Prensa Publicada
IMAGENES DEL INCONSCIENTE
"Imágenes del Inconsciente" instala, por un lado, un tema largamente debatido: el de la frágil frontera entre la locura y el arte y, a través de una curaduría excepcional, desgrana la desbordante producción de cinco enfermos mentales. Al mismo tiempo, y no en segundo término, rinde tributo a la obra de la psiquiatra Nise da Silveira quien a fines de los años cuarenta revolucionó el trato con los internados en el Centro Psiquiátrico Pedro II de Río de Janeiro. Opuesta a los tratamientos en boga con insulina, choques eléctricos o lobotomías, Nise da Silveira creó un centro de terapia ocupacional que fue el germen del Museo de Imágenes del Inconsciente, pionero en el mundo.
Ya en los años 20, en Europa había comenzado a estimularse la plástica entre los enfermos mentales. Pronto, sin embargo, esos trabajos llamaron la atención: detrás de ciertas estructuras fijadas patológicamente, existía una voluntad formal confinada en el inconsciente y que era común a todos, sanos y enfermos, pero que solo afloraba en el arte de los locos, los niños, los artistas naïf, los pueblos primigenios y, por supuesto, en ciertas búsquedas del arte moderno. O sea, allí donde no pesaban las "trabas" de la razón.
Y que ahora un país-continente como Brasil recapitule su historia incluyendo un módulo que rescate la obra de los enfermos mentales como otra aproximación al mundo de la creación estética y de la propia nacionalidad es realmente ejemplar.
Los puzzles geométricos de Arthur Amora, inspirados por las piezas de un juego de dominó; las alfombras digitales de Fernando Diniz realizadas a partir de trozos de sábanas viejas; los retratos de Raphael, que migraron de las paredes de la enfermería a las salas del Museo; la zoología fantástica de Carlos Pertuis, a menudo trazada sobre papel higiénico, revelan que el cruce entre arte y locura más que trazar fronteras tiende puentes insospechados.
Con telas y objetos en desuso de la Colonia Juliano Moreira, donde estuvo internado hasta su muerte en 1999, Arthur Bispo da Rosario fue recapitulando obsesivamente los objetos de este mundo. A menudo destejía sus ropas para, con esos hilos redentores, bordar los nombres de todo lo que conocía y de todo lo que existía: una inmensa topografía que sería como un acto de salvación humana, cuando él, finalmente, estuviera ante el Creador.
Casi shakespeareano, este artista mulato alcanzó a codearse con la eternidad y a inventar procedimientos que solo tres o cuatro décadas más tarde alimentaron las búsquedas del arte actual. (Fundación Proa, Avda. Pedro de Mendoza 1929. Hasta el 16 de junio).
2 de mayo de 2001.- Los locos tienen un lugar donde viven esas cosas que asombran. Esta muestra expone al espectador a sus propios sitios oscuros. Bien se sabe que los sueños de la razón siempre han engendrado monstruos: manicomios, cárceles, geriátricos, cotolengos y villas miseria son monumentos a la impotencia de la humanidad. Estigmas irresueltos en el inconsciente colectivo, que se traducen en depósitos medievales de gente que no funciona. La sociedad busca desesperadamente de acallar sus voces, confinándolos a la invisibilidad y quitándoles todos sus derechos, entre ellos el de crear en un sitio donde ser tratado como una persona querida.
Las 150 obras que aquí se exponen fueron realizadas por cinco hombres que ya no están. Nombres que casi no habrían dejado huella de su existencia salvo por este rescate: Arthur Bispo do Rosario (1911-1978 ); Carlos Pertuis (1910-1977); Raphael Dominguez (1913-1979); Fernando Diniz (1918-1999 ); Arthur Amora (1918- ?). Todos vivieron y trabajaron en hospitales neuropsiquiátricos de Brasil bajo la supervisión de la Dra Nise Da Silveira, quien construyó talleres de terapia ocupacional para la recuperación de enfermos mentales.
Hombres que se inventaron su mundo, produciendo dibujos, pinturas y objetos bien extraños y familiares a la vez. Objetos lunáticos ante los que el espectador siente un vértigo extraño, porque la intensidad y la pasión de la expresión humana no siempre se deja atrapar bajo el nombre de arte y el espectador siente cierta incomodidad de estar viendo y profanando a la vez.
Los artistas profesionales se preguntan por el arte y los hombres que aquí exponen no se preguntan si es arte o no, simplemente lo hacen por necesidad, rito o juego.
Arthur Bispo do Rosario (1911-1978 )
"Los enfermos mentales son como picaflores. Nunca se apoyan, están" decía Bispo. Sus obras ocupan casi toda la planta baja de Proa y constituyen el corazón de este envío. La pieza número 434 es un pequeño zócalo de madera con el borde superior cubierto de cemento y vidrios rotos que apuntan hacia el cielo, en el lateral, un texto perforado con clavos dice "cómo es que debo hacer un muro en el fondo de mi casa".
Arthur Bispo do Rosario fue carabinero de la marina y pugilista, llegando a campeón latinoamericano en la categoría peso liviano. Decía ser San José y él no se consideraba artista: su viaje estético era una "misión dictada por seres del más allá". Descosía sus uniformes para utilizar los hilos en los bordados de sus "estandartes": se ven tres sábanas atiborradas de bordados grisáceos, donde hace un inventario de palabras y de cosas: símbolos de la marina, mapas de personas o de batallas perdidas.
Amortaja lo cotidiano con hilos grises y les borda un nombre y un número. Una pared completa de la muestra está cubierta de ellos: palas, pelotas, yunkes, cucharas momificadas de obsesión. Clava herramientas y objetos de la clínica sobre planos rectangulares, ensamblajes nada casuales donde todo tiene su lógica y jerarquía: los jarros de chapa son cuarenta y son los del desayuno. Los bronces son todos metales: desde la trompeta a la cucharita, pasando por la llave y el herraje. Los escobillones son tres, y uno no tiene pelos.
Bispo construye la obra como adicionando ladrillos a un templo sagrado. Se desnudan aquí objetos rituales, casi mágicos que fueron hechos en la intimidad de la fe de un inconsciente que se preparaba para un encuentro sagrado. El "manto de presentación" es majestuoso, (como el de plumas de colibrí de un rey azteca) y es una frazada saturada de flecos, insignias y cordones... en su interior contiene bordados centenares de nombres conocidos. "Necesito esas palabras escritas" decía Bispo, quien se presentaría ante el creador en nombre de sus seres queridos. Bispo, ayunaba para purificarse y para tornarse transparente al mando de nuestra señora, según sus palabras... pretende entrar al paraíso con traje de almirante de un poder divino el día de la gran fiesta, vestido de gala. Sus maravillosas obras fueron expuestas en la XVI Bienal de Venecia de 1995 y se pueden ver hoy, representando al país que lo confinó cuarenta años de su vida al lado oscuro de la razón.
Carlos Pertuis (1910-1977)
Frágil y psicológicamente inmaduro. Tenía una naturaleza sensible y religiosa... Cierta mañana, los rayos de sol reflejados sobre un pequeño espejo de su habitación produciendo un brillo extraordinario que lo deslumbró he hizo surgir delante de sus ojos una visión cósmica "El planetario de Dios" según sus palabras. Ese mismo día fue internado en el Hospital da Praia Vermelha en 1939.... él guardaba sus dibujos en cajas de zapatos en la enfermería...participó en numerosas muestras en Brasil y el Exterior.
Raphael Dominguez (1913-1979)
Construyó monumentos fúnebres con su padre que era escultor, y luego fabricó jaulas para pájaros. Estudió dibujo académico. A los 19 años fue internado en el Hospital Praia Vermelha", dibuja en las paredes de la enfermería. Participó en muestras individuales y colectivas.
Fernando Diniz (1918-1999 )
Mulato, pobre, nunca conoció a su padre, su madre era costurera. Inteligente, fue siempre el primero en su clase y llegó al primer año científico. En el 44 fue preso y llevado al manicomio. Se interesó por la astronomía, la física nuclear e informática, revelándose como un investigador incansable. Hizo 30.000 obras.
Arthur Amora (1918- ?)
Sus imágenes son composiciones con rectángulos negros, como los de la ficha del dominó. Estuvo en el museo de Imágenes del Inconsciente hacia el final de la década del 40, no se sabe más de él.
No es una muestra común, porque los prejuicios son tantos y el miedo es aún mayor. El que mira, ve Arte y Razón proyectando sus sombras en obras alunadas intentando límites inciertos. Y por cierto que, los locos, los niños y los borrachos siempre dicen la verdad, y arte es todo aquello que proporciona un encuentro cara a cara con el enigma.
Si alguien le hubiera predicho a Bispo do Rosario que sus "inventarios del mundo" se presentarían en la más importante bienal artística del mundo, la de Venecia (1995), que la crítica francesa elogiaría, deslumbrada y unánime, su exposición individual nada menos que en el museo del Jeu de Paume de París (julio /setiembre 2003), ni siquiera se hubiera inmutado.
Tampoco si le hubieran asegurado que un premio pictórico en Brasil llevaría su nombre y que miles de páginas de internet dedicarían espacio a escrutarlo, alabarlo y descifrarlo. Tal vez se hubiera limitado a encogerse de hombros y pedir que no lo distrajeran de su "misión".
Arthur Bispo do Rosario con su obra fulgurante nos viene de Sergipe, uno de los lugares más recónditos del gran y pobre nordeste brasileño. Se discrepa en la fecha de su nacimiento 1909 ó 1911 pero no en la de su partida, el 5 de julio de 1989.
Carabinero de la marina de guerra, púgil -llega incluso a campeón latinoamericano de peso ligero.
Un 22 de diciembre de 1938 sus arduos vagabundeos laborales terminan, abruptos, con una visión: Cristo se le aparece acompañado por siete ángeles aureolados de azul. Bispo erra dos días por las calles de Rio y se presenta ante el monasterio de San Bento como enviado del Señor.
Los monjes lo conducen al hospital siquiátrico. En 1939 se repite la visión. Esta vez los ángeles le ordenan una misión: presentar a Dios una representación, una suerte de inventario del mundo para el día del Juicio Final.
Diágnostico; esquizofrenia paranoide e internación definitiva en la Colonia Juliano Moreira.
Hoy día sus realizaciones son conservadas como obras maestras del patrimonio cultural brasileño y se las arrebatan los museos del mundo. Pero Bispo nunca se consideró artista, nunca supo las corrientes ni las vertientes del arte contemporáneo del siglo XX.
En lo personal rechazó los medicamentos y la más mínima intervención psicoterapéutica. Se entregó alma y vida durante cuarenta años a cumplir con su "misión". Su material de trabajo se fue constituyendo con los desechos del hospital, acumulados con ardor: cartones, maderitas, peines, juguetes de plástico utensilios de cocina, ropa vieja, zapatos, botellas, telas. Sin olvidar un lecho con mosquitero para los juveniles amores de Romeo y Julieta.
Bispo do Rosario borda también lienzos en rústicas sabanas con el hilo del hospital, de color azul, el del aura de sus ángeles. Y elabora nóminas sin descanso, antes de que las barra el olvido, antes de que Dios no sepa cuanto Bispo tiene el deber de recordarle.
Utopías, caprichos, avideces que los hombres atesoran. Sin olvidar las ruinas del inconsciente al aire libre que Bispo evidencia sin que pasen por el filtro censor de la razón.
Inventarios laberínticos, oriflamas con los nombres de calles, de pesos y medidas, de sistemas políticos. Maquetas de navíos, planos de ciudades.
Y para cuando vio que se acercaba la hora de defender su estado de cuentas, su balance arqueológico ante el más allá, se confeccionó "Mantos de presentación", piezas clave de su obra.
Subyugada, la crítica lo emparenta al realismo mágico, al arte conceptual, a los Ready Made, a Dadá, al Nuevo realismo, a artistas fraternales o espejos como Spoeri o Arman.
Bispo, el negro nordestino imbuido de su misión, tan humilde que quería ser "transparente". Como todo gran artista rehusó las explicaciones. "Cuando dejo de trabajar me vuelvo transparente pero normalmente estoy lleno de colores", dijo.
A quienes insisten en saber de dónde viene la savia de su genio, de dónde su maestría, se limita a responder con un humilde "un día aparecí en el mundo".
Sus obras siguen sumando elementos de un templo arcaico y atormentado.
Bispo do Rosario nos regresa al tiempo preadámico sumergido en cada uno de nosotros.
¿Qué acerca o que separa una obra de Klee de la de un loco o de la de un niño? ¿Cómo se distingue una rueda de bicicleta de Marcel Duchamp de una de Bispo? Tal vez por las meras etiquetas que tanto nos confunden y tan afectos somos los mortales.
Acaso una lúcida definición nos la brinde el propio Bispo: "Los enfermos mentales son como picaflores. Nunca se posan. Están a dos metros del suelo".
El museo del Jeu de Paume de París presenta 79 obras de este fecundo artista brasileño hasta el 28 de setiembre de 2003.