11 / 03 / 2025

“Penúltimo episodio” o la belleza de la esperanza: puro teatro en el jardín de PROA21

Una catástrofe destruye la ciudad. Dos sobrevivientes encuentran refugio en un santuario verde que se convertirá en un lugar de vacaciones, y también en una razón para vivir. Puro teatro para disfrutar: “Penúltimo episodio” de Santiago Nader estrena este sábado en el jardín de PROA21. Charlamos con el director acerca del proceso creativo de esta pieza que cierra el ciclo Temporada Alta 2025, y nos conecta con la esperanza…


Sábados 29 de marzo y 5 de abril 17.30h
Entrada gratuita
Av. Pedro de Mendoza 2073, CABA

Auspicia Tenaris – Ternium

¿Cuál es el disparador, o cómo surge el tema de la obra?

El disparador de Penúltimo episodio es un diálogo real entre dos amigos que tuvieron un mal día y, sin querer, se maltrataron y gritaron. Al entrar en razón en el sinsentido de la pelea, uno le dice a otro:

—Perdón por ponerme así. Estoy muy cansado.

Y el otro responde:

—No, amigo, perdoname vos, todos estamos muy cansados.

Después de ese diálogo, los amigos lloran juntos y se abrazan. Estamos atravesando un momento histórico complejo. Lo atravesamos con más o menos privilegios, con más o menos herramientas para interpretarlo, con más o menos alegría. Pero todos compartimos el agobio, la incertidumbre y la dificultad para imaginar que el futuro va a ser mejor. Muchos estamos en el comienzo de nuestras vidas, hemos visto poco, y sentimos miedo. Otros han visto más pero también temen. Hay muchas cosas ocurriendo en el mundo que no se parecen en nada a lo que ya conocemos. Me interesaba crear un escenario de ficción que pudiera contener ese sentimiento colectivo. Vivimos una suerte de verano del fin del mundo, y me pregunté como reponerlo en una historia breve.

El jardín es un espacio de resistencia en medio de la devastación, ¿cómo pensaste este lugar dentro de la narrativa y qué representa para los personajes?

El jardín es un lugar de resguardo, un oasis para los personajes que vienen de sobrevivir a una catástrofe. Manuel y Kitty vienen de perder sus familias, amigos, de ver la destrucción del lugar donde nacieron. Encuentran el jardín mientras andaban vagando por ahí, a la espera de que algo venga y los destruya a ellos también. Posiblemente el jardín sea lo más bello que van a ver: lo demás es todo ruinas. Y con ayuda de esa belleza, tal vez, irán olvidando un poco la devastación. Eso es lo que ellos creen. El jardín es para los personajes la posibilidad del descanso de su realidad; unas vacaciones de su existencia, de las experiencias recientes. En cómo cada uno vive ese descanso, esas vacaciones, es que comienzan las diferencias.

¿Cómo dialoga el jardín con la ficción que construiste? ¿Influyó en tu proceso de escritura y en la puesta en escena?

La obra fue escrita especialmente para este espacio, y su influencia en la narrativa es total. Lo primero que el jardín me transmitió es esa sensación de refugio, posiblemente porque yo paso diez u once horas al día encorvado frente a una computadora, entre cuatro paredes. La influencia del verano también es absoluta: en mi imaginación, estar afuera en verano significa vacaciones. De hecho, el proyecto comenzó llamándose Composición de verano. Decidimos operar en el título del trabajo cuando pasaron las improvisaciones, las pruebas y hubo un texto escrito de principio a fin.

La obra plantea un dilema existencial: ¿qué sentido tiene seguir adelante cuando todo está destruido? Contanos como trabajaste esta tensión en los personajes y qué aspectos de la condición humana quisiste explorar a través de ellos

La obra se trata ni más ni menos de cómo esos dos personajes abordan esa oportunidad de descanso. Se preguntan: “Después de haber experimentado el horror en carne propia, el terror, la incertidumbre, ¿cómo voy a elegir descansar?” Es la diferencia entre ambos lo que motoriza la obra. Kitty elige no pensar; prefiere llenar el vacío existencial con palabras, ocurrencias y propuestas; Manuel prefiere intentar olvidar sin hablar. Es la tensión entre esos deseos superpuestos lo que da comienzo a la obra.

¿Quiénes son estos dos sobrevivientes? ¿Cómo se definen a partir de sus diferencias y cómo esas diferencias les permiten sostenerse mutuamente?

Kitty y Manuel representan arquetípicamente dos formas posibles de afrontar el fin del mundo. Kitty con su positivismo tóxico de manual (“hay que estar bien; es un milagro que estemos vivos; no tenemos de qué quejarnos; la manera de honrar esta circunstancia es divirtiéndonos, olvidando” etc). Por otro lado está Manuel con su nihilismo, también tóxico y de manual: “La vida ya no tiene sentido; todo el mundo se murió; sólo queda quedarme acá hasta que algo me reviente a mí también, etc”. Sus maneras de afrontarlo son distintas pero tienen algo en común y es que ninguno puede vivir sin el otro a partir de su encuentro. Que el otro exista es lo que hace que ellos no se vuelvan locos.

La historia combina poesía y reflexión filosófica, ¿cómo fue el proceso de escritura y de montaje? ¿Hubo momentos en los que la obra tomó rumbos inesperados?

Siempre supimos que la obra iba a tratarse, en su germen más primitivo, sobre “el verano y el fin del mundo”. Lo que hicimos fue reunir, con ayuda de nuestros amigos, una serie de textos que hablaran de ambos temas por separado: armamos un corpus de textos sobre el verano y otro sobre el fin del mundo. Un texto especialmente recordable de ese proceso es el primer capítulo de Pieza de verano, de Christa Wolf. Algo de la belleza que apareció en esa lectura me llevó a nombrar provisoriamente al proyecto Composición de verano. Siempre supimos que los cimientos del texto son las diferencias entre ambos personajes, pero nunca imaginé que esos personajes iban a desarrollarse con la profundidad con la que los actores lograron componerlos. Por lo general mis personajes son “envases” de una serie de acontecimientos, de circunstancias; no se trata tanto de quiénes son, sino de lo que les pasa. Creo que Manuel y Kitty tienen una profundidad diferente, y eso es gracias al trabajo de los actores.

La idea del jardín como último refugio sugiere que la belleza es siempre transitoria, ¿cómo se relaciona esta idea con el teatro como un arte efímero en sí mismo?

La obra sugiere que la belleza es efímera pero, por sobre todas las cosas, que es necesaria. Aún cuando uno lo ha visto todo, cuando todo está devastado. En si misma, la belleza no es capaz de tapar el horror, pero activa en nosotros un sentimiento de esperanza que últimamente no podemos gestionar por nuestra cuenta, que no nos sale de forma natural. Ante el horror, hay sólo dos cosas que podrían ayudarnos a no perder la cordura por completo: la esperanza que trae la belleza y los lazos humanos.


Santiago Nader
Tucumán, 1997. Escritor y director teatral. Recibió la beca Fulbright – Fondo Nacional de las Artes en Letras (University of California, US) y el Premio S a teatristas independientes. Participó como dramaturgo y director residente en el Teatro Nacional Cervantes (AR), Panorama Sur (AR), LABRA (UY) y Piccolo Teatro de Milano (IT). Es estudiante de la cohorte 2023 de la Maestría en Escritura Creativa de UNTREF. Escribió las obras La clase de rikudim (Festival El Porvenir), Garnett Kelly y el torso ganador (Bienal de Arte Joven de Buenos Aires, Festival Futuros), Hola casa de Aarón (Festival Monoblock), Potrillo Ben (FIBA), La volcán y Eliot (Planta Inclán) y Mi hermano y el puma (Fundación Cazadores). Su trabajo fue traducido al inglés, el francés y el portugués. En narrativa publicó la colección de cuentos Una curiosidad nueva (De Parado) y Todos los Kogan (Cuentos María Susana).


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