de las nociones fundamentales". Dicho de otro modo, es una advertencia frente a la vigencia absoluta del positivismo, tanto comtiano como darwiniano, tan en boga entonces, que en el movimiento científico italiano tiene un sello de mesura y humanismo que puede también observarse en sus filósofos y pedagogos.
Por otra parte, esta inmigración de científicos de la segunda mitad del siglo consta de una pléyade de arquitectos, escultores, pintores, ingenieros, que están en todas partes, allí donde una noción de cambio crea apertura para transformar el espacio, construir puentes, caminos, rieles, acueductos, represas, amen de todo tipo de edificios. La mención es inacabable, y el notable elenco reunido por la tarea de años de Dionisio Petriella, sobrepasa el millar, que lamentablemente omitiremos, pero que evidencia una obra ingente pocas veces destacada. Se trata además de gente muy joven, que apenas sobrepasa los treinta años, que llegan graduados en su enorme mayoría, aunque hay alguno como Juan Antonio Buschiazzo, que nace en Piamonte en 1846, pero se gradúa en Buenos Aires, en 1878, con maestros como Carlos E. Pellegrini y Nicolás Canale, a quien se debe una labor monumental, junto a Torcuato de Alvear, como intendente paradigmático de ese momento argentino, y del perfil de gran urbe americana que adquiere entonces Buenos Aires. Mencionamos a Pompeyo Moneta, a quien se le confía el Departamento Nacional de Ingeniería, que fue mano derecha en la construcción de los primeros ferrocarriles argentinos, con sus colaboradores también italianos, Cristóbal Giagnoni, Juan Pelleschi (que además se ocupó notablemente de filología indígena, tema al que se abrió a través de sus viajes por el interior de la República), Emilio Candiani y Guido Jacobacci. Este último entre otras cosas, dio entidad a un sitio patagónico que hoy lleva su nombre a través de una proeza constructiva que permitió hacer frente al desierto. A él se deben tres ferrocarriles patagónicos: en Bariloche, en Comodoro Rivadavia y en Puerto Deseado. Juan Bautista Médici, que llega en l870, asume compromisos para concluir labores interrumpidas por anos en relación con la provisión de agua a la ciudad - labor que venía cumpliendo en Montevideo también, y construye el Palacio de Aguas Corrientes sito en Córdoba y Ríobamba, al igual que en La Plata el puerto y el trazado de aguas corrientes.
Hubo muchos otros ingenieros italianos en el trazado de ferrocarriles, área en la que Argentina ocupa el primer lugar en América entonces, Víctor Penna entre otros, pero en el mismo tiempo, también se ocupaban de la irrigación de los valles del Río Negro y Colorado con las implicaciones que trajo a los colonización, como el ingeniero Cesar Cipolletti, o el trazado de puertos militares, como el de puerto Belgrano y Punta Alta, a cargo del Ing. Luis Luiggi, que también extendió su tarea a los puertos de Rosario, de Santa Fe y Montevideo.
En tres décadas se modificó totalmente la planta del país, mientras se procuraba la unidad del territorio a través de la comunicación y la educación, el primado de la ciencia, el aprecio por las ideas . Un lugar queremos darle a Pedro Scalabrini, que llega al país a los veinte años, ya graduado como filósofo, que enseñó mucho tiempo y muy bien a pensar desde escuelas y luego desde el Museo Provincial de Paraná, del que fue designado director, donde imprimió una verdadera cátedra de ideas. Su hermano Angel lo visita y escribe un copioso y acertado relato de su estadía y una apreciación notable de lo nuestro. Ni qué decir que son hermanos del obispo Scalabrini, que desde Italia fuera el primero en reclamar conciencia frente al problema del inmigrante en su odisea hacia el Nuevo Mundo.
La construcción de la ciudad de La Plata, en 1880, se cumple con un notable esfuerzo italiano, convencidos como están de un futuro brillante que espera, sobre todo frente a la condición del puerto que le garantizará autonomía. La construcción de Adrogué con sus curiosas diagonales es todo un emprendimiento de utopía que encuentra en los arquitectos Canale, padre e hijo, pleno sustento simbólico de toda la época.
Pintores como José Aguyari, que castellaniza la escritura de su apellido, es arquetípico del clima cultural del país, al que llega en este período, precedido de buena fama como joven acuarelista, que se vincula rápidamente con personalidades ilustres, Mitre, Sarmiento, Vélez, y que es recordado por alumnos como Juan María Gutiérrez, Emilio Agrelo, Eduardo Schiaffino; forma parte del grupo que fundó la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, y en su obra deja un testimonio de excepcional agudeza y calidad.
Epaminondas Chiama de trayectoria similar, puso de moda las naturalezas muertas, y sus cuadros lucieron en las casas de nuestros notables. Como ellos, toda una pléyade de pintores, artesanos, maestros de toda suerte de oficios ornamentales, crecieron y afianzaron el gusto artístico de los argentinos, cuya circulación y evolución será marcada por la marcha del país en el concierto de las naciones, y la adhesión a las perspectivas de los argentinos que lideran los destinos de esta Argentina nueva.

LA NACION EN MARCHA
No hay novedad sino progresivo afianzamiento de caminos que todavía no están afirmados en la nueva Argentina. Se trataba de afianzar las áreas de frontera, de decidir nuevas explotaciones, de mejorar las industrias y aumentar su marco de acción autónomo, de calificar la educación y asegurar su acceso mejorado a todo el país, de garantizar la igualdad de sus ciudadanos y el acceso a los bienes que la democracia postula para toda la población. Vale decir, el empeño radicaba en robustecer las postulaciones que habían instalado al país en una marcha progresiva, reparar los apremios, acordar alguna legitimación de una continuidad inmigratoria, decidir la política que debía implementarse con las comunidades indígenas, etc. Todo un programa, que se dilata en el tiempo, que pierde una cierta intensidad pareja, y que deja islotes intocados, o posterga decisiones reparadoras. Quizá el libro de Ricardo Rojas La Restauración Nacionalista, de 1909 pueda pensarse como el mojón que revela un cambio de perspectiva, un mirar que ya no es hacia el futuro sino que comparte el pasado, que anticipa otro período en el desarrollo de las ideas, y en las réplicas que partirán desde los sucesivos gobiernos. Una marcha en la que el progreso indefinido y seguro deja paso a la cautela, la prevención, la omisión.
Pero todavía veremos una cornucopia de italianos vertiendo su inteligencia y su capacidad de hacer, o sus artistas, o sus tipógrafos, o sus combatientes sociales, todos trabajando con seguridad y en la convicción de que el inmigrante debía ser considerado y era parte integrante del país. Además, en la misma medida que el Estado se robustece a partir de la centralidad de sus poderes y sus metas, la dimensión nacional podrá verse en todas las obras que se emprendan, y en la misma medida, habrá un aumento de técnicas y saberes en donde se confunden maestros y alumnos, en el mismo quehacer.
Simultáneamente estarán viéndose obras portentosas e irradiantes de poderío como el mismo Congreso de la Nación, que es símbolo de este período orgánico y centralizador. Francisco Tamburini, que llega en 1881 a la Argentina, para dirigir el Departamento de Arquitectura de la Nación encara entonces la reforma de la Casa Rosada, el antiguo Hospital Militar Central, la escuela de profesores, el Arsenal de Guerra, el Teatro Colón. A su muerte, se encargará de finalizar algunas obras el arquitecto Víctor Meano, graduado en Turín, quien termina el teatro Colón, comenzado por Tamburini, y se hace cargo de la erección del palacio del Congreso Nacional, que gana por concurso.
Creo que es sintomático del período, y del lugar ganado por el arte arquitectónico italiano, este hecho, que rematará la Avenida de Mayo creada para glorificar esa presencia, y a cuyo lucimiento contribuirá la Plaza y las esculturas que Lola Mora ideará, luego de haber encarnado en su cincel la escuela escultórica italiana.
Una mención a los pintores y escultores que despuntan en la postrimeria de este período que encuentran en el área de La Boca expresiones genuinas de un área de inmigración italiana a lo largo de su historia. Maestros como P. Lazzari, iniciarán la escuela, que contará con excepcionales figuras como Fortunato Lacámera, o Quinquela Martín y su generoso legado que conserva la vivencia más genuina y expresiva del medio marinero.
A la vera de los rieles del ferrocarril o de tranvías tirados por caballos que miles de brazos italianos contribuyeron a trazar a lo largo y a lo ancho de la República, surgirán los barrios de la gran ciudad chata hacia todos los puntos cardinales, y por doquier se verá esa creación de una singular Babilonia donde se entrelazan lenguas, costumbres, sangres y músicas, acrisoladas en una escuela pública sin segregados, y todos juntos machacando una existencia dura pero expresiva en su esperanza. La ley del voto secreto y obligatorio, que Roque Saénz Peña, gran amigo de Italia, dictaba en 1912 en el mismo año y con igual tenor que la ley italiana, fue la vía de acceso a la igualdad cívica, que sin embargo en la práctica demorará en corresponderse con la realidad. El lado oscuro del progreso acelerado irá generando canales expresivos en donde la figura del italiano inmigrante aparecerá con tintas no siempre rosadas, pero la marca de su presencia, y el ingreso de tanto hijo de sangre italiana al torrente de la ciudadanía, irán acentuando esa experiencia de genuino crisol que está en la base de la modalidad argentina hoy. Esa alquimia reformuladora ha sido el sello de la inmigración italiana en Argentina, cuyo legado imponente en obras y espíritu esencialmente itálicos adhieren a la base fundacional de la Argentina como se ha querido mostrar y reconocer en esta muestra.

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