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Jesús Soto, magia e intimidad de su majestad cinética
Cinético, óptico, hipnótico, todo eso le cabe a Jesús Rafael Soto, artista venezolano cuya obra cuelga en Fundación Proa. Pero la experiencia empieza ya en la calle, con el gigantesco Penetrable, sofisticada escultura participativa que interactúa con adoquines, turistas y, sí, Riachuelo.
"Ahí, en mis Penetrables, el hombre juega con el espacio que lo rodea" explicaba Soto en 1970. El Penetrable, similar al que estuvo en la puerta de Malba, permite a la gente traspasar la obra. Allí el motor es humano: el mismo público. Es esa una de las características fundamentales del arte cinético, del que Soto fue figura mundial. El movimiento es fundamental, y puede ser "real" o "virtual" cuando es el desplazamiento físico del espectador el que termina de producir la obra. Este es el caso de Soto cuyo credo resumía así: "Para mí la obra de arte no existe independientemente del espectador".
Cuando Soto (Caracas, 1923) emigra a París en 1950, conoce a Malevich, Mondrian, Albers, la Bauhaus. Aunque con antecedentes Moholi-Nagy y sus "Máquinas de luz", los Fotorrelieves de Duchamp y los fantásticos móviles de Calder, Soto y los artistas cinéticos surgidos en París en los 50 dieron a todos ellos una vuelta de tuerca y se consagraron en la "Documenta 3" de Kassel, en 1964.
"Soy un gran apasionado de las innovaciones", afirmaba Soto, "al menos, al límite de lo que me es accesible a partir de mi pequeña formación científica como artista", decía. Mucho de eso, a partir del Penetrable, puede experimentarse en Proa con una antología de obras de todos los períodos: en el piso superior está la serie de la Sotomagie (Soto-magia) con títulos como Repetición, Repetición y progresión y Rotación.
Es que Soto estaba obsesionado con la repetición de ciertos elementos visuales para poder dar sensación de un estado vibratorio, y así mostrar un orden que pudiera repetirse hasta el infinito. Entre estas obras se encuentra Espiral que nació después que Soto conoció la obra rotativa de Duchamp. "Yo me quería parar en medio del espiral y ver qué pasaba", explicaba Soto que lograría mejor que nadie esa sensación tiempo después con sus esculturas Penetrables.
También en el piso superior pueden verse otras obras distintas, donde Soto incorpora varillas metálicas al cuadro (ver Vibración). En planta baja hay más: quien quiera hipnotizarse, que no se pierda Sphere concordé, obra que con elementos mínimos (hilos pintados) da la fantástica sensación de un sol japonés tridimensional. Repetición, progresión y vibración (conceptos "no dibujísticos", como él mismo decía) son constantes en la obra de Soto, y son efectos que no se producen por medio de oscilaciones físicas, sino y sobre todo en el ojo del espectador.
"Lo importante es demostrar que el espacio es fluido y pleno", sostenía Soto. "Por eso", decía, "pienso en la música, en donde las notas no representan nada pero constituyen un sistema de relaciones sin límites, inventado por el hombre. La música es vibratoria", sostenía Soto, "y mis obras tienen que ver con el acontecer de esa vibración en el tiempo". Música para los ojos, sí.
Jesús Soto nació en Ciudad Bolívar, Venezuela, en 1923 . Tenía diecinueve años cuando fue becado por el Estado para estudiar Bellas Artes en Caracas, y veintisiete cuando descubrió en París las obras de Mondrian y Malevich, que cambiarían radicalmente el curso de sus preocupaciones estéticas.
La Bauhaus, Josef Albers, la composición de Bach y el serialismo de Schoenberg encauzaron sus investigaciones en torno a la línea, el plano, la bidimensionalidad y el sueño de Soto por encontrar la forma de involucrar al espectador, al ampliar la interacción con la tridimensionalidad. El punto de inflexión de sus teorías se concreta con la realización de Penetrable azul, la soberbia instalación que desde el martes custodia el ingreso de la Fundación Proa, en la Boca. Como quería Soto, el visitante puede desplazarse en el interior de ese bosque de tanzas y vivir la sensación mágica de ser parte de la obra.
ADEMÁSEl juego óptico, la ilusión, la fragilidad, el desplazamiento y el rigor obsesivo en la construcción son algunos de los ejes de la Visión en movimiento, que propone Jesús Soto. A diferencia del argentino Julio Le Parc, que incorpora el movimiento en la obra misma con recursos mecánicos, Soto le propone al espectador un desplazamiento para alterar el punto de observación.
Dos antecedentes importantes tiene la exposición curada por Tatiana Cuevas y Paola Santoscoy, del Museo Tamayo, con la colaboración de Cecilia Rabossi. Años atrás, el MNBA propuso una revisión de la obra del venezolano, capaz de enriquecer sus teorías con la lectura de los textos de Molí-Nagy y de compartir cartel con Calder, Duchamp, Tinguely y Vassarely, que hicieron del movimiento su obsesión. Vendría después la recordada muestra de la colección Cisneros, en el Malba. Aquella vez, Gustavo Cisneros y su mujer, Patricia Phelps, junto a Eduardo Costantini, fueron los primeros en animarse a la maraña de tanzas amarillas en el penetrable instalado en la terraza del museo.
Jesús Soto, como el chileno Matta y el rosarino Lucio Fontana, fue incorporado al olimpo de los artistas universales del siglo XX, legitimando para el arte latinoamericano la vigencia de la abstracción, una dimensión que le estaba negada por la reducción a un arte regional y folk.
En sus primeros trabajos utiliza el flexiglás y juega con rayas, puntos y superposiciones, en busca de la visión en movimiento. Vendrían después las varillas metálicas suspendidas azarosamente contra el fondo estriado, bautizadas luego como vibraciones. Premio Nacional de Pintura de Venezuela; representante de su país en varias de las Bienales de Venecia y San Pablo, Soto fue elegido por Harald Szeemann para una retrospectiva en el Kunsthalle de Berna, cuando el suizo era la autoridad legitimadora por excelencia, convalidada años más tarde al ser designado director de la Bienal de Venecia en dos ediciones consecutivas. Jesús Soto murió en París el 14 de enero de 2005. A Buenos Aires viajó su hija Isabel, acompañada por Ramiro Martínez Estrada, director del Museo Tamayo, de México.
La calidad de la muestra, el criterio curatorial y el cuidado montaje, decisivo en la obra del cinético venezolano, confirman el ojo certero de la presidenta de la Fundación Proa, Adriana Rosenberg, en la selección del calendario de exposiciones para el ámbito sureño que están en pleno plan de expansión. La noche inaugural, Alicia Castro, embajadora de la Argentina en Caracas; Teresa Anchorena, diputada porteña por Ari; Marcelo Pacheco, curador jefe del Malba; Mauro Herlitzka, presidente de arteBA, y Sergio Baur, de Asuntos Culturales de la Cancillería, celebraron con banquete "patagónico" la llegada de la obra de Jesús Rafael Soto a La Boca. Adriana Rosenberg adelantó a la hora de los postres otra muy buena noticia. En septiembre próximo, Robert Storr, director de la Bienal de Venecia 2007 (ex MoMA), viajará a Buenos Aires con el objeto de seleccionar artistas para la próxima mostra veneciana.
( Visión en movimiento , de Jesús Rafael Soto, hasta el 3 de septiembre, en Pedro de Mendoza 1929, La Boca)