La curadora Olga Martínez seleccionó a Pablo La Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas para realizar obras en diálogo con el entorno en el espacio dedicado a los artistas contemporáneos de Fundación Proa, que desde los 90 se propone como un hábitat de la vanguardia nacional.
POR Cristina Civale
EL MUSEO COMO HABITAT. "Lo que crece a pesar de todo", 2013, de Ariel Montagnoli propone un par de islas con especies autóctonas.
Fundación Proa arde este verano, ardiente como pocos. Presenta tres muestras tan diversas como imperdibles. Están las instalaciones del alemán contestatario y rebelde Harun Farocki; la instalación sonora, con reminiscencias medievales, de Edgardo Rudnisky y las muestras cuyo soporte son las nuevas tecnologías y cuyo resultado es el asombro del visitante ante las obras de los consagrados Mariano Sardón y Mariela Yeregui. Pero también suceden otras cosas, otras muestras, de las que pocas veces se ha hablado hasta el momento. Se trata de la apuesta llamada Espacio contemporáneo, precisamente una invitación a un curador y a tres artistas para interactuar con obras específicas con el edificio de Fundación Proa, más bien con su estupendo trazado arquitectónico.
Acompañando las muestras de este verano, Olga Martínez curó un combo de tres muestras de tres artistas bajo el nombre De un tiempo a esta parte y cuyo tema excluyente es la naturaleza. Es un edificio blanco, de estructura nobles y ventanas conservadas, net y sin una plantita ni una animalito o resquicio de ellos, este Espacio Contemporáneo siempre se instala como un diálogo de la diferentes obras con las escaleras, los baños, la librería el bar y algún espacio de pasaje. En este verano de ardor, la naturaleza ruge sutil en los espacios intervenidos. Plantas, alegóricos zumbidos de moscas, un laboratorio de genio loco son las nuevas apuestas. Las explicamos un poco más abajo porque vale la pena narrar cómo se llegó aquí.
Como todo en la vida, Espacio Contemporáneo tiene una historia. Nos la cuenta Santiago Bengolea, actual coordinador del Espacio, siempre supervisado por la arriesgada directora de la Fundación, Adriana Rosenberg.
Bengolea dice a Ñ digital: “Existen antecedentes del Espacio Contemporáneo de Proa, con la pared experimental ubicada en el patio central del primer piso, donde estaba la mesa de lectura en el anterior edificio de la Fundación. Los artistas estaban invitados a realizar un proyecto in situ en esa pared de enormes dimensiones. Artistas como Daniel Joglar, Sergio Avello, Jane Brodie y Cecilia Biagini, entre otros, fueron parte de esa primera experimentación”. Y sumemos las maravillosas tardes de domingo donde se invitaba a un DJ y a todo el mundo a bailar en la terraza. Fue la intervención, probablemente, más recordada y extrañada de Proa. Ya no se baila en la terraza pero a sus habitués –hicimos una encuesta– les gustaría. Melancolía de la danza y del encuentro vespertino porque todo terminaba antes del anochecer.
Corrían los 90s. El mundo cambió y Proa se sumó, creció y fue por más. El Espacio Contemporáneo del que ahora disfruta un visitante de la Fundación se inauguró recién en 2009 con la muestra de Marcel Duchamp.
Nos sigue contando Bengolea: “Cuando se inaugura la nueva sede con la muestra de Marcel Duchamp en 2009, Fundación Proa presenta la intervención del artista Jorge Macchi en el espacio de la librería, donde exhibe los dibujos de su libro Block y Las Comisuras de La Boca. En ese momento fue una propuesta coordinada por Karina Granieri y Julia Masvernat que se produjo para el contexto específico del restaurante/cafetería de Proa e hizo nacer, a partir de una iniciativa de la institución, un método de trabajo”.
Por este Espacio consolidado desde entonces pasaron, entre otros, artistas como María Inés Drangosch, Daniel Joglar, Ismael Pinkler, Mariela Scafati, Marcela Sinclair, Cintia Mezza, Elba Bairon, Esteban Pastorino, Mirtha Dermisache y Alejandro Cesarco y los artistas argentinos residentes en Berlín, Dolores Zinny y Juan Maidagán. Todos trabajando con el concepto, hoy muy en boga, de site specific. Realizar una obra para un lugar en particular, pero una obra efímera que luego se borrará del espacio y que sólo será recordada por sus registros en fotografía o video porque la obra en sí misma desaparecerá.
El trabajo sobre el Espacio es tan específico como sus obras. Nos sigue despabilando Bengolea: “En general tardamos entre una semana y quince días en montar todo, depende del proyecto y la sincronía con los artistas. Los proyectos pueden ser presentados por los curadores o en algunos casos surgen por invitación nuestra. Están previstos con bastante anterioridad y una vez aceptados son conversados con Adriana (Rosenberg) y después conmigo para adaptarlos al espacio o a las necesidades espaciales del momento. Por ejemplo, la actual muestra solo ocupa el primer piso, sin llegar al café. Originalmente fue pensado para ambos pisos, pero cuando se trabajó en el tema se concluyó en que se leería mejor el relato ocupando sólo una planta del edificio”.
Desde hace dos semanas, el Espacio Contemporáneo presenta la exhibición De un tiempo a esta parte, con Olga Martínez como curadora invitada e intervenciones de los artistas Pablo La Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas. Este proyecto site specific surge de una reflexión acerca de la relación entre el entorno natural de La Boca y la arquitectura de Proa. El proyecto propone activar un diálogo entre Proa y el exterior, refiriendo a la paradoja de lo “natural afuera/antinatural adentro”. Todos los artistas construyeron su relato y discurren sus programas artísticos en la aprehensión de la naturaleza. Las plantas, los insectos, el agua, el hombre como parte de un tejido continuo, son el eje de sus prácticas, indagaciones y metáforas.
Pablo La Padula presenta Vitrina Panocticum tomando dos de las grandes ventanas de la librería, transformadas ahora en vitrinas para la observación e interpretación del mundo biológico urbano: una, con curiosidades biológicas, la otra, como era propio en los comienzos del coleccionismo, exhibe tres tondos translúcidos. En cada uno impreso una de las bestias históricas de tres famosos naturalistas, Ulisse Aldrovandi, Ambroise Paré y Gaspar Schott. La Padula pareciera colocarnos tras una gran lente multifocal proponiéndonos distintos planos de enfoque y narrativas posibles, todas ellas impregnadas por “la boca del Riachuelo de fondo cerrado”.
Lo que crece a pesar de todo es el proyecto de Ariel Montagnoli que se posiciona en la entrada a la librería con un sendero natural formado por dos islas de formas suaves y orgánicas de especies autóctonas propias de la zona como el Timbó, el Jacarandá, la Sombra de Toro, el Sauce, las gramíneas pampeanas y el Diente de León, entre otras especies botánicas simples y de belleza abundante que viven y crecen en las márgenes del Riachuelo, “a pesar de todo”. Esta intromisión del paisaje ribereño, dentro de la institución, traza un nuevo recorrido en el espacio bajo la sombra de sus follajes y la caricia de sus ramas. La naturaleza viva, que aquí adquiere condición de intrusa, tensiona la experiencia en relación con el entorno que la contiene y exige del artista –que lo concibe como un hábitat– un monitoreo y cuidado casi de laboratorio. Las especies mantienen activo su desarrollo y su crecimiento que irá manifestándose durante la exposición. Montagnoli revisita con su obra una postal que sólo los relatos han mantenido viva.
Silvia Rivas, por su parte, interviene los muros con dibujos de la serie Odisea invisible, en la cual la sucesión reiterada del gesto da vida a la trama de un viaje, por momentos el vuelo de insectos en éxodo o en avance, sus desplazamientos. Esta obra está en correlación directa con su último videoarte donde a través de tres pantallas zumbantes presentó en el Malba su obra sobra las moscas. Las vidas breves y plebeyas de los insectos ocupan de pronto toda la atención del público que sube y baja las escaleras viendo sus zumbidos sordos.
“Las tres intervenciones presentadas por La Padula, Montagnoli y Rivas se entrecruzan –dice Martínez– unas veces en diálogo sonoro, otras en sus aportes de silencios. En esta convivencia temporal nos invitan a desplegar la imaginación entre lo humano y lo natural, desde un tiempo lejano a esta parte”. Y concluye Bengolea: “El Espacio Contemporáneo es fundamental para este momento de Proa, para hacer un refresh en el público y, por otro lado, es un polo de atracción para los artistas que empiezan a ver que Proa es un lugar posible para ellos, ver que tienen su posibilidad artistas jóvenes, consagrados y no tanto. Además del proyecto de la obra, del proyecto intelectual, se les pide un proyecto constructivo. Creo que eso les aporta una experiencia enorme. La idea es que todos sumemos, que la experiencia sea de crecimiento, que el proyecto pueda ser una bisagra entre la obra que construyen en el taller y la de enormes dimensiones que puedan realizar en Proa”.
Y por todo esto, lo que se exhibe y las intenciones de quienes convocan, parece que el Espacio Contemporáneo de Fundación Proa seguirá ardiendo más allá de este verano particularmente ardiente.
La curadora Olga Martínez seleccionó a Pablo La Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas para realizar obras en diálogo con el entorno en el espacio dedicado a los artistas contemporáneos de Fundación Proa, que desde los 90 se propone como un hábitat de la vanguardia nacional.
POR Cristina Civale
EL MUSEO COMO HABITAT. "Lo que crece a pesar de todo", 2013, de Ariel Montagnoli propone un par de islas con especies autóctonas.
Fundación Proa arde este verano, ardiente como pocos. Presenta tres muestras tan diversas como imperdibles. Están las instalaciones del alemán contestatario y rebelde Harun Farocki; la instalación sonora, con reminiscencias medievales, de Edgardo Rudnisky y las muestras cuyo soporte son las nuevas tecnologías y cuyo resultado es el asombro del visitante ante las obras de los consagrados Mariano Sardón y Mariela Yeregui. Pero también suceden otras cosas, otras muestras, de las que pocas veces se ha hablado hasta el momento. Se trata de la apuesta llamada Espacio contemporáneo, precisamente una invitación a un curador y a tres artistas para interactuar con obras específicas con el edificio de Fundación Proa, más bien con su estupendo trazado arquitectónico.
Acompañando las muestras de este verano, Olga Martínez curó un combo de tres muestras de tres artistas bajo el nombre De un tiempo a esta parte y cuyo tema excluyente es la naturaleza. Es un edificio blanco, de estructura nobles y ventanas conservadas, net y sin una plantita ni una animalito o resquicio de ellos, este Espacio Contemporáneo siempre se instala como un diálogo de la diferentes obras con las escaleras, los baños, la librería el bar y algún espacio de pasaje. En este verano de ardor, la naturaleza ruge sutil en los espacios intervenidos. Plantas, alegóricos zumbidos de moscas, un laboratorio de genio loco son las nuevas apuestas. Las explicamos un poco más abajo porque vale la pena narrar cómo se llegó aquí.
Como todo en la vida, Espacio Contemporáneo tiene una historia. Nos la cuenta Santiago Bengolea, actual coordinador del Espacio, siempre supervisado por la arriesgada directora de la Fundación, Adriana Rosenberg.
Bengolea dice a Ñ digital: “Existen antecedentes del Espacio Contemporáneo de Proa, con la pared experimental ubicada en el patio central del primer piso, donde estaba la mesa de lectura en el anterior edificio de la Fundación. Los artistas estaban invitados a realizar un proyecto in situ en esa pared de enormes dimensiones. Artistas como Daniel Joglar, Sergio Avello, Jane Brodie y Cecilia Biagini, entre otros, fueron parte de esa primera experimentación”. Y sumemos las maravillosas tardes de domingo donde se invitaba a un DJ y a todo el mundo a bailar en la terraza. Fue la intervención, probablemente, más recordada y extrañada de Proa. Ya no se baila en la terraza pero a sus habitués –hicimos una encuesta– les gustaría. Melancolía de la danza y del encuentro vespertino porque todo terminaba antes del anochecer.
Corrían los 90s. El mundo cambió y Proa se sumó, creció y fue por más. El Espacio Contemporáneo del que ahora disfruta un visitante de la Fundación se inauguró recién en 2009 con la muestra de Marcel Duchamp.
Nos sigue contando Bengolea: “Cuando se inaugura la nueva sede con la muestra de Marcel Duchamp en 2009, Fundación Proa presenta la intervención del artista Jorge Macchi en el espacio de la librería, donde exhibe los dibujos de su libro Block y Las Comisuras de La Boca. En ese momento fue una propuesta coordinada por Karina Granieri y Julia Masvernat que se produjo para el contexto específico del restaurante/cafetería de Proa e hizo nacer, a partir de una iniciativa de la institución, un método de trabajo”.
Por este Espacio consolidado desde entonces pasaron, entre otros, artistas como María Inés Drangosch, Daniel Joglar, Ismael Pinkler, Mariela Scafati, Marcela Sinclair, Cintia Mezza, Elba Bairon, Esteban Pastorino, Mirtha Dermisache y Alejandro Cesarco y los artistas argentinos residentes en Berlín, Dolores Zinny y Juan Maidagán. Todos trabajando con el concepto, hoy muy en boga, de site specific. Realizar una obra para un lugar en particular, pero una obra efímera que luego se borrará del espacio y que sólo será recordada por sus registros en fotografía o video porque la obra en sí misma desaparecerá.
El trabajo sobre el Espacio es tan específico como sus obras. Nos sigue despabilando Bengolea: “En general tardamos entre una semana y quince días en montar todo, depende del proyecto y la sincronía con los artistas. Los proyectos pueden ser presentados por los curadores o en algunos casos surgen por invitación nuestra. Están previstos con bastante anterioridad y una vez aceptados son conversados con Adriana (Rosenberg) y después conmigo para adaptarlos al espacio o a las necesidades espaciales del momento. Por ejemplo, la actual muestra solo ocupa el primer piso, sin llegar al café. Originalmente fue pensado para ambos pisos, pero cuando se trabajó en el tema se concluyó en que se leería mejor el relato ocupando sólo una planta del edificio”.
Desde hace dos semanas, el Espacio Contemporáneo presenta la exhibición De un tiempo a esta parte, con Olga Martínez como curadora invitada e intervenciones de los artistas Pablo La Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas. Este proyecto site specific surge de una reflexión acerca de la relación entre el entorno natural de La Boca y la arquitectura de Proa. El proyecto propone activar un diálogo entre Proa y el exterior, refiriendo a la paradoja de lo “natural afuera/antinatural adentro”. Todos los artistas construyeron su relato y discurren sus programas artísticos en la aprehensión de la naturaleza. Las plantas, los insectos, el agua, el hombre como parte de un tejido continuo, son el eje de sus prácticas, indagaciones y metáforas.
Pablo La Padula presenta Vitrina Panocticum tomando dos de las grandes ventanas de la librería, transformadas ahora en vitrinas para la observación e interpretación del mundo biológico urbano: una, con curiosidades biológicas, la otra, como era propio en los comienzos del coleccionismo, exhibe tres tondos translúcidos. En cada uno impreso una de las bestias históricas de tres famosos naturalistas, Ulisse Aldrovandi, Ambroise Paré y Gaspar Schott. La Padula pareciera colocarnos tras una gran lente multifocal proponiéndonos distintos planos de enfoque y narrativas posibles, todas ellas impregnadas por “la boca del Riachuelo de fondo cerrado”.
Lo que crece a pesar de todo es el proyecto de Ariel Montagnoli que se posiciona en la entrada a la librería con un sendero natural formado por dos islas de formas suaves y orgánicas de especies autóctonas propias de la zona como el Timbó, el Jacarandá, la Sombra de Toro, el Sauce, las gramíneas pampeanas y el Diente de León, entre otras especies botánicas simples y de belleza abundante que viven y crecen en las márgenes del Riachuelo, “a pesar de todo”. Esta intromisión del paisaje ribereño, dentro de la institución, traza un nuevo recorrido en el espacio bajo la sombra de sus follajes y la caricia de sus ramas. La naturaleza viva, que aquí adquiere condición de intrusa, tensiona la experiencia en relación con el entorno que la contiene y exige del artista –que lo concibe como un hábitat– un monitoreo y cuidado casi de laboratorio. Las especies mantienen activo su desarrollo y su crecimiento que irá manifestándose durante la exposición. Montagnoli revisita con su obra una postal que sólo los relatos han mantenido viva.
Silvia Rivas, por su parte, interviene los muros con dibujos de la serie Odisea invisible, en la cual la sucesión reiterada del gesto da vida a la trama de un viaje, por momentos el vuelo de insectos en éxodo o en avance, sus desplazamientos. Esta obra está en correlación directa con su último videoarte donde a través de tres pantallas zumbantes presentó en el Malba su obra sobra las moscas. Las vidas breves y plebeyas de los insectos ocupan de pronto toda la atención del público que sube y baja las escaleras viendo sus zumbidos sordos.
“Las tres intervenciones presentadas por La Padula, Montagnoli y Rivas se entrecruzan –dice Martínez– unas veces en diálogo sonoro, otras en sus aportes de silencios. En esta convivencia temporal nos invitan a desplegar la imaginación entre lo humano y lo natural, desde un tiempo lejano a esta parte”. Y concluye Bengolea: “El Espacio Contemporáneo es fundamental para este momento de Proa, para hacer un refresh en el público y, por otro lado, es un polo de atracción para los artistas que empiezan a ver que Proa es un lugar posible para ellos, ver que tienen su posibilidad artistas jóvenes, consagrados y no tanto. Además del proyecto de la obra, del proyecto intelectual, se les pide un proyecto constructivo. Creo que eso les aporta una experiencia enorme. La idea es que todos sumemos, que la experiencia sea de crecimiento, que el proyecto pueda ser una bisagra entre la obra que construyen en el taller y la de enormes dimensiones que puedan realizar en Proa”.
Y por todo esto, lo que se exhibe y las intenciones de quienes convocan, parece que el Espacio Contemporáneo de Fundación Proa seguirá ardiendo más allá de este verano particularmente ardiente.
En la escalera de ingreso a la Fundación Proa, hay un dibujo de Silvia Rivas y otro, con la inconfundible materialidad plateada del grafito, en el arco que forma la arquitectura del primer piso. La artista cuenta la relación de la serie «Odisea invisible» con los gestos del video que presentó el año pasado en el Malba, y dice: «Dibujo sobre pared recorridos y dinámicas. Son expresiones de ritmo y velocidad, trayectos obsesivos, plácidos, cadenciosos o tortuosos. Como un trabajo maníaco, constituyen una representación gráfica de infinitos circuitos invisibles: el vuelo de un insecto, de un enjambre, partículas puestas en movimiento por el viento. Es como fijar en arabescos los rastros trazados por todo aquello que es mínimo en el espacio circundante». Sus gestos sensibles y poéticos, se perciben como genuinos testimonios de la tensión de la línea, el insecto que sobrevolaba el video y está en la génesis del dibujo, ha desaparecido y tan sólo queda la abstracción del trazo.
Título: De un Tiempo a Esta Parte. Pablo La Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas intervienen PROA Autor: Fecha: 04/02/2013 Ver nota completa Ver nota original (Arte en la red. ) El Espacio Contemporáneo de Fundación PROA presenta la exhibición De un tiempo a esta parte, con Olga Martínez como curadora invitada e intervenciones de los artistas Pablo La Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas.
Sin una pretensión ambientalista ni activista, este proyecto site-specific surge de una reflexión acerca de la relación entre el entorno natural de La Boca y la arquitectura de Proa.
El proyecto propone activar un diálogo entre Proa y el exterior, refiriendo a la paradoja de lo “natural afuera / antinatural adentro”.
Los tres artistas construyen su relato y discurren sus programas artísticos en la aprehensión de la naturaleza. Las plantas, los insectos, el agua, el hombre como parte de un tejido continuo, son el eje de sus prácticas, indagaciones y metáforas.
De un tiempo a esta parte, por Olga Martínez
La arquitectura acristalada de Fundación Proa permite experimentar una sensación de levedad casi abismal, el ángulo abierto de la visión capta una postal, que como un elemento más se integra al espacio de la institución. Esa postal nos muestra una imagen estática tomada, la mayor parte de las veces, desde un punto de vista que la hace única. La pregnancia de esa imagen adquirida se anticipa a la observación, y pareciera que todo tiempo se detiene.
Tres intervenciones contemporáneas nos reinstalan en esa imagen quieta al perturbar el espacio desde donde miramos y poniendo el tiempo en movimiento.
Pablo La Padula presenta Vitrina Panocticum tomando dos de las grandes ventanas de la librería, transformadas ahora en vitrinas para la observación e interpretación del mundo biológico urbano: una, con curiosidades biológicas, donde los materiales de laboratorio e investigación conviven con sus dibujos sobre vidrio y variedad de elementos naturales recolectados con paciencia de científico; la otra, como era propio en los comienzos del coleccionismo, exhibe tres tondos translúcidos. En cada uno impreso una de las bestias históricas de tres famosos naturalistas, Ulisse Aldrovandi, Ambroise Paré y Gaspar Schott. “A través de una estética científica depurada, pero barroca a la vez, plantea una lectura horizontal de las operatorias que el hombre de ciencia persigue para contener su entorno natural”, relata el artista.
La acción persigue el gusto por los gabinetes de curiosidades, esos mismos que los hombres cultos del renacimiento conformaban con obsesivo eclecticismo y antepasados de nuestros museos de ciencias naturales. Los portentos, de una transparencia vítrea y colorida, nos hablan del comienzo de la ciencia o de una pre-ciencia.
La Padula pareciera colocarnos tras una gran lente multifocal proponiéndonos distintos planos de enfoque y narrativas posibles, todas ellas impregnadas por “la boca del Riachuelo de fondo cerrado”. Lo que crece a pesar de todo es el proyecto de Ariel Montagnoli que se posiciona en la entrada a la librería con un sendero natural formado por dos islas de formas suaves y orgánicas de especies autóctonas propias de la zona como el Timbó, el Jacarandá, la Sombra de Toro, el Sauce, las gramíneas pampeanas y el Diente de León, entre otras especies botánicas simples y de belleza abundante que viven y crecen en las márgenes del Riachuelo, “a pesar de todo”.
Esta intromisión del paisaje ribereño, dentro de la institución, traza un nuevo recorrido en el espacio bajo la sombra de sus follajes y la caricia de sus ramas. La naturaleza viva, que aquí adquiere condición de intrusa, tensiona la experiencia en relación con el entorno que la contiene y exige del artista -que lo concibe como un hábitat- un monitoreo y cuidado casi de laboratorio. Las especies mantienen activo su desarrollo y su crecimiento que irá manifestándose durante la exposición. Montagnoli revisita con su obra una postal que sólo los relatos han mantenido viva.
Silvia Rivas interviene los muros con dibujos de la serie Odisea invisible, en la cual la sucesión reiterada del gesto da vida a la trama de un viaje, por momentos el vuelo de insectos en éxodo o en avance, sus desplazamientos.
La naturaleza es un tema largamente visitado en la obra de Silvia Rivas: el mar, el delta, la lluvia, los gusanos de seda, las moscas, los insectos, y nosotros mismos en nuestra condición humana le abrimos paso al tiempo, una obsesión en su obra -que en algún momento la hizo mudar de soporte hacia el video en su afán de asirlo con diversa eficacia-.
Esta obra toma a su vez y virtualmente el espacio aéreo del primer piso que sólo en el encuentro con el muro se hace visible. El gesto obsesivo y a la vez poético, que abunda en espirales y arabescos, mueve las alas o echa a volar lo invisible, y el tiempo se despliega hasta alcanzar la noche en el muro opuesto. La mancha negra de grafito es el escenario del vuelo nocturno que perdemos cuando el gesto alcanza el vacío. Las vidas breves y plebeyas de los insectos ocuparán de pronto toda la atención del público.
Las tres intervenciones presentadas por La Padula, Montagnoli y Rivas se entrecruzan, unas veces en diálogo sonoro, otras en sus aportes de silencios. En esta convivencia temporal nos invitan a desplegar la imaginación entre lo humano y lo natural, desde un tiempo lejano a esta parte.
Pablo La Padula Vitrina Panopticum, 2013 Instalación La vitrina especial de fondo abierto proyecta el museo al espacio exterior, a la boca de un riachuelo de fondo cerrado, transmutando así un espacio de contemplación ociosa en un panóptico, como en la antigüedad, pero invertido ahora a la mínima distancia focal, a través de la lente macro de las ciencias biológicas. La mirada se transforma en una herramienta de análisis, de infinitas combinatorias imposibles de síntesis racional. Volver la mirada al exterior como instrumento de conquista de nuevas significaciones personales. Recuperar el derecho al gabinete de curiosidades personales como práctica para una vida organicista y amoral.
CV Pablo La Padula nace en Buenos Aires en 1966, es Doctor en Ciencias Biológicas de la Universidad de Buenos Aires y artista visual. Expone de forma individual y colectiva desde el año 1991. Realizó exhibiciones individuales en el Centro Cultural de la Embajada de Brasil (1993), Centro Cultural Recoleta (1994), Centro Cultural San Martín (2002), Palais de Glace (2004), Centro Cultural de España (2006) y la Galería Zavaleta Lab. Colectivamente, se destacan la II Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (1991), Contemporáneo 11 Malba-Fundación Costantini (2003), Espacio Casa de la Cultura (2004), Centro Cultural Ricardo Rojas (2005), Estudio Abierto edición Puerto Madero (2006), Centro Cultural de España (2008). Ha participado en premios nacionales, municipales y universitarios en la disciplina de grabado y fotografía.
Vive y trabaja en Buenos Aires. pablolapa.wordpress.com
Ariel Montagnoli Lo que crece a pesar de todo, 2013 Instalación vegetal Un sendero natural de formas orgánicas y sinuosas, conformado por especies autóctonas propias de la zona como el ceibo, el jacarandá, la sombra de toro, el sauce, las gramíneas pampeanas, el diente de león, entre otras especies, se apropia del espacio e invita a recorrerlo experimentando la tensión que genera la intrusión de la naturaleza en la arquitectura del museo. Asimismo, este paisaje vivo, pensado como un bioma, mantiene activo el desarrollo y el crecimiento de las especies que lo conforman durante el breve lapso de tiempo planteado entre el comienzo y el fin de la exhibición, propiciando un dialogo abierto con la bahía del Riachuelo.
CV Ariel Montagnoli nace en Buenos Aires en 1963. Estudió química, es poeta y artista visual. Crea La mejor Flor y SAVIA, Flores y poesía experiencias pioneras en el cruce de la florería tradicional y las corrientes estéticas actuales. Desde 1997 realiza instalaciones efímeras en las vidrieras comerciales del barrio de Palermo como soporte de su obra con materiales naturales en estado natural o bajo distintos procesos de secado.
Desde el año 2008 expone en la galería Júpiter (La Cumbre, Córdoba donde ha participado en muestras individua) y en arteBA.
Desde 1994 trabaja en colaboración con otros artistas, entre ellos Feliciano Centurión, con quien realizó una instalación en el marco de muestra “Viva la muerte”, Parakultural New Border, y con Cristina Schiavi trabaja interviniendo con sus jardines las obras para “Formato Hogar”, Jardín Oculto (2011 )y arteBA (2012), Adquisiciones, donaciones y comodatos, Malba – Fundación Costantini (2012). Participa en Ensayo General #1, (2012) y con la galería Teresa Anchorena, Pinta (2012), Nueva York. Participa en encuentros de lectura de poesía desde hace 30 años. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Silvia Rivas Sin título, de la serie Odisea invisible, 2013 Dibujo en grafito sobre pared. Dimensiones variables. Dibujos-grafismos a escalas diferentes muestran recorridos y dinámicas, expresiones de ritmo y velocidad, trayectos obsesivos, plácidos, cadenciosos o tortuosos.
Como un trabajo maníaco, constituyen una representación gráfica de infinitos circuitos invisibles, el vuelo de un insecto, de un enjambre, partículas puestas en movimiento por el viento. Como fijar en arabescos los rastros trazados por todo aquello que es mínimo en el espacio circundante.
Un gesto imprimiendo un carácter, una tensión, una línea trazando un recorrido. Cada dibujo es la expresión de una odisea invisible.
CV Silvia Rivas nace en Buenos Aires en 1957. Egresada de la Escuela de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón” en 1981, continúa su formación con Kenneth Kemble y Víctor Grippo.
Expone individualmente desde 1988 en las galerías Tema, Magda Belloti (Cádiz), Trinta (Santiago de Compostela), Der Brucke, Joan Prats (Nueva York), en el Museo Nacional de Bellas Artes y la galería Diana Lowenstein Fine Art (Miami). En los últimos años, en el Centro Cultural Recoleta, galería Diana Lowenstein Fine Art, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el Centro de Experimentación del Teatro Colón, el Espacio Fundación Telefónica, Centro Cultural Banco do Brasil (San Pablo y Río de Janeiro), Malba- Fundación Costantini y Fundación Alon. Participa de numerosas muestras colectivas en el país y en el exterior.
Recibió la beca Guggenheim (2001), el Premio Konex, el premio al Video argentino en la Bienal de Arte del Museo Nacional de Bellas Artes, la beca-residencia del Wexner Center for the Arts, Columbus State University. Participó en la 8ª Bienal de la Habana y la Bienal del Mercosur. www.silviarivas.com