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Adornos de plata entre los mapuche? ¿Piezas finísimas, confeccionadas por los indígenas que asolaban pueblos y fortines en los malones? Esas sorpresas constituyen el primer acierto de la exposición Hijos del viento. De la araucanía a las pampas, que acaba de inaugurarse en la Fundación Proa. Seleccionadas de la colección Eduardo P. Pereda por Isabel Iriarte y Teresa Pereda, reúne unos 200 objetos —en su mayoría joyas— representativos del siglo XIX y principios del XX, cuando las mujeres y los hombres que los usaban comenzaron a ser liquidados por los blancos.
Las curadoras de la muestra hablan de una cultura poscolombina. Gracias al caballo traído por los españoles, a fines del siglo XVII los mapuche comenzaron a dispersarse desde el sur de Chile hacia la Patagonia y la pampa argentinas. Un siglo después, ya cruzaban periódicamente la cordillera para robar ganado a los colonos. Cuando regresaban al oeste y lo vendían, recibían monedas de plata casi pura.
Para los plateros mapuche no fueron más que materia prima. A punto tal, que en Chile llegaron a provocar una gran inflación por falta de circulante. Esa fue una de las varias razones por las que el gobierno decidió la Pacificación, un eufemismo que designa el exterminio, equivalente y simultáneo a la Campaña del Desierto. A principios del siglo XX, los pocos plateros que quedaban en las comunidades sobrevivientes apenas conseguían monedas que tenían más níquel que plata. También su artesanía se extinguió.
Durante poco más de un siglo confeccionaron una gran variedad de joyas para las mujeres de la alta jerarquía. Pendientes labrados o repujados, a veces tan enormes, que los enganchaban del cabello. Gargantillas y pectorales con numerosas piezas pequeñas. Cadenas que colgaban de los diferentes tipos de pinches con los que sujetaban su ropa, cada uno con un nombre distinto, según el diseño. Anchos cinturones bordados con casquetes de plata, como si fueran mostacillas.
Tan valiosas para ellas como el metal precioso, también incorporaron a su atuendo las chaquiras, las famosas cuentas de vidrio que los europeos desparramaron por todos los territorios conquistados. Con ellas hicieron fajas de coloridos dibujos, como también complejos tocados.
La mayoría de los adornos termina en campanillas o en dijes livianos, que tintinean al menor movimiento. También las vinchas y las largas cintas con las que aseguraban sus trenzas o envolvían los mechones con los que destacaban sus complicados peinados. Los viajeros dejaron testimonio de esta debilidad de las mujeres mapuche por emanar delicados sonidos metálicos, que las hacía menearse más de lo necesario.
Plata repujada, cincelada, grabada, calada, recortada, fundida para soldar apliques: con diferentes técnicas, los plateros indígenas del sur hicieron dibujos abstractos y figurativos que, al margen de la simbología que responde a su cosmovisión, dan cuenta de una apreciación estética. Además, en varias de las joyas —que las mujeres usaban todas juntas—, hay elementos importantes en la nuca o en la parte posterior de la cintura o del cuello: a diferencia de la europea, que es una cultura elaborada frente al espejo, la mapuche también valoraba la espalda.
En menor medida, la exposición Hijos del viento también incluye magníficos objetos de uso ceremonial, como insignias de mando, máscaras e instrumentos y tocados utilizados en el nguillatun, la principal ceremonia religiosa. Pequeña pero bien escogida, la sección de los textiles incluye piezas espléndidas, como los peleros, mullidos tejidos destinados al apero, con largos mechones de lana de colores casi sin hilar, que bien podrían estar en los mejores museos de arte moderno.
Desplegada con sutileza al tiempo que con respeto por la concepción indígena, y complementada por una cartelería concisa y comprensible, la muestra expresa dimensiones de una pérdida, capturada durante unos días en las vitrinas. Puede visitarse hasta fines de mayo, de martes a domingo de 11 a 19 y, por excepción, también este lunes. (Av. Pedro de Mendoza 1929.)
Las imágenes que pueden verse desde ayer en el hermoso edificio de la Fundación Proa, en La Boca, son las de dos mundos que, a través de sus diferencias, dan cuenta de los problemas y contradicciones del paso de nuestro país hacia la modernidad.
El universo indígena y el universo urbano aparecen representados de manera inteligentemente diferenciada, a través de los enfoques en los que se manifiestan, revelan su naturaleza y su impulso natural.
El mundo indígena se expresa a través del trabajo con la materia, apela a la producción artesanal, y plasma por esta vía sus representaciones. Por otro lado, el mundo moderno que asoma a través del fotógrafo Christiano Junior -conformando otro lenguaje artístico- utiliza como vehículo la mécanica.
Estas discordancias, paradójicamente aproximan a las dos colecciones y dan cuenta de la complejidad de la Argentina de mediados del siglo XIX.
"Hijos del viento. De la araucanía a las pampas", es una selección de la colección formada por Eduardo Pereda que reúne sorprendentes adornos femeninos de plata y de chaquiras (cuentas), textiles (ponchos y fajas), piezas líticas (insignias de mando), máscaras, tocados utilizados en la ceremonia del Nguillatun, de la cultura mapuche.
La exhibición subraya especialmente los espléndidos adornos femeninos de esta cultura "que supo expresar artísticamente su identidad en el atavío de sus mujeres, envueltas en reflejos de plata", según escribió Isabel Iriarte en la presentación del catálogo.
Mágicas y resplandecientes, las diademas, adornos para el cabello, aros, gargantillas, prendedores, adornos de pecho, realizados por expertos plateros brindan un testimonio del original lenguaje que supieron crear y del influyente lugar que algunas mujeres supieron ocupar.
Los diseños de las joyas y de los textiles, mayormente del siglo XIX, no aparecen como meros elementos decorativos sino que se presentan como signos de contenido simbólico de una nación con profundas creencias espirituales, ligada íntimamente con sus ancestros y con la naturaleza. Precisamente, la mayoría de las piezas, por las que Eduardo Pereda se interesa desde 1945, proceden de la provincia del Neuquén y del norte de la provincia de Río Negro, de la Araucanía chilena, y de la llanura pampeana.
UNA TRADICION MISTICA
Pastores y agricultores, los mapuches fundaron una rica tradición, plena de contenidos místicos y de respeto por todos los seres vivientes. La muestra de la colección Eduardo Pereda permitirá asomarse a expresiones y tradiciones del sur que está más al sur.
Isabel Iriarte -ya mencionada-, curadora junto Teresa Pereda de la muestra de la colección Pereda, precisa "los antecedentes arqueológicos de joyas en metal que se conocen para el área de la cultura mapuche no alcanzan a explicar el enorme desarrollo que la platería destinada a adorno femenino, alcanzó entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XX".
Razones sociales y políticas habrían dado lugar a diferenciaciones de status al interior de la sociedad mapuche y a la concentración del poder y la riqueza en las figuras de los caciques. Esta situación encuentra su expresión más impactante en las joyas de plata que adornan a las mujeres de un jefe, y en los aperos para el caballo del mismo cacique (Aldunate del Solar, 1985). Será entonces una situación bastante común que cada uno de ellos tenga un platero -retrafe- trabajando en forma exclusiva para cubrir sus necesidades suntuarias.
Son sobre todo las joyas de mujer las que configuran un fenómeno muy especial dentro del panorama de lo que podría llamarse joyería étnica o tradicional. En un lapso bastante corto, los plateros mapuches crean un lenguaje sumamente original en el que los escasos préstamos tomados de otras tradiciones -por ejemplo el tupu quechua, o las medallas españolas- cobran un carácter diferente en el contexto del diseño general, un carácter "tradicional" aunque la tradición sea muy joven. El proceso creativo no parece conocer bases tentativas o inmaduras. Las topologías más antiguas muestran ya un espíritu propio. La mano de los plateros se expresa con originalidad pero también con seguridad.
UN HILO CONDUCTOR
Un hilo conductor parece atravesar las distintas etapas dándoles sentido: la fascinación por la plata y el interés en hacerla lucir en su color y su brillo característicos, en sus superficies extendidas generosamente, e incluso en su sonido ya que muchos de los diseños recurren a la articulación de partes que producen una suave y peculiar sonoridad al moverlas, aunque sólo sea llevándolas sobre el cuerpo.
La mayoría de las joyas presentan dos características básicas: la articulación de las partes mediante eslabones en forma de tira o de argolla, y el predominio de las superficies planas. Estas dos notas permitirán que las distintas piezas se adhieran a las mantas negras como una segunda capa textil. Incluso, parecería responder al mismo propósito el recurso a bases blandas y flexibles de lana o cuero cuando se quiere lograr un perfecto ajuste entre ciertas joyas y el cuello, o la frente o las trenzas.
Casi todas las piezas tienen un desarrollo longitudinal en concordancia con el eje principal del cuerpo femenino. Desde su arranque donde quedan sujetas, hasta el extrema libre, adornado generalmente con formas móviles, se producen una serie de alternancias entre los perfiles de cada parte; variaciones de algunas formas geométricas básicas como el círculo y el cuadrado, a través de óvalos, rectángulos y trapecios. Los cambios en el ancho irán encadenándose con una lógica propia que podrá oponer la esbeltez de los tubas a placas redondeadas de apariencia contundente, o prolongar la línea de los perfiles de una placa a otra, de manera creciente.
LAS FORMAS DEL METAL
El platero mapuche explora las distintas posibilidades de expresar la materia del metal. En algunos casos lo lleva al grosor de finas chapas como en los grandes aros de los primeros tiempos; en otros, la plata toma la forma de placas gruesas y planas, y cuando recurre a la fundición es para animar las superficies con el contrapunto del volumen.
Pero la apreciación de las características de cada tipo de joya no agota la comprensión de las mismas ya que ninguna de ellas fue realizada para ser vista individualmente. Las joyas alcanzaban su verdadero impacto al conformar un conjunto que incluía piezas en la cabeza, el pelo, las orejas, el cuello y el pecho creando una verdadera aureola en torno del rostro de la mujer. Las joyas se superponían, a veces tapándose unas a otras, y sin embargo en esa proximidad y abundancia era donde adquirían la verdadera dimensión de su sentido.
Ojalá esta muestra sirva divulgar el notable legado de una cultura de nuestro sur que supo expresar artísticamente su identidad en el atavío de sus mujeres.
UN PAIS FOTOGRAFIADO
Por otra parte, también en la Fundación Proa se presenta "Un país en transición. Fotografías de Buenos Aires, Cuyo y el noroeste. Christiano Junior 1867-1883" conformada por setenta y una piezas de inestimable valor documental que integran el libro del mismo título recién editado por la Fundación Antorchas.
Christiano Junior, quien nació en el archipiélago de las Azores en 1832 y murió en Asunción del Paraguay en 1902, fue uno de los fotógrafos más importantes del siglo XIX en la Argentina. Parte de su vida transcurrió en nuestro país -proveniente de Brasil se trasladó a Buenos Aires en 1867- donde además de ejercer como fotógrafo profesional dedicado a realizar retratos de personajes prominentes, se interesó por capturar estampas de la vida porteña y del interior del país, para lo cual realiza viajes por distintas zonas de la Argentina. Dichos viajes plasmaron un ambicioso proyecto que denominó "Album de vistas y costumbres de la República Argentina desde el Atlántico a los Andes", integrado por una serie de volúmenes dedicados a provincias del centro y norte del país, cuyas fotos incorporan comentarios escritos por historiadores e intelectuales de nota de cada lugar. Esta colección prácticamente desconocida brinda testimonio de una época fundamental en nuestra trayectoria de joven nación, a la vez que permite apreciar el talento artístico y testimonial de Christiano Junior.
La muestra de este notable fotógrafo fue curada por Luis Príamo -especialista e historiador de la disciplina- quien es asimismo autor de los textos del catálogo junto con Abel Alexander.
Las dos exhibiciones que conviven en las salas de la Fundación Proa rescatan expresiones artísticas que conforman nuestro patrimonio cultural. En esta ocasión se presentan piezas de arte generadas en un mismo momento histórico –siglo XIX-, pero concebidas a partir de la cosmovisión de dos culturas que resultaron trágicamente opuestas. Dos mundos, que en su diferencia, dan cuenta de los problemas y contradicciones de nuestro pasaje hacia la modernidad.
El universo indígena y el universo urbano aparecen representados de manera diferenciada. Estos dos mundos, a través de los materiales que se manifiestan revelan su naturaleza y su impulso. El mundo indígena se expresa a través del trabajo con la materia, apela a la producción artesanal, y plasma por esta vía sus representaciones. Por otro lado, el mundo moderno que asoma Christiano Junior –conformando otro lenguaje artístico- utiliza como vehículo una herramienta de la modernidad: la fotografía. Estas discordancias, paradójicamente aproximan estas dos colecciones y dan cuenta de la complejidad de la Argentina a mediados del S.XIX.
HIJOS DEL VIENTO. DE LA ARAUCANÍA A LAS PAMPAS es una selección de la Colección Eduardo P. Pereda que reúne sorprendentes adornos femeninos de plata y de chaquiras (cuentas), textiles (ponchos y fajas), piezas líticas (insignias de mando), máscaras, tocados utilizados en la ceremonia del Nguillatun, de la cultura mapuche.
La exhibición se detiene especialmente en los espléndidos adornos femeninos de esta cultura “que supo expresar artísticamente su identidad en el atavío de sus mujeres, envueltas en reflejos de plata” (I.Iriarte). Mágicas y resplandecientes, las diademas, adornos para el cabello, aros, gargantillas, prendedores, adornos de pecho, realizados por expertos plateros brindan un testimonio del original lenguaje que supieron crear y del influyente lugar que algunas mujeres supieron ocupar.
Los diseños de las joyas y de los textiles, mayormente pertenecientes al siglo XIX, no aparecen como meros elementos decorativos, sino que se representan como signos de contenido simbólico de una nación con profundas creencias espirituales, ligada íntimamente con sus ancestros y con la naturaleza. Precisamente, la mayoría de las piezas, por las que Pereda se interesa desde 1945, proceden de la provincia de Neuquen y del norte de la provincia de Río Negro, de la Araucanía chilena y de la llanura pampeana.
Pastores y agricultores, los mapuches fundaron una rica tradición, plena de contenidos místicos y de respeto por todos los seres vivientes. La muestra de la Colección Eduardo P. Pereda nos permite asomarnos a expresiones y visiones del sur del Sur.
UN PAÍS EN TRANSICIÓN. FOTOGRAFÍAS DE BUENOS AIRES, CUYO Y EL NOROESTE. CHRISTIANO JUNIOR 1867-1883. Presenta 71 piezas de inestimable valor documental las cuales integran el libro del mismo título recientemente editado por la Fundación Antorchas.
Christiano Junior, quién nació en el archipiélago de las Azores en 1832 y murió en Asunción del Paraguay en 1902, fue uno de los fotógrafos más importantes del siglo XIX en la Argentina. Parte de su vida transcurrió en nuestro país –proveniente de Brasil se traslada a Buenos Aires en 1867- donde además de ejercer como fotógrafo profesional dedicado a realizar retratos de personajes prominentes, se interesó por capturar estampas de la vida porteña y del interior del país, para lo cual realiza viajes por distintas zonas de la Argentina. Dichos viajes plasmaron un ambicioso proyecto que denominó Álbum de vistas y costumbres de la República Argentina desde el Atlántico a los Andes, integrado por una serie de volúmenes dedicados a provincias del centro y norte del país, cuyas fotos incorporan comentarios escritos por historiadores e intelectuales de nota de cada lugar. Esta completa colección que se presenta en Fundación Proa brinda testimonio de una época fundamental en nuestra trayectoria de joven nación, a la vez que nos permiten apreciar el talento artístico de Christiano Junior.