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Press kit con link de descarga fotos VICEVERSA VECINA, TURISTA, PROFESIONAL Y ERRANTE
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Un conjunto de retratos de pequeño formato donde se da vida a quienes viven del otro lado del puente que une la zona más o menos turística de La Boca con la isla Maciel. Eso es Puente, la parte de Alejandra Fenochio en Viceversa, una muestra colectiva que se exhibe en el bar de la Fundación Proa, en el llamado Espacio Contemporáneo coordinado por Santiago Bengolea, muestra que fue curada por el colectivo Etcétera integrado por Federico Zukerfeld y Loreto Guzmán. Viceversa, cuenta Guzmán a Las12, es un “proyecto que fue pensado en primera instancia en el vínculo entre institución, artistas y público. En ese sentido el barrio era la pieza clave y fundamental para el proyecto, así que cuando comenzamos a pensarlo uno de los primeros protagonistas debía ser el o la vecina. Al pensar en este personaje nos preguntamos sobre el comportamiento del vecino o vecina como público ¿Cuál sería el recorrido de una vecina al visitar Proa? ¿Comenzaría por una vista panorámica de su barrio desde la terraza? ¿Optaría por sumergirse directamente en la sala principal? ¿Iría acompañada, invitaría a otros a visitar el espacio? ¿Qué sensaciones u opiniones le provocarían las obras expuestas? ¿Y si además de vecina también fuese artista?”
Fenochio vive a la vuelta de Proa, aunque no la visita con asiduidad, y fue una de las razones por la que los curadores la eligieron para formar parte de la muestra. Pero quizá la razón de más peso es que Fenochio elabora un contraste de su pintura frente al auge exacerbado de la fotografía documental en el sistema de arte contemporáneo. “Nos interesa ese contraste y el tiempo que maneja en la pintura –continúa explicando Loreto–, ya que generalmente trabaja con modelo vivo, lo que le obliga a mantener vínculos temporales con los objetos y sujetos que investiga, de manera errática y accidentada, lo que convierte a su pintura en una investigación militante en la que ella se involucra con los lugares, personas hechos por periodos largos y con una seriedad impresionante. Además es una pintora extraordinaria con un trabajo absolutamente contemporáneo, ¿qué más contemporáneo que la realidad social de la Isla Maciel?”.
Fenochio fue al puente por primera vez cuando trabajaba en el Plan Cultural en Barrios en una escuela de La Boca en la calle Necochea en el año 1988 con sus alumnxs. El deterioro hizo que no lo frecuentara más. Después de haberlo evitado durante años dado su estado de abandono, se volvió a acercar en 2010 cuando estaba restaurado. Lo primero que le llamó la atención fue la información política de los trabajadores. “Así me enteré la historia de lo que había pasado allí –cuenta Alejandra–. Fui a reuniones de trabajadores en La Boca y en la Isla Maciel. Participé de La Noche de los Museos que Vialidad y los trabajadores realizan allí paralelamente que en toda la ciudad, tomé muchos mates y comí algunos guisos. Ofrecí taller para niños, fui a ver espectáculos”.
Los protagonistas de la serie el Puente fueron por primera vez a Proa cuando se inauguró la muestra. Un espacio de arte que se planta en su territorio, por el que pasan a diario, jamás los convocó a entrar. Recién cuando sus rostros fueron colgados en las paredes conviviendo ahora con la muestra de MAXXI, con los retratos del Papa y Mao, entre otros, sintieron que tenían permiso y razón para entrar al espacio de arte.
“Cuando el Grupo Etcétera me invito a participar de Viceversa en Proa –cuenta Fenochio– me pareció interesante que esos boquenses, mucho más boquenses que todxs los que pasan por la Fundación, jamás habían entrado allí. Porque no tenían motivo, ni los habían invitado. Ahora tienen un motivo. Entran para ver una pintura que los retrata” dice. Así lo contó Mario de Los Pibes. El día de la inauguración subía las escaleras con su hijo y su mujer y el pibe le preguntaba a su papá si estaba seguro que “ahí adentro” había un retrato suyo.
Los días anteriores a la inauguración Fenochio fue a invitarlos a sus casas, pegó carteles en las carteleras del Puente y les explicó a los “otrxs” vecinos cómo sería. “Traté de convencerlos de que era importante que estuviesen ese día”.
Del puente al río
Lo mismo sucedió en Rosario con los pescadores de su serie Río que ya se inauguró en el Macro de esa ciudad y que ahora llega a Barraca Vorticista de Buenos Aires. “Los pescadores entraron al museo, a ese impresionante edificio hecho de silos de colores que por supuesto conocen sólo por fuera. Cuando vieron sus retratos noté que se sentían enaltecidos– dice Fenochio y continúa. En los dos casos aparece la propia identidad como algo importante, la pertenencia a un grupo que se visibiliza a través de las pinturas, los enorgullece”. La gesta de Rio comenzó porque cada vez que la artista visitaba Rosario se sentía cautivada por los pescadores colgando en los puestitos. De ese hechizo surgió su deseo de pintarlos y así fue como en diferentes viajes y jornadas de seis horas fue captando lo que veía en imágenes. “Adoro Rosario, ciudad donde río y voy al río –cuenta–. Entonces este proyecto fue tal vez una excusa para pasar más días allí, en las márgenes del Paraná. Como una viajera curiosa y decidida con mi valija de pinturas y algunos bastidores pinté estos 25 retratos y paisajes en ambos márgenes del río en sucesivos viajes que realicé durante 2015 a la ciudad y cruzando, en el margen de Victoria que los rosarinos llaman ‘la isla’”.
Las familias de pescadores que unen las dos orillas fueron retratadas en su faena diaria procesando y exhibiendo con naturalidad en puestos ribereños la mercancía producto de su trabajo, orgullosos de los frutos de río.
Mientras, enormes, bigotudos, decapitados, plateados y sangrantes, los pescados cuelgan de ganchos donde son mojados una y otra vez como si así pudiesen revivir.
Acompañan la muestra paisajes de las noches, los atardeceres y la desbordante naturaleza isleña de camalotes e incontenibles aguas. Juan Chiesa, creador del ciclo televisivo “Conceptos para Interpretar la Imagen” escribió un texto lúdico sobre Río, en uno de sus párrafos intenta delinear a la artista: “Alejandra ríe, se ríe, afirma en primera persona: “río”. Alejandra ríe como un torrente de vida. Como un cause dragado que da paso al calado más profundo. (…)
Alejandra desborda el paradigma de la coherencia, se sumerge en las profundas y oscuras aguas de la coherencia. Coherencia y dignidad se entremezclan en una paleta de remolinos. No tiene red, tiene género, es todos los géneros. Alejandra es probablemente la más contemporánea de las contemporáneas, imprime todos los tiempos en un solo tiempo. Fenochio se desangra y ríe, grita con una paleta de colores fuertes: “estos moncholos han sido pescados hoy igual que ayer, igual que antes que hubiera un antes”. A la Rosario que se piensa genéticamente europea, Fenochio le estampa un ramillete de moncholos, la devuelve a los tiempos de la caza y de la pesca. Alejandra Fenochio es tan contemporáneamente irreverente que se permite ser sensible. Se interna en la noche, navega en la penumbra, se aleja a una distancia prudente de su modelo y enfoca con trazo vigoroso, enfoca y retrata el perfil de una Rosario nocturna vista desde la isla, desde una isla que se sabe tierra virgen, amenazadamente virgen”.
Así es, Fenochio disfruta explorando territorios y dejándose magnetizar por historias e imágenes para tratar de interpretarlas y convertirlas en cuadros.
“La pintura, como la ejerzo, tiene la suerte de necesitar mucho tiempo, eso hace que las relaciones sean más verdaderas y confiables. Me gusta que no sepan de mí, ni lo que hago y que eso vaya develándose en el trabajo, de a poco”, concluye con una humildad que no es cuento.
Río. Barraca Vorticista. Estados Unidos 1614, Rosario. Hasta el 4 de junio.
Puente. Fundación Proa. Espacio Contemporáneo. Av. Pedro de Mendoza 1929, CABA. Hasta 11 de junio.
Llegar a la Fundación Proa un día en el que hay partido en la Bombonera es un espectáculo aparte. Por ejemplo: un cable estirado con urgencia señala la mudanza de un televisor plasma que pasa del interior de una casa de La Boca al descanso de la ventana. En la calle no circulan autos y una auténtica mutitud de varones contempla la pantalla intercalando sorbos de cerveza con pitadas de marihuana. Se escucha la hinchada desde varias cuadras a la redonda con una sensación mística de cancionero religioso. La voz nos sigue y retumba a través de las casas convirtiéndose en un hecho estético fuertísimo.
Todo suma para caracterizar la intensa vida del barrio y las transformaciones que están teniendo lugar a la vuelta de la esquina. En la Fundación Proa, Viceversa, la última muestra del ciclo contemporaneo que coordina Santiago Bengolea, cuenta con la curaduría de Loreto Garín Guzmán y Federico Zukerfeld. Conocidos por las provocadoras performances callejeras del grupo Etcétera, Loreto y Federico organizan una muestra imprescindible. Se complacen en autodenominarse Erroristas y su labor esmerada y ácida a la vez, va desde la historia de la Fundación ribereña hasta el actual Distrito de las Artes manteniéndose muy atentos a los conflictos que puedan necesitar un poco más de atención.
El riesgo de la vanguardia
Le preguntamos a Orly Benzacar qué piensa de los planes del Gobierno de la Ciudad para La Boca: “Es destacable que se quiera revitalizar el sur de la ciudad pero no estoy de acuerdo en cómo se esta haciendo. Esto no es nuevo, pasó en muchas ciudades. Pasó en Nueva York cuando algunos artistas que tenían una pequeña propiedad en el Soho se hicieron riquísimos al venderla unos años después”. Esa incertidumbre inherente a los cambios urbanos que para unos es oportunidad y para otros flagelo, se puede ver en la muestra con lujo de detalles en las fotografías de Gian Paolo Minelli, cuyos ojos claros y su condición de suizo no han logrado intimidar el rumbo de sus caminatas. Ha generando un registro del barrio que abarca más de 20 años. Minelli recuerda con humor cuando, a mediados de los noventa, en companía del gran Pablo Suárez fueron a dar una vuelta por la Isla Maciel y cómo muy pronto tuvieron que volver sobre sus pasos amenazados por un habitante que salió de un recoveco empuñando un filo. En el guión de la muestra, a cada artista le corresponde un rol y Minelli justamente encarna al errante, al que camina sin tener un rumbo claro. Sus fotos muestran el puerto que pintara Quinquela, pero en los navíos no hay pista de marineros ni gente haciendo el pasamanos. Los barcos aparecen gastados, oxidados luego de años de abandono. Las chapas y maderas de las típicas viviendas boquenses ofrecidas al mal tiempo se deterioran y también, aparece otro hito que son los planes de vivienda: edificios atiborrados de ventanas que suspiran más temprano que tarde, sobrepoblación y hacinamiento.
Elisa O’Farrell, que en el 2003 trabajaba en la institución propone un archivo un tanto más colorido y elige un abordaje que entrecruza el relato de populares audioguías con la sutileza delirante de sus acuarelas. Reinterpreta las obras clásicas de la programación de Proa como el traje de fieltro de Beuys (que en su paleta gana los colores del arcoiris) o la obra de Fabian Marcaccio (una bandera argentina que se convierte en agua al caer sobre un hombre). La escalera sutil del dúo europeo Lang & Baumann se vuelve una postal pop con toques del estilo del pintor Roy Lichtenstein. La programación es una excusa pictórica risueña que da cuenta de lo frondozo que es el imaginario del arte contemporáneo.
El callejón de los griegos
Otra de las obras de la muestra que revuelve el archivo es la de Eduardo Molinari, que participó en Ex Argentina y es reconocido por su labor docente en la UNA por su perfil inconformista que le ha ganado muchos enojos. En su trabajo, Eduardo parte de la estética de la administración, utilizando hojas que parecieran añejas planillas de dividendos, para montar un armario que se parece bastante a una caja fuerte y una mesa de trabajo junto a la confitería. En sus imágenes confluyen mundos dispares; por un lado la imagen del acero que se funde y por otro, las tapas de libros como Las venas abiertas…. de Eduardo Galeano que recuerdan la triste proscripción de la última dictadura militar. El horizonte de reflexión se vuelve menos obvio y más lúcido cuando Molinari profundiza en la historia de PROA. Observa que la inauguración de uno de los grandes hits institucionales, como fue la bella muestra de dibujos murales de Sol Levitt de 2001, estuvo separada por escasos cuatro días de los incidentes del 19 y 20 de diciembre que llenaron de piedras y caídos las calles del centro porteño. La pregunta que toma forma cuando Molinari sitúa esa cercanía incómoda y pone en el tapete la conciencia política de su tiempo, se parece a lo que en filosofía toma el nombre de aporía, el callejón sin salida de los griegos. No deja de ser una pregunta lúcida aquella que tiende a mover al arte de su lugar seguro y meditabundo. La planilla concluye con un sellado que dice “No hay texto sin contexto” y entonces, volvemos a mirar a nuestro alrededor sabiendo que la cosa sigue.
Como lo anticipan las fotos de Minelli, en la Boca los intereses son amplios y los vecinos temen que lo que empezó como una política para sumar creativos al barrio, en el mediano plazo implique una suba generalizada de los alquileres o algo que sería peor, el desinterés de los dueños de los históricos conventillos en seguir alquilando sus propiedades en forma parcelada. Lo que los especialistas en Ciencias Sociales llaman gentrificación. Una población acaudalada desplaza a otra de inferiores recursos. Cuando le preguntamos a Facundo Di Filippo, ex legislador de la Ciudad que presidió durante años la Comisión de vivienda nos dice: “Hay un terreno de cuatro manzanas que los vecinos conocen como ‘el campito’. El campito, además de ser un pulmón verde, es uno de los lugares de esparcimiento más importantes para el barrio. En el 2004 el antiguo CGP había destinado ese predio para la construcción de viviendas pero se construyó una ínfima parte de lo proyectado. Desde que el PRO asumió el ejecutivo de la Ciudad quiere esas tierras para el Club Boca Juniors. Y es difícil no asociar el avance sobre el campito que hace escasas semanas se vendió al club con una estrategia inmobiliaria donde el mascarón son las galerías” Pero no se ensaña sino que busca que como partícipes ganemos conciencia: “Cada sector busca lo mejor para su gremio. En este caso los galeristas buscarán lo mejor para exponer a sus artistas pero lo triste es que los vecinos del barrio dificilmente accedan a ese arte”
Volver a unir
El contrapunto a esta amenaza que se cierne sobre los vecinos más pobres del barrio son los retratos que pintó Alejandra Fenochio y que completan la muestra en la cafetería de PROA. “La pintura es como escarbar hacia fuera. Vas poniendo, poniendo, poniendo y en un momento se ve”. Sus retratos fueron hechos a lo largo de 5 años en los cuales la artista, que es vecina del barrio, se acercó al puente Nicolás Avellaneda y conversó con los trabajadores del mismo hasta volverse una más. En sus pinturas aparecen las miradas ilusionadas de las personas que por primera vez acceden a un trabajo digno y a la vez logran darle a su barrio una vida mejor. Rubén Fanesi, trabajador de Vialidad, fue uno de los que hizo posible que el puente, tan central en la iconografía de La Boca, volviera a reinaugurar su parte peatonal. En la lucha no estuvo solo sino que participaron todas las organizaciones sociales de La Boca y de la Isla Maciel: “Nos dimos cuenta de que el barrio se apropiara del puente era la mejor manera de protegerlo y así, entre todos, comenzamos a proponerle a Vialidad que lo arreglara hasta que por fin lo logramos. Logramos abrir 80 fuentes de trabajo con un salario digno porque el Estado entendió que lo mejor para cuidar al puente era tener gente del barrio trabajando en él”.
Gente del barrio como son Analía Gallardo (Organización Los Pibes) y su compañera Mara Guanca (Movimiento Unidad Popular) quienes conversaron con Radar mostrándose orgullosas por sus logros. “Ni en los mejores pronósticos de nuestra lucha hubiésemos pensado estar trabajando en el barrio, en nuestro lugar, en nuestro puente, en el lugar en el que crecimos”. Al preguntarles qué piensan del Distrito de las Artes expresan: “¿Es con nuestros artistas, es con nuestros vecinos? Sería genial con nuestros conventillos, nuestro vecinos y nuestros artistas adentro. El Faena hotel con todo el arte que tiene sabemos que no nos incluye y no nos interesa. Lo mismo con el campito donde Boca quiere hacer un shopping. El club tiene una cuota altísima y para hacer un deporte tenés que pagar 300 pesos por mes y aparte, tenés que pagar la actividad cultural que quieras hacer. Lo que no queremos es que nos echen. Nos dicen vamos a extender Puerto Madero y en realidad, nosotros sabemos que ahí no vamos a vivir. En el Distrito de las Artes hay artistas de no sé dónde que vienen a exponer cuadros que no se de dónde salen y nuestros conventillos desaparecerían porque le restarían valor a su arte. Y no es que estemos en contra pero no queremos que sea con nosotros afuera.”
Cuando la muestra inauguró en marzo la cafetería de Proa estaba exultante. La Negra, otra vecina histórica clave en la gesta del puente, se sentía –en sus palabras- como Susana Gimenez, todos la saludaban y algunos familiares que habían ido a “acompañar” hacían todo tipo de bromas mientras iban acercándose a la pared verde donde reposan los retratos que pintó Alejandra sugiriendo que debía haber algún tipo de error. El lustre de las mesas, el prolijo blanco de las paredes los hacía pensar dos veces. ¿Ese era también su lugar? Esa tarde desde la amplia terraza se asomaron a la vuelta de Rocha a respirar un poco y contemplaron la hermosa vista panorámica, las casas y edificios, los autos que viajaban por la autopista, el reflejo de la luna en el agua del río.
“¡Ahí está papá!”. “¿Aquella es la Negra?”. “Tal tenía el pelo más corto”. “Aquel estaba con más barba”. Como en una partida del juego ¿Quién es quién?, todos se suman al desafío de buscarse y buscar a sus pares entre los cincuenta rostros pintados y exhibidos sobre una pared verde en el último piso de la Fundación Proa. Son las caras de los trabajadores del puente Nicolás Avellaneda, retratados por la artista y vecina Alejandra Fenochio. Cada retratado posa sonriente junto a su retrato y convierte el momento en selfie, mientras la imagen del puente que une La Boca con Dock Sud -recuperado y restaurado por obra de estos trabajadores retratados- se cuela por la ventana.
Más Viceversa
Además de los retratos de los obreros del puente Nicolás Avellaneda, forman parte de la muestra Viceversa los trabajos de Elisa O’farrell, Eduardo Molinari y Gian Paolo Minelli. O’farrell aporta la mirada del turista con su proyecto “Epígrafes ilustrados”, una serie de acuarelas inspiradas en las audio-guías de Proa. Molinari, artista, docente e historiador, propone una instalación temporaria con archivos, fotos, collages y mobiliario. Minelli, por su parte, presenta un recorrido fotográfico por distintos escenarios de La Boca, reflejando el proceso de gentrificación del barrio: los sectores de menos recursos se alejan porque la vida es cada vez más cara, dando paso a sectores de más alto poder adquisitivo.