Prensa Publicada
Las Yeguas del Apocalipsis nos miran fijo. Ataviadas con elegantes vestidos de otra época, con unos tocados dignos de la realeza sobre sus cabelleras oscuras y sin perder los estribos. Francisco Casas, sobre una banqueta, con piernas cruzadas y manos sobre las rodillas, la espalda erguida. Pedro Lemebel, en cuclillas pero con delicadeza, una mano sostiene elegante la barbilla y la otra está apoyada sobre las piernas. Por detrás, un fondo azul con manchones de humo blanco imita un cielo nocturno de nubes, y adelante, entre ellas y nosotrxs, la distancia que imponen unos barrotes negros.
Los “argentinos de París” no tenían un nombre tan poderoso. Por algún tiempo fueron el grupo Tse, que reunió a artistas franco-argentinos en París para imaginar cuerpos masculinos envueltos en plumas y lentejuelas, cuerpos proyectados arriba y abajo del escenario. No iba a ser tarea fácil semejante acto de transgresión, aunque estuvieran lejos de la patria conservadora. A la familia de Copi su Eva Perón le costó el exilio.
Ambas muestras, curadas por separado en PROA21, se cruzan en un diálogo inevitable. Porque manifiestan la disidencia, la rebelión lgbt, la fiesta, la vanguardia, lo prohibido, lo que costaba nombrar en tiempos más oscuros. Y también porque, con excepción de Juan Stoppani —artista visual que formó parte del Di Tella—, los protagonistas vienen de otros universos: el literario y el teatral.
Las Yeguas aparecieron en la vida pública sin avisar, a puro golpe de efecto, nos recuerda el curador Víctor López Zumelzu. La entrega del Premio Pablo Neruda de Poesía a Raúl Zurita fue su carta de presentación en un Chile desgastado de tanta dictadura pinochetista a la que se le estaba haciendo difícil esconder otros mundos y vidas posibles.
Esta muestra recupera algunas de las performances de aquellos diez años de existencia. “Las dos Fridas”, “Lo que el sida se llevó”, “La conquista de América”, “Cadáveres”: títulos que advierten que, por detrás del gesto drag, del juego y de la exuberancia, están las luchas políticas, las reivindicaciones, el grito frente a la atrocidad. Atravesar descalzos un mapa de América del Sur hecho con trozos de vidrios de Coca-Cola, posar desnudos sobre una enorme bandera bordada con una hoz y un martillo fucsia o recostarse sobre un suelo minero de cal y carbón son acciones que cubren un extenso repertorio que atraviesa problemáticas como la del vih-sida, los detenidos-desaparecidos, el exterminio de pueblos originarios y las identidades gay dentro de organizaciones de izquierda. Casas, de visita en Buenos Aires en ocasión de esta muestra, dijo en una nota que el movimiento gay siempre fue frívolo, que protestaban porque les cerraban las discotecas. Y que ellos pusieron el cuerpo a causas más urgentes y graves.
Raúl Damonte Botana o Copi, bautizado así por su abuela —la escritora anarquista y feminista Salvadora Medina Onrrubia—, o un argentino de París, como solía definirse ante el interrogante del ser nacional/exiliado, al principio vendía dibujos en las calles de esa ciudad. Así apareció “La mujer sentada”, que más tarde se publicaría en el Nouvel Observateur y en importantes editoriales. Con los años se convirtió, en palabras del escritor y en este caso también curador Daniel Link, en un exponente de la “antropología trans”. Juan Stoppani y Jean Yves Legavre —pareja desde aquellos años— colaboraron en el diseño de vestuario de obras que formaron parte de la vanguardia teatral parisina, pero que corrían los límites de lo aceptable en estas tierras, y no sólo en aquel entonces. El último estreno de Eva Perón de Copi en el Teatro Cervantes de Buenos Aires actualizó polémicas en apariencia superadas.
La muestra Argentinos de París consiste en una colección de fotos, figurines y diarios que registran las puestas en escena de sus obras teatrales más un video en el que Stoppani y Legavre recuerdan los años de trabajo en comunión. En muchas aparece el mismo Copi travestido. Es que muy pronto le picaría el bicho de la actuación y a su prosa le sumaría una interpretación igualmente irónica y compleja.
Quizás el gesto más disruptivo de las obras que evocan estos registros documentales sea el de mostrar lo que se vuelve una y otra vez inclasificable. ¿Cómo catalogar a estos artistas que se arriesgaron a los cruces más complejos y en ese acto apostaron su propio cuerpo? Al exhibirlos en una sala dedicada a las artes visuales contemporáneas, se replica el gesto periférico, como dice Link, de incluir “los elementos excluidos de la historia”, que son ellos mismos. Por un rato los textos que los hicieron grandes quedan de lado y toma protagonismo la imagen travestida y marginal, el cuerpo politizado que impactó a una época y que hoy se reivindica con nostalgia.
Pedro Lemebel y Francisco Casas Silva, Yeguas del Apocalipsis, curaduría de Víctor López Zumelzu; Copi, Juan Stoppani y Jean-Yves Legavre, Argentinos de París, curaduría de Daniel Link, PROA21, Buenos Aires, desde el 5 de octubre de 2019.
"Yeguas del Apocalipsis", con la curaduría de Victor López Zumelzu, reúne por primera vez en Argentina obras del colectivo artístico chileno conformado por los escritores Pedro Lemebel y Francisco Casas Silva.
En plena dictadura de Pinochet, desnudos y montados en una yegua color miel y blanca, Francisco Casas Silva y Pedro Lemebel, el mítico colectivo Yeguas del Apocalipsis, irrumpieron en el Campus Juan Gómez Millas, en la universidad de Chile. Con acidez, parodiaron la iconografía viril asociada a la figura del militar y el conquistador y, al tiempo, aludieron a la homosexualidad masculina. La acción, denominada Refundación de la Universidad de Chile, incluyó el reclamo por el ingreso de las minorías en la Universidad.
Ente 1987 y 1997, los escritores chilenos Casas Silva y Pedro Lemebel conformaron el dúo Yeguas del Apocalipsis. Se apropiaron y resignificaron un insulto dirigido –y bien conocido en nuestro país– a las mujeres; tomaron el término apocalíptico, cuando el sida hacía estragos en la comunidad gay. Las Yeguasdevinieron mito irreverente: actuaron en forma tan eficaz, contundente y estremecedora que muchos creyeron que se trataba de un malón irrefrenable.
“A fines de la dictadura y principios de la democracia se pensaba que las yeguas eran muchas. En la inauguración de un libro o una exhibición de pintura, la gente entraba en pánico cuando se enteraba que irían las Yeguas del Apocalipsis. Pensaban que era una cabalgata gigante de homosexuales, proletarios y feos, corriendo a destruir todo el aparataje del arte institucional o de la literatura convencional. Pero llegaban dos maricas feos y escuálidos”, cuenta Casas en diálogo con Arte Online, acompañado por su pareja, Julio Urbina, quien se presenta como la transtornada).
De las performances de las Yeguas, sólo quedan algunas fotografías de Paz Errázuriz y videos. Hicieron una veintena de acciones de las que casi no hay registros. Es que no les interesaba ingresar en el mundo del arte legitimado: su motivación era la urgencia política, mucho antes de que supieran que eso que estaban haciendo apasionadamente era una performance. Con sus acciones buscaban reflexionar, poner en cuestión la realidad, defender los Derechos Humanos. “Todo el trabajo de las Yeguas del Apocalipsis finalmente es un acto de amor, en alianza con las madres de los detenidos desaparecidos, con los ejecutados políticos”, dice Casas.
Ese rico material puede verse en Proa21, en Yeguas del Apocalipsis, con curaduría de Víctor López Zumelzu, que reúne por primera vez en Argentina obras del colectivo artístico chileno. La muestra, que incluye instalaciones, y registros (fotografías y videos) de acciones performáticas de época, suma además obras individuales de Lemebel y Casas, posteriores al periodo de las Yeguas del Apocalipsis.
Ya enfermo, Lemebel desató la acción Desnudo bajando la escalera, cuyo registro en video se puede ver en sala. Metido en una bolsa de lino, rodó por las escaleras en llamas del Museo de Arte Contemporáneo. La escena impacta por la lentitud con la que la bolsa en la que está metido el escritor arde y cae, impulsado solo por su propio peso, por los peldaños cubiertos con llamas de fuego.
En una de las salas de Proa21 se recreó la instalación Homenaje a Sebastián Acevedo, un trabajador minero que se inmoló el 11 de noviembre de 1983, frente a la Catedral de la Santísima Concepción, conmocionado y en señal de protesta por la desaparición de sus tres hijos en manos del régimen militar. En esa instalación, con los cuerpos cubiertos de cal viva, Pedro Lemebel y Francisco Casas se prendieron fuego.
Tras un viaje de varios días por el Amazonas en un barco carguero repleto de gallinas y cerdos, Urbina y Casas desplegaron una instalación con desechos encontrados en el río, que ahora se exhibe en la muestra. “Nos interesaba la diversidad sexual de la selva, la visión no binaria que se evidencia en mitos como el de Yacuruna”, dice Urbina. Con tuberías de plástico, hicieron una gran instalación que representa conexiones sanguíneas en descomposición de una especie hasta ahora desconocida.
En Las dos fridas, una fotografía de las Yeguas del Apocalisis que pertenece a la colección del Malba, Casas y Lemebel posan como en la pintura de Frida Kahlo (la artista se representa a sí misma duplicada). Los corazones pintados en los pechos de Casas y Lemebel se conectan por medio de una transfusión sanguínea –que alude a los fluidos de dos homosexuales en épocas en las que el sida aterrorizaba y no se sabía exactamente cómo se contagiaba, incluso algunos pensaban que las lágrimas podían propagar la enfermedad–. “Es una de nuestras primeras obras: tiene que ver con la conquista de América. Nos interesaba ese contagio entre la española y la mestiza. Y todas las enfermedades que contagiaron los españoles: la tuberculosis, la sífilis, y el sida, una de las últimas formas de colonización contra los cuerpos homosexuales: ya sabemos que fue un virus inventado para exterminar y estigmatizar a los homosexuales”, dice Casas.
En una de las fotografías expuestas, Lemebel luce un collar hecho con maquinitas con hojas de afeitar. “Es una performance que Pedro hizo por amor —dice Casas—. Se depiló su corazón. En la calle hizo un círculo de fuego, se puso adentro, frente a la ventana del chico del que estaba enamorado. Después se puso el collar. Fue un acto de amor entre ellos”. Y también ellos se tomaron las fotografías que registran ese momento de intimidad que devino imagen emblema.
“Pero las performances no se ensayan, ¿qué dices?”, le dice Francisco Pancho Casas a este cronista que, bajo el sol tibio y en los jardines de Proa21, en La Boca, preguntó si iba a haber ensayo. “No se ensaya, eso hacen los actores, yo odio a los actores”, continúa Casas, también conocido como una de las Yeguas del Apocalipsis (la otra yegua era Pedro Lemebel). “Odio a los actores”, repite, el cronista cree que Casas bien podría decir: “Odio a los periodistas” bajo el plácido sol. “Además no habrá ninguna performance”, dice. “Ah, tenía entendido que sí”. “Pues no”, dice taxativo al comenzar la entrevista. Unas horas después estará cavando una fosa sobre el pasto de los jardines de Proa21 para tener sexo explícito con su compañero artístico el peruano Julio Urbina. “No habrá performance, te informaron mal”, dice y se sienta junto al cronista para recoger rayos solares.
“Esta exposición reúne en fotografía, video y objetos, acciones e intervenciones de hace 30 años que muestran mi trabajo en estas décadas”, dice Pancho Casas, nacido en Chile y que junto a Pedro Lemebel irrumpió en el campo de la protesta contra la dictadura de Pinochet que asolaba desde hacía más de una década a su país. Las Yeguas, que venían del campo de la literatura, habían decidido poner el cuerpo a la denuncia para no quedarse rumiando en cafés junto a intelectuales izquierdistas sino salir al mundo para accionar sobre él. Con el cuerpo. El propio.
"Cadáveres"–¿No tiene cierta similitud con las intervenciones de Néstor Perlongher que recitaba Cadáveres en medio de la dictadura?
–Yo conocí a Perlongher. Me escribió un último poema de los llamados Lúmpenes peregrinaciones. Tuvo una muy breve estancia en Chile, ya estaba muy mal, muy enfermo. Tenía que hacer una lectura en Valparaíso y cuando Pedro Lemebel y yo nos enteramos corrimos a Valparaíso, él ya estaba muy mal, no podía beber, se tenía que acostar temprano. Él murió al poco tiempo. Recuerdo que estábamos en la calle, sentados en una cuneta, Pedro y yo bebíamos, pero él no podía beber y se reía un poco de nosotros, con ese humor sarcástico. Esa noche leyó Cadáveres. Luego de su muerte se publicaron unos poemas inéditos con uno de ellos dedicado a nosotros.
–¿Cree que Perlongher se reconoció en el trabajo de Las yeguas del Apocalipsis?
–Nuestros trabajos eran un poquito disímiles en el sentido de que Perlongher era un militante que lo expulsan de su partido y termina su vida en San Pablo, donde escribe ese libro maravilloso La prostitución masculina o Devenires minoritarios. Pero el trabajo mío con Pedro en esa época, si bien nos interesaba poner el cuerpo homosexual en escena, era un trabajo más político. Trabajábamos con todo lo que tenía que ver con los detenidos desaparecidos, principalmente, estábamos en alianza con las madres, con los torturados, por el retorno de la democracia, entonces nos alejaba un poco del “cabaret” de Copi que si bien ciertas obras nos fascinaban, también era la insoportable levedad del gay que cree que todo lo resuelve en el teatro. Odio a los actores. Por eso hicimos alianza con Perlongher y no con la Batato Barea, que era más cabaretera. Además Perlongher había leído a Deleuze y Guatari, nosotros no habíamos leído a Deleuze y ya Perlongher hablaba sobre la desterritorialización o hablaba sobre lo que era el devenir, devenir otra cosa, no basta con ser uno mismo, qué cuerpos pueden devenir. Entonces tenía la ventaja de lector de filósofos, de antropólogos y en ese sentido aplicaba Cadáveres, que sigue siendo uno de los poemas y de uno de los poetas favoritos que yo elijo. Es un discurso completo contra el fascismo: “En esa risa, la que se deshilacha, la que no quiere que se diga, hay cadáveres” o “En su raya comandante, ahí hay cadáveres”. Una maravilla. Néstor Perlongher sigue asombrando y alucinando hasta el día de hoy. En la literatura rioplatense se produce una generación de escritores donde está Osvaldo Lamborghini o también con algunas cosas Manuel Puig, como El beso de la mujer araña, donde el revolucionario, el guerrillero es encerrado con Molinita, la trola, para que le saque información. En Tengo miedo, torero, Lemebel vuelve a repetir el gesto del revolucionario con la loca y no hay que decir que es homosexual, el cuerpo ya es homosexual. Como cuando un periodista le preguntó a Juan Gabriel si era homosexual. Y él contesta fantástico: “Lo que se ve no se pregunta”. Una clase magistral.
–La vuelta de tuerca es que Molina está ahí para sacar información, no tiene un carácter heroico.
–No, el gran problema de las maricas es que siempre han sido despolitizados. Los homosexuales solamente marcharon cuando le cerraron la discoteca en Stonewall. Así empezó la revolución: porque cerraron una discoteca. No salieron porque estaban apaleando a un negro o una mujer afuera, por los derechos civiles, salieron porque les cerraron el boliche, le quitaron las muñecas, las barbies. Un gay siempre se va a reconocer en una clase alta, nunca se va a reconocer en el proletariado, en la clase trabajadora a la que nosotros pertenecemos con tanto orgullo.
–¿Pero eso hace pensar en un movimiento gay más adaptado?
–No, en Chile los homosexuales siempre fueron cómplices de la dictadura. Tú sabes que las discotecas gay aparecieron en Chile durante la dictadura y Pinochet no persiguió a los homosexuales como en la Argentina, con el caso de la Triple A. La ministra de Justicia de Pinochet Mónica de Madariaga era una lesbiana asumida y el ideólogo del régimen de Pinochet llamado Guzmán, que por suerte después lo mataron, era gay declarado. En una época de toque de queda y allanamientos una discoteca llamada el Fausto nunca cerró.
–Entonces Las Yeguas del Apocalipsis venían a ocupar un lugar.
–Veníamos a politizar un espacio. Uno no ocupa un espacio, porque uno entra y sale. Uno es una especie de nómada en los pensamientos políticos que hacen que se dificulte, que no te puedan encasillar. Todos los cuerpos son políticos, hay que politizarlos y descolonizarlos. Mira, este trabajo tiene que ver con las madres de los detenidos en Chile, que bailaban la cueca solas, porque sus maridos, sus hijos, habían desaparecido. Sting saca una canción Ellas bailan solas, entonces nosotros hicimos el baile de ellas sobre un mapa de América Latina que estaba cubierto con vidrios de la Coca Cola, entonces iba quedando el rastro de nuestra sangre sobre el mapa. Ahora déjame descansar un ratito –dice Casas y desaparece.
"Las dos Fridas", de Casas y Lemebel, Las Yeguas del ApocalipsisMientras tanto allí está el registro fotográfico de Lemebel y Casas, las Yeguas, bailando sobre el vidrio, en otra sala la hiperfamoso foto de las Yeguas reproduciendo el cuadro de Frida Kahlo, otra performance en la que brindaban a la memoria de los desaparecidos con tierra, subiendo las escaleras una hoz y un martillo fucsia, brillante, marica y los últimos trabajos de Lemebel en la Amazonia, que conviven con la indumentaria hecha por Stopanni y Legavre para las obras de Copi en Francia en un video realizado por Fiord Studio que anima y explica Daniel Link. Vuelve Pancho Casas.
“Nosotros seguimos mucho más allá de la dictadura. La última performance fue cuando el presidente Patricio Aylwin presentó un informe con los detenidos-desaparecidos, con los presos políticos, que ahora sabemos que varias partes del informe permanecen en secreto por cincuenta años, en una nueva traición de la democracia cristiana. Aylwin lee este informe en cadena nacional frente a todo el país y en cierto momento dice: ‘Perdón mi olvido’. Entonces nosotros dijimos: ‘Ni olvido, ni perdón’”. Esto se tradujo en una performance en la que instalamos 500 copas de agua a las que ponemos tierra y leemos los nombre de los desaparecidos brindando con eso: “¡Compañero Juan Castillo, hasta la victoria siempre!”, mientras la garganta se rompía y había sangre. Imaginate, en ese listado había 3 mil desaparecidos.
–Este uso extremo del cuerpo para la performance hace que sean adelantados en esta práctica.
–Al parecer, sí; al parecer, sí. Pero nosotros no sabíamos qué era la palabra “performance”, para nosotros era una forma de protestar, de visibilizar aquello obturado.
–Las Yeguas venían de la literatura…
–Toda escritura es performativa, nadie escribe con éxito de lo que no conoce, perdón por usar la palabra éxito. Es performativo. Si no es el cuerpo real, es el cuerpo escritural el que realiza la acción performativa. Y ahora sí que estoy cansado.
–¿Significa algo mostrar en Buenos Aires toda esta obra?
–Bueno, siempre hemos admirado a escritores argentinos, desde Copi, Manuel Puig, Lamborghini, Borges por siempre. Había una revista Buenos Aires no duerme. A mí Buenos Aires me aburre...
Y una vez más Casas desaparece.
Unas horas después de negar la performance la realizará. Cavando con palas el jardín de Proa21, como quien cava una tumba, luego se desnudará junto a su compañero y tendrán sexo (sexo que no evita mostrarse, que es explícito) sobre la tierra, como si lo tuviesen sobre un cadáver.
Las Yeguas del Apocalipsis, en La Boca, han vuelto.
En Buenos Aires
Pioneros del arte político y homosexual: con una recopilación nunca vista, “vuelven” las míticas Yeguas del Apocalipsis
La hoz y el martillo, con lentejuelas. Francisco Casas y una síntesis de la propuesta de las Yeguas del Apocalipsis. /Lucía Merle
Montados en un caballo de feria, dos jóvenes desnudos entran en 1987 en la universidad de Chile. Son Pedro Lemebel y Francisco Casas, y en plena dictadura de Augusto Pinochet, quieren refundar la institución.
En ese contexto de violencia y represión los escritores llevaron adelante uno de los proyectos más importantes de la contra-cultura chilena. Con la vitalidad que da la irreverencia, las Yeguas del Apocalipsis -tal el nombre del grupo- le pusieron cuerpo a las más diversas de las diversidades. Eran artistas homosexuales de izquierda, reivindicando bajo amenaza una identidad disidente. Y hacían cosas que, a priori, no sabían bien qué eran. A más de veinte años, su obra puede verse hoy en Proa 21, en una recopilación que -todavía- ni siquiera se ha visto en Chile. Con paso lento pero seguro, la potencia los fue llevando desde el margen hasta el centro de la escena.
“Éramos dos raros”, cuenta Francisco Casas, la yegua viva, desde la terraza de Fundación Proa. Para él esta muestra, que recopila el material de algunas de sus performances más emblemáticas, cobra el sentido de un duelo, tras la muerte en 2015 de Lemebel, su amigo y compañero de aventuras apocalípticas durante diez años. En 1997 los caminos de las yeguas se abrieron, pero no se bifurcaron. “La palabra disolución no existe”, Casas se pone categórico. “Pedro siguió su ejercicio de cabalgata en la literatura y la crónica y yo me fui a vivir a México, pero siempre hubo esa complicidad. No hay disolución, porque la obra sigue trabajando, incluso a pesar de uno. No creo en las disoluciones sino en los devenires. Seguimos otros camino, con la mirada del otro sobre lo que uno hacía. Siempre estaba ese ojo”.
Performance. Las Yeguas del Apocalipsis con un mapa que se iba manchando con la sangre de sus pies cortados. / Lucía Merle
La primera “cabalgata” de las Yeguas sucedió en 1987, cuando irrumpieron en la premiación al poeta Raúl Zurita para entregarle al distinguido una corona de espinas. Así fueron sus primeros actos: breves, intempestivos, a contra-corriente. Poco después acompañaron la transición a la democracia, exigiendo junto a las organizaciones de derechos humanos, que reclamaban la aparición con vida de los desaparecidos y el juicio y castigo a los culpables. Sus obras drenan la sangre de múltiples heridas. La de los crímenes de lesa humanidad es una. Otra es la de los estragos que, en esos mismos años, hacía el sida, que trajo consigo una cadena de males incurables: la discriminación, el estigma, el miedo y la condena del sexo. Y a cuyo apodo chileno (“la enfermedad del apocalipsis”) el colectivo le debe, en parte, el nombre.
“Para nosotros la palabra performance era extraterrestre”, cuenta Casas entre risotadas llenas de desparpajo que suavizan una lengua que mantiene intacto su amoroso filo. “Nosotros les llamábamos 'acciones de arte', pero no teníamos idea de lo que era. Empezamos borrachos, haciendo tonteras en un bar. Después esos trabajos se institucionalizaron y comenzaron a tener sentido”.
Las dos Fridas. Las Yeguas del Apocalipsis y un homenaje a Frida Kahlo. / Lucía Merle
Pero sus intervenciones distan, y mucho, de ser tonteras. El 12 de octubre de 1989, por caso, las Yeguas realizaron una de sus acciones más potentes y emblemáticas, Cueca sola o la conquista de América, en la Comisión Chilena de los Derechos Humanos. Sobre un mapa de América del Sur cubierto por los vidrios de unas botellas de Coca-Cola rotas, los artistas bailaron la cueca (la danza popular chilena que las madres de los detenidos por la dictadura bailaban a modo de protesta) descalzos y con el torso desnudo. A medida que las plantas de sus pies se iban cortando dejaban la sangre sobre el mapa, en una doble alusión a la sangre derramada de los detenidos desaparecidos y a la que derraman, desde hace quinientos años, las culturas diezmadas por la conquista española. Hoy sus registros fotográficos y una reconstrucción de la escena son parte de la muestra de Proa.
Preparativos. El cuerpo, el deseo y la represión, en el trabajo de las Yeguas del Apocalipsis. /Foto Lucía Merle
También es de la partida Cadáveres, la performance que las Yeguas realizaron en Nueva York en 1996, en homenaje al escritor Néstor Perlongher, en ese entonces recientemente fallecido a causa del sida; y Las dos Fridas, la foto-performance en que Casas y Lemebel se caracterizan como la pintora mexicana para reproducir, en clave trans y posmoderna, una de sus obras más significativas.
La vestimenta fue para las Yeguas la estrategia de subversión de un conjunto de mandatos (que hoy definimos como heteronormativos) pero también un modo de visibilizar una minoría violentamente silenciada. Con prendas de sus amigas travestis se vistieron para la fotoperformance Lo que el sida se llevó, que también podrá verse ahora en Proa.
Pero al conjunto de fotos y videos de estas acciones, las más emblemáticas del colectivo, Casas decidió sumar a la muestra algunas obras realizadas posteriormente por Lemebel y por él, por separado. “No podés quedarte como una diva en el pasado, cual Norma Desmond en Sunset Boulevard”, explica. Del Carmen Bella Flot es una fotoperformance en la que Lemebel posa, vestido como Virgen.
También pueden verse otros registros, entre los que destaca el de Postal del Sur II, una obra de 1991, en la que Lemebel aparece con un collar de navajas, triste oráculo, acaso, del cáncer que se lo llevaría años más tarde. “Hizo obra hasta su muerte, la loca era performer por desquiciada”, lo recuerda Casas.
Un símbolo. Francisco Casas con el pañuelo blanco, en La Boca. /Lucía Merle
Entre los trabajos de Casas, podrá verse la bandera del partido comunista que el artista bordó en lentejuelas fucsias. Irónico modo de señalar la enorme ausencia que existe, en ciertos sectores de la izquierda, de una política de la liberación de los cuerpos.
También está Las metáforas quebradas de Yakuruna, el registro audiovisual, realizado en colaboración con el artista peruano Julio Urbina Rey, del viaje que durante más de un mes ambos realizaron, a bordo de un barco pesquero recorriendo el Amazonas. “Fue un viaje sexual, en el que fuimos rescatando mitos amazónicos que rayan lo porno. Yakuruna es un dios no binario. Lo que quisimos fue mostrar lo que la colonización hizo en estas culturas. Cómo rompió una cadena de saber, que incluye modos diferentes a los occidentales de ejercer la sexualidad”, explica.
Con diez años de trabajo consecuente, y alrededor de 800 registros de sus performances (que Casas donó el año pasado al Malba y al Museo de Arte de Lima), cuesta comprender si la presencia hoy, en medio del circuito artístico y la academia, de un proyecto tan disruptivo como las Yeguas del Apocalipsis, es una derrota o una conquista. “Ahora los desaparecidos son otros, y aunque se avance en algunos espacios otros se pierden, como se pierden los sentidos. Las venas nos siguen sangrando, y cada vez con más fuerza. Pero nos queda la calle”.
En la mirada brillante de Francisco Casas se advierte la confianza en que, muy pegadita al dolor, va la libertad. “A marchar!”, cierra. Y recupera la sonrisa.
Ficha“Yeguas del Apocalipsis” Pedro Lemebel y Francisco Casas
Dónde: Proa 21. Pedro de Mendoza 2073
Fechas: Desde el 5 de octubre a las 17 hasta fines de diciembre.
Horario: Jueves a domingos, de 15 a 19.
Entrada: Gratis.