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Acaba de llegar al barrio de La Boca, en Buenos Aires, una de las mejores exhibiciones que pueden verse ahora en Latinoamérica. Se trata de las nueve esculturas del australiano Ron Mueck (1958), las mismas que la Fundación Cartier ha expuesto los últimos cinco meses en París hasta convertirse en la exhibición más visitada de la capital francesa. Nueve obras son mucho si se tiene en cuenta que Mueck solo ha creado 40. Los más de 50 periodistas congregados en la Fundación Proa antes de la inauguración caminaban de una sala a otra emocionados como niños. Y ese es el objetivo del artista, que la gente pasee entre su obra sin ninguna carga teórica, al buen tuntún, dejándose llevar.
Las esculturas reproducen al milímetro los matices de la piel, el vello púbico, las uñas, las arrugas, los pliegues de la ropa. Pero no podrían calificarse de hiperrealistas, porque las dimensiones no suelen ser humanas. O bien son figuras pequeñas o gigantescas. Y siempre imponentes. Parecen pesadas, pero son muy livianas, hechas con silicona, fibra de vidrio, pinturas acrílicas y resina. Hay algo en ellas que conmueve, a veces inquieta y nunca deja indiferente, algo que va más allá de la mera reproducción milimétrica. Están cargadas de información y de secretos, como cualquier persona.
“Queremos traer el mundo a La Boca”, explica Adriana Rosenberg, directora de Proa. “Aquí hemos hecho muestras extraordinarias, de Giacometti, de Duchamp, de Louise Bourgeois, que son fundamentales para el conocimiento del arte. Pero lo que diferencia a esta es que el artista está vivo. En París tuvo tanto éxito que tuvieron que prorrogarla un mes. Y a nosotros nos gusta que haya esa conexión con Europa. Es muy importante que la Argentina no esté aislada del resto del mundo”. La frase del aislamiento tiene más sentido pronunciada desde ahí mismo en La Boca, tal vez el barrio más turístico de Buenos Aires. Pero también uno de los más desolados en cuanto cae la noche.
En La Boca está el Caminito que dio lugar al tango del mismo nombre, pueden verse por el día a las típicas parejas tangueras que cobran por hacerse fotos con los turistas, o el tipo que se da un aire a Maradona y cobra también por cada foto que le hacen… Todo eso desaparece por la noche, el museo de la Fundación Proa se cierra y el turista recibe el consejo de no entretenerse demasiado en tomar el taxi.
El escultor Ron Mueck retoca la obra 'Mujer con compra'.
Hace 15 años, la familia Rocca, propietaria de Techint, la mayor multinacional argentina, decidió instalar allí la Fundación Proa, con el objetivo de revitalizar el barrio a base de buenas exposiciones. Primero compró una casa, después dos y ahora son tres. Todas ellas forman un museo que se levanta, en efecto, como una proa frente al Riachuelo, uno de los lugares más contaminados del mundo, junto a las casas de chapas pintadas de los primeros emigrantes italianos que llegaron a Buenos Aires, los corralitos, los conventillos humildes donde decenas de familias compartían y comparten el mismo baño, la misma toma de corriente eléctrica.
Todo eso está ahí, al lado de las nueve esculturas de Ron Mueck. O sea, al lado de la mujer desnuda que levanta un hato de leña, el hombre desnudo que mira a lo lejos en un bote, la pareja de ancianos recostados en una playa, el joven negro con una herida en el costado, la mujer que carga con la compra del súper en una bolsa de plástico en cada mano y a su bebé pegado al pecho… Todos ellos callando y mostrando su historia. Hasta el gigantesco pollo desplumado que cuelga cabeza abajo del techo parece humano. Mueck vino desde Londres a cuidar cada detalle de la exhibición y regresó a su taller de Londres sin comentar nada sobre las esculturas para dejar que cada una hable por sí misma. Por supuesto, no concedió entrevistas. Los empleados de la fundación lo encontraron muy introvertido. Y los títulos de las obras ofrecen la mínima información posible: Hombre en un bote, Mujer con leña, Pareja bajo una sombrilla… Y en el caso de Mujer con compras, ni siquiera alude a la parte más llamativa de la obra, el bebé pegado al pecho, que saca la cabeza del abrigo de la madre y la mira mientras ella solo mira al frente.
Estarán ahí, en el barrio de La Boca, hasta al 23 de febrero. Y desde el 19 de marzo hasta el 1 de junio, en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
Meses después, esas mismas obras estarían en Buenos Aires, en la Fundación Proa. Pero no me helaron la sangre del modo en que lo hizo una de ellas esa precisa mañana, cuando la vi por primera vez.
Ni siquiera se trataba de una pieza monumental. Era una escultura más bien pequeña (nada de los enormes volúmenes con los que suele trabajar este artista), firme sobre un soporte blanco. Una mujer volviendo de las compras. Ni pobre ni rica, una más del vasto universo de quienes día a día lidian con la subsistencia: el circuito imparable que a ella, en ese momento, se le materializaba en los brazos rígidos -el peso de las bolsas, un ancla hacia el suelo- y el tapado modesto, sin brillo, pura resolución de necesidades; una prenda hecha para abrigar. Y el niño. Un bebé que asomaba la cabeza entre el escote del tapado (la "mochila", el saco portabebés, se adivinaba bajo el abrigo) y miraba, con qué mirada miraba a su madre. Pero ella -el rostro agotado, la posición rígida; una autómata del deber- tenía los ojos suspendidos vaya a saberse dónde. Un triángulo inconcluso: la mirada hambrienta de retorno del hijo, la bruma de agobio que capturaba a la madre, y la espectadora que por ese momento venía a ser yo, convencida de que Mueck no estaba retratando un continuo, sino un segundo, un fragmento de tiempo en la vida de esa madre y ese hijo. Un desgarrador, insoportable, mudo, instante de ausencia. Y la pregunta abismal, la que esa obra -Woman with shopping- me arrojó, como un navajazo imprevisto, en una mañana de plácido recreo, del otro lado del océano y las obligaciones (del otro lado, incluso, de mi propia familia): ¿Cuántos de esos segundos -el hastío transmutado en dos bolsas de compra y en cuántas cosas más- me habrán convertido en la mujer a la que un niño mira y no puede encontrar?
(…)
Mucho más reales que la realidad. O mucho menos. Así son las impactantes obras del australiano Ron Mueck que desde hoy a las 12 se pueden ver en la Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929, La Boca. Es la primera vez que sus obras se muestran en América del Sur.
Mueck (Melbourne, 1958), pasó fugazmente por el país, para instalar las esculturas, pero partió antes de la inauguración: prefiere esquivar al mundillo del arte. Con él estuvo Grazia Quaroni, la curadora italiana de la muestra.
En La Boca se verán nueve esculturas, de las cuales ocho son figuras humanas. Parte del atractivo de estas obras es el juego que Mueck hace con la escala, a veces reduciendo, a veces agigantando las figuras respecto de sus referentes en el mundo.
La exposición sigue abierta hasta el 23 de febrero, de martes a domingo, de 11 a 19. La entrada sale 15 pesos.
Cuando los vi por primera vez en el estudio de Ron Mueck en el norte de Londres, al hombre y a la mujer les faltaba mucho para estar terminados. Pero de entrada quedaba claro que con esas nuevas esculturas ocurría algo inusual. Y no era por el tamaño enorme de las dos figuras, ya que Mueck solía realizar cuerpos colosales en su pequeño espacio, al punto que una vez creó un bebé recién nacido tan grande que tuvo que ser extraído por la ventana del frente. Ni tampoco porque las figuras hubiesen sido moldeadas y realizadas con sorprendente atención a los detalles, pues eso también es algo esperable para los espectadores de la obra de Mueck. Ni siquiera era la evidencia del descomunal trabajo que implicaba su realización, pues el compromiso casi monástico de Mueck con su trabajo también es archiconocido. No. Lo que era sorprendente y fascinante para cualquiera que estuviese familiarizado con las esculturas de Mueck, era el hecho de que las figuras se estuviesen tocando, y que además, el artista tuviese planeadas dos esculturas más que retratarían figuras en contacto estrecho.
En el taller de un artista diferente, eso no habría sido noticia. Está lleno de escultores que crean tanto figuras solitarias como grupos escultóricos y no ven demasiada diferencia entre lo uno y lo otro. Pero en el estudio de Mueck ese momento de contacto tiene el valor de un hecho estadístico y emocional. De una masa de obra compuesta hasta la fecha de treinta y ocho esculturas en total, treinta y cinco han sido figuras solitarias. Y la soledad de sus figuras tiene una forma de concentración muy peculiar. Caminar por una gran exhibición de Mueck es descubrirse en compañía de una hueste de solitarios empedernidos. Acuclilladas en los rincones, arrebujadas bajo una manta o una sábana, o sentadas al descubierto, petrificadas de miedo, sus figuras suelen transmitir la sensación de estar deseando escaparse de la galería y sustraerse de la atención de los espectadores (Big Man, Man in a Sheet y Wild Man). Otras, mientras tanto, parecen retraerse o derivar hacia un estado interior que nos es inaccesible: estados de preocupación (In Bed), de extrema timidez (Ghost), de respiración profunda y concentrada (Pregnant Woman), o de ensueño mortal (Drift).
(Desde Buenos Aires) Textos , fotografías y videos presentados por ARTE gracias a las gestiones de la corresponsal en Buenos Aires. Esta es la primera de una serie de dos notas sobre Ron Mueck. En 2013 Ron Mueck expuso sus esculturas en la Fondation Cartier pour l’Art Contemporain de París. A seis esculturas recientes se agregaron tres esculturas que se exponían por primera vez: dos adolescentes en la calle, una madre con su bebé y una pareja de ancianos en la playa. Con la curaduría de Hervé Chandès, director de la Fundación y de la curadora asociada Grazia Quaroni, la obra de Mueck se exhibió por primera vez en Sudamérica. Hasta el 23 de febrero de 2014 pudo verse en la Fundación Proa de Buenos Aires y a partir del 19 de marzo se presenta en el Museu do Arte Moderna de Río de Janeiro. Se reproduce a continuación un fragmento de los textos de Justin Paton publicados en el catálogo de la exposición. Se incluye además una síntesis del recorrido realizado en la Fundación Proa.
HELD: tres nuevas esculturas de Ron Mueck, por Justin Paton. Cuando los vi por primera vez en el estudio de Ron Mueck en el norte de Londres, al hombre y a la mujer les faltaba mucho para estar terminados. Pero de entrada quedaba claro que con esas nuevas esculturas ocurría algo inusual. Y no era por el tamaño enorme de las dos figuras, ya que Mueck solía realizar cuerpos colosales en su pequeño espacio, al punto que una vez creó un bebé recién nacido tan grande que tuvo que ser extraído por la ventana del frente. Ni tampoco porque las figuras hubiesen sido moldeadas y realizadas con sorprendente atención a los detalles, pues eso también es algo esperable para los espectadores de la obra de Mueck. Ni siquiera era la evidencia del descomunal trabajo que implicaba su realización, pues el compromiso casi monástico de Mueck con su trabajo también es archiconocido. No. Lo que era sorprendente y fascinante para cualquiera que estuviese familiarizado con las esculturas de Mueck, era el hecho de que las figuras se estuviesen tocando, y que además, el artista tuviese planeadas dos esculturas más que retratarían figuras en contacto estrecho. En el taller de un artista diferente, eso no habría sido noticia. Está lleno de escultores que crean tanto figuras solitarias como grupos escultóricos y no ven demasiada diferencia entre lo uno y lo otro. Pero en el estudio de Mueck ese momento de contacto tiene el valor de un hecho estadístico y emocional. De una masa de obra compuesta hasta la fecha de treinta y ocho esculturas en total, treinta y cinco han sido figuras solitarias. Y la soledad de sus figuras tiene una forma de concentración muy peculiar. Caminar por una gran exhibición de Mueck es descubrirse en compañía de una hueste de solitarios empedernidos. Acuclilladas en los rincones, arrebujadas bajo una manta o una sábana, o sentadas al descubierto, petrificadas de miedo, sus figuras suelen transmitir la sensación de estar deseando escaparse de la galería y sustraerse de la atención de los espectadores (Big Man, Man in a Sheet y Wild Man). Otras, mientras tanto, parecen retraerse o derivar hacia un estado interior que nos es inaccesible: estados de preocupación (In Bed), de extrema timidez (Ghost), de respiración profunda y concentrada (Pregnant Woman), o de ensueño mortal (Drift).
Uno advierte que no son tan solo esculturas solitarias, sino esculturas acerca de la soledad: acerca de esa brecha entre cómo nos sentimos con nosotros mismos y cómo nos ven los demás. Y sobre este telón de fondo, la actual deriva de Mueck hacia la “duo-sidad” parece un giro a tener en cuenta. Es como si después de mucho tiempo de haber reflexionado sobre lo que ocurre en el interior de una persona, ahora quisiera preguntarse lo que pasa entre dos personas. ¿Qué pasa cuando se encuentran dos introspecciones? ¿Qué mantiene a dos personas juntas? ¿Podemos nosotros también compartir eso que comparten? [***] La más pequeña de las obras que incluye dos personas es la escultura Young Couple, que retrata a un hombre joven parado junto a una joven mujer, a la que parece estar confiándole algo. Lo más sorprendente en ellos —tal vez lo único sorprendente— es lo comunes que son. Las zapatillas de él, las ojotas de ella, las bermudas de ambos, y esa palidez vagamente anglosajona de londinenses que han salido a pasear a principios del verano. Y como miden menos de un metro de altura, son lo suficientemente pequeños como para despertar el instinto protector del espectador, como si nos convirtiésemos en guardianes que miran desde arriba a los habitantes de un mundo diminuto. La vuelta de tuerca del relato que nos cuenta la escultura llega recién cuando rodeamos la obra y descubrimos, en ese espacio semi-privado que los separa, que el joven no le está sosteniendo la mano, sino que la tiene agarrada de la muñeca. Es un gesto ínfimo, casi simpático a esa escala, pero reenvía un pulso de rechazo que tiñe todo lo que ya habíamos dado por sentado de la situación de esa pareja.
Cuando el realista Duane Hanson presentó a un policía blanco pegándole a un hombre negro en su obra Race Riot (1969-71), el origen temático de la escultura —la violencia urbana y la desigualdad— quedaban en evidencia tal vez con demasiada claridad. Pero Young Couple expone la frecuente táctica de Mueck de intensificar el momento narrativo y simultáneamente extraerlo de su contexto, para que el carácter vívido del incidente exceda cualquiera de las explicaciones inmediatas que podamos encontrarle. ¿Qué está pasando acá? ¿Qué clase de “acoplamiento” es este? Lo que confiere a esta obra su perturbadora potencia es la mezcla de cariño y desapego: el modo en que algo desagradable es colocado frente a nosotros con una atención casi devocional. Frente a un par de figuras hechas con tanta paciencia y meticulosidad como estas dos, no podemos evitar sentir, a un nivel casi instintivo, que la pareja debería ser merecedora, que deberían encarnar algún principio o idea superior. Cuando Jan van Eyck, por ejemplo, pintó con asombroso detalle el Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa (una obra que Mueck debe haber conocido cuando era artista residente de la National Gallery de Londres), su devoción como pintor ensalzó y ratificó públicamente la conexión entre el mercader y su esposa, una conexión simbolizada por el gesto (tan debatido) de suprema gentileza de las manos tomadas en el centro de la composición. Young Couple de Mueck, sin embargo, da forma pública a un momento de contacto que debía mantenerse en secreto. Visualmente próximo pero emocionalmente en las antípodas del gesto de manos del Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa, el gesto en Young Couple es tanto más perturbador por su delicadeza y sigilo, que sugieren una distorsión deliberada, por parte de la figura masculina, de lo que significa “llevar de la mano”. (Adviértase con qué timidez el joven mantiene su otra mano en el bolsillo, como diciendo “Acá no pasa nada”). Parece algo visto no desde el punto de vista del ojo de Dios, sino desde una cámara de circuito cerrado o desde el asiento de un ómnibus al pasar. Una de esas pequeñas pero inquietantes crueldades de las que no tenemos más remedio que enterarnos los habitantes de las ciudades: detalles percibidos, perturbadoramente, en medio del gentío, para desaparecer rápidamente en el olvido. Al hacerlos permanentes, Mueck parece querer decir que esos momentos tienen consecuencias, que los momentos que definen nuestras vidas son precisamente aquellos en los que creemos estar saliéndonos con la nuestra. Mientras que Young Couple es el retrato de una persona que intenta controlar a otra, la segunda nueva escultura de Mueck, Woman with Shopping, considera lo que para una persona significa apoyar a otra. A Mueck le gusta instalar sus esculturas para que los visitantes primero deban acercarse por detrás, y lo que uno ve desde ese ángulo es a una mujer que parece estar cargando lo más que puede: pesadas bolsas de almacén cuelgan de sus manos. Un giro completo en torno a la figura revela un tercer paquete bajo la forma de un bebé bien sujetado a su pecho y abotonado debajo del abrigado sobretodo de tweed, con la cabeza alzada hacia su madre como un suplicante cargoso. Si bien Mueck es un artista reconocido por su habilidad para crear un ambiente onírico y de fábula (en obras como Wild Man y Woman with Sticks), Woman with Shopping nos recuerda que con igual frecuencia es un escultor de la ciudad, fascinado por el modo en que las personas se contienen entre sí y protegen su privacidad en espacios públicos llenos de gente. Al igual que en Young Couple, la escena en Woman with Shopping se inspiró en algo que Mueck vio en las calles del norte de Londres, donde vive, pero incluso sin saberlo, yo creo que uno elegiría esta obra como una viñeta de Londres, la última adición a la venerablemente sombría tradición del realismo británico, que va desde Ennui de Walter Sickert, pasando por Stanley Spencer y Lucian Freud, hasta llegar a Mueck. Arropada apretadamente dentro de su abrigo y con los brazos cargados de peso, la propia madre parece tan fajada y casi tan indefensa como el bebé que lleva. Tiene el cansancio y la mirada vacua de un curtido habitante de la urbe, una mirada que sigue los movimientos de la marea de gente que tiene enfrente pero sin hacer foco en nadie en especial. La imagino en el cordón de una esquina populosa de Londres, bajo un cielo color azúcar mojada (por usar la metáfora de Martin Amis), con los brazos dolidos mientras espera la señal de “Cruce” del semáforo y cuenta los pasos que le faltan para llegar a casa.
[***] Los personajes clave de este nuevo drama de contacto de Mueck son indudablemente los de Couple Under an Umbrella, las dos figuras que primero vi, a medio hacer, en el taller de Londres. En su forma final, estas figuras están debajo de una enorme y colorida sombrilla de playa, y ahora también tienen ropa, aunque no mucha: un razonable traje de baño enterizo azul oscuro para ella, un sobrio short a cuadros para él. Mueck se siente claramente inspirado por las cómicas incongruencias que abundan en las playas hoy en día, donde humanos de mil años corren a exponer su palidez al calor y la luz del sol. Y cuando dos bañistas como esos llegan a una galería de arte con aire acondicionado, el efecto es doblemente incongruente. [***] Pero, para mí, en Couple Under an Umbrella hay un detalle que tiene una especial fuerza de unión, y como es característico en la obra de Mueck, no es el detalle que el observador suele advertir primero. Me refiero a ese notable lugar de la escultura donde la mano del hombre entrelaza el brazo de la mujer, alzándose poderosamente entre el torso y el antebrazo de ella para sostener la carne alrededor del bíceps.
Para asimilar la potencia de ese detalle, pensemos en el modo en que las manos suelen comportarse en otras obras de Mueck. Casi siempre suelen traslucir desapego, ensimismamiento o autoprotección: apretadas juntas como en Seated Woman, enrolladas hacia el cuerpo como en Man in Blankets, presionadas contra las mejillas de la propia figura como en In Bed, o colgando y abiertas como en Drift. Los grandes ejemplos de esto son las enormes manos que pertenecen a Wild Man, la escultura de Mueck cuyo protagonista se aferra con sus nudillos blancos a los lados de su silla, donde dice “No me toquen”. En contraste, hay algo torpe y maravillosamente afectado sobre el modo en que los dos bañistas se sostienen uno al otro: la pierna de ella sostiene la cabeza de él, el brazo de él sostiene el torso de ella. Eso sugiere una cierta comodidad con el cuerpo del otro, una sensación de posesión compartida, de bien común, que se ha ido desarrollando a lo largo de las décadas. En contraste con la posesiva toma de manos de Young Couple, podemos pensar que Couple Under an Umbrella representa el despliegue del sentido más positivo del verbo “sostener”: sostener con fuerza a alguien, sostenerlo de por vida, sostener un momento de vida frente al flujo del tiempo. Y algo más. Mueck es el último artista al que puedo imaginar haciendo entrega de ese alimento básico de la “práctica profesional” que es el statement o declaración de artista. Pero en el gesto de unión de sus bañistas, pienso que ha deslizado una pequeña reflexión sobre su propio arte. Porque Mueck es un escultor dedicado a dar forma a las figuras con sus manos. Y aunque a su arte lo recorre de lado a lado la duda de si es posible compartir plenamente el misterio de la vida interior de otro ser humano, al mismo tiempo también es impulsado por la fe de que, gracias a un esfuerzo de habilidad e imaginación, somos a veces capaces de tocarlo y sostenerlo, al menos momentáneamente.1
Fragmentos del texto de Justin Paton publicado en el catálogo de la exposición Ron Mueck, Fondation Cartier pour l´Art Contemporain, París, 2013.
Ron Mueck en Fundación Proa Como en su taller de Londres, y sin conceder entrevistas, Ron Mueck se recluyó, junto a su asistente, en las salas de la Fundación Proa para montar su muestra. Allí trabajó con el ritmo tranquilo y meticuloso que lo caracteriza. Su obra se inscribe dentro del realismo escultórico donde se representa la figura humana. Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, siliconas y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y crear esculturas que tematizan la vida y la muerte.
Con perfección técnica y meticulosidad quirúrgica representa la carnalidad humana en diferentes escalas – aumenta o reduce el tamaño de los cuerpos – para crear situaciones de vida. Se presentaron en Proa nueve obras – ocho esculturas y una instalación – que llegaron directamente de la Fundación Cartier de Paris. La exposición se inicia con Mask II (Máscara II, 2002), un autorretrato gigante del rostro del artista sumido en un sueño profundo. A continuación el espectador ingresa a una especie de universo paralelo onírico “donde es posible duplicar la naturaleza” y se encuentra con personajes que aparecen en silencio, inmóviles, como sumidos en un hechizo: una madre con su bebé, una pareja joven, ancianos en la playa bajo una sombrilla, un hombre flotando sobre una colchoneta inflable y otro en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que se encuentran congeladas en momentos de la vida. ”Ron Mueck hace uso de una gran diversidad de recursos, como fotos de la prensa, tiras cómicas u obras maestras históricas, recuerdos proustianos o antiguas fábulas y leyendas. Still Life (Naturaleza muerta, 2009) se enmarca dentro de la tradición clásica de ese género; Woman with Sticks (Mujer con ramas, 2008) se inclina hacia atrás bajo un atado de leña y nos recuerda los cuentos de brujas. Drift (Deriva, 2009) y Youth (Juventud, 2009) parecen inspiradas en titulares de los diarios, aunque también evocan obras del pasado.”
Las obras de Mueck encierran una interioridad vital y profunda y expresan la obsesión del artista con la verdad. Sus personajes – salvo la naturaleza muerta- son seres humanos solitarios o parejas en silencio, inmersos en un estado meditabundo que conducen al espectador a imaginar el contexto en el que se encuentran. Según escribe Robert Storr en el catálogo de la muestra: “Sus esculturales viñetas provienen de escenarios que no tienen principio ni fin, son escenarios intermedios e inciertos que no existen por fuera de sus encarnaciones singulares como objetos que están solos”.
En el marco de la muestra se presenta una película sobre el proceso creativo de Mueck realizado por Gautier Deblonde, titulado Still Life: Ron Mueck at Work (Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando). Esta película fue rodada en el estudio de Mueck mientras producía sus nuevas obras para la exposición.
En Proa estiman que, desde que abrió sus puertas, el 6 de noviembre último, la muestra del australiano hiperrealista atrajo multitudes, a un ritmo de 2500 visitantes por día.
"Esta cantidad de público y en la zona sur de la ciudad es todo un récord. La muestra desbordó nuestras expectativas. Y nos sentimos orgullosos de saber que no podría haberle ido mejor en la zona norte de la ciudad", asegura Adriana Rosenberg, directora de la Fundación.
El juego de miradas e ilusiones que proponen las nueve obras de Mueck no pasó inadvertido para los porteños. Pese al calor que castigó durante los últimos meses, miles de personas hicieron filas a diario en la puerta de la Fundación Proa para pasar por delante de aquellas esculturas de resina, fibra de vidrio y silicona.
Los personajes, salidos de la genialidad de Mueck, parecían interpelar a quien se parara adelante desde la soledad y el ensimismamiento de sus formas. ¿El perfil del visitante? Adultos de unos 40 años, acompañados en su mayoría por sus hijos pequeños, un público inusual para las presentaciones de Proa.
"Nos encantó. Me habían hablado muy bien de la muestra. Pero tanto los grandes como los chicos lo disfrutamos. Eso sí, demasiada gente", apuntó Soledad del Rey, una de las tantas personas que ayer visitaron la exposición. Ella la recorrió junto a su marido, Esteban, y a sus hijos, Sebastián, de siete años y Rocío, de tres.
La relación entre grandes muestras de arte contemporáneo y convocatorias multitudinarias parece estar probada en Buenos Aires, a juzgar por lo que ocurrió en el último año.
En los próximos días, Malba redoblará su apuesta con In Your Face, una provocativa muestra del fotógrafo peruano Mario Testino que actualmente se exhibe en el Museum of Fine Arts de Boston, donde recibió más de 150.000 espectadores.
La exposición abrirá sus puertas el próximo 14 de marzo en Buenos Aires y promete convocar a una verdadera multitud. Radicado en Londres desde 1976, Testino es uno de los fotógrafos de moda y retratos más prolíficos de esta generación y ha expuesto su obra en las principales salas del mundo.
En la muestra podrán verse algunos de sus trabajos publicados en revistas como Vogue y Vanity Fair, o producciones hechas para firmas como Gucci y Versace. En total son 122 imágenes que van desde retratos de íconos de la cultura popular y la industria del glamour −Kate Moss, Nicole Kidman, Mick Jagger, Madonna, Lady Gaga, Brad Pitt, David Beckham, entre ellos− hasta una serie de tomas autobiográficas.
La de Testino será la primera de las tres grandes apuestas de Malba para este año, con las que esperan superar su marca histórica de 400.000 visitantes al año.
Le seguirá en julio próximo Le Parc Lumière, con las obras cinéticas del mendocino Julio Le Parc, que actualmente se están presentando en Casa Daros, en Río de Janeiro.
En octubre, llegará al Malba la tercera gran promesa del año: Juanito y Ramona, de Antonio Berni, que en noviembre último se presentó en el Museum of Fine Arts de Houston y que propone un recorrido por más de 170 obras creadas entre 1956 y 1978, provenientes de la familia del artista y de importantes colecciones públicas y privadas de la Argentina, Estados Unidos, España y Bélgica.
En esos años, Berni produjo más de 250 obras con los personajes Juanito Laguna y Ramona Montiel, para retratar a la sociedad posindustrial argentina. Juanito es hijo de campesinos inmigrantes y se muda a la ciudad en busca de una vida mejor, pero termina en una villa miseria. La selección de obras lo mostrará celebrando la Navidad, aprendiendo a leer, remontando un barrilete, jugando, nadando en una laguna con su perro, llevándole comida a su padre a la fábrica. Su mundo está compuesto por retazos de tela, hojas de metal, latas, contenedores plásticos y desechos industriales.
Ramona nació cuando Berni vivía en París, a comienzos de los 60. Es una mujer joven y humilde que se prostituye para acceder a la poderosa elite social y política.
Poder reunir casi el 70% de la producción de Berni sobre Juanito y Ramona demandó un gran trabajo de curaduría por parte de Mari Carmen Ramírez, del Centro Wortham de Arte Latinoameriano, y Marcelo Pacheco, curador jefe del Malba hasta junio último.
La muestra promete atraer nuevamente una multitud.
La Fundación Proa también redobla su apuesta para 2014, con la muestra que abrirá el 22 de marzo próximo: una retrospectiva del artista alemán Joseph Beuys compuesta por 110 objetos, pinturas, dibujos y videos que registran sus performances. La muestra fue organizada por la Galerie Thomas Modern de Munich en colaboración con el Instituto Plano Cultural de San Pablo y la Fundación Proa.
La visita del británico Richard Long, referente del land art , al Faena Arts Center se suma a la promisoria agenda que tendrá el arte durante este año. La obra de Long se caracteriza por utilizar únicamente materiales naturales, como piedras, madera, polvo o ceniza, en sus instalaciones, todos objetos hallados "en el camino". Muchas otras veces sólo se limita a dejar la huella de sus pisadas en paisajes como los Andes bolivianos, Alaska o el Kilimanjaro y tomar un registro. En julio visitará el Faena para proyectar su próxima obra site−specific.
El arte, medido en visitantes Algunas de las muestras más convocantes
151.598
Ron Mueck
El contador de la página de la Fundación Proa alcanzó ayer ese número. Un número nunca visto en el museo de La Boca. 206.000
Yayoi Kusama
La obra de la mayor artista japonesa viva produjo una verdadera revolución en el Malba, el año pasado. Las largas filas siguieron hasta el último día. 196.000
Andy Warhol
En febrero de 2010, se marcó el récord anterior del Malba: fue en la muestra de Andy Warhol.
Faltaban apenas dos horas para que cerrara la exposición. De todas formas, la fila daba vuelta a la esquina de Pedro de Mendoza y Magallanes, con el colorido de las casas de La Boca como telón de fondo. La muestra del escultor Ron Mueck llegó ayer a su último día en Buenos Aires con todo un récord: fue visitada por más de 151.000 personas, un número sin precedente en la historia de la Fundación Proa y que se encolumna detrás del furor que despertó el año pasado Obsesión Infinita, la retrospectiva de la artista japonesa Yayoi Kusama en el Malba, a la que asistieron unas 206.000 personas.
En Proa estiman que, desde que abrió sus puertas, el 6 de noviembre último, la muestra del australiano hiperrealista atrajo multitudes, a un ritmo de 2500 visitantes por día.
"Esta cantidad de público y en la zona sur de la ciudad es todo un récord. La muestra desbordó nuestras expectativas. Y nos sentimos orgullosos de saber que no podría haberle ido mejor en la zona norte de la ciudad", asegura Adriana Rosenberg, directora de la Fundación.
El juego de miradas e ilusiones que proponen las nueve obras de Mueck no pasó inadvertido para los porteños. Pese al calor que castigó durante los últimos meses, miles de personas hicieron filas a diario en la puerta de la Fundación Proa para pasar por delante de aquellas esculturas de resina, fibra de vidrio y silicona.
Los personajes, salidos de la genialidad de Mueck, parecían interpelar a quien se parara adelante desde la soledad y el ensimismamiento de sus formas. ¿El perfil del visitante? Adultos de unos 40 años, acompañados en su mayoría por sus hijos pequeños, un público inusual para las presentaciones de Proa.
"Nos encantó. Me habían hablado muy bien de la muestra. Pero tanto los grandes como los chicos lo disfrutamos. Eso sí, demasiada gente", apuntó Soledad del Rey, una de las tantas personas que ayer visitaron la exposición. Ella la recorrió junto a su marido, Esteban, y a sus hijos, Sebastián, de siete años y Rocío, de tres.
La relación entre grandes muestras de arte contemporáneo y convocatorias multitudinarias parece estar probada en Buenos Aires, a juzgar por lo que ocurrió en el último año.
En los próximos días, Malba redoblará su apuesta con In Your Face, una provocativa muestra del fotógrafo peruano Mario Testino que actualmente se exhibe en el Museum of Fine Arts de Boston, donde recibió más de 150.000 espectadores.
La exposición abrirá sus puertas el próximo 14 de marzo en Buenos Aires y promete convocar a una verdadera multitud. Radicado en Londres desde 1976, Testino es uno de los fotógrafos de moda y retratos más prolíficos de esta generación y ha expuesto su obra en las principales salas del mundo.
En la muestra podrán verse algunos de sus trabajos publicados en revistas como Vogue y Vanity Fair, o producciones hechas para firmas como Gucci y Versace. En total son 122 imágenes que van desde retratos de íconos de la cultura popular y la industria del glamour -Kate Moss, Nicole Kidman, Mick Jagger, Madonna, Lady Gaga, Brad Pitt, David Beckham, entre ellos- hasta una serie de tomas autobiográficas.
La de Testino será la primera de las tres grandes apuestas de Malba para este año, con las que esperan superar su marca histórica de 400.000 visitantes al año.
Le seguirá en julio próximo Le Parc Lumière, con las obras cinéticas del mendocino Julio Le Parc, que actualmente se están presentando en Casa Daros, en Río de Janeiro.
En octubre, llegará al Malba la tercera gran promesa del año: Juanito y Ramona, de Antonio Berni, que en noviembre último se presentó en el Museum of Fine Arts de Houston y que propone un recorrido por más de 170 obras creadas entre 1956 y 1978, provenientes de la familia del artista y de importantes colecciones públicas y privadas de la Argentina, Estados Unidos, España y Bélgica.
En esos años, Berni produjo más de 250 obras con los personajes Juanito Laguna y Ramona Montiel, para retratar a la sociedad posindustrial argentina. Juanito es hijo de campesinos inmigrantes y se muda a la ciudad en busca de una vida mejor, pero termina en una villa miseria. La selección de obras lo mostrará celebrando la Navidad, aprendiendo a leer, remontando un barrilete, jugando, nadando en una laguna con su perro, llevándole comida a su padre a la fábrica. Su mundo está compuesto por retazos de tela, hojas de metal, latas, contenedores plásticos y desechos industriales.
Ramona nació cuando Berni vivía en París, a comienzos de los 60. Es una mujer joven y humilde que se prostituye para acceder a la poderosa elite social y política.
Poder reunir casi el 70% de la producción de Berni sobre Juanito y Ramona demandó un gran trabajo de curaduría por parte de Mari Carmen Ramírez, del Centro Wortham de Arte Latinoameriano, y Marcelo Pacheco, curador jefe del Malba hasta junio último.
La muestra promete atraer nuevamente una multitud.
La Fundación Proa también redobla su apuesta para 2014, con la muestra que abrirá el 22 de marzo próximo: una retrospectiva del artista alemán Joseph Beuys compuesta por 110 objetos, pinturas, dibujos y videos que registran sus performances. La muestra fue organizada por la Galerie Thomas Modern de Munich en colaboración con el Instituto Plano Cultural de San Pablo y la Fundación Proa.
La visita del británico Richard Long, referente del land art , al Faena Arts Center se suma a la promisoria agenda que tendrá el arte durante este año. La obra de Long se caracteriza por utilizar únicamente materiales naturales, como piedras, madera, polvo o ceniza, en sus instalaciones, todos objetos hallados "en el camino". Muchas otras veces sólo se limita a dejar la huella de sus pisadas en paisajes como los Andes bolivianos, Alaska o el Kilimanjaro y tomar un registro. En julio visitará el Faena para proyectar su próxima obra site-specific.
Algunas de las muestras más convocantes.
151.598 Ron Mueck El contador de la página de la Fundación Proa alcanzó ayer ese número. Un número nunca visto en el museo de La Boca.
206.000 Yayoi Kusama La obra de la mayor artista japonesa viva produjo una verdadera revolución en el Malba, el año pasado. Las largas filas siguieron hasta el último día.
196.000 Andy Warhol En febrero de 2010, se marcó el récord anterior del Malba: fue en la muestra de Andy Warhol.
Desde noviembre hasta hoy, miles de argentinos y de turistas pasaron por el centro de exposiciones, en el emblemático barrio porteño de La Boca, para disfrutar de estas obras que recrean al detalle la anatomía humana.
“Es la exposición que más visitas ha tenido de la historia de la Fundación Proa”, explicó a Efe Julieta Goldin, portavoz de la citada fundación, donde el propio Mueck trabajó codo con codo con los responsables del museo para calcular al milímetro la disposición de las obras.
Goldin atribuyó el gran interés por la exposición a que “el artista es excelente, es la primera vez que tenemos una muestra suya en el país y es muy accesible para todos los públicos, muy visual, es muy atractivo de ver”.
“Además es un artista muy importante internacionalmente, que tiene una carrera consagrada y sus obras cotizan muy caras en el mercado”, añadió.
La concurrencia se intensificó aún más durante la última semana, en la que se registraron más de 3.000 visitantes por día, con largas colas de interesados que no quisieron perder la oportunidad de ver las figuras de Mueck, que ahora se trasladarán a Brasil.
Para Camila Villarruel, coordinadora del departamento de Educación del museo, lo que más ha impactado a los visitantes es “la diferencia de escala” y la propia técnica hiperrealista en sí, que al ser aplicada a la figura humana recrea hasta el último pelo, las venas o las pequeñas arrugas de la piel.
Los espontáneos “¡parece de verdad!” fueron los comentarios más oídos en las salas, cuyo montaje impresionaba incluso a bebés de poco más de un año que, impactados por las esculturas, señalaban y gesticulaban, según relata la coordinadora educativa.
“Es impresionante cómo les gusta (a los niños) la obra, lo disfrutan más los chicos que los grandes”, apuntó Villarruel.
El museo diseñó, además de las tradicionales visitas guiadas, actividades para los más pequeños y proyectó un documental sobre el proceso de creación de las figuras humanas a distintas escalas a partir de silicona, resina, fibra de vídeo y pinturas acrílicas.
La gran afluencia de público obligó a los organizadores a trasladar la proyección del documental al Teatro de la Ribera, cercano a Proa.
Pese al éxito de la muestra, Mueck no logró batir el récord de 180.000 visitantes que recibió el Museo de Arte Latinoamericano (Malba) con la exposición de la japonesa Yayoi Kushama.
Los visitantes de Proa no pudieron colgar en las redes sociales fotos de la gigantesca cara de “Máscara II” o el pollo suspendido en el aire de “Naturaleza muerta”.
El propio Ron Mueck especificó que no se debía permitir la toma de instantáneas para proteger la obra, un trabajo de vigilancia extra para los encargados que fue complicándose a medida que aumentó el flujo de visitas, aunque Villarruel aseguró que la mayor parte del público fue respetuosa con la prohibición.
Ron Mueck, de 55 años, creció en el seno de una familia de jugueteros de origen alemán y dio sus primeros pasos en la creación plástica con trabajos para el cine y el mundo de la publicidad.
El artista australiano, con una carrera de 40 años a su espalda, reside en Londres y trabaja en un pequeño estudio, rodeado por un puñado de colaboradores.
Las esculturas hiperrealistas del australiano Ron Mueck se despiden hoy de Buenos Aires, que tras recibir a más de 150.000 visitas se convirtió en la muestra más exitosa del museo Fundación Proa y una de las más concurridas de la ciudad en los últimos meses.
Las nueve obras de Mueck que recrean al detalle la anatomía humana en diferentes escalas y que fueron hechas con silicona, resina, fibra de vídeo y pinturas acrílicas desembarcaron por primera vez en Sudamérica, a través de las salas de Proa, y ahora, partirán hacia Río de Janeiro.
"Es la exposición que más visitas ha tenido de la historia de la Fundación Proa", subrayó Julieta Goldin, vocera de la fundación.
Goldin atribuyó el gran interés por la muestra a que "el artista es excelente, es la primera vez que tenemos una muestra suya en el país y es muy accesible para todos los públicos, muy visual, es muy atractivo de ver. Además es un artista muy importante internacionalmente, que tiene una carrera consagrada y sus obras cotizan muy caras en el mercado".
Para Camila Villarruel, del departamento de Educación de Proa, lo que más impactó a los visitantes es "la diferencia de escala" y la técnica hiperrealista, que al ser aplicada a la figura humana recrea hasta el último pelo, las venas o las pequeñas arrugas de la piel. "Es impresionante cómo les gusta a los niños la obra, lo disfrutan más los chicos que los grandes", agregó.
Durante los meses de exposición, se proyectó un documental sobre el proceso de creación de las figuras, pero la gran afluencia de público obligó a los organizadores a trasladar estas funciones al Teatro de la Ribera, cercano a Proa y también en el porteño barrio de La Boca.
Mueck, de 55 años, creció en el seno de una familia de jugueteros de origen alemán y dio sus primeros pasos en la creación plástica con trabajos para el cine y el mundo de la publicidad. El australiano, con una carrera de 40 años a su espalda, reside en Londres y trabaja en un pequeño estudio, rodeado por un puñado de colaboradores.
Ya a punto de finalizar la muestra de Ron Mueck, que se inauguró el 16 de noviembre de 2013, en la Fundación Proa ( Av. Pedro de Mendoza 1929, en el porteño barrio de la Boca) y terminará el próximo domingo 23, fuimos a visitarla.
Durante estos meses de la exhibición, una multitud ha visitado las obras de este artista considerado "genio del hiperrealismo". Se estima que fueron más de 130 mil personas.
Ron Mueck nació en Australia en 1958, comenzó su carrera haciendo títeres (1983) para la televisión. Al poco tiempo fundó su propia empresa de utilería, para la industria de la publicidad, sus trabajos eran detallados y minuciosos, pero estaban diseñados para ser captados desde un solo punto de vista, a través de la fotografía. Trabajó más de veinte años en eso.
Posteriormente, comenzó a realizar sus primeras piezas, que fueron realizadas con fibra de vidrio, pero recientemente ha comenzado a trabajar con resina poliester, poliuretano, fibra de vidrio y silicona, lo que es más flexible y permite una mayor facilidad en la configuración de las partes del cuerpo y el implante de cabello (muchas veces natural).
Sus esculturas son blandas, o lo parecen, porque simulan la textura precisa de la carne. Mueck reproduce fielmente todos los detalles de la anatomía humana. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador.
Si alguien le pregunta: por qué no hace las esculturas en tamaño real, el responde: “Nunca hice figuras de tamaño natural porque nunca me ha parecido interesante. Todos los días vemos gente a tamaño natural”. Por eso, la característica fundamental de sus trabajos es que el tamaño de las figuras se aleja de la búsqueda por representar la realidad tal cual la vemos.
No trabaja con modelos vivos, utiliza fotografías, referencias que ve en los libros, o tomadas por él.
Mueck irrumpió en el mundo del arte en la polémica muestra Sensation, que tuvo lugar en la Royal Academy de Londres en 1997, con su obra “Dead dad”, una escultura que, a diferencia del resto de su obra, marcada por el gigantismo, posee unas dimensiones ligeramente más reducidas que su modelo original: el cadáver de su padre. La escultura muestra el cuerpo de su padre tal y como lo encontró Ron, muerto en su apartamento, desnudo tendido boca arriba. Es una de sus obras más polémicas, en la que utilizó implante de su propio cabello para realizarla.
Visitar su muestra en la Fundación Proa es sorprenderse y quedarse con ganas de más, ya que solo se exhiben nueve de las 40 esculturas realizadas por el artista, que impactan por su realismo y si no fuesen en mayor o menor escala, creeríamos que estamos frente a personas de carne y hueso. El artista logra una perfección en cuanto a la textura de la piel, las arrugas, el brillo de los ojos, la postura de los cuerpos que les hace cobrar vida.
Tres de las esculturas fueron realizadas en 2013 y presentadas en París y ahora en Buenos Aires.
Al ingresar, en la Sala 1, se encuentra la primera obra, “Máscara II”, finalizada en 2002. El artista tomó su propio rostro como modelo para realizar una máscara, aunque no se trata de un autorretrato y se lo ve durmiendo. Es de gran tamaño y se observa un perfecto tratamiento de la piel, los poros, el crecimiento de la barba, el color de los labios, las arrugas en los párpados.
En la misma sala se ve "Joven pareja" (2013), dos pequeños personajes de 89 cm de altura. Las figuras con ropas informales, propias de su edad. Al rodear la obra se advierte como el joven aprieta la mano de ella.
En el centro de la Sala 2 sorprende al visitante la obra "Pareja bajo una sombrilla". Es la de mayores dimensiones que presenta la exhibición y una de las últimas producciones del artista. Las figuras de gran tamaño muestran a un hombre y una mujer descansando bajo una sombrilla de tres metros de altura. Fabuloso el tratamiento de la piel de personas de avanzada edad, que se aprecia muy bien en los pies, las manos y la expresión de los rostros. Las dos figuras establecen un contacto físico, la mujer observando a su pareja y aunque el hombre no le devuelve la mirada, este coloca la mano sobre el brazo de su compañera y apoya la cabeza sobre sus piernas. La pareja parece estar distendida, veraneando.
A continuación se encuentra "Mujer con compras" (2013) y "Juventud" (2009). La primera es una mujer con dos bolsas de compras y un bebé que asoma por el escote de su tapado. En la segunda, vemos a un joven que se levanta la remera para observar una herida que tiene en su costado izquierdo, sangrando y con su ropa manchada.
En la Sala 3, "Hombre en un bote" (2002), compuesta por un bote de madera desgastada y un hombre sentado en su interior, desnudo y pequeño en comparación con el tamaño del bote. Su rostro refleja incertidumbre, como no sabiendo hacia donde va.
En el centro de la misma sala se aprecia "Mujer con ramas" (2009), se trata de una mujer de mediana edad, robusta, desnuda, cargando unas ramas, en una postura que evidencia el esfuerzo físico y remarca le expresión de tensión.
En la Sala 4 se encuentra la obra "Naturaleza Muerta", un pollo muerto, colgado de sus patas, desplumado y en la parte posterior de la sala, la última pieza de la exhibición, sobre una pared pintada de celeste, puede observarse "A la deriva" (2009). Un hombre de mediana edad, recostado sobre una colchoneta inflable, simulando flotar en el agua, bajo el sol.
Para completar el recorrido de la muestra, los visitantes pueden ingresar al auditorio, donde se proyecta Stilllife, un audiovisual en el que puede verse a Ron Mueck trabajando en su taller de Londres.
No puede dejar de visitar esta exposición que realmente lo sorprenderá con piezas de gran originalidad como nunca ha visto.
Se trata de estudiantes de los talleres A Puro Hierro, escultura y cerámica, y dibujo y pintura para adultos, todos ellos coordinados por el profesor Ariel Espósito.
El grupo viajó a Buenos Aires junto a la directora del Cultura, Beatriz Souto con el objetivo de visitar distintas exposiciones de arte, fundamentalmente la del artista australiano Ron Mueck.
En ese sentido, asistieron a la Fundación Proa donde dicho escultor exhibe 9 producciones realizadas en resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas, reproduciendo fielmente todos los detalles de la anatomía humana. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental.
En el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori recorrieron la muestra de pintura y dibujo de Marcelo Mayorga, obras realizadas en lápiz, carbonilla y tinta china; y "Paquito Laguna” de Sergio Moscona.
Finalmente, en el Malba visitaron la primera exposición individual de Liliana Porter en el museo denominada "El hombre con el hacha y otras situaciones breves”.
La instalación se desarrolla sobre un conjunto de tarimas planas, de diversos tamaños, en las que algunos personajes de su familiar elenco están abocados a tareas específicas: construir y destrozar, esparcir y recoger, ir y regresar, limpiar, barrer, levantarse, caerse, derramar y tejer, entre otras actividades.
En un extremo se encuentra el hombre diminuto con el hacha; un posible comienzo si se atiende al título, que le da al personaje un protagonismo paradójico considerando sus escasos cinco centímetros.
Allí también apreciaron las esculturas de Elba Bairon: un conjunto de ocho figuras a escala humana -realizadas en pasta de papel- configura un paisaje indefinido en el tiempo, que se completa con pequeñas construcciones arquitectónicas racionalistas producidas en yeso.
La experiencia en Capital Federal fue gratamente positiva ya que, además de maravillarse ante tales obras, permitió observar el uso de los espacios en los Museos, la manera de instalar una muestra, la iluminación de las sala, y diversos elementos y estilos capaces de transferirse al Espacio Cultural en que se transformará el edificio de la ex Cooperativa, predio que adquirió la Municipalidad a tal efecto.
El domingo último, un grupo de 15 alumnos de los talleres de la Dirección de Educación y Cultura de A Puro Hierro, Escultura y Cerámica, y Dibujo y Pintura para adultos, todos ellos coordinados por el profesor Ariel Espósito, viajaron a Buenos Aires junto a la directora del área Beatriz Souto con el objetivo de visitar distintas exposiciones de arte, fundamentalmente la del artista australiano Ron Mueck.
En ese sentido, asistieron a la Fundación Proa donde dicho escultor exhibe 9 producciones realizadas en resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas, reproduciendo fielmente todos los detalles de la anatomía humana. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental.
En el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori recorrieron la muestra de pintura y dibujo de Marcelo Mayorga, obras realizadas en lápiz, carbonilla y tinta china, y "Paquito Laguna" de Sergio Moscona.
Finalmente, en el Malba visitaron la primera exposición individual de Liliana Porter en el museo denominada "El hombre con el hacha y otras situaciones breves". Allí también apreciaron las esculturas de Elba Bairon.
La experiencia en capital federal fue gratamente positiva ya que, además de maravillarse ante tales obras, permitió observar el uso de los espacios en los museos, la manera de instalar una muestra, la iluminación de las sala, y diversos elementos y estilos capaces de transferirse al Espacio Cultural en que se transformará el edificio de la ex Cooperativa, predio que adquirió la Municipalidad a tal efecto.
¿Qué es lo que nos conmueve tanto de estos seres anónimos? Sin retrato ni narrativa, el autor, cazador de instantes, nos sitúa ante seres impersonales, dándonos la libertad de posicionamiento como espectadores. Las figuras silenciosas nos plantean interrogantes igualmente silenciosos, nos ubican frente a la cotidianeidad, nos hacen verla de la forma más directa y frontal, nos hacen sentir intrusos, espías, violando la intimidad de cada personaje, haciéndonos reflexionar, al mismo tiempo, sobre nuestra vulnerabilidad con el tiempo. Logra exteriorizar la fascinación que como observadores tenemos por la realidad cuando ésta se encuentra en una zona controlada, en el espacio que de alguna manera anula la invasión que la misma realidad nos produce.
No sólo nos conmueve la perfección de cada escultura, sino también el juego y manipulación de escalas, ya sea en la amplitud como en la reducción, que culmina con un efecto invasivo, con imágenes que nos sacuden, que permiten posarnos sobre o por debajo de ellas, borrando el límite entre realidad y representación, buscando recrear la magnitud de las emociones en relación al cuerpo, compartiendo un espacio dislocado, de la que se crea una perspectiva nueva y problemática de lo que está ante nosotros. Ésta capacidad de captación de lo corpóreo de una manera tan exquisita redime las capacidades creadoras del ser humano, surgiendo la posibilidad del hombre de adueñarse de la realidad misma.
Lo que realmente logra Mueck con sus intervenciones espaciales y anatómicas, es problematizar la única visión y proporción activa de este conjunto: la humana. Recorrer el PROA se convierte en un viaje topográfico por las formas humanas, por emociones de cinco metros de alto, que nos conmueven tanto que logramos tener conciencia de nuestra propia existencia, de nuestro peso en el día a día.
“La obra de Mueck se inscribe dentro del realismo y no del hiperrealismo, ya que el artista no sólo juega con el tamaño en la representación, sino que tampoco aporta información sobre el contexto”, apunta la curadora Grazia Quaroni, quien, junto al director de la Fundación Cartier, es responsable del envío. “Incluso, desde el título de las obras, Mueck no contribuye con más información. Intenta que sean neutrales, abiertas en su lectura”.
Esta muestra llegó por primera vez a Sudamérica en diciembre pasado que sorprende por el nivel de realismo de sus figuras, los temas elegidos y los cambios de escala en las dimensiones, uno de los motivos que colocan a la exposición entre las más visitadas durante los últimos años de Proa.
Con la presentación de las esculturas de Ron Mueck, Fundación Proa confirma una tendencia iniciada con las exposiciones de años anteriores como Marcel Duchamp (2008), Louise Bourgeois (2011) y Alberto Giacometti (2012).
Luego, la muestra continuará su itinerancia hacia el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro para que el público sudamericano continúe disfrutando de esta experiencia artística, que tal como aseguró Grazia Quaroni, curadora asociada de la exposición, "renovó la escultura contemporánea".
La exposición concebida por la Fondation Cartier pour l`art contemporain de París se podrá ver hasta el próximo domingo en Avenida Pedro de Mendoza 1929, La Boca, de martes a domingos de 11 a 19.
Escribir los guiones, filmar, abrir un mundo de ficción para construir vínculos y pensar en un futuro con mayor autonomía. El taller de arte terapia del Hospital del Día del Borda, coordinado por el IUNA, apuesta por la expresión audiovisual como uno de los caminos.
Hay viento. Tres ventanales blancos de hierro están abiertos de par en par, los cuadrados de vidrio apoyan sobre paredes gruesas de cemento. El viento pasa y limpia lo que está detenido, lo que necesita removerse. La construcción -rectangular, de veinte por seis, unmazacotesólido que se levanta hasta cerrar en un único piso- está rodeada de verdes. Las copas de los árboles se ladean hasta lo que más pueden dar, y vuelven al eje. La puerta de entrada también está abierta; en sus dos hojas. Hay un adentro y un afuera. En el jardín, a dos metros de esa puerta que invita, un grupo de veinte personas habla de una obra deHundertwasser. No usan lenguaje deartista, marchand o crítico: dicen lo que les pasó en ese ver; y dicen, también, con el cuerpo, más de lo que apenas sueltan con dos, tres palabras: me gusta, no me gusta. La alarma de un reloj digital en voz de mujer avisa que son las 2 de la tarde. A su ritmo, cada uno atraviesa la puerta. Del otro lado, aunque es adentro, se llega para trabajar lo que ayuda a armarse para estar afuera. Entrar, para salir.
-Hola, vine -dice un hombre de unos 40 frente al semicírculo de veinte personas.
-Qué bueno -le contesta Adriana, coordinadora del grupo, que lo mira y sigue-. Johnny hoy no acompañó a su mamá al médico para estar acá.
-Voy a actuar.
El grupo lo aplaude. Él se acomoda, con insistencia, algo de la manga de su camisa a cuadros, sin una arruga.
Johnny es paciente del Hospital de Día del Borda. Es un área de Salud Mental que funciona para las personas que necesitan un tratamiento mayorque una o dos sesiones de psicoterapia por semana, con el finde evitar la internación. Llegan, también,después de haberestado internados.Vienenocho horas y vuelven a sus casas. El objetivo es que el paciente logre la autonomía, que después de pasar por el hospital pueda manejarse solo, sin que otro esté ahí para él. Lograr eso que de un lado de la vida social se entiende como lo dado, lo natural, lo que es porque sí,yparecería tan sencillo. Abrocharse un botón es una cosa más que se hace cada mañana, al pasar. Pero cuando algo no está bien en la estructura psíquica, o se tiene una patología, o en la cabeza aparece algo que se instala, ese día la vida cambia. Y el ojal de la camisa es un hueco inmenso por donde algo tan pequeño como un botón parecería perderse. No encajar.
Después de una crisis, de un tratamiento con medicación, de haber dependido de otro, el alta del Hospital de Día será más, mucho más, una bisagra. Dar de nuevo. Una primera vez, y como en un principio, las cosasllevarán más tiempo. Esfuerzo. Concentración. Ser autónomo es lograr dominar la arqueología de lo cotidiano: cocinarse, ocuparse del propio cuerpo -bañarse, elegir la ropa, vestirse-, moverse de un lugar a otro por la ciudad, encontrar un trabajo, armar vínculos. Para que eso funcione se trabaja en grupo. El intercambio con pares es vital. Sanar es entender la importancia de que el otro esté ahí. Poder, por un lado, encontrar el eje, pero con la experiencia de que se es, con el otro. Paraeso se hace un trabajo interdisciplinario, entre las áreas depsiquiatría, psicología, terapia ocupacional, músico terapia, arte terapia y enfermería.
Adriana Farías es psicopedagoga, directora del posgrado de especialista en arte terapia del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA), y coordinadesde2008 junto conMarcelo GonzálezMagnasco, psicólogo, decano de Audiovisuales del IUNA, el Taller deGuiónAudiovisual en el Borda, en el contexto de arte terapia. Trabajan las historias que los pacientes escriben, producen, protagonizan, filman. Así, uno es el actor, otro hace la asistencia de dirección, un tercero el sonido; cada uno ocupa un lugar en el tejido de la historia. "Una definición que doy en las clases -dice GonzálezMagnasco- es que arte terapia es la utilización de las artes, específicamente las audiovisualesen este caso,con objetivos terapéuticos. Se diferencia de cualquier taller de arte, y esto no significa que no se usen las herramientas del arte, sino que el fin es otro."
La puerta sigue abierta de par en par. Desde adentro se ve el jardín. Importa lo que se ve de allá afuera, es una invitación. En el medio de la sala rodeada delockersy mesas de distintos tamaños hay hojas apoyadas sobre la mesa más grande. Es tan larga que caben, cómodas, treinta sillas. Están vacías. Las hojas se caen. Nadie lo nota, y no importa; tienen las copias delguiónde Sebastián, uno de los pacientes, que actuará y dirigirá cada escena. Filman en la sala de al lado, el comedor. "Mi corto es la historia de un narco que, perseguido por la policía, se refugia en el Borda y descubre que él también necesita ayuda", dice Sebastián, guionista del corto Buenos tratos Buenos Aires.
Se arman los equipos. Suben la cámara a un trípode, extienden los micrófonos, preparan la escena. Dos hombres sentados junto a una mesa redonda de fórmica miran una silla vacía. GonzálezMagnasco dirige la escena. Cuando pregunta por el sonido, Sergio,con la caña en alto, controla que el micrófono no entre a cuadro. Corre, grita. Y se guiña un ojo conRoberto, otro compañero, que hace la asistenciade dirección. Sebastián entra en escenaescoltadopor un enfermero. Es robusto. El pelo le llegaal hombro, barba de días.Todo de negro, bien podría ser cantante de una banda de garaje.Se sienta. Levanta la mano y mira al director. Pide que corten.
-¿Entrábamos en cuadro? -pregunta Sebastián.
-Sí, estaba todo bien.Volvéa entrar -le pideRoberto.
Sebastián selavantade la silla, mira la escena. Toma del brazo a Emilio, que hace de enfermero.
-Pará, pará, nopodésser enfermero sin bata.
-Voy a pedir a enfermería, y otra de médico -confirmaLuis, queva a actuar de médico.
-Traéuna pichicata, también -diceSebastián, y hace el gesto de pincharse el brazo.
Las risas se multiplican por el eco y quedan grabadas. La cámara nunca dejó de filmar.
El objetivo básico de la labor de arte terapéutica es el de construir un vínculo de confianza con los pacientes para que ellos sean capaces de comunicar mediante imágenes sus angustias, ansiedades y otros padecimientos -muchas veces silenciados por los límites de la expresión verbal- que pudieran originarse en la represión, inhibición u otrosobstáculos de su experiencia. Fundamentos en arte terapia, por Farías y GonzálezMagnasco.
Emilio y Luisvuelven con los ambos puestos. Uno es celeste y el otro azul. La escena se va a filmar porcuartavez.Improvisan.Acción, se escucha, ySebastián entra tomado del brazo,por el médico y el enfermero.Sentados a la mesa, Johnny y Luisito, un voluntario, con el diminutivo, para diferenciarlo de Luis, que es mayor. Hay una silla vacía. Sebastián la ocupa.
-Ahí no, es la silla de mi amigo José -diceJohnny,pecheándolo. Tiene la camisa desabotonada y el pelo revuelto.Preguntó a varios si estaba bien así para su personaje. De un solo tranco, contó que había hecho teatro, antes.
-José no está, ahora estoy yo -contesta Sebastián.
-Te dije que era de mi amigo José, no la uses -insiste Johnny. Parece otro. Levanta la voz.Los hombros están arriba. Actúa.
-Decíalgo, vos -Johnny sacudeaLuisito.
-¡Está ido, no ves! -grita Sebastián.
Aparecen el médico y el enfermero. Les explican lo importante que es calmarse. Las sillas hacen ruido al acercarse a la mesa. Corte. Aplausos.
Renato, que hace el back,va y viene con la cámara encendida por la otra puerta del comedor donde se filma. A un costado hay un perchero de metal, de uno de los ganchos más altos cuelga un cartel grande, pintado a mano por ellos, en amarillos y verdes se lee San Arte, separado, con S y A en mayúscula. Un juego de palabras, el juego que permite el arte para poder escribir sobre la sanación. Cada vez que Renato pasa, y pasa seguido, el cartel se agita y queda moviéndose, abanica el aire. Con la cámara encendida llega a Lisandro, el asistente de sonido.Las manos empiezan a palmear otro ritmo que el del aplauso. Todos miran hacia donde está el sonido y cantan: No se va, Sergio no se va. Es el día de su alta. Entró. Pasó. Llegó su tiempode volver a caminar solo.
En 2013,El Borda cumplió150 años, se fundó en 1863, en pleno pico de la fiebre amarilla. Después de la fiebre, los del Sur armaron nuevas mansiones en el Norte; antes de la fiebre, el Norte estaba en el Sur. Barracas, condicionada por la salud, pasó a ser el barrio del cordón.Calles anchas, fábricas y caserones. También están, cerca, el HospitalInfantoJuvenil Tobar García y el Braulio Moyano. Los bastiones de la salud mental en una zona que no se les muestra a los turistas. A diferencia del pasado, cuando era moneda corriente dejar de lado a un familiar con necesidades de tratamiento psiquiátrico sin que de eso se hablara, hoy se los acompaña de otro modo. Cambiaron muchas cosas en relación con la mirada sobre alguien que necesita una ayuda, o dos. El arte terapia encontró un espacio desde donde trabajar. Cuando hay posibilidad de hacer,el tratamiento, la medicación, hoy tienen otra zona de acción para que después de un brote,de una internación, se dé lugar a empezar otra vez.
Hacerse la estatua
En La Boca, una calle divide el río de la ciudad. Apenas unos adoquines para pasar de líquido a sólido. Fundación Proa está en la otra vereda del río, y las criaturas de RonMueck-australiano, hijo de padres que hacían juguetes y títeres, y que actualmente vive en Londres-cruzaronocéanos para llegar a Buenos Aires y atraer hoy a miles de personas. Las esculturas también están ahí, del otro lado. El grupo del hospital de día entra a ver la muestra acompañado por profesionales de las distintas disciplinas. La guía del museo se detiene ante cada escultura. "La precisión de los gestos, la suavidad de la piel que trabaja en silicona, le da a la obra una apariencia de absoluta realidad", dice en el centro del círculo que rodea la obraPareja debajo de una sombrilla, ancianos en una playa. Sebastián, Renato y Sergio se acercan.
-Son muy reales -diceSebastián.
El grupo entra a otra sala.El silencio es acogedor. Un chirrido agudo corta el aire. Empieza a sonar cumbia. Eric, uno de los pacientes, mueve lento su metro noventa de estructura generosa. Se queda más atrás, apoyándose en la pared. Los auriculares blancos le cubren las orejas.
-Tenemos acáHombre en bote, ¿les parece que la barca es real o también de silicona, resina? -pregunta la guía.
-El bote es real, de madera-contestaOsvaldo, y lo toca.
-Muy pequeño es el hombre en relación al bote-dice Sebastián, convencido.
Eric estira el brazo y trae hacia él un taburete alto,el único,apoyado sobre la pared. Se sienta. Sube el volumen.Los acordes a repetición de la cumbia recortan el fresco olor artificial del aire de la sala. La música es parte de lo que se respira.Adriana Farías se acerca. Eric está inmóvil, en una postura muy Mueck; Mueck, de mueca. Adriana pasa la mano delante de sus ojos, él ni pestañea.
-Qué bien logrado está -dice, y se pega a la cara de Eric.
El grupo empieza a moverse para ir a la última sala. El taburete queda vacío. Eric sonríe y se suma al grupo. Adriana lo mira concentrada, la satisfacción le recorre el cuerpo. "A mí me gusta una frase -dice-: Pan para todos, bellezas para todos, todo para todos. Poder brindarles ese espacio, donde se conectan con cuestiones simbólicas. Eso no es pan, es ese acceso a la belleza. La idea es conectarlo con un afecto posible. Eso es terapéutico."
Están en la puerta de Proa bajo el sol del mediodía. Se juntan bajo la sombra que da un alero. Hay ojos más sensibles a la luz; miradas menos blandas.Las pupilas ocupan más blanco del ojo.Antes de irse, les recuerdan pedirle la mediación a la coordinadora de la salida. Es fundamental no abandonar el tratamiento, que suele ser una de las causas en las recaídas. Pero sí, si logran ordenarse en la vida del afuera, empieza a ser posible la aparición del deseo. Qué querer ser.
-¿Van para allá, van para allá? -preguntan, pisándose las voces.
Algunos del grupo se miran, se dan coraje para cruzar el calor del mediodía. Se animan a salir de la sombra.
-Vamos para allá y ahí vemos enlos carteles de los colectivos -dicen, a la vez.
Tardan en arrancar.Unas manos se levantan sobre las cabezas y saludan en el aire. Otros van a la despedida de un abrazo,un chau largo sin palabras,esa posibilidad de lo que los brazos, al rodear el cuerpo del otro, sí pueden decir.
Todavía queda una semana para visitar esta muestra que llegó por primera vez a Sudamérica en diciembre pasado y que sorprende por el nivel de realismo de sus figuras, los temas elegidos y los cambios de escala en las dimensiones, uno de los motivos que colocan a la exposición entre las más visitadas durante los últimos años de Proa.
Con la presentación de las esculturas de Ron Mueck, Fundación Proa confirma una tendencia iniciada con las exposiciones de años anteriores como Marcel Duchamp (2008), Louise Bourgeois (2011) y Alberto Giacometti (2012).
Luego, la muestra continuará su itinerancia hacia el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro para que el público sudamericano continúe disfrutando de esta experiencia artística, que tal como aseguró Grazia Quaroni, curadora asociada de la exposición, "renovó la escultura contemporánea".
La exposición concebida por la Fondation Cartier pour l`art contemporain de París se podrá ver hasta el próximo domingo en Avenida Pedro de Mendoza 1929, La Boca, de martes a domingos de 11 a 19.http://tiendamovistar.terra.com/capa/ar/
“En las obras de Ron Mueck uno observa las criaturas por fuera y las intuye por dentro”.
Vi por primera vez las esculturas de Ron Mueck en 2006, en una presentación en PowerPoint, de esas que llegaban en cadenas por correo electrónico, antes que Facebook universalizara la comunicación de nuestras preferencias. Quedé conmovido. La extraordinaria humanidad de sus figuras contrastaba con la monumentalidad o pequeñez de su tamaño.
Nacido en Australia en 1958, este original artista se radicó en el norte Londres para crear obras cuyos temas son esencialmente humanos. Más que figuras construye personajes, cuyo mundo interior se revela a través de sus expresiones, modeladas con silicona, fibra de vidrio o acrílico. Sus esculturas no muestran pasión o histrionismo sino las emociones corrientes, disimuladas bajo una corteza de neutralidad pero reveladas en una mirada, una posición o en el gesto de las manos. Una excepción la constituye una naturaleza muerta, un gigantesco pollo desplumado, que cuelga como si estuviera listo para la venta.
Durante mi última visita a Buenos Aires en 2014 pude admirar por primera vez personalmente sus obras cuya realismo (o, como algunos insisten, hiperrealismo) supera largamente todo lo que pude admirar en las fotografías que mencioné al principio. No sería aventurado proponer que Ron Mueck cultiva un realismo paradójico, una suerte de ilusionismo escultórico, pues sus personajes parecen tener vida, una vida latente que en cualquier momento puede ponerse en movimiento, mientras que su volumen nos advierte que no pertenecen al mundo biológico, sino más bien al mundo de los sueños, que es el de los símbolos.
Buenos ejemplos son su Máscara II, donde la vida se reduce a un rostro dormido con la boca entreabierta, Man in a boat donde un hombre desnudo con los brazos cruzados marcha a la deriva.
Al arco iris de la experiencia humana ha incorporado obras con dos personajes. Tendemos a calificar el arte de acuerdo a su forma de expresión: pintura, escultura, música, cine, literatura, teatro, pero también podemos abordarlo desde su temática. Entonces, podemos definir estas piezas como arte de relaciones, porque pasa de la sensibilidad individual a la circunstancial, dándole un contexto: La proximidad con otro ser humano ante el cual reacciona. Vemos una madre con su bebé, una pareja de adolescentes con sus relaciones conflictivas o dos ancianos tomando sol con un pasado desconocido a cuestas que a la vez los une y los separa. Parece decir que nada de lo que sentimos puede manifestarse sin el otro.
Las obras de Mueck asombran, porque a pesar de sus proporciones imposibles, se parecen demasiado a nosotros.
Ron Mueck: más de 100 mil personas visitaron la muestra
Las extensas filas que se formaron durante los últimos meses para visitar la muestra finalmente se traducen en una cifra: la exposición Ron Mueck alcanzó las 100 mil visitas.
El sorprendente nivel de realismo de sus figuras, los temas elegidos y los sorpresivos cambios de escala en las dimensiones quizás sean algunos de los motivos que colocan a la exposición entre las más visitadas durante los últimos años. Desde su inauguración, el 16 de noviembre de 2013, la atención del púbico y la crítica fue cautivada por la muestra que, sin dudas, se consolida como una de las exposiciones insoslayables de las escena cultural de la ciudad. Así lo ratifica la inmensa afluencia de visitantes y los diversos tipos de público que se involucraron con la exposición convirtiéndola en un hecho masivo y tema de conversación y debate.
Con la presentación de las esculturas de Ron Mueck, Fundación Proa confirma una tendencia iniciada con las exposiciones de años anteriores – entre la más convocantes: Marcel Duchamp (2008), Louise Bourgeais (2011), Alberto Giacometti (2012)– y se consolida como un centro de arte moderno y contemporáneo de referencia nacional e internacional.
100 mil personas ya experimentaron el sutil arte de Ron Mueck. Una cifra que promete seguir aumentando y batir records de audiencia hasta su finalización el próximo 23 de febrero.
Luego, la muestra continuará su itinerancia hacia el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. La articulación y estrecha alianza entre ambas instituciones, junto al apoyo constante de Tenaris – Organización Techint, permiten, por primera vez y de forma masiva, que el público sudamericano acceda al trabajo de un artista internacionalmente reconocido que con su obras – tal como expreso Grazia Quaroni, curadora asociada de la exposición – “renovó la escultura contemporánea”.
A partir del 16 de noviembre y hasta el 23 de febrero de 2014, Fundación Proa presenta la primera muestra en Sudamérica del escultor Ron Mueck. Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con la curaduría de su director, Hervé Chandès , y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do Río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y a la vez expresan la obsesión del artista por la verdad y la perfección de su técnica.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus esculturales viñetas provienen de escenarios que no tiene principio ni fin, son escenarios intermedios e inciertos que no existen por fuera de sus encarnaciones singulares como objetos que están solos”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
En representación por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Grazia Quaroni estará presente en Buenos Aires con disponibilidad para realizar entrevistas y encuentros con la prensa especializada.
El realismo de Ron Mueck presenta dos aristas. Por un lado, añorado restablecimiento de un artista “clásico”, que sabe hacer con sus manos, y que nos libra de las incómodas complejidades del arte contemporáneo. Por otro lado, un retorno hacia los temas humanos, pero en una época en que éstos ya no tienen sentido, están fuera de escala. Es esta tensión de una narrativa imposible lo que acerca su obra a las ansiedades que atraviesan nuestro presente.
El video que cierra la muestra de Ron Mueck en Fundación Proa exhibe el tipo de artista frente al cual nos encontramos. Realizado por Gautier Deblonde, el film muestra a Mueck trabajando en su estudio con sus dos asistentes mientras sigue muy de cerca la realización de las esculturas de figuras humanas perfectas y su proceso de redimensionamiento (o muy grandes o muy pequeñas, nunca a escala natural). Vemos a Mueck rezongando, peleándose con la arcilla, concentrado en la realización de los ojos, acariciando sus estatuas o cocinando para hacer un corte en su trabajo. El video es supuestamente explicativo pero el secreto de su arte se exhibe sin detenerse en sus trucos (es decir, el relato es progresivo en relación con la composición de las obras pero el montaje deja huecos y preguntas sin responder). Su taller –contra lo que podría suponerse– no es un gran galpón ni posee dimensiones colosales; más bien, es una sala pequeña en la que Mueck se desplaza con cierta dificultad. Como si necesitara desvanecerse a medida que sus figuras crecen. El artista con el que se encuentra el espectador es totalmente diferente al artista contemporáneo al que está habituado. Para compararlo con un histórico, su silencio no es el de Duchamp: no está abocado al pensamiento sino a sus manos. También está lejos del charme y el personalismo de un Warhol, y ni qué hablar de las inquietudes ideológicas y políticas de un Joseph Beuys. O, más hacia el presente, no tiene las ínfulas empresariales de Damien Hirst, ni los lazos con las teorías contemporáneas de Cindy Sherman, ni la pose intelectual de un Marcel Broodthaers, ni finalmente –aunque la lista podría seguir– el ánimo desenmascarador y denuncialista de un Hans Haacke. Lo que estamos viendo es un artista diferente o, para decirlo con otras palabras, la proyección de lo que el público considera que debería ser un artista. El Mueck de la película es el artista que falta –o supuestamente falta– en las muestras contemporáneas. Es un excelente artesano y su trabajo manual tiene como finalidad la exactitud y el acabado técnico impecable. No habla mucho ni explica demasiado sus obras salvo un “fuck!” cuando algo no le sale. Parece abocado a algo descomunal, a una tarea llena de sentido que tiene que ver solamente con lo humano, en un momento en que lo humano –salvo cuando es llevado a sus límites, a los extremos– tiene un lugar menor en el arte contemporáneo. Sus obras suscitan experiencias que se asocian a la gestualidad que muestra el film: soledad, búsqueda de un sentido, entrega, necesidad de afecto, amor por el prójimo, pérdida de algo.
Exhibición del esfuerzo y habilidad técnica (nadie podría exclamar, como sucede a menudo en las salas de arte contemporáneo: “¡esto lo hace cualquiera!”); ausencia de legitimación por el discurso sobre sí; profundidad de su búsqueda estética y de su compromiso con el destino de lo humano. No se trata de discutir acá si preferimos al artista iconoclasta, las habladurías teóricas o lo posthumano por sobre la imagen que nos entrega Mueck sino de pensar cuáles son los alcances de su mundo y por qué la muestra en Proa genera tanto asombro y fascinación.
La maestría técnica (il miglior fabbro) es un buen punto de partida: el artista se tomó su trabajo, no nos está tomando el pelo, podemos asistir a la muestra sin los inconvenientes típicos de las muestras de arte contemporáneo. Las preguntas ¿qué hago aquí?, ¿esto es arte?, ¿qué significa todo esto? están excluidas de antemano. El espacio es amplio y las figuras respiran. No son muchas y resultan un buen muestrario de la obra del artista: en entrada, un autorretrato de su rostro en grandes dimensiones y una pareja de adolescentes. En las salas que siguen a continuación, una madre con su hijo y un negro con una llaga en las costillas en dimensiones menores a las naturales, un hombre en una barca y una mujer que lleva unas ramas (acá el juego de la escala se da por la relación entre cuerpo humano y objeto). En el primer piso, una gallina pelada colgando y un hombre con anteojos negros y los brazos en cruz en una colchoneta inflable (ambos están colgando y dialogan entre sí). En la sala principal de la planta baja, se encuentra la obra de dimensiones más grandes: una pareja de ancianos bajo una sombrilla, en malla y apoyados uno sobre otro. En su presentación, la curadora Grazia Quaroni (que con Hervé Chandès hizo un excepcional trabajo con el espacio de la Fundación) dijo que la obra de Mueck no era monumental, ni hiperrealista, ni narrativa. Es claro que la obra de Mueck no es hiperrealista en el sentido en que no trabaja –como lo hizo el hiperrealismo de los años setenta– con fragmentaciones o close-ups. Tampoco es monumental por lo ferozmente anónimo de sus modelos (salvo el retrato del padre, que fue la obra que lo consagró, o el autorretrato pero aún estas obras eluden la hagiografía típica de los monumentos). Ni narrativo, porque sus personajes no parecen estar abocados a nada en particular (más bien, su ensimismamiento y su estar en otra cosa es lo que los caracteriza). Sin embargo, la aclaración de la curadora supone que esas dimensiones están presentes aunque sea como carencia o negatividad. Es más, la eficacia de Mueck está dada tanto por su carácter de artista consumado como por satisfacer la ansiedad por la narración que atraviesa el presente. Y este es su aspecto más clásico, el que hizo posible la exhibición de sus obras en la National Gallery de Londres y su puesta en diálogo con la iconografía renacentista. Hay un fondo de memoria al que las figuras humanas de Mueck remiten que, sin ser enfático, sugiere al mismo tiempo lo contemporáneo y lo antiguo. El hombre con los brazos abiertos en la colchoneta de agua bien podría llamarse Cristo crucificado, el afroamericano de los suburbios neoyorquinos aceptaría el título Las llagas de Cristo, y la mujer con el bebé y la bolsa de compras es tanto una Piedad como una evocación del pop y Warhol. La mujer que lleva las ramas dialoga con los cuadros de Millet y la pareja en la playa tiene el efecto de un comentario irónico sobre las escenas al aire libre de los impresionistas (podría llamarse Los bañistas aunque lleva el descriptivo Pareja bajo una sombrilla). La gallina degollada sale de un bodegón y la obra –como también el film– tiene el título de uno de los géneros más practicados durante la edad clásica: Naturaleza muerta. A la vez, con su silencio hosco, Mueck no parece autorizar ninguna de estas lecturas, dejando ver la demasía de la interpretación frente a las intensidades afectivas que consigue. Pero justamente las intensidades afectivas se dan tanto por el verismo de sus piezas como porque acerca esas interpretaciones narrativas sin avalarlas y evocándolas por desvíos y silencios.
En resumen: el negro no es Cristo, el hombre tomando sol en la colchoneta de agua no está crucificado, la madre que lleva a su niño no es una Piedad. Las narrativas del padecimiento y la redención no están presentes porque se han ausentado de nuestro mundo. Observemos Woman with shopping mientras pensamos en una Piedad (La piedad de Miguel Ángel, por ejemplo). La Virgen en la obra de Miguel Ángel está marcada por una pasión. Todo su cuerpo y su mirada están concentrados en el hijo que sufre: no tiene otra cosa que hacer ni otro destino que padecer por él. La mujer de Mueck, en cambio, tiene que hacer compras y llevar a su hijo como una carga más. Si se lo compara con alguna de las innumerables representaciones de la Virgen con el niño, se verá que en la de Mueck no hay interacción alguna. La mirada de la mujer está perdida, su sobretodo es descolorido (nada del azul del lapislázuli del Renacimiento en el ropaje de la Virgen) y su expresión abstraída. A la vez, la calidad en el retrato dota a la escultura de un efecto diferente al que tiene las mujer que compra de Duane Hanson, en la estela de Andy Warhol. Ya no estamos ante la presencia irónica de la cultura de masas y del consumo ni de la inclusión en el arte de personajes indignos de ser retratados; la operación de Mueck es diferente: no cómo desauratizar el arte mediante personajes cualesquiera sino cómo volver a dotar a esos personajes del aura de la apariencia estética. Si el realismo muestra que esta auratización ya no es posible es porque esas narraciones no tienen lugar en el capitalismo contemporáneo: la madre tiene que ir de compras, el hombre sólo quiere broncearse y disfrutar de su piscina privada, el chico negro parece venir de una lucha callejera. El juego con las escalas nos conmueve al punto de sentir que ese acceso a la memoria humana, a las narraciones de sentido, es posible. Man in a boat es básicamente eso: un hombre de escala reducida en un gran bote mira el horizone con los brazos cruzados (algo similar sucede con la sombrilla, que es menor de lo que debería ser). Las preguntas son narrativas: ¿a dónde va el bote? ¿qué está mirando el hombre? ¿por qué está de brazos cruzados? Pero no hay respuestas. Toda la narrativa del naufragio y del bote a la deriva llega hasta nosotros pero la pose del hombre no revela preocupación ni zozobra. Sin embargo, ¿ese hombre no se dio cuenta de que el bote es demasiado grande? ¿Es indiferente a la angustia que nos invade? ¿Puede ser que no perciba la precariedad de su situación y se cruce de brazos? El juego de las dimensiones golpea inmediatamente la percepción y el orden de lo sensible: el mito del artista que nos hace llegar su maestría (y que parece corresponder a los grandes maestros del pasado) se cumple en Mueck no sólo por su pericia técnica sino por la manipulación de las escalas.
La reflexión sobre las grandes dimensiones está asociada a la estética de lo sublime. Aquello que, por demasiado grande, provoca miedo y conmoción parece poder aplicarse a obras como Pareja bajo una sombrilla o Boy. Cuando Burke escribió su estudio sobre lo sublime habló tanto de aquello que es demasiado grande y que amenaza nuestro instinto de supervivencia como de aquello demasiado diminuto y que también la pone en jaque por su fragilidad. Sin embargo, tampoco se puede ir muy lejos con la lógica de lo sublime en Mueck: cuando se trata de esculturas de gran tamaño, no parecen agitarse grandes pasiones. Cuando se trata de reducciones, no son miniaturizaciones. No hay domesticación ni nostalgia (dos características de la miniatura según Susan Stewart en El ansia. Narrativas de la miniatua, lo gigantesco, el souvenir y la colección que acaba de ser traducido al castellano); es una medida intermedia entre nuestra escala y lo que puede caber en una mano: como si fueran personas frágiles que no se dejan atesorar (como se haría con una miniatura). La tensión es permanente: el retorno del artista clásico pero ya sin repertorio, el retorno de los grandes temas cuando éstos ya no son posibles, el retorno de lo real pero con dimensiones de fantasía. Su obra transcurre entre una remisión a la narración realista o naturalista y la soledad de unos personajes que no se conectan con nada de lo que los rodea. Mueck, así, da en el centro de una experiencia contemporánea: la de la necesidad de una narrativa para dotar de continuidad y sentido a nuestro mundo y la certeza de que esa narrativa es imposible. En la evocación de esa narración ausente (sea en la figura del artista, sea en la forma de sus esculturas) está todo el encanto y la magnificencia de la obra de Ron Mueck.
Con más de 100 mil visitantes hasta el momento, todavía tienen tiempo de visitar la muestra de Rock Mueck en Fundación Proa hasta el 23 de febrero. Es la primera exposición del artista en Sudamérica. Luego de su paso por Buenos Aires, la exhibición parte hacia Rio de Janeiro.
Laúnicaverdadesla
Ron Mueck (1958) es un escultor nacido en Melbourne, Australia, en hijo de una pareja de inmigrantes alemanes. El artista comenzó su carrera en Londres realizando utilería y efectos especiales, lo que le dio la posibilidad de trabajar en los personajes de la película Laberinto (1986), protagonizada por David Bowie. Pero su búsqueda se hizo más intensa cuando empezó a perfeccionar sus obras para que pudieran ser vistas desde cualquier ángulo sin distorciones.
El realismo de las obras de Ron Mueck impacta, jugando con las dimensiones de los cuerpos que moldea. Centrado en la figura humana, el escultor australiano utiliza materiales como la siliciona, la fibra de vidrio y la resina para lograr el efecto preciso de la anatomía humana en sus obras, otorgándole vida a sus esculturas. La sutileza de los gestos de los personajes, desprovistos de todo contexto, brinda una puerta a la imaginación del espectador.
Después de exhibir sus esculturas hiper realistas en la Fundación Cartier en París, y lograr un record de visitas de 300.000 personas, el artista australiano Ron Mueck (58) un bajo perfil que trabaja – de manera reservada – en su taller de Londres pero cuyas muestras son tanques de convocatoria – lo cual lo convirtieron a él en una celebridad del arte contemporáneo - trajo por primera vez sus personajes a Sudamérica, al sur porteño, a la vuelta de Rocha, al museo PROA. La muestra durará hasta el 24 de febrero y en sus primeras dos semanas de inaugurada ya tuvo más de 20.000 visitantes por lo que se espera que también se convierta en un fenómeno de masas, tal como fue la de Yayoi Kusama en el MALBA.
¿Qué es lo que genera este interés del público? Que la obra impacta por lo realista – los varices, la suciedad en las uñas, las pupilas perfectas – porque el visitante se encuentra de golpe frente a individuos paralizados en el espacio, que pareciera que al tocarlos – un impulso de varios (anque está prohibido, claro) – van a revivir. O que la panza del señor en la playa en dos segundos se va a inflar con una respiración. O que el hombre con mirada de preocupación en un bote de madera te va a decir “ey, qué me mirás”. Son personajes simples y ordinarios, ni bellos, ni exitosos, ni sonrientes. Parecen atormentados, melancólicos, retraídos y apáticos, y sobre todo, misteriosos. Porque nadie conoce sus historias. No hay más datos que su presencia, sus gestos, sus expresiones, sus vestimentas. ¿Quiénes son? ¿Qué hay en su cabeza? ¿Qué están haciendo? ¿En dónde están?
“Son personajes simples y ordinarios, ni bellos, ni exitosos, ni sonrientes. Parecen atormentados, melancólicos, retraídos y apáticos, y sobre todo, misteriosos. Porque nadie conoce sus historias. No hay más datos que su presencia, sus gestos, sus expresiones, sus vestimentas. ¿Quiénes son? ¿Qué hay en su cabeza? ¿Qué están haciendo? ¿En dónde están?”
“Mueck quiere que lo que la gente ve, sea creíble, él insiste mucho en eso. Pero no le interesa explicar sus obras, ni ponerlas en palabras. Para él es válido que a la gente se le disparen infinitas interpretaciones”, dice a Maleva la directora de Programación y Curaduría de la Fundación PROA, Cintia Mezza. Maleva recorrió la muestra y recabó alguna información – gracias a Mezza y fuentes de PROA – y se formó algunas conjeturas que hechan algo de luz sobre el enigma de las obras, o mejor dicho, permiten darle un hilo argumentativo a las incógnitas, pero el misterio persiste, y ese es el encanto. ATENTOS A LAS IMÁGENES PORQUE EL PÚBLICO TIENE PROHIBIDO SACAR FOTOS.
Muchos sostienen que la cabeza que duerme, Mask II, una obra de 2002, es la de Mueck, algo que él nunca confirmó, ni negó. ¿Está relajado o directamente está feliz? Si se la observa desde abajo, hacia el mentón, parece una expresión de mucha mayor satisfacción que si se la observa de frente.
La clave de esta pareja diminuta (89 x 43 x 23) – obra que se expone por primera vez en Buenos Aires – está oculta a primera vista. Hay que verla desde atrás: él le agarra a ella con fuerza, con rudeza, el antebrazo. ¿La pretende besar contra su voluntad? ¿Le está haciendo mal por algo que ella le dijo? ¿La está reteniendo para que no se vaya? Ese gesto puede disparar mil historias, todas son válidas, pero lo seguro que es el quid de la escena está en esa tensión.
En la playa, tranquilos, una pareja de gente mayor. Ella tierna, él la mirada perdida. Ella con anillo en la mano, él no. Es una de las obras que más impacta por su tamaño 300 x 400 x 350 cm, pero acá sucede algo genial. “Son como dos abuelos y a uno puede resultarle familiar el tamaño porque sentimos la escala que teníamos siendo pequeños frente a los mayores”, explica Cintia Mezza. Una regresión inesperada – inconsciente – gracias al arte.
En esta obra nueva, el punto de interés, el ingreso a la trama, está en la mirada: perdida, ofuscada, cansadísima ¿Cómo si no hubiera podido dormir durante la noche por los llantos de su bebé? O algo peor, o alguna angustia existencial. Quién sabe. Y en las bolsas. “Hay todo un debate respecto a las bolas porque indicarían que pese a que el aspecto de la mujer es el de una típica mujer de clase trabajadora de Inglaterra, las bolsas van muy llenas, por lo cual su situación no sería tan de escasez”, señala la curadora de PROA.
“En “Couple under an Umbrella” sucede algo genial. “Son como dos abuelos y a uno puede resultarle familiar el tamaño porque sentimos la escala que teníamos siendo pequeños frente a los mayores”, explica a MALEVA, la directora de programación y curaduría de PROA, Cintia Mezza. Una regresión inesperada – inconsciente – gracias al arte.”
Acá llama la atención la herida cortante, pero no hay que dejar de mirar los ojos del muchacho, y el gesto en la cara de incredulidad, y de algún modo, despreocupación. ¿Está acostumbrado a la violencia? ¿Es una visión crítica de Mueck hacia la juventud?
A diferencia de las otras obras de Mueck, en esta, el bote no fue fabricado para la obra sino que ya existía. Ya acá se entra al plano del surrealismo, a un territorio de ensoñaciones. ¿Qué hace este hombre, desgarbado, desnudo, en un bote de madera? Además no está impávido. Aquí también la clave podría estar en su cara, en su mirada: está perturbado, mirando algo que lo descolocó, que tal vez se aproxima y lo incomoda, o lo inquieta. ¿Qué?
Esta es una escena atávica, en parte, prehistórica. Una mujer desnuda, la piel con rosácea, lastimada por las ramas (que son de verdad), pero aún así, se desliza un gesto de satisfacción en su rostro. Otra hipótesis que se suele barajar: ¿es una bruja?
¿Este hombre está a la deriva de qué? ¿Y está crucificado? Parece – por la altura, y la luz – una cruz en un altar. “¿Está serio y bronceado, y estará crucificado por la crisis de los 40 o 50 años?”, se pregunta Cintia Mezza.
Nota de la revista: en la muestra también hay una escultura de un animal, no les vamos a dar ningún dato más, para que el impacto sea mayor.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y a la vez expresan la obsesión del artista por la verdad y la perfección de su técnica.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus esculturales viñetas provienen de escenarios que no tiene principio ni fin, son escenarios intermedios e inciertos que no existen por fuera de sus encarnaciones singulares como objetos que están solos”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
En representación por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Grazia Quaroni estará presente en Buenos Aires con disponibilidad para realizar entrevistas y encuentros con la prensa especializada.
La exhibición, concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con el apoyo de la Embajada de Francia en Argentina, cuenta con el auspicio de Tenaris – Organización Techint en Argentina y Brasil.
O artista plástico australiano Ron Mueck traz pela primeira vez seu trabalho para a América do Sul. A exposição, atualmente em cartaz em Buenos Aires, chega no dia 16 de março ao Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro com estátuas hiper-realistas. Misturando resina, fibra de vidro, silicone e pinturas acrílicas, os trabalhos cheios de detalhes do artista brincam com o limite entre realidade e ficção.
Descendente de uma família alemã de fabricantes de bonecas, Ron Mueck começou fazendo maquetes e marionetes para o cinema --em "O Labirinto" (1986), protagonizado por David Bowie, o artista caracterizou quatro personagens. Em 2002, Mueck deixou o cinema de lado para dedicar-se exclusivamente às artes plásticas.
"Mueck joga com o tamanho da representação, mas, mesmo a partir do título da obra, ele não contribui com mais informações. Tenta ser neutro e aberto em sua leitura", disse a curadora Grazia Quaroni, que, ao lado do diretor da Fundação Cartier de Paris, é responsável pelo envio das obras ao resto do mundo.
TRECHO DO TRABALHO DE RON MUECK EM "STILL LIFE"
Sete obras de Mueck vieram da Europa para a América Latina na exposição "Still Life", traduzida como "natureza morta". Dessas peças, quatro são parte do acervo do artista e as outras três foram concebidas especialmente para a mostra na América Latina. Dentre as inéditas, nota-se que são as únicas constituídas por pares de personagens e em situações nas quais nunca chegam a encontrar-se com o olhar. A obra "Couple Under an Umbrella", ou "casal sob um guarda-sol" em português, é formada por um casal de idosos aparentemente acomodado na orla de uma praia. O homem está recostado sobre uma das pernas da gigantesca figura feminina, que o observa, enquanto ele agarra um dos braços dela. Como todas as obras de Mueck, a peça dá lugar à interpretações diversas sobre situações cotidianas registradas como escultura.
O casal mede quase 3 metros de altura e chama a atenção pela riqueza de detalhes, desde a pele enrugada de ambas figuras até as varizes nas pernas da senhora de maiô azul. Brincando com o sentido de realidade, Mueck os faz perfeitos, mas insere detalhes de desproporção entre o tamanho das cabeças e pés com relação ao corpo. Todo o processo de confecção das gigantescas figuras pode ser acompanhado no documentário "Still Life", exibido durante a mostra.
As peças "Woman with Shopping" (Mulher com as Compras) e "Young Couple" (Jovem Casal), ambas de 2013, seguem jogando com a questão das escalas (medem cerca de 1 metro de altura) e da desconexão entre os olhares perdidos. Na primeira, uma mulher operária carrega duas sacolas de compras e leva um bebê dentro de seu sobretudo que a busca com o olhar, sem resposta recíproca. Já o jovem casal, o garoto parece pedir a atenção da namorada observando-a de maneira carinhosa, mas, ao circular em torno a obra, vê-se que ele a tem agarrada por uma das mãos como se existisse uma tensão entre eles.
A mostra se completa com obras do acervo do artista australiano, o que compõe uma espécie de percurso pelas diversas fases de seu trabalho. O autorretrato "Mask 2" (Máscara 2), de 2002, é uma grande cabeça que descansa, feita à imagem de seu criador, mas totalmente oca. Estão também "Man in a Boat" (Homem em um Barco), de 2002; "Still Life" (Natureza Morta); "Drift" (À Deriva); "Youth" (Juventude); e finalmente, uma das mais marcantes, "Woman with Sticks" (Mulher com Ramos), estas últimas todas de 2009.
Sucesso de público
Uma semana antes da estreia em Buenos Aires, a exibição já havia causado um aumento de 64% de visitas à página na internet da Fundação Proa, que sedia a mostra na capital argentina. Hoje, passados quase um mês e meio, a exposição já atraiu 107 mil pessoas e a expectativa é que alcance os 150 mil visitantes até seu encerramento, no dia 23 de fevereiro. Em Paris, a mostra chegou ao número recorde de 300 mil espectadores.
Em Buenos Aires, a enorme fila para entrar na Fundação Proa numa tarde nublada de domingo confirma a popularidade da exposição --a média de público para os finais de semana é de 3.600 pessoas por dia. Juan Carlos Urrutía, integrante da equipe de educadores da Proa, credita o sucesso "em parte, pelo grande número de pessoas que conheciam o trabalho de Mueck através de fotos e queriam vê-lo pessoalmente".
Para o educador, o que surpreendeu entre o público de Mueck foi a quantidade de pessoas que parecia visitar uma mostra de arte pela primeira vez. "Notei muita gente que não estava acostumada a visitar museus ou que era a primeira vez que estava em uma exposição de arte. Provavelmente, atraída pelo estranhamento causado pelo super-realismo das peças".
Além das sete obras que serão levadas de Buenos Aires para a capital fluminense, o público poderá desfrutar de um documentário do diretor Gautier Deblonde, intitulado "Still Life". Em 50 minutos, o documentarista mostra todo o curioso e solitário processo de composição das obras que foram confeccionadas especialmente para a mostra, que ficará em cartaz no Rio de Janeiro até o dia 1º de junho. Ainda não há previsão de que a mostra percorra outras cidades brasileiras.
Por primera vez en la Argentina, se exhiben los inquietantes trabajos del australiano Ron Mueck.
Vida y obra del artista que revitalizó la esculturafigurativa contemporánea.
Hijo de una pareja de jugueteros alemanes que amaban su oficio, Ron Mueck creció entre títeres y disfraces, conviviendo con técnicas dedicadas a dar vida a los muñecos. Nunca recibió formación artística formal de ningún tipo, pero de niño ya dedicaba largas horas al modelado de figuras. Poco a poco, el hobby se transformó en un oficio dentro de la industria del cine, la televisión y la publicidad, como realizador de efectos especiales y creador de personajes. Trabajó en programas como Los Muppets y Plaza Sésamo, y luego incursionó en la pantalla grande.
Uno de sus trabajos más exitosos fue la creación de los personajes de Laberinto, una película fantasy de culto protagonizada por David Bowie. A partir del año 1996, empezó a colaborar con su suegra, Paula Rego, produciendo pequeñas figuras que formaban parte de una muestra en la Galería Hayward.
A partir de entonces, Mueck abandonó progresivamente la producción de maquetas y marionetas para cine y televisión, hasta que un día llegó el salto a la fama. Fue cuando Charles Saatchi incluyó en la muestra “Sensation” (1997), de la National Gallery, una de sus primeras obras: Dead Dad, el retrato hiperrealista escultórico del padre, desnudo, tras su muerte. Mueck utilizó por primera y última vez un material humano para esta pieza: su propio cabello.
La obra generó una revolución en el ambiente local y su nombre empezó a provocar unas olas que siguen expandiéndose hasta el día de hoy.
Poco le interesa a Mueck esta fama: sin excepción, visita las ciudades donde expondrá solo para montar la obra y se retira a rajatabla antes de la inauguración, lejos de críticos y periodistas. No brinda entrevistas. Aunque nació en Melbourne (Australia) y su familia es de origen alemán, él vive y trabaja en Londres, donde tiene su taller.
¿Megalómano o hiperrealista?
Por primera vez, la obra de Mueck se exhibe en Buenos Aires, en la Fundación Proa, y permite a los argentinos la experiencia de acercarse a estas piezas descomunales… en todos los sentidos.
La muestra se compone de solo nueve esculturas, pero, en el caso de Mueck, puede considerarse una cantidad desbordante. Por un lado, porque sus piezas monumentales tienen una presencia arrolladora y ocupan tanto la sala como la conciencia del espectador, que queda abrumado ante cada una de ellas. Por otra parte, porque, en total, la obra de toda su vida comprende menos de cuarenta piezas, por lo que estamos ante una porción importante de su producción.
Para realizar sus piezas, Mueck recurre a los mismos materiales: resina, fibra de vidrio, silicona y pintura acrílica. Con un perfeccionismo pasmoso, recrea cada detalle de la apariencia humana de manera meticulosa y obsesiva. Realiza un primer estudio de arcilla, modelándolo con las manos, que le permite decidir la escala que utilizará para cada pieza. Produce, entonces, un nuevo borrador del mismo material, incorporando detalles como texturas y gestos.
Sobre esta base, aplicaba, originalmente, varias capas de resina poliéster y fibra de vidrio, formando una capa rígida sobre cada detalle. Pero, hace poco, empezó a sustituir la fibra de vidrio por silicona, que es más blanda y flexible. Hacia el final, aplica una pintura que se adhiere al material sintético para obtener el efecto traslúcido de la piel. En su taller del norte londinense, también fabrica la ropa a medida para cada personaje, los zapatos y los objetos.
Pero es la cuestión del tamaño lo que desplaza la atención y moviliza al espectador. Se sabe que el trabajo de Mueck con la escala fue un descubrimiento casual. El artista acostumbraba fotografiar su trabajo para apreciarlo con ojos frescos y aprovechar la nueva mirada para mejorar la obra. Una vez, sin saber por qué, dibujó un hombrecito de caricatura sobre la impresión, junto a una figura humana: un simple dibujo en pocos trazos, pero de un tercio de altura de la escultura. El clic en su perspectiva fue instantáneo, y entendió de inmediato que había un camino enorme que debía potenciar.
Desde adentro
A primera vista, como es habitual, se trata de escenas corrientes con algo en común: todas muestran duplas. Dos adolescentes de la mano. Una madre haciendo las compras, con su bebé sobre el pecho. Una pareja de ancianos veraneando y descansando en una playa.
El primer impulso es tocar: uno quiere acercarse y sentir el tacto de estas criaturas casi humanas, o más que humanas. A punto tal es común este deseo que hay un sector en la pieza del anciano donde se permite al público transgredir las prohibiciones y palpar una parte de la obra.
Alrededor de cada pieza es posible construir un relato. Las preguntas sobre el qué, el cuándo y el porqué de esa pequeña viñeta de la cotidianidad brotan en el espectador y se acentúan con cada detalle que se percibe: un gesto, la alianza que lleva solo la mujer y no su compañero, otra pareja que parece amorosa y esconde un gesto de violencia en el reverso... Indicios, más o menos evidentes –algunos realmente sutiles–, que están ahí esperando que cada uno los reúna en la medida de su curiosidad y su conexión con la obra.
“Todos pueden encontrar un momento de su vida que se corresponde con una escultura de Ron”, reflexiona Gautier Leblond, director de Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando, el corto documental que acompaña la muestra. Y concluye: “Nos sentimos mirados frente a sus esculturas. A veces, casi se siente que te estás mirando a ti mismo. Eso es lo que las hace fascinantes. Las obras de Mueck conmueven no tanto por su realismo o por su escala, sino porque indagan profundamente en el ser humano”.
La exhibición itinerante de Ron Mueck comenzó su recorrido en París, en la Fondation Cartier pour l’art contemporain (fue visitada por más de 300.000 personas), y, tras su paso por Buenos Aires, se trasladará al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. Aquí se puede disfrutar hasta el 23 de febrero en Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929, CABA). Días y horarios: martes a domingos, de 11.00 a 19.00. Más info en www.proa.org
En 1986, cuando el australiano Ron Mueck aún no sabía casi nada del mundo del arte (de los museos, de las galerías y del enorme caudal de dinero que fluye por debajo), realizó dos espectaculares marionetas para la ya mítica películaLaberinto, esa fantasía cinematográfica protagonizada por David Bowie. Claro que aquella tarea artesanal y sin ningún protagonismo que Mueck realizaba en silencio no era más que la coherente continuación del oficio de jugueteros que tenían sus dos padres alemanes. No es difícil entonces imaginar aquella infancia, y sus primeros pasos en el mundo del cine y la televisión, completamente rodeado de personajes imaginarios, colores estridentes y rostros caricaturescos.
Sin embargo las esculturas de Ron Mueck, algunas de las cuales presenta en Fundación PROA hasta el 23 de febrero de 2014, destacan por algo completamente distinto. Todas ellas son las representaciones extremadamente reales de personajes cotidianos en situaciones banales: parejas, hombres solos y misteriosos, madres con sus hijos (hasta un pollo desplumado). Todas figuras hechas en fibra de vidrio, resina poliéster y cabellos naturales que vuelven a dar sentido a aquella frase que Miguel Ángel le gritó a su Moisés: “¡Parla!”. Todas y cada una de ellas muestran un realismo que asusta.
Pero no es eso lo único que sorprende en el estilo de Mueck. Desde sus primeras producciones en 1996, Ron Mueck nunca respetó las dimensiones normales de las figuras que elige representar: la mujer sencilla que carga sus compras y a su pequeño hijo con la misma desesperanza mide 113 cm, mientras que la pareja de ancianos bajo la sombrilla y agobiados por el calor es capaz de ocupar la mitad de la enorme sala del museo.
Si Laberinto tenía bastantes deudas con el clásico de Disney Alicia en el país de las maravillas, Ron Mueck construye, aun con sus figuras hiperreales, un espacio también fantasioso donde las figuras crecen y se achican desmesuradamente. Así, pese a la fidelidad de las uñas, de los pelos, de las venas y de las imperfecciones de la piel, sabremos (mientras caminamos entre ellas) que las únicas personas reales ahí somos nosotros. Y eso es en verdad lo que más asusta.
Sin embargo, pese a esta avanzada tecnología de fabricación, Mueck aún sigue respetando los parámetros tradicionales de la escultura. A partir de mediados del siglo XVI, la escultura empezó a tomar conciencia de que su gran característica era la tercera dimensión (a diferencia de las pinturas). Desde aquel momento los escultores comenzaron a darles mayor relevancia a las otras vistas de una escultura y se dieron cuenta de que podían narrar una historia en el tiempo que llevaba girar alrededor de ella. El juego se daba entre todos los perfiles que pueden tener las figuras humanas.
Y ese mismo es el hilo que parece reunir a estas esculturas. Quizás por esa razón la primera obra que se ve en el recorrido es Máscara II (2002): un retrato enorme de la cabeza del artista, dormido sobre una tarima, y que sólo al rodearlo percibimos que se trata de una fachada. Lo mismo sucede con Pareja joven (2013). De frente creemos ver el avergonzado acercamiento de dos jóvenes enamorados; detrás, la mano de ella sometida al maltrato masculino.
Pero estas obras que parecen hablar de la soledad, de la vejez o el amor se pierden detrás del mayor peligro: el asombro por la técnica. Ahí es donde Mueck y nosotros mismos podemos llegar a equivocarnos. Incluso la curadora eligió cerrar el recorrido de la muestra con un extenso video que muestra, sin una sola palabra, todos los pasos del minucioso trabajo: Mueck es su técnica y nada más.
En realidad muchas de estas obras, que podrían convertirse si lo quisieran en símbolos necesarios de problemas contemporáneos (como el caso de la obra Juventud), nacen de la neutralidad (la curadora Grazia Quaroni dijo que la obra de Mueck no intenta narrar nada, que es neutral) y de la negación de Mueck a hacer declaraciones.
La escultura de Mueck es la misma escultura realista del Renacimiento pero atravesada por la sensibilidad posmoderna televisiva: no le basta con que la piel y el pelo sean de mármol o de bronce, no nos basta con que la figura tenga imperfecciones y defectos sugerentes (como en Los esclavos de Miguel Ángel o las últimas esculturas de Donatello). Ahora parecemos necesitar, para poder “sentir”, que está todo allí puesto frente a nosotros: nada se puede dejar a la imaginación. Como si sólo pudiéramos ver aquello a que nos ha acostumbrado el HD. “No es un intento de hiperrealismo sino un modo de lograr que hagas una conexión más directa con las esculturas”, dijo su asistente en una entrevista de este año. Entonces la pregunta que habrá que hacerle a Mueck es: una vez establecida esta conexión directa, ¿sabemos para qué la hemos construido?
En su obra no solo la morfología humana es tratada de un modo exhaustivamente realista y objetivo sino que los personajes y su contexto o circunstancia son absolutamente contemporáneos. Su verosimilitud con la vida cotidiana, objetos, materiales y texturas es inmediata.
El idealismo y romanticismo están totalmente ausentes en la obra del artista, en cambio se destacan la crudeza y cierto naturalismo en el sentido de representar con una objetividad documental escenas de la vida humana.
Asimismo, hay una característica fundamental, de igual valor en su trabajo, que nos distancia de estos seres y los ubica como objetos de estudio u observación, la utilización de magníficas o pequeñas dimensiones.
La variación de tamaños de la escala humana es la herramienta con la que desdibuja las fronteras del realismo y agrega la necesaria dosis de subjetividad para determinar nuestro punto de vista sobre la obra, el cual, a distintos niveles, nos permite interpretar y representar las escenas.
Las obras de grandes dimensiones generan en uno la sensación de estar curioseando, tomando provecho del diminuto tamaño en el que quedamos, para husmear en la intimidad de una pareja o individuo determinado. En cambio, cuando la obra es llevada a dimensionas más pequeñas que la nuestra la sensación es la contraria, desde un plano superior la contemplación de la vida y naturaleza humana aparenta ser algo fácilmente abarcable o manipulable, como si se tratara de marionetas que teatralizan nuestro día a día.
Estos son los niveles que se nos ofrecen, al comenzar un recorrido por la obra de Ron Mueck, para abarcar y tomar conocimiento de las situaciones que plantea el artista. Sus obras contienen este elemento clave gracias al cual podemos asistir a escenas de la vida humana desde otros ángulos.
Mask II, obra con la que comienza la exhibición de Ron Mueck en la Fundación PROA, es el símbolo de este juego ilusorio que nos propone el artista en el sentido de ofrecernos diversas perspectivas sobre nosotros mismos, donde la ficción nos permite penetrar en el universo de nuestra realidad y donde, explícitamente en este caso, lo que aparenta ser real es una disfraz, una máscara, una ficción.
Hace cuatro años empezamos nuestra primera lista de 69 recomendaciones para San Valentín con sugerencias de restaurantes románticos, invitación a irse al Carnaval de Río o tomar un vino. Cuatro años después seguimos buscando, imaginando, recopilando y agrupando planes para el día del amor. Porque se te metió en la cabeza de tantas comedias románticas extranjeras, porque sirve de excusa o porque podés disimular que no querés festejar y hacerlo igual, estos son planes posibles para el 14. Y para toda la semana.
1. Lo dijimos en 2010 y lo reafirmamos: regalar un vino del año que se conocieron y tomarlo juntos es un regalo especial. Con una tarjeta que diga: "sé lo que hicimos la añada pasada".
2. Korova estuvo cerrado algunas semanas por reformas y abrió justo para celebrar todo febrero. Sí, cualquier día es bueno para ver cómo quedó y conocer su nueva carta de cócteles. Lejos, de lo mejor en Zona Norte (4790-6191).
3. Fierro es de los mejores lugares para comer en Buenos Aires. ¿Qué mejor que ir para San Valentín? Menú especial del 13 al 15 ($500 por persona incluyendo vinos por paso) que incluye truchón con ajo blanco, tomate asado y vegetales, arroz seco de Entre Ríos con chipirones, bife de cordero con berenjena, zapallito y panceta y más.
4. Irse de copas a Victoria Brown, el nuevo bar de la ciudad escondido atrás de un café en Costa Rica 4827 y probar su cóctel La Provence, una mezcla deliciosa de gin, jugo de limón, miel, jengibre y flores de lavanda. Como regalar flores pero de otra manera.
5. Joe Fernández, ese hombre difícil de encasillar, lanzó su primer libro, Cómo conseguir chicas, discutido por igual entre hombres y mujeres. Amores y odios alrededor de su manual de seducción y conquista. Para leer, pensar y divertirse.
6. Hay menú especial de Rodrigo Sieiro en Aldo´s (Web, $520 por pareja, con vinos de Zuccardi) y toda la selección de vinos habitual, como para cenar y llevarse la botella para seguir tomando en casa.
7. Regalar los moldes para hielo en bolas que diseñó Daniel Wolf junto auna botella de whisky Gold Reserve de JW o de ron Flor de Caña, dos de los felices arribos de 2013 al mercado de bebidas local.
8. Ver El lobo de Wall Street tomando una botella de espumante (y con dos más guardadas en la heladera).
9. Empezar una de las mejores series estrenadas en el 2013 y recomendadas por @santiseries: Orange is the new Black, Vikingos, Orphan Black, Hannibal o Utopia.
10. “Organizar un asado para el 15 con amigos”, dice @fernando_fa y está bien. Una forma de cortar con el romanticísmo intimista del 14.
11. Borrar a todos los/las ex de la agenda, Facebook y dejar de seguir en twitter. Borrar todo rastro, que el 14 es uno de esos días en que se hacen llamadas desesperadas, inútiles y peligrosas.
12. Ir juntos a conocer el nuevo Antares de Venezuela y Bolívar y probar su cerveza rubia de trigo Playa Grande, la birra de esta temporada. Y en esa barra prometerse visitar todos los Antares que hay en el país. Ya son 20 incluyendo el de la fábrica marplatense, inaugurado el año pasado.
13. Si van a recorrer todos los bares de Antares, esta película puede servir de inspiración.
14. Irse hasta Villa del Parque para conocer Eter Club, escuchar música en vivo y probar juntos algunos los once Gin&Tonics de su carta exclusiva.
15. Quién sabe cuánto vas a pagar, pero podés regalar (y autoregalarte) una suscripción a Netflix.
16. El 14 de febrero estrena la segunda temporada de House of Cards en Netflix, perfecta para encerrarse en una cama hasta terminar todos los capítulos.
17. Regalar una botella de Apóstoles Gin, seis botellas de tónica Pulpo Blanco y un ramo de flores. Todo lo conseguís en Florería Atlántico.
18. Comprar un vino y un pan en Pain et Vin (Gorriti 5132, 4832-5654, Eleonora recomienda) y leer la Oda al pan de Neruda, comiendo y bebiendo en casa con una selección de quesos.
19. Tener buen aceite de oliva en casa cambia (casi) todas las comidas. Podés pedir bidones de cinco litros de muy buenos aceites en Mondoliva o selección de botellitas. Y empezar a cocinar, juntos, al menos un día por semana.
20. Ver juntos Antes de la medianoche y luego las otras dos. Unir las tres películas de Linklater produce un efecto intenso y necesario.
21. Ver una película del año en que se conocieron. O la primera que vieron juntos. Basta buscar en imdb.com.
22. Ir a ver La gran aventura Lego, una oda delirante a la niñez, las aventuras y eso que no se tiene que perder cuando los años pasan. Y, claro, también una historia de amor.
23. Darle una oportunidad juntos a la nueva Romeo y Julieta.
24. Regalarse la Mini Cake que Smeterling hizo para los enamorados. Masa de chocolate y almendras, ganache de chocolate a la frambuesa y frambuesas frescas más corazón de chocolate.
25. Ir juntos a Café Vinilo a escuchar a Pablo Krants (el sábado15) con Las canciones de amor han arruinado mi vida.
26. Preparar una jarra de Negroni (gin, vermouth rosso, Campari) y que la jarra y las bebidas sean parte del regalo. Una antigua, y luego el gin y el vermouth que más te guste.
27. Ir juntos al cine a ver Un cuento de invierno con Collin Farrel y Jennifer Connelly.
28. Buscar Mary Poppins, volver a verla, y luego ir al cine a ver El sueño de Walt, la película que cuenta la historia de la película. Unir el tiempo, volver a la infancia.
29. Cortar con la semana e irse a la Posada La Escondida, un paraíso romántico en el Delta.
30. Alex Pandev presenta Amour Amour en Café Vinilo el 14 mismo a la noche.
31. Llenar una bolsa con los corazones de la colección de San Valentín deVassalisa.
32. Brindis con cervezas en Cork, donde con cada pinta de Cork IPA, Doble IPA, Belgian IPA, Black IPA, van de regalo unas flores de lúpulo para decoración. ¡Qué mejor que disfrutar del amor al lúpulo con mas lúpulo!
33. Sentarse toda la noche en la barra de Pony Line a beber y comer su menú de San Valentín “Come and kiss me” que incluye papas confitadas en oliva, trucha ahumada casera, paté y pistachos y amor amore Dolce Morte con cócteles con bebidas de Familia Zuccardi.
34. En tres cuadras podés visitar la barra del nuevo Casa Cruz, la deBernata y Duarte (Godoy Cruz 1725, T.: 2072-4178). Tres lugares muy distintos, un cóctel en cada uno, la noche caminando y un plan completo.
35. Almorzar en Oporto Almacén, en Nuñez, uno de los nuevos y más comentados lugares de Buenos Aires. No cena, sino almuerzo y tomarse todo el día libre después de la comida.
36. Tomar unos tragos al atardecer en la terraza del primer piso del Peugeot Lounge, una de las recientes -y excelente- aperturas de Buenos Aires. Carta de tragos de Inés de los Santos, genia de las barras. Carta de platillos de Martín Molteni, genio de los fuegos.
37. Ir a conocer Il Materello, la sucursal abierta en Palermo con el mismo espíritu del clásico de La Boca (Gorriti 5110, T.: 4831-8493).
38. Regalar para leer juntos Más allá del Malbec, el libro de Andrés Rosberg y Quintín. Y regalarlo junto a una selección de buenos vinos (que vayan más allá del Malbec).
39. Si no conociste todavía Astor te estas perdiendo una de las mejores aperturas del año pasado. Reservá dos lugares en la barra, para ver cómo se cocina cada una de las delicias del menú creado por Antonio Soriano (el 14, $230 por persona).
40. En Córdoba, cerca de Mina Clavero, hay un lugar ideal para un fin de semana romántico. Un oasis hermoso en las sierras para el amor: Santa María de las Casas Viejas.
41. Pasar por Cualquier Verdura juntos, perderse y llevarse algo. Recomendamos los libros de cocina de la colección Periplo.
42. Es unos días después del 14, pero podés regalar entradas ese día para el show de piano que da Dani Umpi en No Avestruz el 21 de febrero.
43. Ir al teatro a ver Pegados, una comedia musical que mira a las comedias musicales con humor e ironía. Se presenta en el Chacarerean.
44. El 15 se reestrena Malditos todos mis ex (escrita por Reynaldo Sietecase y Mariela Asensio), excusa perfecta para un anti San Valentín.
45. Cenar en Sirop, desde siempre uno de los rincones románticos más hermosos de esta ciudad.
46. Cenar en Nuestro Secreto, el nuevo restaurante del Four Seasons y antes o después pasar a tomar un cóctel con ron por Prado y Neptuno.
47. Irse a beber y comer a El Perlado (Hipólito Yrigoyen 1386, 4382-8689), el rincón luminoso que está a espaldas del Barolo. Y completar la noche regalando Divino Barolo, el libro sobre el edificio que se publicó (via Ideame) el año pasado.
48. Volver a leer nuestra primera nota de San Valentín buscando 69 planes.
49. El 13 comienza el ciclo Rock en Ciudad del Rock con Los Pericos, Kapanga, Los Coholins y Los auténticos decadentes. ¿Mejor plan festivo para la previa del 14?
50. Ir a Verne a beber de a dos el Opium Fashioned, uno de sus cócteles estrella. Esperamos que para el 14 ya esté terminado el patio nuevo, futura perla de uno de los más lindos bares de la ciudad.
51. A todo trapo: si por alguna causa este San Valentín es aún más especial que otros, y tenés ganas (y posibilidad) de vaciar la billetera, el menú de la Bourgogne es un lujo, que suma además algunos de los más ricos vinos de Luigi Bosca. $1180 por persona.
52. Reservá para la cena algunos de los tres balcones exclusivos para dos personas que tiene el restaurante italiano Amici Miei. No sólo esa ubicación es bellísima y privilegiada, sino que la cocina tana (unas pastas con mariscos, por ejemplo) se lleva muy bien con la pasión after dinner.
53. Ver An affaire to remember y luego Sleepless in Seattle, películas románticas unidas entre sí.
54. Armar un prode de los premios Oscar: el que gane recibe un regalo del otro.
55. Imprimir fotos, armar un álbum, anotar algo en cada una y regalarlo.
56. Cantar esto en plan karaoke: Ver.
57. Cantar y bailar esto: Ver.
58. Esconderte en el bello sótano del Hotel Plaza, donde está su restaurante y su bar. El menú del 14 diseñado por el chef Donato Mazzeosale a la luz de las velas, por $780 la pareja, vinos incluidos. Luego terminás en los sillones del Plaza Bar, con la mejor coctelería clásica.
59. Difícil imaginar un lugar más romántico que el restaurante a puertas cerradas Paladar. Servicio perfecto, riquísima comida, vinos muy bien elegidos, por $700 la pareja.
60. Vino & dulces, un sólo corazón: la pastelería Très Jolie se unió a la bodega Secreto Patagónico y en su local y en vinotecas armaron un rico combo: un Mantra Extra Brut en estuche más una docena de macarons a $290. Lindo regalo.
61. Participá de la sin dudas original acción de Lan: tenés que entrar a su fanpage en Facebook, y si salís seleccionado, te vas a mendoza con otras 15 personas en una suerte de "speed dating", donde habrá actividades que -dicen- te ayudarán a conocer a tu pareja ideal.
62. El centro cultural Matienzo planeó para todos los domingos de febrero a las 20 un ciclo de cine amoroso, con cena incluida, pensado para parejas. Películas de autor, menú de tres pasos, por apenas $150 la pareja, sin bebida.
63. Otro clásico de las comidas románticos, el pequeño bistró L'atelier de Celine. Bellísima terraza en San Telmo, con rica comida. El menú del 14 con todo incluido, $325 por persona.
64. Ir juntos a Fundación Proa a ver la exposición de Ron Mueck antes que se despida y viaje a Río de Janeiro.
65. Viajar a Río de Janeiro y sentir cómo se siente la previa del carnaval.
66. Regalar el Te Amo 2008, un trivarietal de Malbec, Bonarda y Merlot que fue servido en la boda del enólogo y director de la bodega Alejandro Roca.
67. El nuevo Captain Cook ofrece un menú que viaja por todo el sudeste asiático incluyendo langostinos con coco y cúrcuma, pinchos tailandeses de cerdo, ravioles crocantes de ciervo y rolls vietnamitas.
68. Andá al hotel Hilton en Puerto Madero, de día: pedí un día de spá para dos, que incluye el uso de la piscina, la más linda entre los cinco estrellas porteños. Ubicada en la terraza del hotel, te sirven tragos ahí mismo con vista al Microcentro.
69. Apagá el teléfono. Desconectá la TV. Prepara un vino blanco fresco. Algo frío para comer con las manos. Cerrá las persianas. Encerrate todo el día con tu media naranja.
Prueba de ello es la sensacional exhibición de Ron Mueck en la fundación Proa de La Boca. Las esculturas hiperrealistas de resina de factura perfecta deslumbraron a 126.000 visitantes, y todavía hay tiempo para la emoción hasta el 23 de febrero. El verano 2014 confirmó que la alianza entre arte y ocio funciona aceitadamente. Prueba de ello es la consagración del MAR como una de las atracciones de Mar del Plata, con la muestra del pop curada por Rodrigo Alonso y más de 200.000 visitantes en dos semanas.
El lobo marino de Marta Minujin y la Moria gigante de Edgardo Giménez capturaron un nuevo público, del mismo modo que el edificio diseñado por el estudio Monoblock ya es parte del paisaje de una ciudad donde el arte ocupa su lugar. Queda como asignatura pendiente la adquisición de la colección permanente que es la razón de ser de un museo, algo que sabe muy bien Jorge Telerman, impulsor del MAR.
Un calor infernal, lluvias torrenciales y la cotización del dólar marcaron un verano diferente con dos tópicos excluyentes en cualquier conversación callejera: la inflación y el clima.
Sin embargo, pocos han detectado que la gran estrella del verano ha sido la ciudad, invadida por una ola de turismo que llega con un circuito en mente: Malba, Proa, Cementerio de la Recoleta, Museo de Bellas Artes, Cronopios, Puerto Madero, San Telmo, todos los Palermos, la calle Corrientes y un bife.
De sombrero, bermudas y zapatillas, los nuevos exploradores urbanos no paran de sacar fotos de los edificios palaciegos, de los árboles que plantó Thays y de las esculturas de los parques; después de todo, el patrimonio es uno de los imanes más potentes para quienes nos visitan. Ingleses, franceses, norteamericanos, muchos brasileños y mucha gente del interior alteran con su presencia la postal veraniega de la ciudad vacía.
El verano ya tampoco es lo que era en los museos, que mantienen su agenda al tope. Hasta el 23 puede visitarse en Proa la inquietante y atractiva muestra del australiano Ron Mueck. Esas figuras hiperrealistas a las que sólo les falta hablar convocaron a más de 120.000 personas en el vecindario de Caminito.
Si se mantiene el ritmo, la cifra puede superar la lograda por la Fundación Cartier de París, de donde viene la exposición, sin olvidar que la Ciudad Luz es el destino más elegido del planeta.
El jueves último, en el Mamba, quedó inaugurada la retrospectiva de Sebastián Gordín, un creador de mundos cerrados y perfectos; un fabricante de ilusiones, Premio Braque y Petrobras, cuya obra despierta el interés de los museos del mundo y del coleccionismo local.
La cultura y el arte siguen siendo la mejor moneda de intercambio y de diálogo, como lo demostraron el embajador Jean Michel Casa y el ministro Hernán Lombardi al visitar la Aeroflora II "aparcada" en Avenida de Mayo el fin de semana que pasó.
Una intrépida máquina voladora, heredera del globo imaginado por Julio Verne para dar vuelta al mundo en 80 días. No en vano los franceses de la agrupación bautizada La machine proceden de Nantes, la ciudad donde nació el profeta Verne.
La tripulación de la Aeroflora II asegura haber volado sobre el Atlántico y cruzado la cordillera de los Andes impulsada por la energía de 2000 especies de plantas.
¿Ficción o realidad? Poco importa. Esa tripulación de mamelucos vintage -todos actores de pura cepa- conquistó el corazón de la audiencia reunida bajo un aguacero sin tregua. Nadie se quería ir.
La oferta cultural se completa con nuevas galerías como Miranda Bosch, que abrió en Montevideo y Quintana con los maravillosos papeles vegetales de Manuel Amestoy y Barro, el espacio regenteado por Nahuel Ortiz Vidal, y socios en el nuevo "Chelsea porteño", que es el barrio que rodea la Usina de las Artes, el edificio, ex Ítalo, con su perfil de palazzo florentino.
Una de las grandes atracciones del verano porteño, tal vez por esa obsesión narrativa y por el detalle que define la obra de Porter, argentina radicada en Nueva York, que obliga al espectador a sostener en el tiempo la contemplación de las pequeñas figuras, como si esas dramáticas historias de final abierto fueran parte de la vida misma.
La tendencia global indica que en el verano las ciudades no cierran por vacaciones, sino que fortalecen el perfil hedonista. Lindos lugares para sentarse a tomar sol y playas urbanas en el espacio público.
Julio en Nueva York son los conciertos nocturnos en el MoMA, escoltados por el Balzac de Rodin y las caminatas por los jardines del meatpacking district. En París, las playas "instaladas" en las márgenes del Sena, el Bois de Boulogne y la Place des Vosges, del Marais.
Los turistas que llegan a Buenos Aires gastan menos, caminan más y quieren conocer la ciudad, su arte y sus costumbres. Algunos la conocen tan bien que el viaje se transforma en arraigo y se quedan a vivir. Como los franceses de Cocu, Gorriti y Malabia, que tienen las mejores croissants de la ciudad y escuchan radio francesa por Internet a todo lo que da.
Las fotos enormes y bellísimas son un recorrido por 40 años de fotografía y por la identidad de los argentinos. La Patagonia, el Norte, la cercana Buenos Aires y la lejana Tokio en 200 fotografías de una sola mirada.
Marcos tomó las primeras fotos con sus ojos y sin cámara por la ventanilla del tren Rayo de Sol, a los 9 años, rumbo a Córdoba. Lo demás está narrado en la selección, merecida y necesaria retrospectiva..
Hace unas semanas fui a ver la muestra de Ron Mueck en Fundación Proa. Ron Mueck es un artista australiano famoso, sobre todo, por sus esculturas hiperrealistas algunas gigantes y otras chiquitas (como el tema de Sergio Denis). Acá, algunas.
Qué árbol me tapó el bosque: el hiperrealismo.
En cada escultura (que no son tantas) había una decena de personas que se fijaban en la exactitud con la que Mueck copiaba el cuerpo humano. Las arrugas, los rollitos de los dedos alrededor de un anillo, las durezas del pie, las uñas amarillentas. Nos fijábamos cuán preciso había sido nuestro querido Ron reproduciendo el cuerpo humano.
Eso era todo.
Ni yo ni nadie de los que me rodeaban podíamos traspasar la formalidad de las esculturas y pensar otra cosa. Las esculturas eran geniales porque eran impresionantemente parecidas al humano. Y listo.
Hace otro par de semanas más largo fui a ver The Wolf of Wall Street al cine. La función arrancó a la una y terminó a las cuatro y yo me dormí de dos y media a tres menos cuarto, de tres y cuarto a tres y veinticinco y de cuatro menos veinte a cuatro menos diez. Y no me perdí de nada.
Qué árbol me tapó el bosque: los excesos.
¿Había algo además de las increíbles actuaciones de los protagonistas cometiendo un exceso detrás del otro? No sé. No podría decir que la película es mala: ni me atrevería a decir algo así de Sorsese ni está cerca de lo que pienso.
Lo que pienso: es repetitiva y el recurso del exceso, en algún momento de las tres horas, se agota. Más allá del frenesí, de las buenas actuaciones y del punch constante, no vi nada más.
¿Soy yo?
¿Son las obras?
¿Quién tiene la culpa de haberse perdido el resto del bosque por culpa de un mísero arbolito?
¿Y qué pasa con el bosque que me perdí? ¿Dónde fue a parar?
until Sunday February 23 2014
Fundación Proa
T : +54 (11) 41 04 10 00
La Boca, Caminito
C1169AAD Buenos Aires
Argentina
www.proa.org
In conjunction with the Fondation Cartier pour l'art contemporain, it is with great pleasure that Fundación Proa presents the first exhibition of artist Ron Mueck ever held in South America; the show was conceived and designed by the Fondation Cartier.
Ron Mueck forms part of the classic sculptural tradition insofar as he represents the human figure. The themes, materials, and techniques that he employs, however, make him an innovative and contemporary creator. His sculptures are riveting due to the change in scale that they effect as well as the realism of his figures whose gestures subtly express situations steeped in life and mystery.
Die spannendste Ausstellung in Buenos Aires ist zur Zeit die Schau der hyperrealistischen Skulpturen des Künstlers Ron Mueck in der Fundación Proa, die am 16. November 2013 eröffnet wurde und noch bis zum 23. Februar läuft. Es ist die erste Exposition des Australiers in Lateinamerika. Das Publikumsinteresse ist gewaltig: Am 30. Januar meldete die Kunstgalerie im Stadtteil La Boca den 100.000. Besucher.
Für den eher kleinen Kunsttempel Proa ist es nicht einfach, die Massen unter Kontrolle zu halten; besonders an den Wochenenden bilden sich lange Schlangen auf der Explanade vor der Galerie. Drinnen herrscht dann großes Gedränge rund um die wenigen Skulpturen des Meisters Mueck, und im Auditorium, wo ein Dokumentarfilm über die Arbeitsweise des Künstlers gezeigt wird, findet man kaum ein Plätzchen und es herrscht ein ständiges Kommen und Gehen.
Es empfiehlt sich, bevor man den Film anschaut, zunächst einmal durch die Ausstellung zu gehen. Wenn man hereinkommt und das alte Paar am Strand unter dem Sonnenschirm sieht – beide im Riesenformat -, erinnert man sich urplötzlich, wie man sich als kleines Kind in der Gegenwart der riesigen Erwachsenen fühlte. Auch wenn dieser Effekt nur eine Sekunde anhält, ist es doch eine starke Bewusstseinsverschiebung, die man in gewisser Weise auch bei den anderen Menschenskulpturen Muecks – im Mini- oder “mittleren” Format – empfindet, oder angesichts eines überdimensionalen, an den Beinen von der Decke hängenden Hahn-Kadavers, oder beim Betrachten einer blau gestrichenen Wand, an der eine Luftmatratze hängt, auf der ein kleiner Mann in Badehose und mit Sonnenbrille liegt. Schaut man aus einer bestimmten Entfernung auf diese Wand, hat man das Gefühl, in der Luft zu schweben und den Mann von oben zu betrachten, während man gleichzeitig die Füße auf dem Boden spürt.
Das ist nur ein Beispiel dafür, dass bei Ron Mueck jeder Millimeter stimmt, wenn es um die ins Riesenformat oder ins Kleinformat übersetzten Dimensionen seiner Skulpturen geht, deshalb fühlt man sich durch seine Kunst auch nicht getäuscht, sondern eher überrascht, und man ist geneigt, seine eigene Sicherheit über den jedem “zustehenden” Platz in Raum und Zeit zu überdenken.
Der Film im Auditorium der Fundación Proa zeigt den Entstehensprozess einiger der Figuren in der Ausstellung – deshalb ist es interessant, auch nachher, mit dem neuen “Wissen”, noch einmal kurz durch die Ausstellungsräume zu gehen. Der Film ist in vielfacher Hinsicht faszinierend, nicht nur, weil man diesem wortkargen, konzentrierten, obsessiven Künstler und seinen Assistenten bei der Arbeit zusehen kann, sondern auch, weil sie in der relativ kleinen Werkstatt von äußerst realistisch aussehenden Körperteilen – Mini-Babyköpfen und -händchen, riesigen Oberkörpern etc. – umgeben sind, was dem Ganzen den Anstrich einer Art Horrorkabinett gibt. Erklärende Worte würden da nur stören, deshalb ist der Film von Gautier Deblonde, in dem kaum gesprochen wird, ein kleines Meisterwerk in sich.
Die Dokumentation heißt treffend “Still Life: Ron Mueck at work”. Deblonde, Fotograf und Filmemacher, hat dafür über 18 Monate hinweg jeden Tag Ron Mueck bei der Arbeit in seiner Werkstatt gefilmt, während Mueck für die Ausstellung in der Fondation Cartier in Paris die drei Werke “Young couple”, “Couple under umbrella” und “Woman with shopping” schuf. Schweigsam arbeitet Mueck mit zwei, manchmal drei Assistenten, mit unendlicher Geduld und Konzentration entwickelt er jedes Stadium bis zur Vollendung seiner Skulpturen. “Es ist eigentlich ein Film über die Zeit”, sagt Deblonde. “Über die Zeit und darüber, wie sehr Ron Mueck in seine Arbeit verwickelt ist.” Der Film dauert 48 Minuten und wird in Endlosschleife gezeigt.
Ron Mueck wurde 1958 als Kind deutscher Einwanderer in Melbourne geboren. Seit 1983 lebt er in London. 2003 sagte der Künstler dem “Kunstmagazin”: “Ich wollte etwas machen, dem ein Foto nicht gerecht werden würde. […] Obwohl ich viel Zeit mit der Oberfläche verbringe, ist es doch das Innenleben, das ich einfangen möchte. […] Meine Arbeiten sind mein Statement.”
Die Ausstellung wurde von der Fondation Cartier in Paris organisiert und letztes Jahr auch in der französischen Hauptstadt gezeigt. Kuratiert vom Direktor der Fondation Cartier, Hervé Chandès, sowie Grazia Quaroni, wandert die Schau nach ihrem Stopp in Buenos Aires weiter nach Brasilien ins “Museo de Arte Moderno” von Rio de Janeiro, wo sie von März bis Juni 2014 zu sehen sein wird.
• Ron Mueck, Skulpturen.
• Fundación Proa, Pedro de Mendoza 1929, La Boca, Buenos Aires.
• Geöffnet dienstags bis sonntags 11-19 Uhr, montags geschlossen.
• Eintritt 15 Pesos, Rentner 10 Pesos, Studenten 5 Pesos; dienstags gratis für Studenten.
• 16.11.2013-23.2.2014.
• Webseite.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana. Hasta febrero en Proa.
Ron Mueck
A partir del 16 de noviembre y hasta el 23 de febrero de 2014, Fundación Proa presenta la primera muestra en Sudamérica del escultor Ron Mueck. Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con la curaduría de su director, Hervé Chandès , y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do Río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y a la vez expresan la obsesión del artista por la verdad y la perfección de su técnica.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus esculturales viñetas provienen de escenarios que no tiene principio ni fin, son escenarios intermedios e inciertos que no existen por fuera de sus encarnaciones singulares como objetos que están solos”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
En representación por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Grazia Quaroni estará presente en Buenos Aires con disponibilidad para realizar entrevistas y encuentros con la prensa especializada.
La exhibición, concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con el apoyo de la Embajada de Francia en Argentina, cuenta con el auspicio de Tenaris – Organización Techint en Argentina y Brasil.
Las esculturas de Mueck parecieran respirar; a prima facie, “solamente les falta hablar”. Son obras que desafían la mirada inquisitiva e invitan a disfrutar de un relato que se engolosina en los detalles: uñas, pelos, barba, pestañas, costillas, color de piel, posturas físicas, miradas, sentimiento y la excelencia absoluta en la realización de las manos donde venas, uñas, gesto, tensión de la fuerza que realizan –o por el contrario, la relajación- emociona por la perfección técnica, la destreza artística y el profundo conocimiento del material de trabajo que combina resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas, entre otros.
Leyendo los textos de catálogo, encuentro las palabras de Robert Storr (artista, crítico y curador, curador en jefe de pintura y escultura del Museo de Arte Moderno de Nueva York, MOMA entre 2000 y 2012), quien apunta una impresión muy afín a lo que yo sentí frente a las obras: “En pocas palabras, conjuren mentalmente un elenco de personajes totalmente comunes realizados con naturalismo extremo hasta el mínimo detalle, salvo por el hecho de que son demasiado grandes o demasiado chicos para ser reales. O conjúrenlos para descubrir que de hecho son de nuestro tamaño, pero sin embargo y de alguna manera demasiado reales (…), al punto de generarnos inquietud en su presencia, como las estatuas de cera o los cadáveres que han sido tan embalsamados que no osamos tocarlos, a pesar de lo muertos que están. ¿Y dónde quedamos nosotros en medio de esas extrañas presencias? Dos cosas son ciertas: estamos muy lejos del ideal clásico de la escultura, e igualmente lejos de su equivalente modernista en la abstracción idealista. De hecho, hemos llegado a un tipo de arte excéntricamente ilusionista, que solo puede florecer una vez que esos dos paradigmas han perdido su autoridad para tener cautivos, secuencialmente, a los artistas, los referentes del gusto y los aficionados del arte en general. Hemos ingresado en el terreno de la subrogación del trompe l’œil, de los sosías que inducen al error, de los gemelos grotescos. De hecho, estamos en medio de recordatorios sumamente desconcertantes de hasta qué punto es posible acercarse a duplicar la naturaleza y de hasta qué punto los resultados se apartan inexorablemente de la realidad”.
on nueve las obras que integran la muestra siendo tres de ellas nuevas (2013), exhibidas por primera vez después del evento original en París: Young Couple, Woman with Shopping y Couple Under an Umbrella. Una particularidad es que son tres esculturas que vinculan a dos seres humanos estableciendo un tipo de relación que las contiene y comunica de distintas formas. Dice la curadora de la muestra: “Ron Mueck ha revitalizado la escultura figurativa contemporánea. Ron Mueck hace uso de una rica diversidad de recursos, como fotos de la prensa, tiras cómicas u obras maestras históricas, recuerdos proustianos o antiguas fábulas y leyendas.” El conjunto de esculturas se completa con Still Life (2009), Woman with Sticks(2008), Drift (2009), Youth (2009), su gran autoretrato Mask II (2002) y Man in a boat (2002). Como punto de cierre, se da a conocer una película sobre el solitario y obsesivo proceso creativo del artista, realizada por Gautier Deblonde para la muestra de París. “Still Life: Ron Mueck at Work” (Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando).
Abordar algunos ejemplos, aporta datos interesantes: Youth nos habla de la violencia como moneda corriente, reflejada en el cuerpo de un joven negro que se mira su herida casi como lo hiciera un incrédulo Santo Tomás frente a la herida de muerte de Jesús, según el decir de Storr.
Woman with Sticks y Man in a boat nos incomodan, nos atraen poderosamente a pesar de su tamaño pero nos generan cierta angustia e inestabilidad procedente de ese “no saber” o no comprender –porque pareciera todo el tiempo faltarnos información- porqué están desnudos, porqué lucen preocupados, cansinos o esbozan una sutil mueca maquiavélica como la de la mujer de las ramas desproporcionadamente grandes. Young Couple retrata a dos personajes que parecieran compartir un secreto, un gesto de confianza y ternura los vincula cuando vemos la escultura de frente. Absolutamente “ordinarias”, por lo corriente y familiares que se nos presentan en aspecto y detalles, es su tamaño –como suele acostumbrar hacer el artista- el que nos hace tomar distancia y no confundir jamás esa sensación de realidad con la realidad misma. Y esto se intensifica cuando esa sensación de comunión que experimentamos frente a la obra, se altera al recorrerla y descubrir por detrás que las manos de los amantes no están entrelazadas o por lo menos compartiendo un gesto romántico sino que nos presenta la duda y la tensión de no saber si ese gesto “cariñoso” no es por el contrario una explícita marca de violencia. Mueck nos hace presenciar una situación íntima que los protagonistas parecieran querer disimular; en ese “retorcer con afecto” la mano de la chica, se plasma todo el universo ambiguo de las relaciones humanas en general y de las parejas en particular. Y sin duda, el protagonismo –por escala primero y por impacto emocional después- se lo lleva Couple Under an Umbrella, otras de sus nuevas obras. Coincido plenamente con la opinión de Justin Paton (curador en jefe de la Christchurch Art Gallery de Nueva Zelanda), cuando dice que hay un detalle que en primera instancia se le pasa al espectador y tiene que ver con esa acción que genera la mano del hombre que rodea el brazo de su mujer; él recostado en su regazo y ella sentada estoicamente, apoyada sobre sus brazos, se comunican a un nivel que excede el simple contacto cotidiano. Dice Paton, “Para asimilar la potencia de ese detalle, pensemos en el modo en que las manos suelen comportarse en otras obras de Mueck. Casi siempre suelen traslucir desapego, ensimismamiento o autoprotección. En contraste, hay algo torpe y maravillosamente afectado sobre el modo en que los dos bañistas se sostienen uno al otro: la pierna de ella sostiene la cabeza de él, el brazo de él sostiene el torso de ella. Eso sugiere una cierta comodidad con el cuerpo del otro, una sensación de posesión compartida, de bien común, que se ha ido desarrollando a lo largo de las décadas. En contraste con la posesiva toma de manos de Young Couple, podemos pensar que Couple Under an Umbrella representa el despliegue del sentido más positivo del verbo “sostener”: sostener con fuerza a alguien, sostenerlo de por vida, sostener un momento de vida frente al flujo del tiempo.”
Los personajes de Mueck no responden al universo fantástico de los efectos especiales -universo que el artista conoce y acostumbró recorrer durante muchos años trabajando en cine y televisión-Como buen hijo de jugueteros, aprendió a manejar lo inerte de manera espectacular pero el espectáculo no se hace presente en todos sus trabajos sino que apelan más a situaciones y seres que navegan aguas turbias, indefinidas, oscilando entre un mundo real y uno imaginario; personajes que guardan individualidad a pesar de estar acompañados, personajes que se vinculan generando interrogantes, desde sus soledades y poniendo en manifiesto sus enigmas. Concluye Storr: “Hay un género del arte costumbrista que es distintivo de fines del siglo XX y principios del XXI: es enfáticamente corpóreo, visualmente excesivo y, en el caso de Mueck, es una evocación abrumadoramente háptica de lo que podría ser pero de hecho nunca fue, de mundos que son alternativamente plausibles y otras veces directamente implausibles, inescapables, incluso opresivos, como el nuestro”
La exposición de Mueck reúne fascinantes esculturas de inmensas figuras humanas que reproducen fielmente todos los detalles de la anatomía humana de manera deslumbrante.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y a la vez expresan la obsesión del artista por la verdad y la perfección de su técnica.
Les puedo asegurar que vale la pena ir, es una muestra única, tienen tiempo hasta el 23 de febrero, se las super recomiendo. No se la pierdan!
Ni la alerta meteorológica ni la fila de cuadra y media para entrar a Fundación Proa, el último miércoles, amedrentaron a Cecilia Rabaudi para acercarse, ella también, a ver la muestra de Ron Mueck por la que ya pasaron cien mil visitantes y de la que habla todo el mundo. Claro que no lo hizo sola: Cecilia fue, como a casi todo, junto a sus hijas Emilia, de dos años, y Malena, de cinco meses. Siesta previa, guagua para cargar a la beba, y teta en el museo fueron las claves de su decisión. El resto de los visitantes no tuvo otro remedio que alternar entre la sonrisa tierna y el comentario por lo bajo cuando el llanto o el berrinche, nunca del todo evitables, se hicieron presentes.
"Me parece importante que los chicos estén estimulados, siempre voy con ellas. Cuando fuimos a ver la muestra de Van Gogh, la de dos años miró todo, y luego podía decir que había gente comiendo papas, en referencia al cuadro Los comedores de papa ", explica Rabaudi.
En una época que se debate entre defensores y detractores de la teoría del apego, ellos ganan protagonismo. Están en museos, restós, reuniones sociales, aviones y hasta en playas, con bebes de apenas días en los destinos más exóticos: son los padres canguro, los que llevan a sus hijos a donde quiera que vayan.
Si desde Proa y el Malba confirman que las muestras de Mueck y Kusama registraron cantidades sorprendentes de menores (de hecho, ambas optaron por ofrecer talleres de juegos, para abarcar la demanda) muchos restaurantes ampliaron sus menús y hasta las aerolíneas toman nota de la tendencia. "Cuando Emilia tenía un año nos fuimos a Australia. El vuelo era de un día. La ida fue llevadera; a la vuelta lloró mucho, pero por el cambio horario", grafica Valeria Lamas.
En paralelo, los detractores de cochecitos en espacios hasta hace poco reservados a los adultos plantan bandera. Los lugares childfree , aún incipientes en Buenos Aires (aunque La Becasina, en Tigre, o La Candelaria no permiten menores), crecen en el mundo: desde hoteles españoles que no aceptan chicos hasta el anuncio de tres aerolíneas asiáticas de disponer de espacios libres de bebes, muestran que, en algunos ámbitos, los niños no son bienvenidos.
Ya en 2012 la revista Time publicaba una imagen de portada que encendía la polémica aún vigente. Junto a la madre que amamantaba a un nene de cuatro años se abrían los interrogantes: ¿Hay que amamantar hasta los tres años y a demanda? ¿Deben compartir los chicos la cama con los padres? ¿Hay que llevarlos a todos lados? ¿El apego es saludable para la formación de la personalidad? Las preguntas continúan y es en este contexto donde cobran nueva visibilidad los padres que eligen que la llegada de un hijo no eche por tierra los hábitos que venían teniendo...
Poder seguir haciendo cosas que se disfrutaban antes de la llegada de los hijos es un rasgo positivo, según Josefina Saiz de Finzi, psicoanalista de APA y especialista en niños y adolescentes. "Veo mucho compañerismo, mucho disfrute. Hay padres que están muy bien compartiendo experiencias con sus hijos y sabiendo adaptarse a las reglas y necesidades de los chicos. No se puede evitar hacer cosas que a uno le gustan, y que además cuides a tu bebe mientras las hacés", sostiene.
Lo mismo piensa Yael Martínez, una analista de sistemas de 33 años y madre de Gina, de dos, que afirma que tanto ella como su marido son "papás que llevan a la nena a todos lados". "Si vamos a lo de amigos hasta las 5 de la mañana Gina viene y se queda despierta con nosotros. Yo siento que si suspendiese todo y abocase mi vida a la beba, después no habría vuelta atrás: son cinco años en los que te desencontrás con tu pareja, las amigas de toda la vida las perdiste, hasta por ahí estudiaste una profesión para dejar archivado el título; entonces esos cinco años no son tan fáciles de recuperar. Yo adapto a mi hija a mi vida, y no siento que le haga mal", agrega.
Son varios los factores -como que la edad predominante para tener hijos sea luego de los 30, la valoración a ultranza de determinados hábitos adquiridos o el declive de ciertas recetas de crianza que parecen quedar obsoletas- que ayudan a generar el terreno propicio para que la teoría del apego se haga carne en muchos padres canguro, presentes en distintos ámbitos de la vida cultural del país y del mundo. "Bautista llegó a nuestras vidas, y nuestras vidas continúan con Bautista -dice Florencia Zucarelli, médica de 31 años, sobre su hijo de seis meses -. Hacemos absolutamente todo con él." Así como el bebe es un integrante más en sus salidas nocturnas, también formó parte de los preparativos del casamiento y hasta los acompañará a la luna de miel. Tanto las entrevistas con la modista como las pruebas de ropa y la búsqueda de atuendo para el civil, fueron actividades que madre, padre y bebe compartieron: "Disfrutamos de estar con nuestro hijo, y de hacerlo partícipe de todo. Es un momento importante de nuestras vidas, y él es muy importante para nosotros", resalta Florencia.
BEBE A BORDO
Ahora bien; si hay un terreno al que los padres canguro han llegado para quedarse es el del turismo. Fuentes de Despegar afirman que tomando sólo un mes de 2013 comparado con el mismo mes del año anterior, la presencia de chicos en los viajes dentro del país tuvo un incremento del 26 por ciento. Yael Martínez cuenta que el pasaporte de su hija ya tiene gran cantidad de sellos: "A Gina la saqué por primera vez en un avión a los cinco meses a Miami y Orlando, y a los ocho meses, a Cataratas. Cuando tenía un año la llevé a Londres. Después a España, y antes de los dos añitos volví a Miami. Ahora nos vamos a Brasil, y en agosto, a Alemania", enumera. El hecho de animarse a subir a aviones con rumbo a tierras lejanas con bebes de escasos meses es otra de las novedades de la época que, como explica Natalia Miranda de la agencia de turismo Arena, tiene sus defensores y detractores: "Cada vez son más las parejas que viajan con bebes a playas de Brasil, México, Europa... Por ahí no es un destino recomendado para chicos porque te la pasás caminando", opina. Y agrega: "Tengo pasajeras al Caribe que están embarazadas de 7 meses y ya compraron los pasajes, por lo que el bebe, cuando viaje, va a tener como mucho cinco meses". Si bien no recibió quejas formales, los clientes a los que les tocó estar cerca no dejaron de comentarle lo fastidioso que les resultó viajar al lado de chicos llorando.
En esta misma dirección, si bien antes podía pensarse que con la llegada de un hijo las salidas a comer se reducirían bastante, para esta nueva ola de padres no simboliza un corte abrupto con los lugares de los que eran habitúes, sino todo lo contrario, como detallan Cristián Bertschi y Valeria Lamas, padres de Emilia, de dos años, y de Federico, de dos meses: "Preferimos comer bien, no ir a un pelotero deprimente, donde se come pésimo. Vamos a lugares como Grappa o Caseros, a donde solíamos ir antes. Lo único que contemplamos es estar cómodos con el cochecito, que haya lugar entre mesas", retratan. En efecto, la presencia de cochecitos en restaurantes de moda se incrementó y al parecer muchos se adaptan a la tendencia. Es el caso del palermitano Miranda, cuyo dueño, Sebastián Levy Daniel, explica que a pesar de que la división de público se da naturalmente, la convivencia es armónica: "Es un restaurante muy abierto en cuanto a la mentalidad de la gente, acá nadie se molesta con nadie, es multicultural, con los chicos nadie tiene historia. Por ahí eso pasa más en Europa que hay restaurantes que no son kid friendly, acá al contrario, hay cambiadores, crayones para que pinten el mantel", destaca, sin que eso perjudique la afluencia de jóvenes.
No obstante, no todos están preparados para recibir un aluvión de padres canguro. Como detalla Leandro Pousada, jefe de operaciones de Ozaka, más allá de que la estética del lugar y el hecho de no contar con sillitas para niños parecieran no invitar a los más pequeños, es la propuesta gastronómica misma la que de alguna manera no los contempla: "Es una cocina Nikkei, que es una fusión entre Japón y Perú, y los sabores que dominan son fuertes: el picante muy picante, el agridulce muy agridulce, todo muy marcado. Eso hace ruido en el paladar de un chico, no se sienten tan cómodos con el gusto de la comida". Igualmente, si la ocasión y los padres obstinados lo ameritan, el mozo ofrece (fuera de la carta) una patita de pollo y puré de papas. Precisamente, hay quienes defienden que existan espacios diferenciados. Y es que el sencillo acto de salir a comer todos juntos hasta tarde a la noche representa un cambio cultural, ya que se fusionan escenarios que antes permanecían escindidos, como explica Marisa Russomando, psicóloga especialista en crianza y autora de Rutinas desde los pañales: "Antes los programas estaban divididos: por un lado salía toda la familia, y por otro la pareja de padres solos y los chicos estaban al cuidado de alguien. Pero en esta época conviven extremos: aquellas parejas en las que parece que la vida se detuvo, que todo gira en derredor de los chicos, y aquellas que siguen la vida casi como si no hubiesen tenido hijos, y creen que los bebes tienen que adaptarse a su ritmo. Hacen la misma vida con el bebe a cuestas, sin evaluar si alguno de esos ambientes no son los más adecuados. Yo apostaría al equilibrio. No tienen por qué dejar de hacer lo que hacían, pero tampoco empujar a los chicos a situaciones que les podemos ahorrar".
El riesgo, según la especialista, es que el motivo real del apego sea la incapacidad para ejercer un corte, y que eso derive en que la pareja pierda sus espacios: "La separación es necesaria, para la construcción de la identidad de los chicos, para que construyan su propia independencia. Los chicos necesitan separarse de sus padres, y tener padres que toleren esa separación. Yo soy defensora de la pareja dentro de la familia. ¿Qué mejor para un nene que el hecho de que la relación de sus padres siga viva?"
Lo ideal parece ser la búsqueda del equilibrio: que la vida, placentera, continúe luego de la llegada de un hijo resulta alentador, aunque esto no quiere decir que determinados ámbitos dejen de pertenecer exclusivamente al mundo adulto, ni que el bebe deba convertirse en un ser omnipresente en todas las facetas de la vida de una familia, o lo más importante, de una pareja.
"Desde la inauguración -a mediados de noviembre- un total de 100 mil visitantes se acercaron a conocer las fantásticas esculturas de Ron Mueck. Una cifra que seguirá creciendo hasta el 23 de febrero, cuando termine la muestra", informaron en Fundación Proa.
La entrada al lugar, ubicado en avenida Pedro de Mendoza 1929, a la vuelta de Caminito, mostró en los últimos meses extensas filas que se formaron día a día para ingresar a la exposición.
El sorprendente nivel de realismo de sus figuras, los temas elegidos y los sorpresivos cambios de escala en las dimensiones quizás sean algunos de los motivos que colocan a la exposición entre las más visitadas durante los últimos años de Proa.
Con la presentación de las esculturas de Ron Mueck, Fundación Proa confirma una tendencia iniciada con las exposiciones de años anteriores, entre la más convocantes: Marcel Duchamp (2008), Louise Bourgeais (2011) y Alberto Giacometti (2012).
Luego, la muestra del artista australiano continuará su itinerancia hacia el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
INOLVIDABLES EN SU HUMANIDAD.
Aunque trabaja de forma clásica, Mueck hace esculturas contemporáneas que no rinden tributo a nadie ni tienen la obligación de estar ubicadas en sitio específico. Como tal son esculturas nómades y se ocupan de reflejar a personas anónimas, en situaciones tan corrientes como inesperadas. ¿A quién se asemeja Mask II (2002), la gran máscara de 77x118x85 cm., que inaugura la muestra? ¿Importa? Tiene algunos rasgos del artista.
Sus esculturas son presencias verosímiles a pesar de las diferencias en escala, gigantescas o de tamaño reducido; desde la inolvidable figura de un chico en cuclillas y mirada atemorizada, Boy (1999) de 5 m., que integró la 49ª Bienal de Venecia en 2001, hasta el pequeñito Swaddled Baby (Bebé envuelto en mantas, 2002), de 50 cm. de largo. "Nunca hice figuras de tamaño natural porque no me parece interesante; conocemos personas de tamaño real todos los días", advirtió, cuando aún hablaba con la prensa.
Sus inquietantes y extraordinarias esculturas exudan una profunda sensibilidad; dan ganas de tocarlas para asegurarse de que son objetos, que no comenzarán a hablar. Logran conmover, suscitar reacciones y opiniones del espectador. Nadie queda indiferente ante esas apariencias que exhiben las huellas y la incertidumbre de la vida, los indicios de la muerte en ojos que miran sin ver.
El espacio de Fundación Proa es ideal para albergar "Ron Mueck", la muestra concebida por Fondation Cartier pour l`Art Contemporain de París, que estará en su sede de La Boca hasta el 23 de febrero de 2014. El espacio tiene un efecto enorme en las obras de Mueck y por eso el artista se trasladó a Buenos Aires, junto a su asistente Charles Clarke y la curadora Grazia Quaroni, para realizar y supervisar el montaje de la exhibición que seguirá su itinerancia al Museu de Arte Moderna de Río de Janeiro.
Interesado sólo en su trabajo y sin contacto con el público, Mueck recibió y abrió las cajas con las obras que llegaron a Fundación Proa. Las dispuso en el espacio, y con su habitual minuciosidad armó las piezas más grandes, fragmento por fragmento, y revisó las más pequeñas. Cuidó cada detalle, con un algodón repasó parte de las superficies de las esculturas y, concentrado, acicaló cabelleras y facciones.
Hay que verlo al artista trabajar, en su pequeño estudio al norte de Londres. Sigiloso y obsesivo, hace del tiempo una herramienta "primordial en su proceso creativo". Primero modela la arcilla, arma la estructura de madera, manipula el alambre tejido, maniobra con yeso y fibra de vidrio, pasa goma laca al modelo, hace el vaciado en silicona, rebaja el brillo y encera la superficie del molde, pinta fisonomías, pega el pelo, agrega venas y lunares, y tanto más. Mueck tiene pocos ayudantes, él está en todos los detalles, que son casi infinitos como el brillo y los poros de la piel, los pliegues del cuerpo y las uñas. Todo esto y más en la película de Gautier Deblonde: Still Life: Ron Mueck at Work, 2011-2013 (Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando), de 52 minutos; generoso, Mueck se muestra trabajando, escuchando los sonidos de los otros; sólo una puteada quiebra una vez su silencio.
El artista no asistió a una escuela de arte; aprendió de sus padres el modelado de figuras. Realizó una residencia artística de dos años en la National Gallery de Londres. Allí no sólo ejecutó sus primeros dibujos con modelo vivo sino que, como artista asociado de la National Gallery, cumplió con el compromiso de realizar y exhibir en 2003 cuatro trabajos inspirados por las pinturas clásicas de los Old Masters de la Colección, lo que le permitió trabajar la temática del nacimiento y la maternidad.
PRESENCIAS MUDAS.
Mueck no tiene intención de enunciar significado alguno. Pero las esculturas -ocho apariencias de forma humana y la escultura de un pollo- desplegadas en Fundación Proa aproximan elementos para que cada observador arme (o no) una fábula. Desnudas o vestidas -con ropa de género como las piezas del barroco americano-, las esculturas sugieren temperamentos y pertenencia de clase, insinúan los misterios de las relaciones íntimas y las convenciones sociales. A pesar de la información que proporcionan, las imágenes no ofrecen certezas, siguen siendo mágicas y misteriosas.
Rara vez utiliza un modelo vivo; para crear sus figuras Mueck suele tomar fotos, mirarse en el espejo o elegir imágenes de libros o revistas. ¿Realistas, hiperrealistas, surrealistas? Las etiquetas no sirven, confunden. Las instancias narrativas que transmiten las piezas no son concluyentes, dependen del ojo del que mira. Hay un Mueck para cada uno.
Un empresario quizá encuentre metáforas del mundo del trabajo, al ver a un hombre con los brazos abiertos sobre una colchoneta plástica (clavada en la pared, él parece crucificado) a la deriva (Drift, 2009) y al encontrarse a otro desnudo en un bote sin rumbo (Man in a boat, 2002) -¿muerto y perdido se dirige a otra dimensión?-, contrastados con alguien que, ya maduro, se ganó el descanso y está en una playa.
Al constatar que la muchacha que integra la joven pareja parece amenazada, una mujer bien puede pensar que el artista se propone denunciar violencia de género. Podría pensar que Mueck desea hacer un comentario sobre la resistencia de las mujeres, o todo lo contrario, en Woman with Sticks (2009). Es difícil dirimir si esta mujer desnuda que lleva ramas expresa a una persona proveedora y enérgica a punto de construir un refugio o un fuego, o si esas mismas ramas se constituyen en la ardua carga de una dama desguarnecida. Lo que sí es seguro, es que como todas las piezas, ésta es espeluznantemente precisa. Se ven los pormenores tanto del vello púbico de la mujer como de las venitas de sus sólidas piernas.
El historiador de arte Ángel Navarro afirma que en más de una escultura existen referencias al mundo clásico, como es el caso de Still Life (2009). Esta naturaleza muerta -uno de los géneros de la historia del arte-acá asume la forma de un pollo de más de dos metros, colgado del techo boca abajo. El especialista será capaz de asociar Youth (2009), la figura de un joven negro que se levanta la camiseta y muestra una herida de navaja en el costado izquierdo, con el Santo Tomás de Caravaggio. El experto sabrá ver huellas de Dafne y Apolo de Bernini en la presión de los dedos del hombre que se hunden en el brazo de la mujer, en Couple Under an Umbrella, 2013, (Pareja debajo de una sombrilla, 300x400x350 cm.).
El curador y escritor neocelandés Justin Paton relaciona el gesto del mercader Arnolfini tomando amorosamente la mano de su mujer en Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa de Jan van Eyck con Young Couple, 2013 (Pareja joven). "Visualmente próximo pero emocionalmente en las antípodas del gesto de manos del Retrato de Giovanni Arnolfini y su esposa, el movimiento en Young Couple es tanto más perturbador por su delicadeza y sigilo, que sugieren una distorsión deliberada, por parte de la figura masculina, de lo que significa `llevar de la mano`. (Adviértase con qué timidez el joven mantiene su otra mano en el bolsillo, como diciendo `Acá no pasa nada`)", concluye Paton. Pero sucede algo turbulento: los jóvenes de Young Couple (83 cm. de alto) vistos de frente aparecen conversando amigablemente, pero por detrás se verifica que el muchacho de esta pareja estruja la mano de la chica como queriendo dominarla, torcer su voluntad.
Es imposible asignarle un sentido definitivo a las esculturas. Siempre existe un elemento de peligro que multiplica las razones, los motivos. Acaso la visión de la pareja madura debajo de una sombrilla -el hombre acostado en el regazo de la mujer hasta parece respirar- transmita amor y placidez; a lo mejor sólo sugiere depresión. El conjunto puede ser visto como un trabajo acerca del inevitable envejecimiento de todos.
Con la mente dispuesta a dejarse sorprender, el observador encontrará lo paradójico y lo medular también en Woman with Shopping, 2013 (Mujer con las compras, 113x46x30 cm.). La mujer con las bolsas de compras está detenida, como esperando un semáforo. Mira hacia delante, se muestra evidentemente agotada. ¿Acaba de salir de su trabajo (remunerado)? Doblemente cargada, lleva dos bolsas y un niño junto a su pecho cobijado por su tapado. ¿Acaba de buscarlo en la guardería? El bebé es feo, la mira con cara suplicante. Ella no lo mira y no transmite amor, pareciera que está pensando en otra cosa. ¿Está pensando en lo que habrá de cocinar? ¿Las esperan más niños en la casa? ¿Está sola y abandonada?
"A Mueck no le interesan ni los finales felices ni los comienzos felices. Más bien parece estar alerta a los niveles de ansiedad primaria que están indeleblemente escritos en nuestro ADN o guionados en la condición humana (…) y que saltan a la luz cuando menos lo esperamos, para hacer picadillo o mofa del optimismo ingenuo", subraya Robert Storr, crítico y curador, decano de la Escuela de Arte de la Universidad Yale.
Asimismo, las nuevas técnicas de reproducción masiva acentuaban la extenuación sensorial a la vez que trastornaban el sistema perceptivo en sistema anestésico, es decir, aquel desarrollado para conectar el cuerpo humano con el exterior a través de los sentidos se transforma en un sistema anestesiado para sobrevivir en un mundo que aún desconoce y al que no sabe cómo adaptarse. No es casualidad, como menciona Susan Buck-Morss que este sea el tiempo de desarrollo de las drogas y la anestesia en la medicina.
Ahora bien, algo de aquel hombre moderno, extasiado y preso de su propio devenir me resulta familiar. La norma de la modernidad, responder a los estímulos sin pensar demasiado en ello no pareciera ser muy diferente al modo en que muchos aún se desenvuelven. Sólo algunos intentamos ofrecer cierta resistencia a esa forma de dominio que se consigue a través de la alienación sensorial. El campo del arte, otrora una manifestación más del fenómeno de la modernidad e indefectiblemente atravesado por las técnicas de reproducción masiva, puede devenir en una forma más de estimulación perceptual o no.
El escultor australiano Ron Mueck, prefiere la segunda opción. Con esculturas dramáticamente realistas, el artista desanda el camino y nos encuentra a su paso. Espectadores batallando la incertidumbre de vivir perdidos en nuestro propio progreso, con ánimos de vivir como flaneurs pero sin tener muy en claro cómo hacerlo casi doscientos años después de aquel adorable personaje baudeleriano. El trabajo es exhaustivo, la técnica impecable y no hay un solo detalle librado al azar. Allí al alcance de nuestras manos, creemos encontrar todas las respuestas, pero lo que Mueck ofrece es sólo una incitación a la exploración y al contacto a través de la mirada. Con una magistral y adorable seducción de los sentidos, el artista nos invita a re-conocernos en su obra, a re-descubrir al otro para conocernos a nosotros mismos, a desandar con él el mágico camino de despertar del letargo moderno.
Desde el 16 de noviembre y hasta el 23 de febrero Ron Mueck se presenta con algunas de sus entrañables esculturas en Fundación Proa, Av. Don Pedro de Mendoza 1929, Ciudad De Buenos Aires.
Il Dolce far Niente - Arte
Y paso casi un mes hasta que le hicimos caso. El sábado decidimos sin dudar que nos levantaríamos por la mañana y partiríamos a La Boca, la familia lunar y dos agregados culturales: los Pablos: Barzola y Mrakovich!
Allí nos encontraríamos con la primer muestra en Sudamérica del australiano que realiza esculturas hiperrealistas y costumbristas que a primera vista me creó la necesidades de querer tocar. Un instante puntual en la historia de estas personas a los que, cuanto más mirabas, más le asociabas sentimientos, sueños, frustraciones y que como decía Barzo “más te parecía que iban a hablar”.
Por cuestiones de derecho de imagen, la muestra no te permite tomar fotografías lo cual te anima a disfrutar todo y a prestar tanta atención como tu cabeza te permita. Mueck valora como nadie su tiempo y lo dedica todo a convertir su obra en un culto al detalle.
Mi favorita es la escultura de los ancianos bajo la sombrilla, que cuando ves el documental te enteras como esta hecha: alambre, yeso, silicona entre materiales que logré reconocer. No se si será cuestión de tamaño –es la más grande-, o la empatía que produce el amor a esa edad, pero esos abuelos unidos en un gesto de enamorados con sus pieles blandas y en actitud de disfrute me súper movilizaron. Quizás, porque esa escena representa para mi la ilusión de un “para siempre”.
Terminamos nuestro domingo cultural comiendo en la terraza, brindando por regalarnos el tiempo de disfrutar del arte y por poder estar todos juntos en estas aventuras!
La obra de Ron Mueck es un plan obligatorio para alguien que transita la Capital Federal. La entrada sale 15$ y estará en la Fundación Proa hasta mediados de Febrero, que cuando te diste cuenta es ya!
La gente, los medios y los enterados siguen comentando el acierto de Eduardo F. Costantini al comprar dos obras de Jeff Koons (foto) para el proyecto de Bal Harbour, en Collins, Miami, Florida, donde ya tiene varios, muchos, condos vendidos. Los bien informados aseguran que la Presidenta CFK tiene ya su propio piso en este dorado destino con vista al océano y frente al shopping más cotizado de Miami por el mix de marcas top que van de Louis Vuitton a Prada y Versace, más la clásica trattoria Carpaccio, siempre poblada de argentinos.
Kate Moss cumplió 40 años esta semana y debe haber celebrado con su amigo Mario Testino consagrado el martes por la reina Isabel II como Oficial del Imperio. Musa y fotógrafo serán parte de la muestra In Your Face que abrirá la temporada de Malba. Mucha tela para cortar. Se esperá un blockbuster.
Cabeza en el sofá verde (1960.61) se llama el retrato de Lucien Freud (foto) que rematará Sotheby’s el 12 de febrero, con un estimado de 3 millones de libras esterlinas. La retratada es Lady Lambton una mujer extraordinaria, amiga de Ari Onassis, Paul Getty, Mick Jagger, Jerry Hall y de Lucien Freud por m´s de 25 años. Su hijo Edward, Lord Durham, es quien envía a subasta la obra que fue exhibida en la National Portrait de LONDON.María José Herrera, curadora jefa por años del Museo Nacional de Bellas Artes, que fue directora del Macba, Museo de Arte Geométrico fundado por Aldo Rubino (Wells Fargo) en la avenida San Juan al 300, será la nueva directora del Museo de Arte de Tigre (foto, edificio divino proyectado por Pater y Dubois). El Mat fue la realización del sueño del intendente del partido de los vecinos Ricardo Ubieto impulsor dela colección de arte argentino figurativo seleccionada y comprada por Sonia Decker y Adrián Gualdoni Basualdo, de Consultart. Con la dirección de Diana Saiegh, el MAT sumó muestras temporarias y actividades multidisciplinarias. Fue allí, entre cosas , que asumió el intendente Sergio Massa cuando era delfín del matrimonio Kirchner, Néstor y Crsitina, presentes el día de la toma del mando. Le toca el turno de asumir al frente de este espacio de alta visibilidad a María José Herrera, curadora y crítica de trayectoria
En el marco de la exposición del artista Ron Mueck en Fundación Proa -que reúne hasta el 23 de febrero inmensas figuras humanas que provocan fascinación- se proyecta el documental “Still Life: Ron Mueck at work”, que permite asomarse al proceso creativo del genial australiano.
Durante 18 meses, el fotógrafo y cineasta Gautier Deblonde filmó diariamente a Ron Mueck trabajando en su estudio en las afueras de Londres, mientras preparaba las tres piezas creadas especialmente para su exhibición en Fondation Cartier.
Se trataba de los trabajos “Young couple”, “Couple under umbrella” y “Women with shopping”, tres piezas que por estos días ocupan la sala de Proa en La Boca.
En silencio, acompañado apenas por dos o tres asistentes, se puede ver a Mueck absorbido en su trabajo, desarrollando cada una de sus etapas con extraordinaria paciencia, concentración y cuidado.
“Es una película sobre el tiempo -dice Deblonde-. Sobre el tiempo y sobre el involucramiento de Ron Mueck en su trabajo”.
“Still Life: Ron Mueck at work” se proyecta de martes a domingos de 11 a 19, en funciones continuadas, en Avenida Pedro de Mendoza 1929, La Boca.
Durante 18 meses, el fotógrafo y cineasta Gautier Deblonde filmó diariamente a Mueck en su estudio en las afueras de Londres, mientras preparaba las tres piezas creadas especialmente para su exhibición en Fondation Cartier.
Se trataba de los trabajos “Young couple”, “Couple under umbrella” y “Women with shopping”, tres piezas que por estos días ocupan la sala de Proa en La Boca.
Acompañado apenas por dos o tres asistentes, se puede ver al escultor en su trabajo, donde desarrolla cada una de sus etapas con paciencia y concentración.
“Es una película sobre el tiempo y sobre el involucramiento de Ron Mueck en su trabajo”, dijo el realizador.
Still Life: Ron Mueck at work, se proyecta de martes a domingos de 11 a 19, en funciones continuadas, en Avenida Pedro de Mendoza 1929, La Boca.
Fora a mostra dedicada à obra do músico britânico David Bowie, que começa no fim deste mês no Museu da Imagem e do Som, em São Paulo, a individual do alemão Tino Sehgal, em março, no Centro Cultural Banco do Brasil do Rio e uma exposição dedicada ao movimento de vanguarda que ficou conhecido como Zero, em abril, na Pinacoteca do Estado, 2014 deve ser o ano dos brasileiros no circuito.
Já estão confirmadas mostras de Marcello Grassmann, em fevereiro na Estação Pinacoteca; Mira Schendel, em julho, na Pinacoteca do Estado; Abraham Palatnik, em julho, no Museu de Arte Moderna; Rivane Neuenschwander e Paulo Bruscky, em outubro, também no MAM; Aloísio Magalhães, em julho, no Itaú Cultural; Claudia Andujar, em setembro, no Instituto Inhotim; Antônio Dias, em março, na Fundação Iberê Camargo, em Porto Alegre; e Rafael França, também em março, no Museu de Arte Contemporânea da USP.
Isso talvez porque a 31ª edição da Bienal de São Paulo, este ano com curadoria do britânico Charles Esche, já deva dar conta de reunir, em setembro, grandes estrelas da arte global no pavilhão desenhado por Oscar Niemeyer no parque Ibirapuera.
Pouco antes da mostra, aliás, em junho, Niemeyer, morto há dois anos, terá sua obra revista numa retrospectiva já confirmada pelo Itaú Cultural. Mas o ano no centro cultural da avenida Paulista começa no fim deste mês com a reunião completa de toda a fotografia modernista no acervo do banco, com obras de artistas como José Yalenti, Geraldo de Barros e German Lorca.
Também em janeiro, o Museu de Arte Moderna abre duas mostras, uma intervenção da norte-americana Jenny Holzer ao longo do corredor que liga as duas salas de exposição do museu, e uma grande mostra inspirada nas manifestações de junho do ano passado.
No Centro Cultural Banco do Brasil paulistano, o ano começa com uma grande mostra da arte pop norte-americana e do expressionismo alemão, com nomes que vão de Andy Warhol e Jean-Michel Basquiat a Gerhard Richter. A Folhaapurou que o CCBB também planeja trazer ao país uma mostra do artista russo Wassily Kandinsky, mas a instituição ainda não confirma locais nem datas.
Em março, o Museu de Arte Moderna do Rio exibe uma seleção poderosa de esculturas do artista australiano Ron Mueck, agora em cartaz na Fundación Proa, em Buenos Aires, enquanto maio verá desembarcar em São Paulo a mostra da artista japonesa Yayoi Kusama, que também passou por Buenos Aires, e chegará ao Instituto Tomie Ohtake, em São Paulo.
No embalo da Bienal de São Paulo, em setembro, o Instituto Inhotim, nos arredores de Belo Horizonte, aproveita para inaugurar dois novos pavilhões, um dedicado à obra fotográfica de Claudia Andujar e outro aos trabalhos luminosos do dinamarquês Olafur Eliasson.
No Masp, nenhuma mostra de peso está confirmada, mas o museu planeja trazer ao país uma individual do pintor alemão Neo Rauch e uma mostra com dez artistas contemporâneos suecos, ambas marcadas para o segundo semestre.
Também são celebrados em 2014 os centenários da arquiteta Lina Bo Bardi, que deverá ter uma grande mostra em sua homenagem no Sesc Pompeia, e do artista Iberê Camargo, que em novembro terá uma retrospectiva comemorativa de sua obra ocupando todos os espaços da Fundação Iberê Camargo, em Porto Alegre.
ino al 23 febbraio, a Buenos Aires, presso Fundación Proa, è in programma la prima mostra sudamericana dello scultore australiano Ron Mueck, conosciuto in tutto il mondo per le sue sculture in materiali polivinilici, resine o materiale vario estremamente realistici.
Mueck si inserisce nella tradizione scultorica nella quale al centro c'è la figura umana, anche se i temi, i materiali e le tecniche utilizzate, lo rendono un artista originale, innovativo e contemporaneo. La sua opera è legata alla corrente dell'iperrealismo.
Le sculture di Mueck catturano per le dimensioni e per il realismo dei personaggi, i cui gesti esprimono, sottilmente, situazioni piene di vita e mistero. L'australiano utilizza materiali come la resina, la fibra di vetro, il silicone e pittura acrilica per riprodurre fedelmente ogni dettaglio di anatomia umana e costruire sculture che hanno come tema la vita e la morte.
Le sue opere evocano un realismo che è allo stesso tempo intimo e monumentale. Le sue opere si 'muovono' su diverse scale, i corpi e lo loro dimensioni si ampliano o riducono per creare situazioni che colpiscano lo spettatore.
In dieci anni di produzione artistica Ron Mueck ha creato 35 sculture tra le quali il gigantesco ‘Wild man’ alto ben 3,80 metri e presentato alla Biennale di Venezia, dove è stato ospitata anche un'altra sua scultura, "Boy", un ragazzo alto 5 metri. Nel 2002 la scultura della donna incinta è stata acquistata dalla National Gallery of Australia.
La mostra, dopo la tappa argentina, continuerà il suo viaggio itinerante per arrivare in Brasile, dove sarà ospitata dal Museo di Arte Moderna di Rio de Janeiro da marzo a giugno 2014.
Durante 18 meses, el fotógrafo y cineasta Gautier Deblonde filmó diariamente a Ron Mueck trabajando en su estudio en las afueras de Londres, mientras preparaba las tres piezas creadas especialmente para su exhibición en Fondation Cartier.
Se trataba de los trabajos "Young couple", "Couple under umbrella" y "Women with shopping", tres piezas que por estos días ocupan la sala de Proa en La Boca.
En silencio, acompañado apenas por dos o tres asistentes, se puede ver a Mueck absorbido en su trabajo, desarrollando cada una de sus etapas con extraordinaria paciencia, concentración y cuidado.
"Es una película sobre el tiempo -dice Deblonde-. Sobre el tiempo y sobre el involucramiento de Ron Mueck en su trabajo".
"Still Life: Ron Mueck at work" se proyecta de martes a domingos de 11 a 19, en funciones continuadas, en Avenida Pedro de Mendoza 1929, La Boca.
Con un pasado en la industria del cine y los efectos especiales, este gran escultor nos conmueve con su nivel de detalle. Figuras humanas trabajadas en dimensiones atípicas que gracias a la obsesión de su creador, nos cautivan y transmiten mucho. Arrugas, poros, pelos, pliegues, expresiones, miradas y gestos que expresan, sienten y respiran con un realismo que nos permite jugar a imaginarnos incluso, los pensamientos más íntimos del personaje. Una pareja de ancianos, una madre con su hijo, un hombre desnudo en un barco a la deriva, todos hechos con un nivel de detalle impresionante. Mueck toma a la figura humana como eje de sus trabajos, y los materiales y las técnicas utilizados lo convierten en un autor innovador y original.
La exhibición se puede disfrutar en PROA hasta el 23 de febrero. La entrada cuesta unos módicos 15 pesos, y si van al mediodía pueden aprovechar y almorzar en la terraza del restó ubicado en el tercer piso que es más que recomendable. Recuerden que PROA , está ubicado en Av. Pedro de Mendoza 1929 (al lado de caminito) y abre de martes a domingos de 11 a 19 hs. Traten de ir temprano por que es una muestra muy visitada y, no al nivel del Boom Kusama, pero se arman largas filas para ingresar sobre todo por la tarde. Así que ¡ya saben qué hacer si el fin de semana está como este último donde la pileta no es la opción más tentadora! ¡A disfrutar de estas increibles exposiciones, no tienen desperdicio alguno!
Storr, Robert, "Notas sobre Ron Mueck, Londres y París"
Una vez más el espacio de Proa nos acerca una propuesta escultórica. Si en el 2013 los porteños tuvimos la suerte de disfrutar la fabulosa exposición de Alberto Giacometti, en este verano del 2014 gozamos del privilegio de tener por primera vez en Sudamérica una exposición de las controvertidas obras del escultor Ron Mueck.
Hasta el 23 de febrero, vale la pena acercarse a La Boca para sorprenderse con 9 obras de arte de resina, fibra de vidrio y silicona, que son como un pequeño muestrario del hombre urbano contemporáneo. Esculturas que reproducen con detalle obsesivo al más complejo de los animales, con su delicada piel, fiel registro del tiempo pasado sobre la tierra.
Como el soñador del cuento "Las ruinas circulares" de Jorge Luis Borges, Mueck sueña a sus criaturas poro, por poro, cabello por cabello. Las inmortaliza en un acto que las define; y, aunque estén acompañadas, sus miradas ensimismadas nos hablan de su profunda soledad y vulnerabilidad.
El artista australiano, residente en Londres, fue hijo de jugueteros, y desde chico fue aprendiendo las técnicas artesanales del modelado de figuras para la representación del ser humano. De los títeres y muñecos pasaría más tarde a producir animatronics para la industria del cine.
Recién en el año 2001, con su paradigmática Boy que expone en la 49º Bienal de Venecia, la extraña obra del artista despierta el interés y el reconocimiento internacional.
Como el soñador del cuento "Las ruinas circulares" de Jorge Luis Borges, Mueck sueña a sus criaturas poro, por poro, cabello por cabello. Las inmortaliza en un acto que las define; y, aunque estén acompañadas, sus miradas ensimismadas nos hablan de su profunda soledad y vulnerabilidad.
El artista australiano, residente en Londres, fue hijo de jugueteros, y desde chico fue aprendiendo las técnicas artesanales del modelado de figuras para la representación del ser humano. De los títeres y muñecos pasaría más tarde a producir animatronics para la industria del cine.
Recién en el año 2001, con su paradigmática Boy que expone en la 49º Bienal de Venecia, la extraña obra del artista despierta el interés y el reconocimiento internacional.
Young Couple, 2013
Luego nos encontramos con una pareja de jóvenes, con sus modernas y casuales ropas veraniegas. La escultura congela un momento de tensión, que está concentrada en el detalle de las manos en la espalda. El espectador no puede dejar de plantearse la escena, inventar una historia, preguntarse por el desenlace de ese momento.
Couple under an Umbrella, 2013
En la sala principal nos sorprende una pareja de proporciones enormes. Yo me emocioné hasta las lágrimas. ¿Por qué? ¿Quizás porque el hombre se parecía tanto a mi padre o simplemente por lo que transmite la escena? Una pareja en la playa, él recostado sobre el regazo de ella, los gestos de confianza de toda una vida juntos. Y el paso del tiempo en cada pliegue de la piel, en cada lunar, en las uñas, en el vello, en las mínimas várices, en las arrugas...
Woman with Shopping, 2013
Me detuve especialmente en esta obra, hay en ella algo devastador. Una mujer, quizás en el instante en el que se detiene delante del semáforo en su camino a casa, después de una agobiante jornada de trabajo en la que salió muy temprano, dejó a su bebé por más de ocho horas en una guardería, pasó por el supermercado y lo único que quiere es llegar a casa, preparar la cena, bañar al bebé, alimentarlo y acostarlo para poder irse a dormir y al otro día recomenzar otro día igual. Hay en su peinado un poco descuidado, en su tapado grande que usó durante el embarazo, en las bolsas debajo de sus ojos, en el rictus de su boca, signos de una profunda soledad existencial aumentada por la presencia de esa otra vida que no es compañía sino extenuante demanda.
Youth, 2009
Este joven negro, descalzo, contempla asombrado una herida, como si esa sangre no fuera suya. Imaginamos la situación previa, la pelea callejera, el alivio de estar a salvo, la vida en riesgo a la vuelta de la esquina.
Man in a Boat, 2002
El bote, el color de la piel de ese hombre, su mirada, su desnudez nos remiten al último viaje, al de la muerte inexorable.
Woman with Sticks, 2009
La expresión inquietante de esta pequeña mujer cargando ramas nos perturba. El movimiento perfecto que transmite el esfuerzo, el cabello que cuelga, las postura de las piernas en equilibrio perfecto y cada milímetro de piel sin photoshop, por el contrario, con la lupa en el detalle de lo real.
Still Life, 2009
La gallina degollada, gigante con toda su ironía, es la única obra que no representa una figura humana, ¿o sí? Quizás el hombre esté detrás del acto rutinario de criar, matar, y desplumar esos animales que hoy encontramos ya eviscerados dentro de las grandes heladeras de los supermercados.
Drift (A la deriva), 2009
La única instalación de la muestra, sobre una pared celeste que sugiere el agua calma de una piscina, un hombre sobre una colchoneta inflable. Su posición sobre la pared nos recuerda vagamente a un Cristo crucificado. ¿Ese hombre embadurnado de bronceador, con gafas negras y reloj de marca, a la deriva en las aguas del consumismo? Hay sin dudas una postura crítica del autor ya que es la única obra que tiene un título que no es meramente descriptivo.
Still Life: Ron Mueck at Work ( Naturaleza viva: Ron Mueck trabajando)
Al final del recorrido no se pierdan el documental que se proyecta en el auditorio, rodado en el taller del artista en Londres. Sin dudas, completa la experiencia y multiplica nuestro asombro cuando somos testigos del trabajo obsesivo y minucioso que requiere cada una de las piezas expuestas.
Y,como siempre, es un placer subir para recorrer la librería y luego quedarnos un rato en la confitería, para tomar algo fresco o un exquisito té y admirar el paisaje de Quinquela desde la terraza de Proa.
Se trata de las esculturas del londinense Ron Mueck. Genialidades que sólo derivan del gran oficio y dedicación del artista y que dejan a todo espectador con la boca abierta.
Las obras estarán expuestas hasta el 23 de febrero en Pedro de Mendoza 1929 y se las puede recorrer mirándolas desde todo punto de vista. Ocupan un espacio fuera de su supuesto contexto y también varían en tamaño, ya que el artista juega claramente con las escalas. Hay monumentales y también pequeñas.
Una máscara de un hombre (que detrás no tiene nada) recibe al espectador, luego una pareja joven, una pareja de adultos mayores bajo una sombrilla, una madre cargando a su bebé, un joven de color mirándose una herida, un hombre (desolado) en un bote, una mujer cargando ramas, un pollo colgando de las patas y, por último, un señor tomando sol. Son apenas nueve las obras expuestas pero suficientes para descubrir a Mueck y para que el recorrido no lleve menos de una hora. Además es necesario saber que son alrededor de 40 las obras realizadas hasta la actualidad por este artista porque su meticulosidad se alimenta de un ritmo lento aunque constante.
Mirar cada escultura necesita del espectador tiempo y detenimiento, ya que puede resultar difícil creerles a ellas (o al artista) su carácter de escultura. Guardan sobre sí el más mínimo detalle de lo externo a la persona: manchas y textura de la piel, pelos, vestimenta, etcétera.
Pero no sucede esto con lo que están diciendo las esculturas. Hay cierta ambigüedad que las hace aun más interesantes, ya que quien las mira o quien las “lee” puede descubrir en los gestos insinuación de otra cosa que Mueck deja abierta a la decisión del espectador. Una especie de “Elige tu propia aventura” para los chicos. Deja en nosotros la tarea de terminar de construir esa historia.
LA TÉCNICA DE RON MUECK
Mueck construye la técnica según las necesidades de la obra pero sobre todo utiliza la silicona, ya que es un material estable a los cambios de temperatura, y la sostiene con estructuras de madera y/o alambre.
Dicen del artista que es un hombre humilde, amable y simpático, que poco le interesa la exposición de su persona y que considera más importante el alma de sus obras. Por eso no da entrevistas y así como llegó a Buenos Aires en silencio para el montaje de su primera exposición en Sudamérica, en silencio también se fue.
Ron Mueck es hijo de padres jugueteros y creció en ese ambiente. Trabajó luego para la industria del cine y la publicidad, especializándose en efectos especiales. En la década del noventa lo descubre un galerista y comienza su camino a la creación artística.
Las nueve obras -de una producción total de 40- llegaron directamente de la parisina Fundación Cartier, donde un récord de 300.000 personas visitaron la muestra. Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte.
El artista nació en Melbourne, Australia, en 1958. Hijo de jugueteros, desde chico, entre títeres y disfraces, convivió con técnicas asociadas a dar vida objetos inertes. Sin ninguna clase de formación artística formal, desde su infancia dedicó su tiempo al modelado de figuras, vocación que luego desarrolla dentro la industria del cine, la televisión y la publicidad, como realizador de efectos especiales y creador de personajes.
Trabajó en programas de televisión durante años antes de entrar en efectos especiales para cine, como es sabido trabajó en los personajes de Laberinto (1986), un film de culto épico-fantástico protagonizado por David Bowie.
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Siempre causa algo de espanto la posibilidad de que el cuerpo humano sea representado. La escultura y la pintura lo han intentado por siglos y de alguna forma han fracasado en la búsqueda de la copia fidedigna: esos cuerpos no huelen, no respiran. Ese fracaso trae cierto alivio a una especie que no sabemos si soportaría contemplar –y convivir con– su reproducción absoluta a través de la técnica, la tecnología o el arte. O que sí la soporta pero como un asunto onírico, encuadrado en el desarrollo científico y su perversidad, o por medio de la ciencia ficción. Los replicantes, esos humanos artificiales de la película Blade Runner, ya trajeron hace más de tres décadas esa perturbación al cine. Pero el cine y su representación es otra –larga– historia.
Ahora la Fundación Proa, de Buenos Aires,1 trae la muestra del artista australiano radicado en Londres Ron Mueck, quien antes de convertirse en este “escultor de la piel” había trabajado en efectos especiales para películas y animatronics (en El show de los Muppets y Plaza Sésamo, por ejemplo; también hizo los monstruitos de Laberinto, la película de 1986 de Jim Henson, protagonizada por David Bowie).
El cine siempre ayuda a entender: en una preciosa sala de la Fundación Proa se exhibe el registro documental Still Life (naturaleza muerta), realizado por Gautier Leblonde, que sigue los pasos de Mueck mientras prepara las nueve esculturas que antes fueron exhibidas en París, ahora se muestran en Buenos Aires y luego marcharán hacia Rio de Janeiro.
Se suceden las estaciones, aunque para Mueck el tiempo parece ser el mismo, el de su propia paciencia y meticulosidad. Sólo con dos asistentes que no intervienen para nada en la fina cirugía, el artista diseña maquetas de distintos tamaños de las esculturas. Una pareja de viejos que terminarán representados en escala semigigante (300 por 400 por 350 centímetros) primero podían levantarse con una sola mano, luego adquirían un tamaño mayor. Las famosas cuestiones de escala. El trabajo del artista, silencioso, trae aquello de tallar la piedra, tallar el cuerpo. Una capa tras otra de material van cubriendo el esqueleto de cada escultura hasta lograr los más nimios detalles del cuerpo humano representado: la piel joven o ajada por el tiempo, los vellos de las piernas o los pelos de la nariz y las orejas, las venas rojizas de los ojos, las manchas, las marcas, las uñas, cada detalle de cuerpos que parecen reales hasta el asombro, tan reales que el espectador necesita acercarse a pocos milímetros para confirmar que esos cuerpos no transpiran, que no hay pulmones ni sangre latiendo, que estamos ante una representación excesiva y en todas sus perspectivas (por delante, por detrás, de costado). Quizás para tranquilizarnos, ese grado de verosimilitud es relativizado por Meck mediante el tamaño: los ancianos son demasiado grandes; unos adolescentes blancos, caucásicos hasta la médula, miden como pigmeos; una mujer que carga a su bebé no podría ser así de enana. Ahí, la primera alteración de la copia, eso que nos dice que lo que estamos viendo no es real aunque las obras hayan sido calificadas en el hiperrealismo escultórico. Meck ha insistido en que las nueve esculturas exhibidas en Buenos Aires (de un total de 40 que ha realizado) no son hiperrealistas sino neutras, y que no intentan narrar nada. Lo del hiperrealismo vaya y pase, pero la neutralidad y la falta de historia y contexto no se lo cree ni un niño.
EL RECORRIDO. La primera escultura es la que desnuda la ficción de una representación “real”: la cabeza de un hombre
–de dimensiones importantes– está recostada sobre un cubo blanco. Es la cabeza de alguien que duerme con todo el sosiego del mundo. Si rodeamos la escultura, detrás de la parte frontal del cráneo no hay nada; hueco, vacío, es la máscara, el hombre sin cerebro, la prueba contundente de la imposible reproducción de lo humano: podré copiar milimétricamente hasta los poros de la piel pero jamás darles vida a estos replicantes, parece sugerir Meck. Con esa advertencia entra uno a la muestra, y ante la segunda escultura vuelve el asombro: parece piel, parecen pelos, actitudes de humanos “de verdad”. Y otra vez la escala nos salva de la intriga sobre lo real: dos adolescentes de cuerpo entero pero en miniatura miran hacia abajo o los costados con ojos tristes y perdidos, el chico le susurra algo a la chica, le retuerce un poco una mano, hay allí un conflicto, un drama que acontece –algo de violencia, algo de melancolía–, una escena que cuenta eso que ahora les está pasando. Y así quien mira va pasando de una historia y de una escala a la otra y descubre en cada escultura el peso metafísico que las rodea. Físico porque caen o se sostienen en el espacio como lo haría cualquier cuerpo: la piel expuesta del anciano que se recuesta en su anciana mujer en una escena como “de playa” toca el piso con la misma gravedad (o levedad) que cualquiera lo haría. Eso físico instalado en medio de un museo, en una sala vacía, los cuerpos en “situación de” (estar en la playa, salir de compras, mirarse el cuerpo tajeado por una herida), sitúa a esos plásticos replicantes en una escena narrativa de sus vidas. Cada escultura cuenta a través de una gestualidad que está al servicio de una historia; algunas miradas de tristeza infinita –incapturable– dan cuenta de una tragedia que se evidencia en el más puro movimiento cotidiano. Esa mujer que carga dos bolsas de compras en sus manos y un hijo en el pecho nos habla de cualquier mujer solitaria y resignada a cargar con bolsas e hijos, una mujer de clase obrera, quizás beneficiaria de algún plan estatal, seguro entristecida por una vida rutinaria. Y más allá de la gestualidad y la réplica asombrosa de venas y comisuras y pelitos y marcas de cada cuerpo propio, único, lo que nos trae la verdadera dimensión de esos seres –de pronto se convierten en seres y el más allá de la física se instala– son sus miradas. Uno comienza a buscarles los ojos a las esculturas, el brillo apagado, el temblor de sus vidas en miradas que hablan, que narran. ¿De quién son esos ojos? ¿Cuáles son los modelos, si los hay? ¿En qué cuerpos encontró el artista a sus musas?
Si bien una escultura representa a un negro adolescente y otra al cadáver colgante de una gallina gigante, desplumada y degollada, la primera toma del documental que registra su trabajo podría darnos una pista: un primerísimo plano de la cara de Mueck conecta sus ojos, la intensidad de su mirada triste y lacrimosa, con los ojos de sus esculturas. En otra toma lo vemos mirarse los pliegues de la piel de las falanges mientras talla la de uno de sus replicantes. Es una hipótesis pero también es cierto que la mayoría de las esculturas responden a un fenotipo, unos rasgos étnicos: los del propio artista, que ha estudiado el cuerpo humano hasta el punto de poder copiarlo –con su técnica, con su arte– de forma literal pero sin olvidar su poesía o el contexto en el que está inmerso. O en un contexto creado o metafórico que convoca al espectador a involucrarse con lo que ve, a inventarles un pasado o unas circunstancias a los personajes. Es lo que pasa con la escultura titulada literalmente “Hombre en un bote” (159 por 137 por 425,5 centímetros); o es lo que me pasa frente a esa escultura: un hombre completamente desnudo sentado en un barco, un náufrago absoluto, es captado en el momento preciso en que detecta a lo lejos, en la costa o en medio del mar, un bulto, un movimiento, la posibilidad de un dique o la certeza de una isla que se aleja. Su mirada es tan intrigante y la metáfora tan arquetípica que uno no puede más que conectarse con los naufragios universales y sin tiempo, los reales pero sobre todo los simbólicos, aquellos ante los que se encuentra el hombre cuando alrededor todo es océano, existencia acuosa. Y así como el artista logra esa ontología con la obra que ex profeso no tituló poéticamente, en otras el contexto sugerido –o el cuerpo y sus adornos o el cuerpo como herramienta– nos sitúa en una sociedad y sus clases: el adolescente negro que tiene tajeada la panza a la altura de las costillas nos dice algo del racismo y la violencia; la mujer gorda y desnuda –que recuerda a Botero– y que carga un manojo de ramas, nos indica el sacrificio del trabajo de sol a noche; un hombre recostado en una cama inflable sobre una pared celeste que evoca una piscina habla del gesto del hombre rico o acomodado. Ese hombre rico que tiene una cadenita de oro en su cuello es el único al que el artista le tapa la mirada con lentes de sol, y sólo ese gesto funciona como una manifestación ideológica de la obra.
Obras que manifiestan intenciones de todo tipo aunque el catálogo y Mueck –con evidente provocación– insistan en que son neutras, no narrativas. Allí están las esculturas, casi respirando, susurrando sus vidas, invitando a los hombres a pensar en las historias de otros y en sus propios naufragios.
1. Avenida don Pedro de Mendoza 1929, La Boca. Hasta el 23 de febrero.
Las esculturas de Mueck parecieran respirar; a prima facie, “solamente les falta hablar”. Son obras que desafían la mirada inquisitiva e invitan a disfrutar de un relato que se engolosina en los detalles: uñas, pelos, barba, pestañas, costillas, color de piel, posturas físicas, miradas, sentimiento y la excelencia absoluta en la realización de las manos donde venas, uñas, gesto, tensión de la fuerza que realizan –o por el contrario, la relajación- emociona por la perfección técnica, la destreza artística y el profundo conocimiento del material de trabajo que combina resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas, entre otros.
Leyendo los textos de catálogo, encuentro las palabras de Robert Storr (artista, crítico y curador, curador en jefe de pintura y escultura del Museo de Arte Moderno de Nueva York, MOMA entre 2000 y 2012), quien apunta una impresión muy afín a lo que yo sentí frente a las obras: “En pocas palabras, conjuren mentalmente un elenco de personajes totalmente comunes realizados con naturalismo extremo hasta el mínimo detalle, salvo por el hecho de que son demasiado grandes o demasiado chicos para ser reales. O conjúrenlos para descubrir que de hecho son de nuestro tamaño, pero sin embargo y de alguna manera demasiado reales (…), al punto de generarnos inquietud en su presencia, como las estatuas de cera o los cadáveres que han sido tan embalsamados que no osamos tocarlos, a pesar de lo muertos que están. ¿Y dónde quedamos nosotros en medio de esas extrañas presencias? Dos cosas son ciertas: estamos muy lejos del ideal clásico de la escultura, e igualmente lejos de su equivalente modernista en la abstracción idealista. De hecho, hemos llegado a un tipo de arte excéntricamente ilusionista, que solo puede florecer una vez que esos dos paradigmas han perdido su autoridad para tener cautivos, secuencialmente, a los artistas, los referentes del gusto y los aficionados del arte en general. Hemos ingresado en el terreno de la subrogación del trompe l’œil, de los sosías que inducen al error, de los gemelos grotescos. De hecho, estamos en medio de recordatorios sumamente desconcertantes de hasta qué punto es posible acercarse a duplicar la naturaleza y de hasta qué punto los resultados se apartan inexorablemente de la realidad”.
Son nueve las obras que integran la muestra siendo tres de ellas nuevas (2013), exhibidas por primera vez después del evento original en París: Young Couple, Woman with Shopping y Couple Under an Umbrella. Una particularidad es que son tres esculturas que vinculan a dos seres humanos estableciendo un tipo de relación que las contiene y comunica de distintas formas. Dice la curadora de la muestra: “Ron Mueck ha revitalizado la escultura figurativa contemporánea. Ron Mueck hace uso de una rica diversidad de recursos, como fotos de la prensa, tiras cómicas u obras maestras históricas, recuerdos proustianos o antiguas fábulas y leyendas.” El conjunto de esculturas se completa con Still Life (2009), Woman with Sticks (2008), Drift (2009), Youth (2009), su gran autoretrato Mask II (2002) y Man in a boat (2002). Como punto de cierre, se da a conocer una película sobre el solitario y obsesivo proceso creativo del artista, realizada por Gautier Deblonde para la muestra de París. “Still Life: Ron Mueck at Work” (Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando).
Abordar algunos ejemplos, aporta datos interesantes: Youth nos habla de la violencia como moneda corriente, reflejada en el cuerpo de un joven negro que se mira su herida casi como lo hiciera un incrédulo Santo Tomás frente a la herida de muerte de Jesús, según el decir de Storr.
Woman with Sticks y Man in a boat nos incomodan, nos atraen poderosamente a pesar de su tamaño pero nos generan cierta angustia e inestabilidad procedente de ese “no saber” o no comprender –porque pareciera todo el tiempo faltarnos información- porqué están desnudos, porqué lucen preocupados, cansinos o esbozan una sutil mueca maquiavélica como la de la mujer de las ramas desproporcionadamente grandes. Young Couple retrata a dos personajes que parecieran compartir un secreto, un gesto de confianza y ternura los vincula cuando vemos la escultura de frente. Absolutamente “ordinarias”, por lo corriente y familiares que se nos presentan en aspecto y detalles, es su tamaño –como suele acostumbrar hacer el artista- el que nos hace tomar distancia y no confundir jamás esa sensación de realidad con la realidad misma. Y esto se intensifica cuando esa sensación de comunión que experimentamos frente a la obra, se altera al recorrerla y descubrir por detrás que las manos de los amantes no están entrelazadas o por lo menos compartiendo un gesto romántico sino que nos presenta la duda y la tensión de no saber si ese gesto “cariñoso” no es por el contrario una explícita marca de violencia. Mueck nos hace presenciar una situación íntima que los protagonistas parecieran querer disimular; en ese “retorcer con afecto” la mano de la chica, se plasma todo el universo ambiguo de las relaciones humanas en general y de las parejas en particular. Y sin duda, el protagonismo –por escala primero y por impacto emocional después- se lo lleva Couple Under an Umbrella, otras de sus nuevas obras. Coincido plenamente con la opinión de Justin Paton (curador en jefe de la Christchurch Art Gallery de Nueva Zelanda), cuando dice que hay un detalle que en primera instancia se le pasa al espectador y tiene que ver con esa acción que genera la mano del hombre que rodea el brazo de su mujer; él recostado en su regazo y ella sentada estoicamente, apoyada sobre sus brazos, se comunican a un nivel que excede el simple contacto cotidiano. Dice Paton, “Para asimilar la potencia de ese detalle, pensemos en el modo en que las manos suelen comportarse en otras obras de Mueck. Casi siempre suelen traslucir desapego, ensimismamiento o autoprotección. En contraste, hay algo torpe y maravillosamente afectado sobre el modo en que los dos bañistas se sostienen uno al otro: la pierna de ella sostiene la cabeza de él, el brazo de él sostiene el torso de ella. Eso sugiere una cierta comodidad con el cuerpo del otro, una sensación de posesión compartida, de bien común, que se ha ido desarrollando a lo largo de las décadas. En contraste con la posesiva toma de manos de Young Couple, podemos pensar que Couple Under an Umbrella representa el despliegue del sentido más positivo del verbo “sostener”: sostener con fuerza a alguien, sostenerlo de por vida, sostener un momento de vida frente al flujo del tiempo.”
Los personajes de Mueck no responden al universo fantástico de los efectos especiales -universo que el artista conoce y acostumbró recorrer durante muchos años trabajando en cine y televisión-Como buen hijo de jugueteros, aprendió a manejar lo inerte de manera espectacular pero el espectáculo no se hace presente en todos sus trabajos sino que apelan más a situaciones y seres que navegan aguas turbias, indefinidas, oscilando entre un mundo real y uno imaginario; personajes que guardan individualidad a pesar de estar acompañados, personajes que se vinculan generando interrogantes, desde sus soledades y poniendo en manifiesto sus enigmas. Concluye Storr: “Hay un género del arte costumbrista que es distintivo de fines del siglo XX y principios del XXI: es enfáticamente corpóreo, visualmente excesivo y, en el caso de Mueck, es una evocación abrumadoramente háptica de lo que podría ser pero de hecho nunca fue, de mundos que son alternativamente plausibles y otras veces directamente implausibles, inescapables, incluso opresivos, como el nuestro”
Los detalles de sus obras, mayormente realizadas con silicona y resina, y los gestos de cada una de las figuras no dan lugar a la indiferencia. Además, es posible ver en el auditorio de la fundación una proyección con el proceso de trabajo del artista australiano.
La exhibición está hasta el 23 de febrero en Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929, La Boca, Caminito, de martes a domingo de 11 a 19)
Over the last decade he got recognition for his hypperealistic sculptors of human figures. His sculptures are made from resin, fiberglass, silicon and acrylic paint to faithfully reproduce every detail of the human body. Mueck captivates and enraptures the viewer, because his work maintains some mystery in it, although its hyperrealistic. By playing with scale, the sculptures touch on the emotions of the viewer.
This exhibition is conceived by Fondation Cartier pour l’art contemporain (Paris) and curated by its director Hervé Chandès and associate curator Grazia Quaroni. Click on the links below for more information:
Buenos Aires, Argentina: until February 23, 2014 (Proa Foundation)
Rio de Janeiro, Brazil: from March 19 – June 1, 2014 (Museu de arte Moderna Rio de Janeiro)
Por Agata Zaldivar
Escultura hiperrealista. Categoría posmoderna; el hiperrealismo se erige como una superación del realismo, algo más allá del realismo y en efecto lo es. No se propone generar efecto de realidad ni tampoco una mímesis. La propuesta es otra: jugar a ser, en sentido propio, lo real. He aquí algunos problemas. El artificio propio de la obra de arte se esfuma poco a poco y el sujeto productor, el artista que crea, se difumina para dejar lugar a su obra. La obra es la que por un segundo, para el espectador, se erige como la realidad misma para llevarlo al terreno de la duda: ¿es esto real o es una obra de arte? Demasiado perfecto para ser real, demasiado perfecto para tener detrás, un agente humano. Lo real no presenta fisuras – al menos no evidentes – aunque las tiene. El realismo (en sentido estricto, el realismo decimonónico) también tiene sus fisuras; es, precisamente, lo que lo hace tan real. En el hiperrealismo esas fisuras tratan de disimularse al punto de desaparecer. Ron Mueck desaparece tras sus obras pero no se lo puede omitir: es él el gran sujeto tácito, es quien las hizo, subyace.
La obra de Ron Mueck nos lleva al terreno de la duda, pero nos da una pista: nada que tenga esas dimensiones podría, jamás, ser real. Lo que se genera es un efecto, efecto que otros artistas hiperrealistas no generan –o quizá no se lo proponen- : el efecto de lo siniestro. Lo siniestro es definido por Freud como una aparición de lo reprimido, como aquello conocido que, debiendo haber quedado oculto, de todos modos se ha manifestado. Y agrega que lo siniestro se puede evocar por una repetición de lo semejante. La obra de Ron Mueck, es, bajo esta definición, sin dudas siniestra. Freud señala que “E. Jentsch destacó, como caso por excelencia de lo siniestro, la «duda de que un ser aparentemente animado, sea en efecto viviente; y a la inversa: de que un objeto sin vida esté en alguna forma animado»”. Y es eso lo que perturba al estar en las salas de Fundación Proa, entre las obras de Mueck. ¿Están animados esos objetos? ¿Son objetos? ¿Cómo se crean esos objetos (o monstruos, a mi criterio) que parecen reales –demasiado, espantosamente reales- por obra del hombre? Parece no solo generarse el sentimiento de lo siniestro sino también una suerte de apoteosis del artista: juega a ser el creador.
Puede palparse una admiración grande y también una cierta frustración del espectador al tener, de antemano, la seguridad de que lo que ve no es lo real. Pero quizá hay ahí también un gesto esperanzador. Se percibe un cambio de paradigma respecto del arte y la realidad: el arte es, en última instancia, la creación de una realidad; realidad semejante a la que todos acordamos llamar ‘realidad’, pero hecha con nombre y apellido, por un sujeto - igual que nosotros - que crea y produce una realidad otra. Quizá lo siniestro radique en ese gesto de posibilidad infinita de creación, de mutación absoluta y de control total sobre la realidad: tal es el control, que se la duplica, triplica, multiplica y se la condimenta a piacere. Quizá lo siniestro radique en que el espectador cree que comparte el pacto con el artista y que Proa no expone más que una muestra de esculturas, un montón de artificios hechos "por". Pero, en efecto, desde el momento que se topa con la primer obra, sólo ha logrado romper el pacto de la ficción, seguir en el terreno de lo real, y cuestionarlo.
Lo que se juega en las obras de Mueck pasó a un plano que no es el del arte, sino el de la realidad o hiperrealidad, más real que lo real, más allá de lo real, más allá de la física, metafísico. Y es ahí donde está su éxito: no hablamos de arte cuando entramos a Fundación Proa, hablamos de lo real. El artista cuenta con una ventaja y es que, en tanto artista, artífice de lo real, juega en otro plano y con otras herramientas aunque parece situarse en este, en el de la realidad vulgar y nos “engaña al prometernos la realidad vulgar, para salirse luego de ella.” La ventaja está ahí, en esa posibilidad de engaño, en ese pacto ficcional firmado antes de ingresar a la muestra que súbitamente se rompe.
El hiato es irreparable. Los pilares de lo real, si aún no se derrumban, aunque sea, tambalean.
LAS MUECAS DE MUECK: DERIVAS EN LA NADA
Por Ladislao Serrano
Una cola de más de una cuadra de largo, pensándolo en negativo, podría ser algo molesto, si es que uno tiene que esperar que la cola, como una serpiente humana, o una lombriz, cuya cabeza no se distingue de la cola – la cabeza: humana; la cola: humana-, avance. Y cuando la cola larga –la lombriz, la serpiente humana- acaba, nos encontramos con que, de forma extraña, en Buenos Aires, hay miles y miles y miles de personas dispuestas, pensándolo en positivo, a ir a la fundación Proa a ver las esculturas hiperrealistas de Ron Mueck (escultor nacido en 1958 Melbourne, radicado en Reino Unido).Las obras de Mueck que la serpiente humana o lombriz presencian son algo poco común: es la primera vez que la obra del escultor pisa suelo sudamericano. Dicha muestra estará en Fundación Proa hasta febrero y luego se presentará en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. La lombriz o serpiente humana presencia algo extraño ya que según el folleto de la muestra, una “exhibición de Ron Mueck es un evento inusual”. Pero para la lombriz o serpiente humana porteña, ya nunca más será inusual una muestra de Mueck.
Diez piezas fechadas entre el 2002 y el 2013 componen la muestra. En estas diez esculturas Mueck juega con la realidad. Hombres, mujeres, jóvenes, viejos y algún que otro animal, componen un microcosmos que los curadores Hervé Chandès y Grazia Quaroni supieron organizar muy bien: conjugando los diversos tamaños de las esculturas, relacionando las obras que aparentemente tienen mayor afinidad, y dejando lucir en soledad aquellas que por tamaño – o por misterio- lo requieren. Este juego con la realidad se da de diversas formas. Por un lado, las técnicas mixtas producen un efecto potente: sobre una base de escultura clásica, de arcilla, Mueck define con enfermiza perfección y con diversos materiales, las pieles que cubren los cuerpos de sus esculturas; este choque entre formas clásicas y obsesiones materiales modernas es algo positivo en cuanto a los recursos que un artista contemporáneo en el campo de la escultura puede utilizar: no es ni muy clásico, ni muy moderno, sino una justa mezcla de ambos. Por otro lado, la realidad se tensa, no es una mera apuesta realista: las esculturas de Mueck juegan con las proporciones de forma tal que todo el realismo en la terminación de una uña, un pelo, un lunar, se derrumba al verlo en una escultura cuyo tamaño es demasiado pequeño o demasiado gigante para ser real.
Ahora bien, vale preguntarse porqué la lombriz o serpiente humana disfruta de las esculturas de Mueck; como dijo alguien muy inteligente: “qué raro tanta gente viniendo a ver esculturas realistas, cuando las cosas reales se ven todo el tiempo”. El pelo de la mujer que va de compras y lleva a su bebe colgando, es un pelo tan real que podría ser el de nuestra propia madre. La piel fofa y blanca, arrugada y estirada de la pareja de viejos que descansan debajo de una sombrilla podría ser de alguno de nuestros abuelos, o algún viejo cualquiera que uno ve en la calle. Entonces: ¿qué hay de atractivo en estas esculturas? Pensemos. Por un lado, la textura tan lograda en estas esculturas es algo que impresiona e incluso provoca algo de molestia: una ambigüedad que en lo espeluznante, es atractiva. Por otro lado, -descartando que la afluencia de público se trate de la gran oleada de publicidad de la cual es objeto la muestra- se trata de esculturas que se encuentran en posturas diversas y se enmarcan en conceptos también diversos: el tiempo, la vejez, el consumo, la muerte, el minimalismo, el miedo, la modernidad. Esta amplitud de conceptos, acorde a otra doble amplitud: de tamaños, de poses, permite que una obra con cierta carga misteriosa, tétrica, pueda también contemplarse con una relativa tranquilidad.
Es decir, la tranquilidad es siempre relativa. La posibilidad de que una escultura de Mueck “guste”, se rodea de una incomodidad que quizás sea lo que las miradas de las esculturas transmiten - incluso la no mirada del pollo muerto gigante que cuelga de un gancho de matadero-: algo tenebroso, no humano, no real: la nada misma. De ahí, un problema: qué hay de positivo en las obras de Mueck y, en todo caso, si la apuesta es en su totalidad negativa: ¿se trata de mostrar lo real para negarlo, para superarlo, o, en todo caso la negación, la nada que habita las miradas, ese trance zombie, es pura negatividad, total fracaso en un mundo desvastado? ¿Se trata de aquel nihilismo posmodernista que tanto resultado da pero que vacía de contenido a las obras? ¿Qué habita en esta nada? No lo sabemos, o Mueck, y esto debería servir para que la crítica piense, en vez de celebrar por que sí, no quiere decírnoslo. O tal vez nos lo está diciendo y nos quedamos distraídos en su obsesión, en los detalles. Tal vez, tal vez. Ahora bien, si Mueck, como sostiene el folletín, se propone “iluminar las verdades universales”, y sus esculturas serían una apuesta obsesiva por “la verdad”, vale preguntarse: ¿de qué clase de “verdades universales” se trata, con qué “verdad” el artista está obsesionado? Quizás podamos ensayar algunas respuestas. Podemos pensar que la escultura titulada Drift, (una instalación en la que vemos a un hombre en traje de baño disfrutando del sol sobre un flotador, colocado sobre una pared celeste, que hace, o provoca el efecto de agua), traducida como “a la deriva”, no es sino una metáfora de ciertos problemas artísticos:¿el hombre está nadando –flotando- a la deriva en una nada, o acaso se trata de una deriva menos problemática, en la que este disfruta, incluso conflictuado, de su propia indecisión? Podemos pensar: quizás tenga razón el niño que miraba con asombro la impactante escultura Still life (traducida como “naturaleza muerta”, se trata del pollo muerto colgando desplumado antes mencionado): ¿qué hace un pollo gigante colgando dentro de un museo? La pregunta del niño vale para pensar mucho en las muecas de las esculturas de Mueck. Eso sí, al salir de la muestra, aún la lombriz, la serpiente humana crecía y crecía afuera.
Exposiciones de pintura y fotografía, retrospectivas, homenajes, talleres para chicos y adolescentes, conciertos y visitas guiadas son algunas de las propuestas de los museos de la Ciudad de Buenos Aires para este verano 2014.
La oferta cultural para el verano que ya pusieron en marcha los espacios porteños abarca propuestas multidisciplinarias que incluyen fotografía, retrospectivas, arte, archivos develados, talleres y conciertos, con el acento puesto en las visitas interactivas. Con esta premisa, muchos espacios idearon recorridos guiados, algunos inauguraron muestras y otros organizaron actividades lúdicas y musicales.
MUSEO NACIONAL DE BELLAS ARTES (AVENIDA DEL LIBERTADOR 1473). Se exhibe la muestra de retratos y pinturas de Enrique de Larrañaga (1900-1956), un artista central en el arte argentino de la primera mitad del siglo XX que fue rescatado luego del sabotaje emprendido por la oleada antiperonista de la década del cincuenta.
MUSEO DE ARTE MODERNO DE BUENOS AIRES - MAMBA (AVENIDA SAN JUAN 350). Presenta desde el 5 de febrero la primera gran retrospectiva de Sebastián Gordín, con su vasta producción de pinturas-maquetas y maquetas escultóricas con escenas afectivas de la vida cotidiana porteña.
MALBA (AVENIDA FIGUEROA ALCORTA 3415). Sin dejar de perderse el mural de Antonio Berni, el único fresco de temática indigenista que se conserva del gran maestro argentino en el museo, se pueden realizar visitas participativas por las exposiciones de Elba Bairon y Liliana Porter.
Los recorridos por las obras más nuevas de la colección del museo funcionarán de disparadores para los talleres en los que los adolescentes conocerán los procesos de creación del arte contemporáneo (jueves 23 y 30 de enero a las 17).
Además, como parte de la exhibición "Encuentros Tensiones", el martes 28 de enero habrá un recital de Leo García y Axel Krygier se presentará el 10 de febrero.
MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO DE BUENOS AIRES - MACBA (AVENIDA SAN JUAN 328). Todos los domingos de enero y febrero se realizarán talleres de arte que trabajarán sobre la construcción de los espacios, el uso de materiales cotidianos y el conocimiento de las técnicas utilizadas por los artistas.
Durante la temporada estival se desarrollarán los "Recorridos dialogados" (de miércoles a lunes a las 17) sobre la exhibición "Geometría al límite", con obras de artistas como Juan José Cambre, Lucio Dorr, Guillermo Kuitca, Karina Peisajovich, Pablo Siquier, Leila Tchopp, Mariano Vilela y Carola Zech.
FUNDACIÓN PROA (PEDRO DE MENDOZA 1929, LA BOCA). Una de las muestras más visitadas de 2013 fue la del artista australiano Ron Mueck, que recaló por primera vez en Sudamérica con nueve de sus obras que representan la figura humana de un modo realista y que se podrán ver hasta el 23 de febrero. En tanto, la exposición del argentino Jack Vanarsky se extendió hasta el 19 de enero. Además, durante el verano funcionará el Centro Cultural Nómade, con talleres y juegos en la vereda del museo para estimular la creatividad y la reflexión de grandes y chicos, integrando cultura y medio ambiente.
CENTRO CULTURAL RECOLETA (JUNÍN 1930). Hasta el 16 de febrero se puede visitar “Calentamiento Global” de Ernesto Bertani, una representación del planeta Tierra formado por cientos de módulos unidos entre sí, que se derriten y deforman a causa del calentamiento global.
CASA NACIONAL DEL BICENTENARIO (RIOBAMBA 985). Hasta el 15 de marzo, de martes a domingo y feriados, de 15 a 21 hs, se puede visitar la exhibición en homenaje a la vida y obra de Leonardo Favio con textos, material de archivo, fotografías, testimonios, películas y audiovisuales especialmente realizados para la muestra.
Otra exhibición que no se puede dejar de ver es "Archivo Bolaño. 1977-2003", una exposición, de carácter documental, sobre la obra que el escritor chileno Roberto Bolaño desarrolló en España durante casi tres décadas: objetos, testimonios, diarios de vida y manuscritos con acotaciones y dibujos del autor de Los detectives salvajes. Hasta el 16 de febrero en el Centro Cultural Recoleta.
"Argentina Lisérgica. Visiones Psicodélicas en la Colección del Museo de Arte Moderno" seguirá hasta mediados de 2014 con un recorrido por la iconografía y los escenarios de época de los desbordados sesentas y los intensificados setentas. También en el MAMBA y hasta el 26 de enero, se exhibe "Container", de Jorge Macchi y la recientemente inaugurada "Último recursos", de Luis Terán, con obras que fueron realizadas allí mismo, ya que el artista trasladó su taller para crear esculturas modernas con recursos formales y conceptuales de la contemporaneidad.
En cuanto a fotografía, se expone hasta el 28 de febrero "Madre. 1983-2013. 30 años de democracia", en el MNBA, un homenaje de 40 retratos y 20 fotografías de Marcos Adandía a las Madres de Playo. Y también está "Retratos", de Oscar Balducci, con imágenes de personalidades de la cultura nacional realizados entre 1962 y 2010 por este genial fotógrafo y dramaturgo. Hasta el 31 de enero, en el Palais de Glace (Posadas 1725).
En Occidente ha triunfado la imagen, y si bien hay un público que disfruta y acepta el arte abstracto, el expresionismo, o el simbolismo, no puede negarse que, la industria audiovisual (cine, televisión, historieta, revistas, fotografía) cobró una dimensión que a veces nos abruma. El arte y los artistas no pueden soslayar esa influencia. Sin embargo, así como Picasso renunció a su talento natural para buscar otras formas expresivas, a lo largo del arte occidental el arte realista se nutrió de otros elementos, y los artistas trataron de escapar del recurso fácil de la destreza técnica: imágenes cargadas de símbolos, figuras enigmáticas escondidas, distorsiones deliberadas (anamorfosis), hiperrealismo, surrealismo...
Ron Mueck (artista australiano que vive en Londres) no fue ajeno al mundo industrial de la imagen: fabricó marionetas y maquetas para la televisión, trabajó en la industria publicitaria y terminó utilizando efectos especiales cinematográficos para realizar sus figuras hiper realistas. Pero sus figuras son tan cercanas a la realidad, que su arte podría encuadrarse dentro del "costumbrismo": las figuras que muestra (incluídos sus autorretratos) son figuras de personajes cotidianos, familiares, como cualquiera que podamos encontrar a nuestro paso. Los diversos materiales y la técnica que utiliza hacen que sus figuras nos lleven a detenernos hasta en los mínimos detalles: cabellos, piel, arrugas, sin embargo, se trata de un artista, y por lo tanto, es SU mirada la que termina prevaleciendo, y la del espectador que se enfrenta con su obra.
La exposición:
En la Fundación PROA, en La Boca (Ciudad de Buenos Aires) se exponen 9 de sus obras en una gira que terminará en el mes de Febrero en Río de Janeiro.
La 1ª obra con la que uno se encuentra es su propio rostro, bajo el aspecto de una gigantesca "máscara". Y el tamaño, ya sea por la desmesura como por un tamaño menor a la escala real, es lo primero que desconcierta. Pero no es lo único...
Las esculturas de Mueck sorprenden y nos interpelan por sus actitudes corporales, por los gestos, por las miradas, y hacen que nos sintamos conmovidos: no se trata SÓLO de hiper realismo. Se trata de obras de arte, donde la mirada del artista hace que el espectador se sienta involucrado y ponga en juego su propia y personal mirada. Las manos que se tocan, a sí mismos o a otros, las miradas que se encuentran y las que no, la ansiedad, la sorpresa, los sentimientos compartidos, todo está en esos personajes, en sus ojos, pero también en sus gestos y en sus cuerpos.
Todo lo que se diga o escriba será insuficiente, y no podrá reemplazar a la experiencia de estar frente a las obras. Una experiencia que será única y personal que vale la pena vivir.
Son escenas simples, de la vida cotidiana: dos adolescentes agarrados de la mano, una pareja bajo una sombrilla, otro que toma sol en la pileta, o un hombre que levanta su remera (camiseta) para mostrar una herida. Las esculturas hiperrealistas del australiano Ron Mueck son increíblemente perturbadoras: el parecido con la realidad es alucinante pero, como no son a escala humana (siempre son más chicas o más grandes), el ojo reconoce lo que ve pero el cerebro sabe que hay algo estrictamente imposible.
En París fue un éxito: más de 300 000 personas, récord para la Fondation Cartier desde su creación en 1984. Ron Mueck ya había expuesto en Cartier en 2005, pero la muestra que duró hasta octubre del 2013 fue más completa. La expo viajó a la Fundación PROA, en Buenos Aires (del 16 de noviembre del 2013 al 23 de febrero del 2014). Y después se va al Museo de Arte Moderno de Río (Brasil).
Esta muestra se abre con ‘Máscara II’, el autorretrato gigante del rostro perfilado del propio artista dormido, como si estuviera apoyado en una almohada. La piel fina y arrugada en los párpados, las ojeras, los labios carnosos y entreabiertos, el cabello que parece natural, pero es de caballo, hacen pensar si las obras y personajes que se introducirán después no son producto de ese estado de sueño profundo.
Hay una humanidad inquietante en la monumentalidad de ‘Pareja bajo una sombrilla’. Un matrimonio de ancianos resguardados de los rayos del sol, inmersos cada uno en sus propios pensamientos. Se intuye una vinculación fuerte entre ellos: él se apoya en las piernas de ella y la sujeta del brazo.
¿Qué piensan? ¿Cómo es ese vínculo reservado que queda librado al observador? Justin Paton, en el texto curatorial del catálogo, habla con razón del diálogo entre dos introspecciones. Pero esa misma noción podría trasladarse a su elenco humano: la mujer proletaria que, cargada de bolsas con compras en ambas manos, traslada a su bebé con la presión que ejerce un sobretodo sobre su cuerpo; la pareja de jóvenes que simulan un idilio, aunque cuando uno recorre las figuras por detrás, descubre que él sostiene la muñeca de la chica con fuerza por medio de una rara torsión -¿la sujeta contra su voluntad?-; hombre desnudo con los brazos cruzados y a la deriva en un bote, y el que toma sol sobre una colchoneta, en una ‘pileta’. El agua es una pared celeste iluminada por un gran reflector; la última obra es un pollo, maniatado en sus patas, tendido boca abajo, tajeado, y con su grasa deslizándose por el pico.
¿Cuál es la intención de Mueck? ¿Qué historias quiere contarnos? Una aproximación posible, primero, podría ser la del engañoso desvanecimiento entre la realidad y la ficción. Y la escala aporta a esto. Pero ya en los límites de esta última, la carga significante estará indefectiblemente signada por el lastre de la propia percepción.
Las “técnicas” (varias), los materiales empleados (varios) y los “estilos” (simbolismo, costumbrismo, realismo, naturalismo, hiperrealismo, etc.) tal vez sean menos prioritarios (de aplicar) y, la clave –al menos, una de las claves– de la obra de Ron Mueck pase por intentar apreciar ese instante en que él captura, “fotográficamente”, con sus esculturas, “la vida” (humana).
La extraordinaria mímesis con lo humano que nos ofrece Mueck –literalmente: con pelos y señales– invita a transgredir ese “momento congelado” (y sorprendente: la fidelidad en los detalles de sus esculturas-personajes, de todas las edades y tipos sociales humanos impacta, atrae y asombra) e hipotetizar, desde él, desde ese momento, tanto pasado como presente de estos personajes: ¿de dónde viene(n); a dónde va(n)?; ¿dónde está(n)?; ¿cómo llegó/llegaron allí? ¿Qué sienten? ¿Piensan? ¿En qué? ¿Y por qué? Estos, y otros mil interrogantes más son –pueden ser– el comienzo de una amplia proliferación de pensamientos y especulaciones sobre estos seres. Arte poderoso que convoca, desde lo que está, lo que no está: lo que pasó y estuvo (o pudo pasar/estar); y lo que pasará/estará (o podrá pasar/estar) en esas “vidas”.
Entonces: “polisemia escultórica”. Las nueve obras de Ron Mueck, exhibidas actualmente en la Fundación Proa –nueve de casi 40 que componen, hasta el momento, todo su corpus–, invitan a acercarse –en el pleno sentido del término: de una actividad que pueda explayarse desde lo visto, revisado, escrutado en estas esculturas, hasta lo imaginado, lo especulado, lo potencial (lo “posible”) ya aludido– a una variada galería: desde un gracioso autorretrato, Máscara II (Mask II, 2002), pasando por A la deriva (Drift, 2009) y Juventud (Youth, 2009), hasta la gigante Pareja debajo de una sombrilla (Couple Under an Umbrella, 2013), que permite, por ejemplo, pensar en el paso del tiempo: en el “destino común natural” de todos los seres humanos: la vejez y la muerte; o, también, en los “detalles” que nos permiten imaginarlos a ellos, desde “lógicas preguntas” tales como ¿por qué la mujer tiene anillo de casada y el hombre no?; ¿en qué estado anímico se encuentran?; ¿a qué clase social pertenecen? En otras obras, como Juventud, o Mujer con las compras (Woman with Shopping, 2013) aquella última pregunta puede ser respondida más directa o “fácilmente”: el joven negro vestido con ropas “populares-de moda” y su herida, invitan a pensar en la vida, con toda clase de violencia, de los sectores humildes; o las bolsas de compras de la mujer, el precario “sistema” con el que carga a su bebé, sus ropas simples, oscuras, de ajetreada vida urbana (“anónima”, de masas), y sus propias facciones, que de-muestran que pertenece a las clases trabajadoras. (Y a propósito de Mujer…, cabe destacar lo que señala el artista, crítico y curador Robert Storr en sus “Notas sobre Ron Mueck, Londres y París” –texto que se publica en el catálogo Ron Mueck, de Proa–: “A pesar de la década que separan a los dos artistas y de la crucial diferencia de género que califican sus puntos de vista divergentes, esta obra nos recuerda poderosamente al totémico Persistent Antagonism (1947-1949), de Louise Bourgeois, y sus variadas versiones del tema de la ‘mujer con paquetes’ en su idea de la femineidad como una acumulación de cargas: los hijos, las cosas y el propio cuerpo de la mujer”.)
Por su parte, Naturaleza muerta (Still life, 2009) siendo, una vez más, una reproducción gigante: un pollo congelado, invita a jugar desde su título (que alude a los ejercicios plásticos del renacimiento) con los significados del actual “uso” de la naturaleza; en este caso, desde la industria “alimenticia”. (Y, tal vez, pueda decirse también que las escalas de Mueck –gigantes o pequeñas, comparadas con las reales medidas del cuerpo humano; o como en este caso, de un animal– tienen por finalidad el tratar de hacernos enfocar lo que nos presenta… más allá de los tamaños en sí.) Y Pareja joven (Young Couple, 2013) deja ver algo “de frente”… y otras cosas “por detrás”, cuando se la rodea; y sin embargo, según el mismo Mueck (citado en el texto de Storr) “Podría significar diez cosas distintas”. Dice el crítico: “Mueck explica que el motivo […] fue su deseo de capturar la ambigüedad de la relación de pareja y más particularmente el gesto del muchacho”. Tan es así que, con esta escultura, hay interpretaciones polarizadas: para algunos, se alude aquí a la violencia de género; para otros, se ve todo lo contrario. Dice Mueck: “Alguien que vio la obra me dijo que le parecía un ‘apretón protector’”.
La Mujer con ramas (Woman with Sticks, 2009) y el Hombre en un bote (Man in a Boat, 2002) responden, al parecer, a otro orden imaginativo: al de la metáfora y las alusiones a “otros mundos” u “otros seres”.
Trabajo, condición social, “destino”; lazos afectivos: además de “qué somos”, Mueck apela también al “cómo somos”: nos muestra en nuestra corporeidad. Detestando el rótulo de hiperrealismo para que se califiquen sus trabajos, Mueck nos invita a (ver) “lo nimio” del cuerpo humano; a lo que lo caracteriza en cada momento –un momento– del transcurrir de una vida; lo que solemos ver (en el ajetreo de las calles, en el hogar; como un paisaje por repetido desgastado, paradójicamente desconocido) todos los rutinarios días de nuestras vidas: arrugas, venas hinchadas, ojeras… partes/“fragmentos” de personas (lo que apreciamos a la mañana, a la noche, en nosotros mismos en nuestra cama). Así como se puede “llenar el espacio” alrededor de cada obra con alguna clase de entorno familiar, social –con alguna clase de “historia”–, también podemos detenernos en cada detalle de eso que, nosotros mismos –de manera relativamente al margen del origen y situación socio-económica–, somos: cuerpos humanos, en un estadío de nuestro tránsito temporal-vital.
La obra de Mueck entonces asombra en su grado de verosimilitud, de fidelidad a la materialidad corporal viviente, provocando introspección, y siendo el cuerpo origen, tránsito y destino de ese movimiento reflexivo.
* La muestra Ron Mueck continúa hasta el 23 de febrero en Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929), y se completa la exhibición con un film de Gautier Deblonde: Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando.
Desde marzo estará en el Museu de Arte Moderna de Rio de Janeiro.
El hiperrealismo del australiano Ron Mueck desembarcó en Buenos Aires como primera escala de su presentación en Sudamérica con una muestra que contiene nueve de sus impactantes esculturas y cuyos detalles han sido supervisados meticulosamente por el propio artista.
La Fundación Proa, en el emblemático barrio porteño de La Boca, es el escenario para “Ron Mueck”, su primera exposición en América del Sur, con trabajos que fueron exhibidos en la Fundación Cartier (París) y que, a partir de febrero de 2014, cuando se clausure la muestra en Buenos Aires, pasarán al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
Cada detalle de la propuesta ha sido supervisado personalmente por Mueck, que viajó hace unas semanas a Buenos Aires y trabajó, con la mayor discreción, en el montaje.
“Es meticuloso en extremo”, explica Pablo Zaefferer, el montador que colaboró con Mueck en Proa. “Marcó al milímetro la distancia entre las piezas, los giros de las luces, la ubicación de los epígrafes. Nada quedó librado al azar”, agrega. Una vez concluido el montaje, relata Zaefferer, Mueck recorrió la exposición varias veces en un día, a horas distintas, para observar las variaciones en la luz y hacer los últimos retoques.
“Máscara II”, un gigantesco rostro de un hombre dormido que recuerda los rasgos del autor, sorprende al visitante nada más acceder a la exposición y da paso a la gigantesca “Pareja bajo la sombrilla”, en la que dos ancianos descansan en traje de baño ajenos a miradas indiscretas.
La muestra de Buenos Aires llega precedida del éxito de Mueck en la Fundación Cartier, donde más de 300.000 personas acudieron a ver sus esculturas, lo que convirtió su exposición en la más visitada de la institución.
La exposición De Mueck permanecerá hasta el 23 de febrero en Fundación Proa, Avenida Pedro de Mendoza 1929, barrio de La Boca, de martes a domingos de 11 a 19.
En el ejemplar se incluyen las obras exhibidas del escultor australiano que han impactado al público y a la sociedad no sólo por sus dimensiones ampliamente superiores a una escala real sino por el realismo de sus facciones y expresiones.
La muestra de Ron Mueck ha sido concebida por Fondation Cartier pour l´art contemporain y cuenta con la curaduría de Hervé Chandès y Grazia Quaroni. Incluye esculturas en tamaño magnificado de figuras como una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas y un hombre desnudo en un barco a la deriva. Se la podrá apreciar en Fundación Proa hasta el 23 de febrero.
“Colorear con Ron Mueck” se puede adquirir en la librería de la Fundación Proa a un valor de $ 80. Es una novedosa manera de acercarse a la obra del artista y de conocer y revitalizar su trabajo. Más información comunicándose al 4101-1005 o escribiendo a libreria@proa.org.
Fundación Proa alberga en su sede de La Boca las magníficas e inquietantes esculturas de Ron Mueck, provenientes de Fondation Cartier pour l’art contemporain, hasta el 23 de febrero de 2014.
Dan ganas de tocar las extraordinarias y perturbadoras esculturas de Ron Mueck, para asegurarse de que son objetos y no personas, a punto de comenzar a hablar. Nadie queda indiferente ante estas apariencias que exhiben incertidumbres de la vida e indicios de la muerte.
Presencias verosímiles a pesar de las diferencias en escala, son gigantescas, como la escultura del pollo -de más de dos metros, colgado del techo boca abajo-, la pareja madura con sombrilla, o de dimensión reducida, como los jovencitos tomados de la mano.
“Nunca hice figuras de tamaño natural porque no me parece interesante; conocemos personas de tamaño real todos los días”, advirtió Mueck cuando aún conversaba con la prensa. Ahora prefiere que sólo hablen sus figuras, a las que cuida hasta la exasperación pintando ojos, venas y poros de la piel, peinando sus cabelleras. En la película de Gautier Deblonde -“Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando” (2011-2013)- durante una hora el artista labora sin hablar, paciente y minuciosamente, en su pequeño taller; el tiempo es una herramienta básica en su proceso de creación.
El espacio tiene un efecto enorme en sus obras y por eso Mueck vino a Buenos Aires para supervisar, junto a la curadora Grazia Quaroni, el montaje de la exhibición en Fundación Proa, concebida por Fondation Cartier pour l’art contemporain de París.
Los comienzos
Ron Mueck nació en 1958 en Melbourne, Australia, en una familia alemana de creadores de juguetes, emigrada a Gran Bretaña cuando él tenía nueve años. Aprendió de sus padres a fabricar títeres, también fue titiritero y trabajó para programas infantiles de televisión. Fue vidrierista y creador de muñecos. A partir de los años ’80 comenzó a trabajar en películas y series. Experimentó con diversos materiales y perfeccionó su técnica, ahora insuperable. Instaló una empresa, incluso produciendo efectos especiales y piezas para publicidad.
Abandonó esa lucrativa carrera cuando el empresario y coleccionista Charles Saatchi lo invitó a participar en “Sensation: Young British Artists from The Saatchi Collection” (1997), Royal Academy of Arts, Londres, tras ver la escultura “Boy / Pinocchio” (1996) -de 83 cm., solo vestido con calzoncillos blancos- en el taller de su suegra la conocida artista Paula Rego. En “Sensation”, la figura achicada del cuerpo desnudo del su padre sobresalió y causó un impacto perdurable; esta cronista nunca pudo olvidar ese extraño homenaje al “Padre muerto”.
Mueck no asistió a escuela de arte alguna; realizó una residencia artística de dos años en la National Gallery, de Londres. En ese sentido, la contemplación cotidiana de obras de los grandes maestros de la historia del arte influyó en su trabajo; muchas de sus piezas tienen veladas o explícitas referencias a obras clásicas. “Juventud” (65x28x16 cm), la figura de un joven negro que se levanta la camiseta y muestra un corte de navaja en el costado izquierdo, por ejemplo, recuerda al gesto de Cristo resucitado, repetidamente pintado por los clásicos, mostrándole al incrédulo Santo Tomás la herida de lanza recibida en la cruz.
Ocho más uno
La exhibición despliega la figura de un ave y ocho con formas humanas. Aunque proporcionan información en múltiples detalles, tanto en su desnudez como con su vestimenta -la ropa de género evoca a las piezas del barroco americano-, solamente cabe imaginar las historias que proponen las mágicas y misteriosas esculturas.
Con la mirada apagada, la “Mujer con las compras” (113x46x30 cm) se encuentra detenida, quizá a punto de cruzar la calle. Mira hacia adelante, su ropa denota su pertenencia de clase. Está exhausta; tiene las manos ocupadas y lleva a un chico junto a su pecho. ¿Salió de un trabajo y pasó a buscar al bebé por la guardería? Preocupada, la mujer no le presta atención al chico, feo y demandante. ¿Qué le pasa a ella, se acaba de separar? ¿Tiene más hijos que la esperan en una casa desordenada?
La escultura con la mujer y el bebé no ofrece certezas, tampoco la gran “Máscara II” (77x118x85 cm), que inaugura la muestra. ¿De quién es? Posee algunos rasgos del artista.
Es imposible asignarle un sentido definitivo a las esculturas. Siempre pareciera existir en ellas un elemento de intranquilidad que posibilita múltiples deducciones. “Pareja debajo de una sombrilla” (300x400x 350 cm.) parece reflejar ternura y descanso. Es tan acertada la representación del hombre acostado en el regazo de la mujer que hasta parece respirar, con fuerza se aferra y hunde los dedos en el brazo de la mujer. ¿Es puro amor o se siente viejo y precisa un sostén? ¿A qué refiere este conjunto de figuras?
El observador dispuesto a dejarse sorprender, encontrará lo paradójico y lo medular también en “A la deriva” (118x96x21 cm), la figura del hombre con traje de baño y anteojos de sol que parece disfrutar al sol, sobre una colchoneta plástica clavada en la pared, tiene los brazos abiertos y parece estar crucificado, ¿La despreocupación que supone su pose es una fachada o perdió su trabajo y está inactivo? ¿Qué decir “Hombre en un bote” (159x138x425 cm)? Con rostro agobiado y desprotegido en su desnudez, el hombre trata de advertir qué dirección tomará la barca. ¿Está a punto de convertirse en una sombra errante o se dirige certero al mundo de los muertos?
Quizá Mueck desea hacer un comentario sobre la resistencia femenina en “Mujer con ramas” (170x183x120 cm). ¿La figura desnuda es proveedora y construirá un refugio? ¿Desguarnecida, carga un pesado fardo? Sí es seguro que entre la “Pareja joven” (89x43x23 cm) sucede algo truculento. De frente parece amigable. Pero por detrás, él estruja la mano de la chica como queriendo controlarla, quebrar su voluntad.
Es ocioso intentar clasificar la magnífica obra de Ron Mueck -¿es realista, hiperrealista, surrealista?-, que describe fuera de escala escenas de la vida y situaciones absurdas de la imaginación tan sorprendentes como corrientes, “sin comienzos ni finales felices” como apunta en el catálogo, el artista y crítico Robert Storr.
Este enigmático artista, quien trabajó durante varios años en la creación de efectos especiales para la industria cinematográfica, supo aprovechar los conocimientos específicos adquiridos, en combinación con una delicada sensibilidad, para crear una experiencia estética original, que maravilla, intriga, perturba e incomoda, pero nunca deja al espectador indiferente.
Uno no puede dejar de preguntarse por estas figuras humanas, por un lado familiares, con un pasado, presente y futuro, inmersas en situaciones cotidianas con las que todos podemos identificarnos, y por el otro lado, tan desconcertantes, distorsionadas en cuanto a proporción y el lugar que ocupan en el espacio dimensional.
¿Es la propuesta estética de Ron Mueck hiperrealista?, cabe cuestionar esto último y amigarse con la idea de que tal vez, se trate de una obra inclasificable. Es la tensión producida entre identificación y extrañamiento, el núcleo donde reside la potencia de su obra.
La muestra se puede visitar hasta el 23 de febrero 2014 en Fundación Proa (av. Pedro de Mendoza 1929, La Boca, Buenos Aires), de martes a domingo de 11 a 19hs.
El precio de la entrada es de $ 15. Los estudiantes y jubilados pagan $ 10 y $ 5 respectivamente, a excepcíón de los martes que ingresan de manera gratuita.
El verano llegó y se instaló en la ciudad, no quedan dudas al respecto. Llegó impertinente, con cortes de luz, rumores de saqueos, compras navideñas de último momento, bocinazos ensordecedores, pero por sobre todas las cosas con un termómetro porfiado que no quiere bajar de los 30°. La brea se derrite, los cuerpos se agotan, los (Buenos Aires) acondicionados no descansan y los coronistas de los informativos del mediodía insisten con el ritual de todos los años: fritar un huevo en el pavimento.
Muchos, los más afortunados, en apenas unos días, parten hacia la costa. A otros, por una razón o por otra, no les queda más alternativa que permanecer aquí. La pregunta es sencilla, ¿qué se puede hacer en la ciudad durante la temporada estival? Van algunas sugerencias.
Hasta el 23 de febrero, se exhiben en Fundación PROA y por primera vez en Sudamérica, nueve esculturas del artista australiano Ron Mueck (Melbourne, 1958), que viene de ser récord de público en París.
Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con la curaduría de su director Hervé Chandès y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerario hacia el Museo de Arte Moderno de Río de Janerio de marzo a junio de 2014.
Sin lugar a dudas, se trata del más emblemático hiperrealista del siglo XXI. Sus esculturas reproducen fielmente los detalles del cuerpo humano, más allá de sus juegos con la escala, los que generan un impacto visual aún mayor.
Las obras realizadas mayoritariamente con silicona, fibra de vidrio, pinturas acrílicas y resina están cargadas de información. Impactan y conmueven. Por momentos, tanto realismo incomoda al espectador que no puede permanecer indiferente.
Una de las obras más asombrosas de este artista es Pareja debajo de una sombrilla, una escultura de grandes dimensiones que representa a dos personas mayores descansando en la playa, en la que se ven infinitos detalles.
La Fundación PROA (Av. Don Pedro de Mendoza 1929) puede visitarse de martes a domingos, de 11 a 19 horas. La entrada de la muestra vale 15 pesos.
La exposición se encuentra en la Fundación PROA hasta febrero 2014. Seis de las nueves esculturas que Mueck presentó hace pocos meses en la Fondation Cartier (con record de 300.000 visitantes), las otras tres nunca no se habían exhibido antes. Ver sus obras nos hace sumergir en los primeros planos, en los detalles de la piel y realmente nos sentimos miniaturas.
Fundación PROA, Av Pedro de Mendoza 1929. Martes a Domingo, de 11 a 19.
Es cierto que durante el verano, especialmente en enero, Buenos Aires se vacía un poco. Se transita mejor, se viaja con menos compañeros de vagón y todo ayuda a paliar el calor que rebota en el cemento. Pero las actividades culturales no se detienen, aunque abran sucursales en distintos destinos turísticos.
de sus personajes y a su extraña escala.
El trabajo de Ron Mueck es único en el mundo por la potencia de sus obras, por la empatía que generan y por la admiración que despierta la perfección de su técnica. La idea de este artista, y por eso la curadora Grazia Quaroni descarta el hiperrealismo como posibilidad, es generar una obra neutra donde cualquier ser humano pueda sentirse identificado. Mirar a los ojos a una madre y percibirla cansada, ver las sonrisas de unos jóvenes y sentir la frescura del primer amor. El trabajo de Mueck reside en el interior del personaje y no en su vida externa. La ropa y los peinados son accesorios, el artista llega a un lenguaje completamente nuevo a partir de algo tan simple como reproducir una mirada o una arruga en la piel.
La posición del personaje, la situación en la que se encuentra, su rostro son decisiones que se conjugan para llegar a un lugar simple, a un sentimiento donde el espectador puede sentirse extrañado o identificado. De una manera u otra, aceptamos estas esculturas que superan los límites de nuestra mente y generan una situación de intimidad aunque estemos rodeados de cientos de personas.
En Fundación Proa En asociación con la Fondation Cartier pour l’art contemporain estas esculturas gigantes aterrizaron en Proa para desbarajustar al espectador. Gigantes que parecen reales pero no respiran, un dormilón fuera de escala que no sueña. Se podrán encontrar estas figuras y más hasta febrero en Fundación Proa.
Curada por Grazia Quaroni (curadora de la Fondation Cartier pour l’art contemporain), la muestra cuenta con dos partes: realidad y fantasía. La parte fantástica tiene más que ver con su tradición en cine: imágenes que podemos encontrar en leyendas, en mitologías, en sueños que todos hemos experimentado alguna vez. El sector más “realista”, reproduce escenas de la vida cotidiana con una emotividad que derrite titanes.
Existen 40 esculturas de Ron Mueck en el mundo y hoy en Argentina se pueden ver 9 de ellas. Es la primera vez que estos trabajos pisan suelo Sudamericano. Vienen acompañados por un film de Gautier Deblonde que es considerado una obra más de la exhibición: nos permite acompañar al artista durante su trabajo, con sus silencios, sus cuidados y sus decisiones que desembocan en un trabajo infinitamente poético.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y a la vez expresan la obsesión del artista por la verdad y la perfección de su técnica.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus esculturales viñetas provienen de escenarios que no tiene principio ni fin, son escenarios intermedios e inciertos que no existen por fuera de sus encarnaciones singulares como objetos que están solos”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
En representación por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Grazia Quaroni estará presente en Buenos Aires con disponibilidad para realizar entrevistas y encuentros con la prensa especializada.
La exhibición, concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con el apoyo de la Embajada de Francia en Argentina, cuenta con el auspicio de Tenaris – Organización Techint en Argentina y Brasil.
Del 16 de noviembre 2013 al 23 de febrero 2014
Fundación PROA
Ver más http://www.proa.org/
Av. Pedro de Mendoza 1929 – La Boca, Caminito
Esa muestra se exhibe ahora íntegramente en Fundación PROA, Buenos Aires, y luego se presentará en el Museu do Arte Moderna de Río de Janeiro. Es la primera vez que la obra de Ron Mueck se exhibe en Sudamérica.
El artista se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma y un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a la vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador.
Biografía
Ron Mueck nació en Melbourne, Australia, en 1958. Hijo de jugueteros, desde pequeño, entre títeres y disfraces, convivió con técnicas asociadas a dar vida a objetos inertes. Sin ninguna clase de formación artística formal, desde niño dedica su tiempo al modelado de figuras, vocación que luego desarrolla dentro la industria del cine, la televisión y la publicidad, como realizador de efectos especiales y creador de personajes.
Trabajó en diversos programas de televisión antes de ingresar en la producción de efectos especiales para cine - trabajó en los personajes de Laberinto (1986), un film fantástico de culto protagonizado por David Bowie.
A partir del año 1996, en colaboración con su suegra Paula Rego, produce una serie de pequeñas figuras como parte de una escena que ella estaba mostrando en la Galería Hayward (Londres) y comienza a abandonar progresivamente la producción de maquetas y modelos para cine y televisión.
La transición de artesano a artista se completa cuando es descubierto por Charles Saatchi, quien comienza a coleccionar sus obras y lo consagra como valor en alza. Saatchi elige Dead Dad, una escultura de pequeña escala del padre de Mueck muerto y desnudo, para la exhibición Sensation en el Royal Academy en 1997. Esa exposición incluyó también a otros “nuevos” artistas británicos como Damien Hirst y los hermanos Jake y Dinos Chapman.
Luego, en 2001, Mueck obtiene gran aceptación internacional y se destaca desde ese momento como uno de los artistas más originales del arte contemporáneo con Boy, un enorme niño agazapado de cinco metros de altura que se exhibió en el Milenium Dome y en la 49 ª Bienal de Venecia.
Ron Mueck no brinda entrevistas, incluso en el período previo a una nueva exhibición. Vive y trabaja en Londres.
Mueck, from Australia, has fascinated the world with his work since his debut on the art scene in the 90s. Currently working in London, the artist’s time in the UK is wonderfully present in the exhibition through delicate touches such as a Heinz baked beans can in the Sainsbury’s bag carried by one sculpture. Known for his hyperrealist work, Mueck mostly works in sculpture, churning out spitting images of real human beings at scales that range from the miniature to giant. Madame Tussauds should take note.
Mueck works with a variety of different materials, as demonstrated by the video placed at the end of the exhibition. Mueck is shown hard at work in his studio pasting layer after layer of clay lovingly onto the foundation of his sculptures, moulding as he goes. A resin comes next, and the realism of the sculptures we recognise from his exhibited works begins to shine through the lumpy mass. Mueck is infamous for his elusiveness; he has done perhaps one or two press interviews and shuns publicity. As such, this is a rare glimpse into the processes behind the finished result on show.
Near the entrance to the exhibition space is the first work, ‘Mask II’, a giant hyper-realist mask of a man’s face, said to be a self-portrait. No detail is ignored, from spots to painstakingly dyed hairs protrude grotesquely from magnified pores.
The artist, who began his career making puppets for children’s television programmes has certainly come a long way, only arriving at fine art after stints in model-making and animatronics. The mask is a good way to ease the public into the shocking style of Mueck’s work, which later in the exhibition adds details such as clothing, jewellery and furniture, which at any size, are no less realistic than the fleshy models he creates.
One of the exhibit’s standout pieces is undoubtedly an old couple reclining under a beach umbrella in swimwear, wrinkles and veins resplendent under the spotlight in the room. Another highlight is the plucked chicken hanging from the ceiling by a hook. However, the Mueck exhibition is full of surprises and ground-breaking work, and the exhibition is just as full of families as it is of art students and intellectuals, demonstrating its wide appeal.
It’s worth a trip as the first Mueck exhibition to come to South America – its next post will be in the Museum of Modern Art of Río de Janeiro from March until June 2014.
The Ron Mueck exhibition runs at Fundación Proa until the 23rd February 2014. For more information visit thewebsite or e-mail info@proa.org.
Apenas uno ingresa a Fundación Proa, el impacto es tan gigantesco como las obras exhibidas. Representaciones humanas en situaciones diversas (una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva), todas a gran escala y con una asombrosa perfección técnica. Nosotros, los espectadores, no podemos más que sentirnos enanos en una tierra de gigantes.
Mueck juega con las dimensiones. Sorprenden, por su tamaño, sus figuras inmensas, pero también se permite reducir extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear ambientes que conmueven al público. Agranda y achica con igual maestría.
Se trata de la primera muestra en Sudamérica de este artista australiano que vive en Londres.
Hasta el 23 de febrero estará exhibida en Proa. Vale la pena acercarse al asombroso mundo de Mueck.
Las esculturas reproducen al milímetro los matices de la piel, el vello púbico, las uñas, las arrugas y hasta los pliegues de la ropa. Pero no podrían calificarse de hiperrealistas, porque las dimensiones no suelen ser humanas (o bien son figuras pequeñas o gigantescas). La primera impresión genera sorpresa, porque parecen pesadas, pero son muy livianas, hechas con silicona, fibra de vidrio, pinturas acrílicas y resina. Hay algo en ellas que conmueve, a veces inquieta y nunca deja indiferente, algo que va más allá de la mera reproducción milimétrica. Están cargadas de información y de secretos, como cualquier persona.
"Queremos traer el mundo a La Boca", explica Adriana Rosenberg, directora de Proa. "Aquí hemos hecho muestras extraordinarias, de Giacometti, de Duchamp, de Louise Bourgeois, que son fundamentales para el conocimiento del arte. Pero lo que diferencia a esta es que el artista está vivo. En París tuvo tanto éxito que tuvieron que prorrogarla un mes. Y a nosotros nos gusta que haya esa conexión con Europa. Es muy importante que la Argentina no esté aislada del resto del mundo". La frase del aislamiento tiene más sentido pronunciada desde ahí mismo en La Boca, tal vez el barrio más turístico de Buenos Aires. Pero también uno de los más desolados en cuanto cae la noche.
Este maestro del hiperrealismo, que actualmente vive y trabaja en Londres se dio a conocer en la polémica exposición “Sensation”, de la Royal Academy de Londres en 1997. Su obra, en un perverso juego de hiperrealidad va más allá de lo real. Del gigantismo en Untitled (“Boy”), a la escala real del “recién nacido” Baby, 2000.
Este escultor se dio a conocer en la polémica exposición 'Sensation', de la Royal Academy de Londres en 1997. Los críticos y el público en general aseguró, en su momento, que su obra se trataba de un perverso juego de hiperrealidad que iba más allá de lo real. Del gigantismo en Untitled ('Boy'), a la escala real del 'recién nacido' ('Baby, 2000'). En todo se podría decír que su obra es tan innovadora que no se registran muchos casos similares, lo cual daba dejó perplejos a muchos. La pieza que expuso en esa ocasión era “Dead Dad”. Esa exibición incluyó también a otros 'nuevos' artistas británicos como Damien Hirst y los hermanos Jake y Dinos Chapman, que llevan su quehacer a extremos definitivamente estremecedores.
Ron Mueck nació en Melbourne, Australia, y formó parte de una familia encabezada por inmigrantes alemanes. Su origen profesional fue en el mundo de los efectos especiales para el cine, trabajando para Jim Henson en películas como Labyrinth (donde llegó a interpretar a uno de los personajes, Ludo) o 'The Dark Crystal'. Sin embargo había dado un paso hacia el mundo del arte aprovechando su talento para desarrollar creaciones plásticas con un realismo sorprendente. Entonces, Mueck se mudó a Londres, con el fín de establecer su propia compañía, creando utilería y “animatronics” para la industria de la publicidad. A pesar de ser altamente detallados sus trabajos, eran diseñados para ser fotografiados desde un ángulo muy específico, ocultando así el desorden de la obra vista desde otro ángulo. Mueck con más y más frecuencia deseaba producir esculturas que se vieran perfectas desde cualquier punto de vista.
En 1996 Mueck cambió hacia el 'arte refinado' colaborando con su suegra, Paula Rego, para producir pequeñas figuras como parte de una escena que ella estaba mostrando en la Galería Hayward. Rego lo presentó con Charles Saatchi quien inmediatamente quedó sorprendido con su trabajo y comenzó a coleccionar y solicitar trabajos. Esto lo dirigió hacia la creación que le formó un nombre a Mueck, “Dead Dad” (papá muerto) que es una escalofriante e hiperrealista obra de silicona y otros materiales, del cuerpo muerto de su padre, reducido aproximadamente a dos tercios del tamaño natural. Es la única obra de Mueck que usa su propio pelo para el producto final.
Las esculturas de Mueck reproducen fielmente los detalles del cuerpo humano, pero juega con la escala para crear imágenes que nos sacuden. Su obra de cinco metros 'Boy', fue mostrada en 1999 en el 'Millenium Dome' y más tarde se exhibió en la 'Biennale de Venecia'.
La exhibición, concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con el apoyo de la Embajada de Francia en Argentina, cuenta con el auspicio de Tenaris – Organización Techint en Argentina y Brasil. Este último país también podrá disfrutar de esta exposición un mes más tarde, luego de que se despida de Argentina. Concretamente, se expondrá en el Museu de Arte Moderna do Río de Janeiro, del 19 de marzo al 1º de junio de 2014.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y a la vez expresan la obsesión del artista por la verdad y la perfección de su técnica.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Todo eso está ahí, al lado de las nueve esculturas de Ron Mueck. O sea, al lado de la mujer desnuda que levanta un hato de leña, el hombre desnudo que mira a lo lejos en un bote, la pareja de ancianos recostados en una playa, el joven negro con una herida en el costado, la mujer que carga con la compra del súper en una bolsa de plástico en cada mano y a su bebé pegado al pecho… Todos ellos callando y mostrando su historia. Hasta el gigantesco pollo desplumado que cuelga cabeza abajo del techo parece humano. Mueck vino desde Londres a cuidar cada detalle de la exhibición y regresó a su taller ubicado en la capital británica sin comentar nada sobre las esculturas para dejar que cada una hable por sí misma.
Por supuesto, no concedió entrevistas. Los empleados de la fundación lo encontraron muy introvertido. Y los títulos de las obras ofrecen la mínima información posible: Hombre en un bote, Mujer con leña, Pareja bajo una sombrilla y, en el caso de Mujer con compras, ni siquiera alude a la parte más llamativa de la obra, el bebé pegado al pecho, que saca la cabeza del abrigo de la madre y la mira mientras ella sólo dirige su mirada hacia el frente.
Dentro de esa corriente, otros artistas continuaron explorando los límites del hiperrealismo extremo yendo más allá incluso de las fronteras de la realidad, como fue el caso del canadiense Jamie Salmon o de los australianos Sam Jinks y Ron Mueck.
Precisamente por estos días la Fundación Proa recibió una muestra de esculturas de Ron Mueck, la primera que este artista realiza en Sudamérica, denominada Hiperrealismo de Alto Impacto, exhibición que ha provocado un verdadero suceso de público, el cual colma cada día el espacio que esa fundación posee en el barrio porteño de La Boca.
Son una decena de obras, de un total de cuarenta que ha producido este artista nacido en Melbourne en 1958, realizadas en resina, fibra de vidrio, silicona y pintura acrílica, las cuales están enfocadas principalmente a la figura humana, tanto en proporciones gigantescas como minúsculas, pero casi siempre fuera de proporción, lo cual da a cada escultura cierto viso de irrealidad dentro de la hiperrealidad propia de la obra.
Los detalles de la elaboración de cada figura impactan fuertemente en el espectador, desde la piel, con todas sus imperfecciones, a los cabellos o las arrugas de cada figura, creando una atmósfera onírica difícil de transmitir a quien no las haya contemplado.
Los personajes que elige Mueck para representar suelen ser en su mayoría seres solitarios o parejas aparentemente incomunicadas en un mundo que parece no tenerlos en cuenta.
Más allá del título de la obra, la curadora de la muestra, la italiana Grazia Quaroni ha dicho que la obra de Mueck "no es hiperrealismo, no tiene que ver con esa corriente artística. Para eso las esculturas deberían tener una escala 1 a 1 y no la tienen. Es una forma de realismo muy rara que pocos artistas en el mundo realizan".
La muestra arranca con una de las obras más antiguas de Mueck, titulada Máscara II, un autorretrato de gigantescas proporciones ideado a partir de una cabeza de un hombre aparentemente apoyada en una almohada, y sigue con otras imágenes como la de una mujer que acarrea la bolsa con la compra diaria, un hombre que se inspecciona una herida cortante en su cuerpo, otro hombre desnudo sobre un bote y una pareja de adultos mayores recostados con trajes de baño bajo una sombrilla, entre otras creaciones.
La única obra no basada en seres humanos se titula Naturaleza Muerta y muestra a un pollo descomunal, pelado y atado por sus patas, a medio degollar. Un contraste brutal entre la cotidianeidad humana, presuntamente anodina o irrelevante, y esa muerte doméstica a la que muchas veces ni siquiera podemos ver.
Hablar de arte ya no es lo que era. Hay que pensar en esa multitud que hace horas de cola para ver a Kusama; para entrar en el Museo de Arte Decorativo en la noche de los museos, o para conmoverse con la inquietante humanidad de las figuras de Ron Mueck, en Proa. Es una nueva audiencia ampliada, curiosa, interesada por el fenómeno del arte, por saber y por participar.
Se multiplican las carreras de grado y de posgrado, consagradas a la formación académica de artistas, gestores, curadores, promotores... hay un rosario de actividades en paralelo, de clínicas a seminarios, destinados a profundizar ese interés inicial que bien llevado puede ser una carrera con futuro.
Y no sólo en Buenos Aires. El coleccionista y melómano cordobés José Luis Lorenzo, arquitecto de profesión, inauguró el viernes 20 del actual una muestra de fotografías de su colección en el Museo Evita Palacio Ferreyra de Córdoba, junto con una gigantesca instalación del gran Ricardo Cinalli curada por Patricia Rizzo.
Lorenzo comenzó comprando paisajistas cordobeses y en una edición de arteBA se lanzó a la aventura de arte contemporáneo. Dice que ese giro copernicano le cambió la vida. Comparte la pasión con amigos y organiza clínicas en su casa con críticos de Buenos Aires para ampliar la mirada y el conocimiento de los cordobeses.
La gran paradoja de 2013 es que mientras crecen el público y el interés por el arte las ventas se han paralizado, en parte porque comprar arte es, sin duda, "un estado de ánimo", pero también porque el cepo al dólar, los controles y el " panic -Afip" resultan una combinación letal. Se ha perdido la brújula de la cotización y, sobre todo, lo que es más grave, se ha perdido la confianza en un mercado cuya base es justamente la credibilidad.
Yayoi Kusama, una nipona de pelo rojo totalmente desconocida hasta 2013 por el gran público, fue el fenómeno del año y marco el récord de 200.000 visitantes en Malba. La muestra venía de la Tate de Londres de la mano de un curador conocido como Philipe Larratt-Simith, y tenía los argumentos de un blockbuster. Sin embargo, superó las previsiones. Nadie contaba con la viralidad frenética de las redes sociales ni con el tercer ojo que es la cámara del celular. Un ojo que no solamente mira: contagia.
Y otro tanto sucederá en Proa con las obras del australiano Mueck. El enorme magnetismo es la factura perfecta de las piezas, un asombroso imán para el gran público y para las cámaras digitales. Obsesivo, hijo de jugueteros alemanes, Ron Mueck sigue la tradición lúdica y juega también con las impresiones de público que rodea la obra y se pregunta, azorado, ¿cómo es posible hacer algo tan real, cómo lograr que el pliegue de la comisura de los labios se convierta en un gesto de disgusto, cómo hacer para que esas figuras sean tan verdaderas sin serlo?
LA MUESTRA DE 2013
En un conversado almuerzo de fin de año, críticos y editores, entre mollejas crocantes y pulpo a la parrilla, se preguntaban cuál había sido la muestra del año. Difícil responder. La oferta ha sido extraordinaria y las instituciones públicas y privadas han levantado el listón a niveles internacionales, un homenaje al público fiel y seguidor, pero también la sólida construcción de la capital de los argentinos como un destino cultural de excelencia.
Sólo tres datos: la muestra de Malba venía de la Tate Modern; la de Mueck, de la Fundación Cartier de París, y los Mondongo, tras haber seducido al público argentino, anotaron el precio más alto en una subasta organizada en Houston, Texas. Sin fronteras. Lo bueno del arte es comprobar que no tiene límites. Salvo los que impone la mente de quien contempla.
El mercado local no anotó cifras para el recuerdo, atornillado como está por el cepo cambiario, que conspira contra las ventas tanto en galerías como en subastas. Después de todo, en la Argentina siempre se "pensó" en dólares, aunque -sin más alternativa- se pongan pesos sobre la mesa en el momento de pagar. No es muy diferente la cornisa en la que se mueve el mercado inmobiliario, tratando de encontrar un equilibrio entre el deseo del vendedor y los dólares del comprador.
Mientras tanto, las subastas neoyorquinas rompieron las compuertas de todas las previsiones: 691 millones de dólares cosechó Christie's en los remates de noviembre. En 2013 se anotó el precio más alto pagado jamás por una obra de arte: 142 millones por el tríptico de Francis Bacon Retrato de Lucien Freud . Lo compró un anónimo por teléfono a través de la prestigiosa galería Acquavella del Upper East de Manhattan. Se supo después que fue la jequesa de Qatar quien compró el Bacon dispuesta a pagar cualquier precio para formar una colección en el museo que tiene más paredes que obras de arte. Un signo de los tiempos.
Otro do de pecho merece el perrito naranja brillante de Jeff Koons subastado en 58 millones de dólares. No hay dudas; el ex de la Cicciolina es el artista mimado del siglo XXI. Así lo confirmó el joven Scott Nussbaum, vicepresidente de Contemporary Art de Sotheby's, durante un almuerzo de amigos del arte en Palermo Chico, escoltado por el mejor Guttero que exista en manos privadas.
"Koons es un fenómeno propio de nuestro tiempo. A la gente que gasta esa fortuna le gusta que se sepa que compró algo caro, que lo reconozca y que esa compra le agregue valor a su imagen, a su marca o a su apellido", sentenció Nussbaum, un nuevo fan de la ciudad de Buenos Aires, de sus esculturas, árboles, arquitectura y museos.
A metros de distancia se sabe que un Koons es un Koons; se reconoce una Brillo Box , de Warhol; un colchón de Minujin; un ombú de Uriburu o un acrílico de Polesello. Este nuevo mix de arte, estatus y negocios ha colocado al coleccionista en la cima de las categorías aspiracionales, algo que, sin embargo, no ha hecho cambiar la manera anémica de comprar arte de los argentinos.
Los coleccionistas vernáculos de verdad se cuentan con los dedos? de una mano, sin olvidar que muchos de ellos en los últimos tiempos cambiaron de bando y se fueron a las filas de los galeristas.
Lo primero que se ve al entrar a la exposición de Ron Mueck en la Fundación Proa, en Buenos Aires, es un rostro gigantesco recostado contra una tarima blanca. Se trata de la Máscara II, autorretrato de su creador, reconocido en todo el mundo por sus esculturas hiperrealistas, muchas de ellas de gran tamaño. Pero aunque el espectador haya leído de antemano acerca de la obra del esquivo artista, es imposible no sucumbir ante la acumulación de detalles. Todo es perfecto: los poros de la cara, los labios entreabiertos, las arrugas alrededor de los ojos cerrados, las venas en la sien, hasta la desprolijidad de unos pocos pelos solitarios que se yerguen en la mejilla ajenos al manto uniforme de la barba crecida. Después de un rato uno se acostumbra y hasta parece que ese rostro gigantesco va a abrir los ojos y va a mirarnos. Pero Mueck hace obvio el artificio: esa cara es hueca, es una máscara, aunque sus dimensiones y su realismo nos hagan olvidar de este hecho. Esta escultura forma parte de la exposición del artista en la Fundación Proa, en el barrio porteño de la Boca. Inaugurada el 16 de noviembre y en exhibición hasta el 23 de febrero, la muestra se ha transformado en un verdadero hit, en el mismo año en que la capital argentina ha visto cuadras de cola para ver el trabajo de la japonesa Yayoi Kusama en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). La muestra de Mueck es, sin duda, otro hito en el cronograma artístico porteño, ya que se trata además de la primera vez que se exhibe en Sudamérica la obra del australiano residente en Londres. La exposición, que fue concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain de París, se presentará de marzo a junio de 2014 en el Museu de Arte Moderna do Rio de Janeiro. La muestra cuenta con nueve esculturas hechas entre los años 2002 y 2013. Mueck mismo estuvo en Buenos Aires montándolas, pero –ajeno a las apariciones mediáticas– se fue tan inadvertido como llegó. Su bajo perfil no es algo que resulte extraño, como queda de manifiesto en el documental de Gaudier Deblonde, que también forma parte de la muestra, en la que se ve al artista trabajando en su taller con la paciencia y meticulosidad propia de un ser introspectivo. Hijo de jugueteros de origen alemán, Mueck creció fabricando marionetas y muñecas, y en su juventud trabajó junto a Jim Henson, creador de Los Muppets y Plaza Sésamo, y en cine haciendo efectos especiales en filmes como Laberinto. A finales de la década de 1990 y cuando Mueck ya se acercaba a los 40 años, Charles Saatchi, descubridor de otros artistas como Damien Hirst y Tracy Emin, se interesó por el trabajo de Mueck y allí comenzó su transición hacia el fenómeno mundial del arte contemporáneo. Pero, a diferencia de Hirst y sus criticados animales muertos, el trabajo de Mueck deja poco lugar para los cuestionamientos, pues el impacto emocional que producen sus obras es extensible a todo tipo de público. Artefactos narrativos Con 89 centímetros de alto, la escultura Young Couple (pareja joven) está formada por dos adolescentes que parecen unidos por un abrazo, aunque la mirada perdida de ambos los dote de una gravedad que no coincide con su fachada juvenil. No obstante, al caminar en torno a la pareja el observador se percata de que él no le está tomando la mano a su novia, sino que la está agarrando de la muñeca. “Parece algo visto no desde el punto de vista del ojo de Dios, sino desde una cámara de circuito cerrado o desde el asiento de un ómnibus al pasar”, reflexiona Justin Paton, curador de la muestra en la Christchurch Art Gallery de Nueva Zelanda. Y es allí donde Mueck, como en todas sus obras, implanta el misterio. Porque por más que su trabajo recree hasta el último poro con un detallismo espeluznante, es curioso que su arte no remita, en realidad, a la superficie sino al misterio insondable que produce el otro. Es en ese misterio donde Mueck le deja al espectador un lugar para que reconstruya la historia de ese personaje hecho escultura, como si sus obras fueran en realidad artefactos narrativos, disparadores de historias ¿Qué significa ese agarre en la muñeca?, es la pregunta a partir de la cual el espectador teje su propia trama. Metros después se encuentra la obra que por sus dimensiones resulta más impresionante: Couple under an Umbrella (Pareja debajo de una sombrilla), en la que se ve a dos personas mayores en sus trajes de baño, que guardan cierta similitud física con la pareja más joven. Él mira hacia un punto indeterminado (la playa), mientras apoya la cabeza en las piernas de ella. Ella, en cambio, lo observa con detenimiento, como quien intenta atrapar la arena que se le escurre entre los dedos. Pero otra vez, en esta escena hay un detalle clave: la forma en la que él la toma del antebrazo. Allí, en esa conexión, parece conjugarse la triste certeza de que la muerte, de todos modos, va a hacer su trabajo. La exposición la completan otras cinco obras, entre ellas Woman with Shopping (Mujer con las compras). Se trata de una mujer con los ojos enrojecidos y la mirada fija. Sus manos cargan dos bolsas de supermercado y debajo de su sobretodo aparece la cabeza de un bebé que mira hipnotizado a su madre. “La imagino en el cordón de una esquina populosa de Londres, bajo un cielo color azúcar mojada (por usar la metáfora de Martin Amis), con los brazos dolidos mientras espera la señal de cruce del semáforo y cuenta los pasos que le faltan para llegar a casa”, escribe Paton, y otra vez da en el clavo. Pues en esa descripción se conjuga el poder del arte de Mueck. Un arte que desenrolla percepciones como ovillos de colores, diferentes para cada uno, pero ineludibles para todos.
La Boca
La Fundación Proa (avenida Pedro de Mendoza 1929) está ubicada en el corazón del barrio porteño de La Boca, a metros de Caminito y del museo Quinquela Martín. Se trata de un edificio vidriado y luminoso que en este momento cobija además esculturas animadas, dibujos y collages del argentino Jack Vanarsky, un creador que "incorporó el movimiento como dimensión constitutiva de sus obras". El precio de la entrada para ambas exposiciones es de 15 pesos argentinos (unos $ 52) y se puede concurrir de martes a domingo de la hora 11 a las 19. La Fundación Proa cuenta, además, con un restaurante y una librería. A Caminito se puede llegar en los ómnibus 20, 25, 29, 33, 46, 53, 64 y 152.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana, aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma y un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a la vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus viñetas escultóricas forman parte de situaciones que no tienen ni principio ni fin, sino solo intermedios inciertos, situaciones que no existen por fuera de sus encarnaciones individuales como objetos solitarios”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
Una exhibición de Ron Mueck es un evento inusual. Mueck reside en Londres y sus muestras han sido aclamadas en todo el mundo, desde Japón, Australia y Nueva Zelanda, hasta México. Mueck trabaja lentamente es su pequeño estudio del norte londinense, y convierte el tiempo mismo en un elemento importante de su proceso creativo. El detalle de sus figuras humanas es meticuloso, con sorprendentes cambios de escala que las sitúan tan lejos del realismo académico como del pop art y del hiperrealismo.
Tres nuevas esculturas se exhiben en Proa por primera vez, después del evento original en París: dos adolescentes en la calle, una madre con su bebé y una pareja de ancianos en la playa. Los personajes parecen congelados en momentos de la vida. Cada una de estas esculturas captura el vínculo entre dos seres humanos. La naturaleza de la conexión entre ambos se revela en sus acciones, pequeñas, comunes, y a la vez misteriosas. La precisión de sus gestos, la fidedigna representación de la carne, la insinuada suavidad de la piel, les confiere una apariencia de absoluta realidad. Estos trabajos no describen situaciones o personas reales, sino que la obsesión con la verdad nos habla de un artista que busca la perfección y que es agudamente sensible a la forma y la materia. Al empujar la verosimilitud hasta el límite, Mueck crea obras secretas, meditativas y fascinantes.
Estos sujetos que parecen tan ordinarios también irradian una espiritualidad y una profunda humanidad que provocan una respuesta. Apuntando mucho más allá de las tradiciones del retratismo, Mueck revela la sorprendente naturaleza de nuestras relaciones con el cuerpo y la existencia.
Ron Mueck hace uso de una rica diversidad de recursos, como fotos de la prensa, tiras cómicas u obras maestras históricas, recuerdos proustianos o antiguas fábulas y leyendas. Still Life (Naturaleza muerta, 2009) se enmarca dentro de la tradición clásica de ese género; Woman with Sticks (Mujer con ramas, 2008) se inclina hacia atrás bajo un atado de leña y nos recuerda los cuentos de brujas. Drift (Deriva, 2009) y Youth (Juventud, 2009) parecen inspiradas en titulares de los diarios, aunque también evocan obras del pasado. En otras esculturas de Ron Mueck, como el gran autorretrato dormido Mask II (Máscara II, 2002), los sueños eclosionan en la realidad.
Su muy reservado proceso creativo se revela en la nueva película de Gautier Deblonde titulada Still Life: Ron Mueck at Work (Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando). Esta película fue producida para la exhibición en la Fundación Cartier. Rodada en el estudio de Mueck mientras producía sus nuevas obras para la exhibición, nos ofrece una oportunidad única de observar al artista sumido en su muy personal proceso creativo.
La muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do Río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
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En algún lugar existe un laberinto, diáfano a veces; monolítico, y en otras lúgubre y lleno de sombras. Es aleccionador, incluso vital y en todos sus pasillos están las esculturas de Mueck; para señalar mojones de sentido y dar a la pérdida del lujo detalles mórbidos.
Señalaremos que nuestra posición como público es única, el irrevocable realismo en el tratamiento de la textura, las arrugas como todo pliegue, continúan en el pliegue de un espectador (cualquiera de nosotros) que no se adivina, pero hasta sus propios pelitos son como parte resonante de la obra, tal es uno de los efectos del minucioso modelado.
Ancianos gigantes semihundidos en la sala principal, relatan en su evocación lo imprescindible, la vejez es ante todo un arquetipo.
Largas son las citas de la escultura clásica, barroca o incluso simbolista e impresionista. Y sobre los elementos conspicuos flota un severo humo negro, una risa capaz de estremecernos. Por eso el detalle supera a la forma en su sentido general, avasallando el lenguaje tornándolo impreciso en su quirúrgica precisión.
Una mujer en tamaño medio esconde de la mirada a un bebé deforme, crecido en el interior de un tapado persistente, una segunda piel, el rostro de la mujer amenaza con perderse en una angustiosa mirada y la cabeza del crío asoma desafiante. En la misma proporción un púber negro, exhibe una profunda herida cuyo sangrado nos detiene, también con los mismos parámetros formales subyace una pareja adolescente, se toman de las manos. Las manos, el pelo, son un pequeño tesoro del cual sentir orgullo.
De las formas que emergen como ilustraciones se destaca sin dudas el concepto de producir en cajas, en grandes fragmentos que conjuran un espacio fotográfico, pero inducen a la construcción de la imagen por medio de prismas, donde quedan comprendidas, encerradas cada obra. Habitaciones en fin, meandros donde encontrar un sentido, que permanece ahuecándose, cercenándose, en constante conjunción.
Por esto el pelo y las plumas del pollo gigante, apuntan a un tipo de maquetación de lo real donde la anécdota es el núcleo del sujeto artístico, (es el lugar donde se ha contado el chiste), emanan de allí todos los efluvios transparentes. Propone así que la obra escultórica debe ser graciosa casi por definición, invocando de su especialidad contemporánea.
Luego el hombre en la barca, mira con preocupación hacia adelante, marcado cuello, incluso lago hasta la deformidad, (una somera caricatura esta obra del bote). Recordé la pintura "El pobre pescador", de Puvis de Chavannes, (es una barca muy parecida) con sentidos que se acercan y alejan en la medida que una se actualiza. La obra sugiere sin dudas la espera de la muerte. Otra pieza de similar calidad alegórica nos sugiere un Cristo sincrónico, flota sobre la pared la imagen imposiblemente angelical de un personaje disfrutando del sol, en la pileta sobre su inflable como única tabla de martirio, la pared turquesa claro termina de sustituir el extrañamiento por el realce de ese humor que no deja disparar.
Pero mi preguntar posee raíces extrañas, como las ramas de la pieza de la tarjeta de invitación, una gorda mujer desnuda, se aferra a un haz de leña ligera, y marca una curvatura compositiva grabada a fuego en esta selección. Curvas, detalles de uñas que renuncian a la proporción, figuración hiperrealista, realismo (incluso realismo mágico)… un listado de epifenómenos se amontonan para ser cómplices de la forma escultórica resignificada con grandilocuencia, con la prestancia de lo eficaz.
Poco queda para el azar, pero paradójicamente en los sujetos - espectadores, sometidos a este espacio, a esos cuerpos de formas netas, (sin solemnes toques de comedia), crece en su interior la mismísima sátira de Mueck. Allí es cuando la expresión determina la caricatura de cada uno.
En todas obras enumeradas se estiliza la aventura del ver, o de mirar buscando perderse en pestañas mínimas, en suaves tocados de cabello, en gestos sumamente significativos, como si exploráramos un Norman Rockwell despojado, y cada personaje contara una historia muy íntima. Esa intimidad que nos acerca a un determinado modo de vida, transmite tal vez el ansia contemporánea de una existencia que se vuelve real sólo si se la contempla desde muy cerca.
Nos vamos, y nuestros poros, la epidermis puesta en valor, cobra ese destino de aire renovado, ya sea si nos quedamos con la lógica de la perfección, o si nos deshacemos de ella, ahora sólo somos una piel que siente.
El artista se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma y un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a la vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador.
Biografía
Ron Mueck nació en Melbourne, Australia, en 1958. Hijo de jugueteros, desde pequeño, entre títeres y disfraces, convivió con técnicas asociadas a dar vida a objetos inertes. Sin ninguna clase de formación artística formal, desde niño dedica su tiempo al modelado de figuras, vocación que luego desarrolla dentro la industria del cine, la televisión y la publicidad, como realizador de efectos especiales y creador de personajes.
Trabajó en diversos programas de televisión antes de ingresar en la producción de efectos especiales para cine - trabajó en los personajes de Laberinto (1986), un film fantástico de culto protagonizado por David Bowie.
A partir del año 1996, en colaboración con su suegra Paula Rego, produce una serie de pequeñas figuras como parte de una escena que ella estaba mostrando en la Galería Hayward (Londres) y comienza a abandonar progresivamente la producción de maquetas y modelos para cine y televisión.
La transición de artesano a artista se completa cuando es descubierto por Charles Saatchi, quien comienza a coleccionar sus obras y lo consagra como valor en alza. Saatchi elige Dead Dad, una escultura de pequeña escala del padre de Mueck muerto y desnudo, para la exhibición Sensation en el Royal Academy en 1997. Esa exposición incluyó también a otros “nuevos” artistas británicos como Damien Hirst y los hermanos Jake y Dinos Chapman.
Luego, en 2001, Mueck obtiene gran aceptación internacional y se destaca desde ese momento como uno de los artistas más originales del arte contemporáneo con Boy, un enorme niño agazapado de cinco metros de altura que se exhibió en el Milenium Dome y en la 49 ª Bienal de Venecia.
Ron Mueck no brinda entrevistas, incluso en el período previo a una nueva exhibición. Vive y trabaja en Londres.
Hoy en día, la web es una galería de arte accesible y gratuita, sin intermediarios entre la obra y el público, quien a su vez puede reapropiarse de una obra o imagen y postearla donde y como quiera. Ya ni siquiera el autor original de la obra es necesariamente quien la publica. En esta lógica, las personas que suben o comparten contenidos en la web actúan como curadores que editan, agrupan y clasifican el gran archivo visual que es Internet.
Uno de los criterios más utilizados en los últimos tiempos tiene que ver con lo increíble, lo que es sorprendente o surreal. Lo interesante es que se trata sobre todo del registro de hechos reales u obras hiperrealistas, cuyo factor de “surrealismo”, está, justamente, en la sensación de realidad. En blogs y revistas digitales aparecen nuevas secciones con el título “OMG” (de la expresión en inglés “Oh My God!”) por ejemplo en la web: http://www.buzzfeed.com/omg , o en “Seriously for Real” (“Realmente cierto”) donde se puede encontrar la sección “Mundo maravilloso”.
Así se ponen en juego valores que siempre estuvieron en discusión en el arte como la verosimilitud y la capacidad de un artista de construir un verosímil.
El regreso del hiperrealismo
En posts actuales como este: “Las obras de arte que no vas a creer que no son fotografías”, se trata del regreso a una sensibilidad hiperrealista.
Esta tendencia artística volvió a estar en boga varias veces desde sus orígenes en Estados Unidos, a mediados del siglo XX, momento en que surgió como estilo en respuesta al arte abstracto que reinaba durante aquella época.
A tono con este revival, acaba de abrir en Buenos Aires la muestra del escultor Ron Mueck en Fundación Proa. Mueck es un artista que juega con la idea de realidad aumentada en sus obras, pero en las cuales la escala irreal de los cuerpos humanos esculpidos agrega el factor de extrañamiento a su trabajo. En Argentina, el artista Diego Gravinese marca también esta corriente en la pintura contemporánea.
El video que cierra la muestra de Ron Mueck en Fundación Proa exhibe el tipo de artista frente al cual nos encontramos. Realizado por Gautier Deblonde, el film muestra a Mueck trabajando en su estudio con sus dos asistentes mientras sigue muy de cerca la realización de las esculturas de figuras humanas perfectas y su proceso de redimensionamiento (o muy grandes o muy pequeñas, nunca a escala natural). Vemos a Mueck rezongando, peleándose con la arcilla, concentrado en la realización de los ojos, acariciando sus estatuas o cocinando para hacer un corte en su trabajo. El video es supuestamente explicativo pero el secreto de su arte se exhibe sin detenerse en sus trucos (es decir, el relato es progresivo en relación con la composición de las obras pero el montaje deja huecos y preguntas sin responder). Su taller –contra lo que podría suponerse– no es un gran galpón ni posee dimensiones colosales; más bien, es una sala pequeña en la que Mueck se desplaza con cierta dificultad. Como si necesitara desvanecerse a medida que sus figuras crecen. El artista con el que se encuentra el espectador es totalmente diferente al artista contemporáneo al que está habituado. Para compararlo con un histórico, su silencio no es el de Duchamp: no está abocado al pensamiento sino a sus manos. También está lejos del charme y el personalismo de un Warhol, y ni qué hablar de las inquietudes ideológicas y políticas de un Joseph Beuys. O, más hacia el presente, no tiene las ínfulas empresariales de Damien Hirst, ni los lazos con las teorías contemporáneas de Cindy Sherman, ni la pose intelectual de un Marcel Broodthaers, ni finalmente –aunque la lista podría seguir– el ánimo desenmascarador y denuncialista de un Hans Haacke. Lo que estamos viendo es un artista diferente o, para decirlo con otras palabras, la proyección de lo que el público considera que debería ser un artista. El Mueck de la película es el artista que falta –o supuestamente falta– en las muestras contemporáneas. Es un excelente artesano y su trabajo manual tiene como finalidad la exactitud y el acabado técnico impecable. No habla mucho ni explica demasiado sus obras salvo un “fuck!” cuando algo no le sale. Parece abocado a algo descomunal, a una tarea llena de sentido que tiene que ver solamente con lo humano, en un momento en que lo humano –salvo cuando es llevado a sus límites, a los extremos– tiene un lugar menor en el arte contemporáneo. Sus obras suscitan experiencias que se asocian a la gestualidad que muestra el film: soledad, búsqueda de un sentido, entrega, necesidad de afecto, amor por el prójimo, pérdida de algo.
Exhibición del esfuerzo y habilidad técnica (nadie podría exclamar, como sucede a menudo en las salas de arte contemporáneo: “¡esto lo hace cualquiera!”); ausencia de legitimación por el discurso sobre sí; profundidad de su búsqueda estética y de su compromiso con el destino de lo humano. No se trata de discutir acá si preferimos al artista iconoclasta, las habladurías teóricas o lo posthumano por sobre la imagen que nos entrega Mueck sino de pensar cuáles son los alcances de su mundo y por qué la muestra en Proa genera tanto asombro y fascinación.
La maestría técnica (il miglior fabbro) es un buen punto de partida: el artista se tomó su trabajo, no nos está tomando el pelo, podemos asistir a la muestra sin los inconvenientes típicos de las muestras de arte contemporáneo. Las preguntas ¿qué hago aquí?, ¿esto es arte?, ¿qué significa todo esto? están excluidas de antemano. El espacio es amplio y las figuras respiran. No son muchas y resultan un buen muestrario de la obra del artista: en entrada, un autorretrato de su rostro en grandes dimensiones y una pareja de adolescentes. En las salas que siguen a continuación, una madre con su hijo y un negro con una llaga en las costillas en dimensiones menores a las naturales, un hombre en una barca y una mujer que lleva unas ramas (acá el juego de la escala se da por la relación entre cuerpo humano y objeto). En el primer piso, una gallina pelada colgando y un hombre con anteojos negros y los brazos en cruz en una colchoneta inflable (ambos están colgando y dialogan entre sí). En la sala principal de la planta baja, se encuentra la obra de dimensiones más grandes: una pareja de ancianos bajo una sombrilla, en malla y apoyados uno sobre otro. En su presentación, la curadora Grazia Quaroni (que con Hervé Chandès hizo un excepcional trabajo con el espacio de la Fundación) dijo que la obra de Mueck no era monumental, ni hiperrealista, ni narrativa. Es claro que la obra de Mueck no es hiperrealista en el sentido en que no trabaja –como lo hizo el hiperrealismo de los años setenta– con fragmentaciones o close-ups. Tampoco es monumental por lo ferozmente anónimo de sus modelos (salvo el retrato del padre, que fue la obra que lo consagró, o el autorretrato pero aún estas obras eluden la hagiografía típica de los monumentos). Ni narrativo, porque sus personajes no parecen estar abocados a nada en particular (más bien, su ensimismamiento y su estar en otra cosa es lo que los caracteriza). Sin embargo, la aclaración de la curadora supone que esas dimensiones están presentes aunque sea como carencia o negatividad. Es más, la eficacia de Mueck está dada tanto por su carácter de artista consumado como por satisfacer la ansiedad por la narración que atraviesa el presente. Y este es su aspecto más clásico, el que hizo posible la exhibición de sus obras en la National Gallery de Londres y su puesta en diálogo con la iconografía renacentista. Hay un fondo de memoria al que las figuras humanas de Mueck remiten que, sin ser enfático, sugiere al mismo tiempo lo contemporáneo y lo antiguo. El hombre con los brazos abiertos en la colchoneta de agua bien podría llamarse Cristo crucificado, el afroamericano de los suburbios neoyorquinos aceptaría el título Las llagas de Cristo, y la mujer con el bebé y la bolsa de compras es tanto una Piedad como una evocación del pop y Warhol. La mujer que lleva las ramas dialoga con los cuadros de Millet y la pareja en la playa tiene el efecto de un comentario irónico sobre las escenas al aire libre de los impresionistas (podría llamarse Los bañistas aunque lleva el descriptivo Pareja bajo una sombrilla). La gallina degollada sale de un bodegón y la obra –como también el film– tiene el título de uno de los géneros más practicados durante la edad clásica: Naturaleza muerta. A la vez, con su silencio hosco, Mueck no parece autorizar ninguna de estas lecturas, dejando ver la demasía de la interpretación frente a las intensidades afectivas que consigue. Pero justamente las intensidades afectivas se dan tanto por el verismo de sus piezas como porque acerca esas interpretaciones narrativas sin avalarlas y evocándolas por desvíos y silencios.
En resumen: el negro no es Cristo, el hombre tomando sol en la colchoneta de agua no está crucificado, la madre que lleva a su niño no es una Piedad. Las narrativas del padecimiento y la redención no están presentes porque se han ausentado de nuestro mundo. Observemos Woman with shopping mientras pensamos en una Piedad (La piedad de Miguel Ángel, por ejemplo). La Virgen en la obra de Miguel Ángel está marcada por una pasión. Todo su cuerpo y su mirada están concentrados en el hijo que sufre: no tiene otra cosa que hacer ni otro destino que padecer por él. La mujer de Mueck, en cambio, tiene que hacer compras y llevar a su hijo como una carga más. Si se lo compara con alguna de las innumerables representaciones de la Virgen con el niño, se verá que en la de Mueck no hay interacción alguna. La mirada de la mujer está perdida, su sobretodo es descolorido (nada del azul del lapislázuli del Renacimiento en el ropaje de la Virgen) y su expresión abstraída. A la vez, la calidad en el retrato dota a la escultura de un efecto diferente al que tiene las mujer que compra de Duane Hanson, en la estela de Andy Warhol. Ya no estamos ante la presencia irónica de la cultura de masas y del consumo ni de la inclusión en el arte de personajes indignos de ser retratados; la operación de Mueck es diferente: no cómo desauratizar el arte mediante personajes cualesquiera sino cómo volver a dotar a esos personajes del aura de la apariencia estética. Si el realismo muestra que esta auratización ya no es posible es porque esas narraciones no tienen lugar en el capitalismo contemporáneo: la madre tiene que ir de compras, el hombre sólo quiere broncearse y disfrutar de su piscina privada, el chico negro parece venir de una lucha callejera. El juego con las escalas nos conmueve al punto de sentir que ese acceso a la memoria humana, a las narraciones de sentido, es posible. Man in a boat es básicamente eso: un hombre de escala reducida en un gran bote mira el horizone con los brazos cruzados (algo similar sucede con la sombrilla, que es menor de lo que debería ser). Las preguntas son narrativas: ¿a dónde va el bote? ¿qué está mirando el hombre? ¿por qué está de brazos cruzados? Pero no hay respuestas. Toda la narrativa del naufragio y del bote a la deriva llega hasta nosotros pero la pose del hombre no revela preocupación ni zozobra. Sin embargo, ¿ese hombre no se dio cuenta de que el bote es demasiado grande? ¿Es indiferente a la angustia que nos invade? ¿Puede ser que no perciba la precariedad de su situación y se cruce de brazos? El juego de las dimensiones golpea inmediatamente la percepción y el orden de lo sensible: el mito del artista que nos hace llegar su maestría (y que parece corresponder a los grandes maestros del pasado) se cumple en Mueck no sólo por su pericia técnica sino por la manipulación de las escalas.
La reflexión sobre las grandes dimensiones está asociada a la estética de lo sublime. Aquello que, por demasiado grande, provoca miedo y conmoción parece poder aplicarse a obras como Pareja bajo una sombrilla o Boy. Cuando Burke escribió su estudio sobre lo sublime habló tanto de aquello que es demasiado grande y que amenaza nuestro instinto de supervivencia como de aquello demasiado diminuto y que también la pone en jaque por su fragilidad. Sin embargo, tampoco se puede ir muy lejos con la lógica de lo sublime en Mueck: cuando se trata de esculturas de gran tamaño, no parecen agitarse grandes pasiones. Cuando se trata de reducciones, no son miniaturizaciones. No hay domesticación ni nostalgia (dos características de la miniatura según Susan Stewart en El ansia. Narrativas de la miniatua, lo gigantesco, el souvenir y la colección que acaba de ser traducido al castellano); es una medida intermedia entre nuestra escala y lo que puede caber en una mano: como si fueran personas frágiles que no se dejan atesorar (como se haría con una miniatura). La tensión es permanente: el retorno del artista clásico pero ya sin repertorio, el retorno de los grandes temas cuando éstos ya no son posibles, el retorno de lo real pero con dimensiones de fantasía. Su obra transcurre entre una remisión a la narración realista o naturalista y la soledad de unos personajes que no se conectan con nada de lo que los rodea. Mueck, así, da en el centro de una experiencia contemporánea: la de la necesidad de una narrativa para dotar de continuidad y sentido a nuestro mundo y la certeza de que esa narrativa es imposible. En la evocación de esa narración ausente (sea en la figura del artista, sea en la forma de sus esculturas) está todo el encanto y la magnificencia de la obra de Ron Mueck.
Sus increíbles trabajos se encuentran exhibidos desde el 16 de noviembre en la Fundación Proa, en el barrio de La Boca; y permanecerán allí hasta el 23 de febrero del 2014 para luego trasladarse al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
A continuacion, una galería de imágenes de las asombrosas esculturas de Mueck y debajo, un video que muestra cómo se realizó la exposición en Europa.
(ver galería de imágenes en el link)
El año está por terminar. Pero hay algunas muestras de arte preciosas que usted no debe dejar de ver.
Le presentamos una breve lista con lo mejor que hay exhibido, para que usted –más liviano de trabajo, con tiempo libre y con ganas de pasarla bien–, pueda darse una vueltita por galerías y museos, vea obras lindas e interesantes, y quizás hasta se anime a comprar el trabajo de algún artista para Navidad (¿por qué no? Los precios de las obras de arte no siempre son inaccesibles, es una idea falsa: sólo hay que saber dónde comprarlas).
El primer imperdible es la muestra del escultor australiano Ron Mueck en la Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929). Si no la vio, anótesela. Segundo imperdible: el mural de Antonio Berni descubierto este año que está en el MALBA (Av. Figueroa Alcorta 3415). No es de las obras más deslumbrantes de Berni, pero arrastra una historia maravillosa.
Otro “must”: la muestra panorámica Gramática del color, de la pintora Gachi Hasper en el MAMBA (Av. San Juan 350). A su costado, la instalación “El aire tomará esta forma” de Karina Peisajovich, y la muy buena y recién inaugurada “Ultimos recursos”, de Luis Terán.
Hay dos exposiciones institucionales más que debería ver, si anda por Buenos Aires. Son Genealogías del campo argentino, con obras de Luis “Tatato” Benedit, en el Museo Fortabat (Olga Cossettini 141) y la que inaugurará mañana el Museo Nacional de Bellas Artes (Av. Del Libertador 1473) sobre el pintor Enrique de Larrañaga.
Por las galerías, puede pasar por Praxis (Arenales 1311) y ver la exposición de dibujos de Elena Nieves –araucarias lejanas, zoomórficas, nebulosas–, las divertidas composiciones de papeles recortados de Julia Masvernat y la muestra sobre diseño industrial chileno, Sobremesa. Mientras que en Arte x Arte (Lavalleja 1062) se exhibe Escuela de proyectos, muestra colectiva de alumnos del taller que se dicta allí. Observe los trabajos de Yanina García –“Contemplar la espera”–, videoinstalación con tierra montada en una ex cámara frigorífica; y los de Florencia Alvarez Brunel, entre otros.
En la galería Zavaleta Lab (Defensa 269, piso 2) exhibe sus trabajos vinculados a la naturaleza Mónica Millán.
¿Oíste que los pájaros cantaban por el corazón de la lluvia? es su muestra. “Son obras realizadas con bordados, dibujadas y pintadas sobre servilletas y manteles”, explica la artista, conocida por prestar atención a la cultura de su tierra, en especial, a la guaraní. En la galería Ruth Benzacar se pueden ver las obras de Daniel Joglar –su muestra, El mundo siempre –, y las de Martín Sastre – U from Uruguay –, el video que promociona el perfume hecho con flores de la chacra del presidente uruguayo José Mujica.
Pruebe pasar por la galería Tumba en el Patio del Liceo (Av. Santa Fé 2729): expone Marcos Mangani Es salud la luz. Pase por La Ene, allí mismo, donde verá Lo bello, luego lo terrible. Y por la exposición del sudafricano Peet Pienaar en Fiebre. Son muestras extra-small, con 5 o 6 obras cada una. En Vasari (Esmeralda 1357), puede ver las esculturas de Lorena Guzmán.
Por otras provincias puede ver, en el Museo de Bellas Artes Benjamín Franklin Rawson de San Juan (Av. Libertador General San Martín 862), Historias, costumbres, retratos, una exposición sobre –justamente- las sintomáticas obras del pintor sanjuanino Franklin Rawson. Y en el Caraffa de Córdoba (Av. Poeta Lugones 411), la muestra de Pat Andrea sobre Alicia en el País de las Maravillas.
Eso sí: ¡apúrese! Algunas de estas exposiciones cierran pronto, o entran en vacaciones.
Luego, casi al finalizar el año, las multitudes comenzaron a invadir La Boca dispuestas por primera vez a hacer cola frente a la Fundación Proa. Esperan ver la muestra del australiano Ron Mueck, artista cuyo nombre y estilo es una marca registrada. A sus esculturas sólo les falta respirar y allí, en Proa, los visitantes dejan escuchar sus reclamos: quieren visitas guiadas explicativas. El pedido prueba el interés por entender el sentido del arte que están mirando. Quienes trabajan en la Fundación cuentan que "desbordan las redes y se suceden los llamados". Mueck comenzó a ganar su gloria en 1997, cuando en la escena internacional escaló posiciones el arte de la provocación (shock art). El atrevido Saatchi, un coleccionista que incursiona en el mercado, desató un escándalo con las extravagancias y obscenidades de la muestra "Sensation" de Mueck y el grupo de jóvenes británicos, que presentó en la Royal Academy de Londres. Mueck exhibía la escultura de su padre muerto, pero alcanzó renombre internacional cuando el curador suizo Harald Szeemann presentó su hiperrealista e inmenso muchacho en cuclillas en la edición número 49 de la Bienal de Venecia, "Plateau de la humanidad". Desde entonces, su fama no ha parado de crecer.
Este fenómeno de escala en la búsqueda de emociones estéticas repercute en la demanda y las cotizaciones. ¿Cuántas personas desean poseer un dibujo que contagie la estimulante alegría de los lunares de Kusama? ¿Y cuántas quisieran tener una shockeante escultura de Mueck que sacuda y movilice sus ideas? Nunca como en la actualidad el arte había irradiado tanta energía positiva. Quienes pongan esta condición en duda pueden observar la expansión de los museos, ferias y bienales colmadas de visitantes.
Es obvio, no todos los amantes del arte que se multiplican por el mundo pueden acceder a estas obras con cotizaciones millonarias. Pero los compradores descubrieron que existen obras a la medida de sus bolsillos y salieron a buscarlas.
COLECCIONISMO
El arte se ha convertido en una de las aspiraciones de un público inagotable. Además, entre tantos devotos están quienes admiran el glamoroso papel que juegan los coleccionistas en un escenario de gran visibilidad. Es entonces cuando surgen las preguntas: "¿Cómo se inicia una colección? ¿Es una actividad sólo para ricos? ¿Qué características tornan a las colecciones tan diferentes unas de otras? ¿Qué apuestas habitan en cada una de ellas? ¿Cómo influyen en nuestro modo de apreciar el arte? ¿Es verdad que el arte abre todas las puertas?".
El arte está para ser descubierto. Y la figura del coleccionista se acrecienta, sus posesiones son motivo de orgullo personal y también social. Pero ¿quiénes son esos personajes -en ocasiones visionarios- y cuál es el deseo que los guía?
Detrás de cada gran colección se esconde una historia individual. Hay coleccionistas que se destacan por su intuición y otros por sus experiencias extraordinarias; están quienes pasaron a la historia por la inteligencia de sus planteos o las tesis que sustentan sus conjuntos; por la radicalidad extrema de sus elecciones, o por la fervorosa atención que les dedican a sus posesiones y a los artistas en los que creen y depositan su fe.
En definitiva, en sus más diversas encarnaciones, los coleccionistas marcan puntos de inflexión, contribuyen a cambiar el modo de mirar el arte, de mostrarlo y cotizarlo. Y así se teje la trama que lleva a un artista a la gloria.
Desde los principios del coleccionismo, cuestiones como el gusto, la audacia, el afán por rodearse de cosas bellas, la pasión o los conocimientos comenzaron a marcar diferencias. Balzac aseguraba que los coleccionistas son los seres más apasionados que hay en la tierra, pero un recorrido por las colecciones internacionales y también las argentinas nos revela que el arte se atesora por motivos muy diversos.
Desde el puro placer estético hasta la inversión, muchas son las variantes. El abanico es inagotable: va desde el coleccionista silencioso hasta el que se comporta como una estrella del espectáculo; desde el que delega la selección de sus compras en un curador hasta el que impone su gusto personal; desde el que disfruta al mostrar y compartir sus tesoros artísticos hasta el avaro, que guarda todo para sí, y desde el que se enamora irresistiblemente de una obra y pone todo su empeño en poseerla hasta el especulador, que sólo persigue el ascenso social o el rédito económico.
Hay coleccionistas que se convierten en activos agentes culturales, capaces de preservar obras que en ocasiones (como sucedió con muchas de las que se exhibieron en el Instituto Di Tella) terminan destruyéndose, porque los artistas no tienen dónde guardarlas, o porque a las instituciones no les interesa preservarlas.
INSTITUCIONES
Entretanto, el fracaso o el éxito de las instituciones reside en gran medida en las respuestas que brinden, desde el continente material o espacial hasta las cuestiones intangibles como la capacidad para analizar qué puede deparar a la gente el contacto con el arte. Hay quienes aseguran que además de darle un brillo especial a la vida, puede favorecer nuevas formas de convivencia humana y, en ocasiones, revelar la existencia de otros mundos y otros reinos, y situaciones y momentos muy distintos de los habituales.
Las instituciones, desde las culturales hasta las del mercado, las públicas y las privadas, acaparan la atención y jugarán, sin duda, un papel estelar en 2014. La misión de los museos resulta crucial para sostener el sistema del arte. Ellos legitiman el arte que coleccionan, se ocupan de defender el valor de sus obras y de apoyarlas con exhibiciones, libros y catálogos. Un buen ejemplo es el montaje de un cuadro del argentino Juan Del Prete colgado junto al del genial Picasso, en el Museo Nacional de Bellas Artes. En este sentido, se espera para 2014 con gran expectativa la apertura de las colecciones de arte moderno y contemporáneo, argentino e internacional.
Es imposible prever el futuro. Pero para detectar la valoración de los museos, basta observar el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, el despliegue de muestras y actividades. Hoy asistimos al despertar de una institución que permaneció dormida. Otra tendencia que se va a acentuar es la apreciación de los artistas argentinos de la década del 60. A ellos les llegó la hora de un genuino reconocimiento y ya están en la mira de los operadores culturales que cuentan, como los de la Tate Modern de Londres; el Guggenheim y el MOMA neoyorquinos. Mientras León Ferrari es homenajeado en el MOMA con una muestra, resuenan en el extranjero los nombres de Liliana Porter, Marta Minujín, Roberto Jacoby, Eduardo Costa, Osvaldo Romberg, Luis Fernando Benedit, Nicolás García Uriburu, Horacio Zavala, Leandro Katz, Margarita Paksa, Delia Cancela, Mirtha Dermisache y Marie Orensanz. Pero la saga de esa década no se acaba con esos nombres y las investigaciones están al rojo vivo: lo que hoy no tiene precio siquiera puede convertirse mañana mismo en una pieza de museo que cuesta fortunas.
No obstante, en la Argentina las galerías de arte contemporáneo están en jaque. Se sabe que son el punto de partida fundamental para el despegue de los artistas y de las ferias que ellos financian y sostienen. Pero se da la gran paradoja de que las ferias y rematadoras acaparan los compradores. Algunas galerías, como 713, Dabbah Torrejón, Braga Menéndez, Jardín Oculto, han cerrado sus puertas.
Finalmente, luego de muchos años de indiferencia, los distintos gobiernos, el nacional, los provinciales y el de la Ciudad de Buenos Aires, se acercaron a los artistas y descubrieron el mejor modo de capitalizar y seducir a las muchedumbres que el arte atrae.
a masiva asistencia a la muestra del artista australiano en Proa, en el barrio de La Boca, renueva la curiosidad por la obra y por el perfil de su creador. ¿Cuál es su método, qué materiales emplea, qué busca significar con sus esculturas de títulos obvio? Ya sabemos, Mueck no da entrevistas, y por eso arriesgamos interrogantes que también son hipótesis. Ha dicho Grazia Quaroni, la curadora, que la obra del artista no es narrativa y que el espectador construye una historia con su propia experiencia. Por eso aportamos videos e imágenes con los impactantes detalles de algunas de sus figuras para descubrir o inventar una narrativa a estos personajes que el mismo peinó y coloreó en su paso fantasmal por Buenos Aires.
Pasamos de figuras enormes como "Pareja bajo una sombrilla" a otras más pequeñas, como "Joven pareja" y todas nos interpelan. Parece increíble que alguien que logra lo que Mueck con su trabajo, que se involucra a fondo en sus obras, no les imagine y relate unas vidas, unas historias y narrativas a sus personajes. Es cierto, ninguna tiene un marco conceptual ni histórico, pero eso las deja abiertas a la libre imaginación. A continuación, podrán ver algunos detalles de sus obras, y en el player superior de esta nota, un recorrido más general y también videos de la muestra en Proa. Un proceso creativo y obras de significado reservado, abiertas a la interpretación desde la libre experiencia.
MUJER CON LAS COMPRAS. (Woman with shopping)
Si nos resulta indescifrable la mirada perdida de esta mujer, nublada, sin enfocarse en ningún punto fijo, todo lo contrario ocurre con los ojos de su niño, que la buscan directamente a ella. Además, qué quiere decirnos Mueck titulando la obra con las compras que ella acarrea y no con el niño, quien finalmente se lleva gran parte de la atención. ¿En qué piensa esa madre?
PAREJA DEBAJO DE UNA SOMBRILLA. (Couple under an umbrella)
Si los personajes de esta obra se pusieran de pie, medirían cuatro metros. Sin embargo, puestos a su lado, el tamaño es relativo. Son gigantes y reales a la vez. Aquí, como en todas las obras, los pliegues de la piel, la pigmentación y los gestos se vuelven a veces sobrehumanos.
PAREJA JOVEN. (Young couple)
Sabemos que Mueck pidió privacidad para estos jóvenes, intimidad, una pared que los separe del resto de sus obras para que pudieran continuar con lo que se traen entre manos. Pero lo que vemos de frente es distinto a lo que aparece atrás. A las obras de Mueck hay que caminarlas, rodearlas, descubrirles las tensiones. Explorar sus relaciones, los vínculos, como lo hace él.
A LA DERIVA. (Drift)
Es la única instalación de la muestra. Una pared pintada de azul, que puede ser un mar, una pileta, un río, y un hombre reposando sobre una colchoneta inflable, que no parece andar a la deriva, sino más bien disfrutar de un buen momento. ¿Es un modelo posando? ¿Es una crítica contra la pose de andar a la deriva? ¿O andar a la deriva es pasarla así de bien? La evidencia del bronceador y una iluminación potente, tal vez agreguen preguntas.
JUVENTUD. (Youth)
Ve la sangre fluir y se sorprende ese joven de color frente al tajo en su abdomen. Le parece increíble que eso le haya ocurrido a él. Más que por la herida, la obra significa por el rostro y quizás por naturalización de las heridas que vienen incluso de otra historia.
MASCARA II. (Mask II)
El gigantesco rostro que abre la exposición, es un ícono de un hombre durmiendo. El autor y la curadora lo van a negar una y mil veces, pero parece ser un autorretrato de Mueck. Consciente o inconsientemente, la cabeza, que en realidad es sólo una máscara por que no tiene reverso, podría ser el mismísimo Mueck. ¿Enmascarado?
HOMBRE EN UN BOTE. (Man in a boat)
Mueck, que podría haber levantado un bote del Riachuelo, trajo el suyo en avión. Y allí sentó a este señor desnudo, que seguramente se habrá rociado con un buen bronceador, para no sufrir los embates del veranito porteño. Lo decimos por su piel blanca, digna de un cuidado especial, y poco común en un naufrago, como podría ser este. En esta obra el artista escapa de las situaciones cotidianas, ni shopping, ni pareja. Un bote y un náufrago peinado a la gomina mirando al más allá.
Registro del montaje de la exhibición de Ron Mueck en Fundación Proa, abierta desde el 16 de noviembre de 2013 hasta el 23 de febrero de 2014. El artista, su asistente Charles Clarke y la curadora Grazia Quaroni estuvieron en Buenos Aires realizando y supervisando el montaje de la exhibición, concebida por Fondation Cartier pour l'art contemporain de París y que tras su paso por Fundación Proa seguirá su itinerancia latinoamericana en el Museu de Arte Moderna de Río de Janeiro de marzo a junio de 2014
Una serie de personajes arrojados al mundo. En las salas amplias y vacías de Fundación Proa las figuras del escultor Ron Mueck pueden ejercer su inercia con desenfado. No hay un contexto que permita aventurarles historias, más allá de sus propios cuerpos. De las venas azuladas que deja ver la piel traslúcida; de la barba de dos días; de las durezas en las plantas de los pies. Si no fuera por los abruptos cambios de escala entre los personajes, casi podríamos confundirlos con personas de carne y hueso. Pero son esculturas. Elaboradas minuciosamente hasta alcanzar, por la vía del artificio, un naturalismo exasperante.
Apenas entramos a la muestra nos topamos con una cabeza enorme apoyada en un pedestal. Podemos observar los detalles “obscenos” de su piel; las arrugas alrededor de los ojos; la barba apenas rompiendo los poros; los labios fláccidos, acaso relajados por el sueño. Al terminar de rodear la figura la descubrimos hueca, una máscara. La cabeza que con su naturalidad exacerbada, parece de un lado de la sala más real que nosotros mismos, del otro es una simple farsa. Una mueca que nos marca el tono de la muestra.
Las figuras de Mueck cambian de tamaño con tanta fluidez, que por un instante nos hacen pensar que somos nosotros quienes en realidad estamos en mutación constante. Así podemos sentirnos pigmeos morbosos al lado de una pareja de ancianos enormes. O cautelosos gigantes cuyos torpes movimientos podrían destruir de un soplo a la pequeña madre que vuelve del súper mercado con sus bolsas en las manos y su bebé arropado bajo su sacón.
Mueck concibe sus figuras como un padre. Y como una madre, las gesta en su taller. Realiza sus estructuras y las pinta a la luz de lámparas incisivas que le permiten trabajar con obsesión cada detalle. Uno por uno enhebra sus cabellos. Y los recorta. Y los corre detrás de sus orejas, como un Pigmalión que espera que sus criaturas cobren vida con el gesto amoroso.
Resulta paradójico pensar que todo eso que con tanto empeño extirpamos de nuestros propios cuerpos –pelos, callos, pliegues de piel– es lo que confiere humanidad a estas figuras. Los detalles íntimos atesoran historias con más o menos las mismas dosis de violencia, amor o fantasía que nos acaecen a nosotros mismos. Y de ensimismamiento.
No es entonces en la perfecta imperfección de sus orejas, sus narices o sus uñas, donde estas figuras más se nos parecen, sino en ese solitario automatismo que las envuelve como un halo.
Ron Mueck Fundación Proa (Pedro de Mendoza 1929). Martes a domingo de 11 a 19. Entrada $15.
DZ/rg
La fundación PROA, ubicada en el mítico y pintoresco barrio de la Boca, presenta la primera muestra en Sudamérica del escultor Ron Mueck. Son 15 esculturas del artista australiano, sólo las necesarias para apreciar el impactante trabajo creativo que deslumbra especialmente en los detalles de una verosímil realidad.
Mueck, fácilmente categorizado dentro de la corriente artística del hiperrealismo, desmitifica estas aseveraciones con sus mismas obras, rompiendo con ciertas pautas básicas de esa tendencia y atreviéndose a jugar con el límite de la ficción. Esas pautas son leves, pero relevantes. Es así como dentro de las esculturas se encuentra la desproporción -específicamente en las extremidades, que suelen ser más grandes-, modelos a escalas irreales y ausencia de información del contexto y ambiente social en que se encuentran. Por eso, el espectador puede crear la lectura que le parezca frente a lo que ve. Si bien la mayoría de las escenas podrían tildarse de cotidianas y naturales, la muestra cuenta con un par de obras que llegan a ser fabulescas. Es maravilloso cuando dos mundos opuestos convergen en una misma obra; que a su vez lo hagan de forma superlativa, es un logro aun mayor.
Los materiales utilizados en cada pieza permiten al autor imprimir minuciosamente cada detalle por mínimo que sea, como la textura de la piel y su brillo natural, el pelo, el vello, los pliegues perfectos de la piel humana y -en un solo caso- piel animal. Otro factor que moviliza es la expresión de cada escultura, que logran moldear un gesto o una expresión a la perfección y dejando siempre libertad interpretativa. Es también interesante observar que ninguna de las esculturas humanas cruza mirada con el espectador. En ese juego latente hay miradas entre ellos, miradas perdidas o elementos que interfieren para la conexión visual.
Es un trabajo exhaustivo y complejo que deviene en una magistral y extraordinaria observación del mundo real y no tan real.
Martes a domingo de 11 a 19
Fundación Proa
Pedro de Mendoza 1929 – Cap.
(011) 4104-1000
www.proa.org
Resulta curioso, en este sentido, cómo, desde las filas de la corrección política más demagógica y adocenada se cuestionan exposiciones como las de Antonio López –por considerarlas propias de un giro conservador y populista en las programaciones de los centros institucionales– mientras que, por otro lado, se evidencia una indulgencia infinita hacia este modelo de figuración obscena que, en rigor, bebe de las mismas aguas del perfeccionismo hiperrealista. Seducidos por la polémica desatada por los temas en ellas abordados, nos olvidamos de que las estrategias visuales empleadas por los Chapman, Ron Mueck e incluso Tracy Emin resultan insultantemente simples y banales, características de un momento de demolición que ha esquilmado el mundo del arte de cualquier finura o sutileza conceptual. La deriva es todavía peor de lo esperado: el arte responde a la indigencia de la realidad no mediante alternativas alentadoras, sino a través de la profundización de su necedad.
Resulta curioso, en este sentido, cómo, desde las filas de la corrección política más demagógica y adocenada se cuestionan exposiciones como las de Antonio López –por considerarlas propias de un giro conservador y populista en las programaciones de los centros institucionales– mientras que, por otro lado, se evidencia una indulgencia infinita hacia este modelo de figuración obscena que, en rigor, bebe de las mismas aguas del perfeccionismo hiperrealista. Seducidos por la polémica desatada por los temas en ellas abordados, nos olvidamos de que las estrategias visuales empleadas por los Chapman, Ron Mueck e incluso Tracy Emin resultan insultantemente simples y banales, características de un momento de demolición que ha esquilmado el mundo del arte de cualquier finura o sutileza conceptual. La deriva es todavía peor de lo esperado: el arte responde a la indigencia de la realidad no mediante alternativas alentadoras, sino a través de la profundización de su necedad.
Ya de entrada sabía que sería buena. Será porque las imágenes de su trabajo han sabido recorrer el mundo por las redes sociales, adjuntadas a un comentario del estilo “mirá lo que hace este tipo, es una locura”. Y realmente es una locura. Tan locura que tuve que ir dos veces a la Fundación Proa, donde reposan las esculturas del artista plástico australiano Ron Mueck, porque la primera era un domingo al mediodía y había una cola de dos cuadras. Me disculpé con el arte, fui al asado que me esperaba, y volví un martes.
Ésta vez, sin cola (aunque con una horita y pico de 152), y gratis por ser estudiante y por ser martes, acompañada por mi mamá, pude ver el evento plástico más nombrado de la temporada.
Mueck nació en Melbourne en 1958 en el seno de una familia de fabricantes de juguetes, lo cual hizo que creciera rodeado de técnicas para dar vida a objetos inertes. Sin haber recibido educación artística formal, en su juventud y adultez desarrolló su vocación por la animación, modelando figuras en la industria cinematográfica.
A partir de 1996 comenzó a colaborar en el trabajo de la artista plástica e ilustradora Paula Rego, produciendo pequeñas figuras para su muestra. Así es que Charles Saatchi da con sus obras, y comienza a coleccionarlas. Desde ese entonces Mueck ha logrado consagrarse en la escultura hiperrealista, cuyo rasgo-sello es el juego de escalas y la mímesis.
Sin lugar a duda, es un detalle no menor la perfección con la que están elaborados estos pequeños o gigantes seres, y es lo que a primer ojeada capta la atención. Pero si me detengo un segundo más y en vez de preguntarme cómo habrá hecho las venitas de la sien, cada arruga o cabello, me propongo observar la imagen entera, otras dudas vienen a mi mente.
Confío en mi creatividad, y sé que podría inventar interpretaciones más que interesantes y hasta algunas quizás muy acertadas. Realmente esto sería pecado. Sería arruinarles a los que aún no visitaron la exposición, el placer de imaginar las circunstancias de estos personajes, y probablemente los dejaría sin lugar a la intriga de por qué el artista decide retratar estas escenas, estos gestos y no otros. Con qué criterio selecciona sus enfoques, y qué nos quiere contar con estas 9 piezas que vemos hoy. Salí con más preguntas que cuando entré, y eso me parece un signo válido para recomendar la experiencia.
La exposición se puede ver en la Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929, La Boca) hasta el 23 de febrero, de martes a domingo, de 11 a 19hs. Entrada general $15.
Las obras que la Fundación Proa, en el barrio de La Boca, ha conseguido albergar entre sus muros son las culpables de tal revuelo. Se trata de nueve de las cuarenta esculturas hiperrealistas de Ron Mueck, artista de origen australiano y residente en el Reino Unido.
Son obras de varias dimesiones y llaman la atención por su increíble verosimilitud. Cuando uno se acerca, contempla maravillado el asombroso realismo en los pequeños detalles: las uñas, el vello, las venas, los nudillos; todo parece perfectamente humano. Y sólo se tiene la certeza de que no es una persona verdadera la que está frente a uno, porque las superficies más amplias (la espalda, el pecho) son quizás demasiado brillantes y algo rígidas. Pero bueno, por poner alguna pega. Una de las piezas es una naturaleza muerta: un pollo de dimensiones mayores a un ser humano al que no le falta detalle: unos pelos y una piel de tan colosal tamaño dan hasta escalofríos.
Mueck empezó trabajando para la televisión como diseñador de marionetas y ahora sus esculturas millonarias viajan por el mundo, sin que nadie quede decepcionado: se trata de ese tipo de obras diseñadas para el gran público, una especie de bestseller escultórico.
La distribución e iluminación son excelentes; sin embargo, da penita ver en lo queda relegada la obra del argentino Jack Vanarsky: sus bocetos y sus libros animados están castigados en un rincón de la biblioteca, un buen espacio semántico para su obra, pero nada favorecedor.
Como complemento, la fundación pone a la disposición de los visitantes dos excelentes videos, cada uno dedicado a un autor de los expuestos. Por supuesto, el protagonizado por Mueck se exhibe en el auditorio, en pantalla grande y con decenas de butacas; y, mientras, el documental del adorable Vanarsky se muestra en una pequeña pantalla, en frente de un asiento en el que apenas si caben cuatro personas, casi hacinadas.
La exposición de la estrella dura hasta el 23 de febrero. No vaya el fin de semana, se forman filas de una hora y media. Lo peor: la prohibición absoluta de tomar fotografías.
«Las cosas más grandes de este mundo, son definidas por sus más grandes detalles.»
En ciertos artistas es más evidente que en otros el preciosismo y detallismo esmerado con que trabajan sus obras. Sobre todo en aquellos cuyo arte es figurativo, y más aún si se trata de escultura. Es el caso de Ron Mueck, hijo de familia de jugueteros, que aprovechó su talento para desarrollar creaciones plásticas de un realismo sorprendente, para iniciarse profesionalmente en el mundo del cine. Sus figuras eran diseñadas para ser fotografiadas desde un ángulo muy específico, ocultando así el desorden de la obra vista desde otro ángulo. Sin embargo, Mueck con más frecuencia deseaba producir esculturas que se vieran perfectas desde cualquier ángulo, obsesión que indefectiblemente lo orientó hacia la perfección de su técnica.
El video de sesenta minutos que completa la muestra en PROA, nos muestra al hombre trabajando en el taller, la delicadeza con que manipula los materiales que utiliza y la paciencia y perseverancia que dedica a cada una de sus piezas. Arcilla, resina de poliéster y fibra de vidrio para formar una capa rígida, luego la fibra fue sustituida por silicona, realzando el realismo de las esculturas, que una vez secas, se lavan, para ser coloreadas con pintura acrílica y recibir la meticulosa aplicación de pelo de caballo. Esto le permite obtener tal grado de veracidad, que asombra ver arrugas, imperfecciones de la piel, ojeras, arrugas, várices, uñas descamadas, músculos, pestañas, barba crecida, una frente aplastada por una mano... el resto es un conjunto de 9 esculturas que ocupan todo el espacio de PROA, y conforman un casi un tercio de la producción de la obra del artista. Lo que no es poco y da cuenta de la magnitud de esta exhibición, así como también del tiempo y del trabajo de Ron Mueck.
Ni realismo, ni hiperrealismo, mucho menos surrealismo. Ni retrato, ni ni naturaleza muerta, ni costumbrismo. Ni vanguardia, ni político, ni POP, ni expresionismo, ni figuración.
Simplemente... defectos y virtudes de la delicada y humana perfección.
Es un gran momento para los amantes de la escultura. El MALBA y la Fundación Proa alojan dos propuestas que se unen por el género escultórico y se distancian por varias razones. Una funciona como una instalación, donde todas las obras apuntan a generar un sentido en sala, mientras la otra apela a una lectura individual.
La muestra de Elba Bairon, artista boliviana y argentina por adopción, fue pensada especialmente para el espacio que ocupa en el MALBA. Presenta una serie de esculturas hechas de pasta de papel y moldes. Primero se hace el molde, luego se rellena y al extraer las figuras es necesario lijarlas por un largo tiempo para hacer desaparecer las junturas y lograr una superficie suave. Según Bairon, la intención fue borrar de ellas toda huella de información innecesaria, dejando un enigma suficiente como para que cada espectador las complete. Estas extrañas presencias blancas portan algo como un gato, un conejo, una tabla de lavar o un bebé y están realizadas en la misma escala. Se distribuyen en una sala muy prístina que abunda en reflejos, y entre ellas se disponen dos pequeñas maquetas arquitectónicas que presentan plataformas, como escenarios. Es difícil intuir a qué tiempo histórico corresponden las figuras, pero lo es aún más en el caso de las maquetas: uno no sabe si localizarlas con las pirámides aztecas de Méjico o en el antiguo Egipto. También se crea una tensión entre sus bordes rectos y en escuadra y la terminación curvilínea de las esculturas figurativas. No queda claro si las figuras habitarían estas arquitecturas. Sí es clara la intención de invertir la relación entre los tamaños de los espacios habitables y los de las personas.
La idea que engloba la muestra es la de una suspensión que estamos invitados a terminar de pensar subjetivamente, porque las figuras ni siquiera tienen título. Cuando a Bairon le preguntan por la ausencia de color en las esculturas responde “el color a mis obras no les aporta nada, ahora la luz, sí es importante”. Y es cierto. Las curvaturas que delimitan la presencia humana de los personajes de Bairon se despiertan por la iluminación. Están hechas para el baño de luz que las recorre, generando sombras en un sutilísimo fade in y fade out que es necesario ver para comprender.
En un momento del brillante texto que escribió Teo Wainfred para el catálogo de la muestra, se detalla: “Pareciera que todo reposa en un sueño. Que todos se han dormido o congelado para que nosotros podamos contemplarlos en paz. Estatuas de sal, que como la mujer de Lot han quedado mirando eternamente hacia atrás. Pero que por una extraña inversión de la trama, ese atrás es ahora el nuestro.” Más allá de la narración bíblica de la huida de Sodoma que ilustra certeramente una posibilidad de aproximación, Wainfred nos coloca en la especie de ensoñación que representa esta suerte de instalación escultórica. Además menciona la palabra sal. Este blanco omnipresente en la exposición, invita a pensar que el verdadero escenario de las figuras sería un desierto de sal, en donde se erigirían eternamente contemplando el cielo y el horizonte. Invitada a derivar mi propia lectura, es como si miles de generaciones portaran un secreto intemporal que no puede ser nombrado, que tiene un sentido casi religioso, y que habita en el núcleo profundo de cada ser humano.
En Proa se exhibe una selección de nueve esculturas hiperrealistas del Australiano Ron Mueck, ejecutadas entre el 2002 y el 2013 en lo que sería la tercera muestra masiva del año.
Antes de seguir, es necesario abordar una polémica en torno a estas obras que es la de su tamaño. Hay quienes opinan que la obra de Mueck no sería hiperrealista por estar completamente fuera de escala. Las etiquetas son difíciles. Son esculturas con un grado de realismo extremo que supera a la mayor parte de las esculturas realistas de los siglos XX y XXI que sí están en escala. Están plagadas de indicios temporales de actualidad en los objetos circundantes, en la ropa y en los accesorios. Por estos motivos es muy dificultoso llamarlas de otro modo, porque el realismo es indefectiblemente lo que prima. Esta obsesión de Mueck por el detalle y lo verosímil y el juego con los tamaños lo ubica en las antípodas del borramiento con el que trabaja Bairon en sus figuras en escala natural.
Nos recibe en la planta baja el autorretrato del artista: una enorme cabeza masculina ubicada de lado, como durmiendo. El grado de realismo es sorprendente y hasta inquietante porque es perfecto: desde las pestañas hasta el color de la piel. Al recorrerla se devela que no es una escultura de bulto completa sino una máscara. Y al leer la cédula esto se confirma: Mask II, 2002. Recién comienza el recorrido y ya casi no hay bruma en el hecho comunicativo de esta hiperrealidad que coarta la subjetividad en la recepción.
La segunda escultura representa a una pareja y se titula Young couple (joven pareja). Esta es una de las últimas esculturas realizadas (es del 2013) y en ella asoma la idea de una cierta ternura en el vínculo que une a los dos jóvenes semiabrazados. Es mucho más pequeña que el natural y mucho menos perturbadora que la primera, salvo por el hecho de que al recorrerla, un personaje le está torciendo el brazo al otro. De acuerdo con un visitante fue un arrepentimiento sobre la marcha, porque el artista inicialmente iba a representar una pelea de pareja y luego cambió de opinión.
La tercera escultura adquiere gran formato nuevamente. Debe ser 4 veces más grande que el ser humano. Se titula Couple under an umbrella (pareja bajo un paraguas) y también es del 2013. Representa a una pareja anciana en un momento distendido en la playa. En esta gigantografía la ternura sí es algo omnipresente. Es la más afortunada de las nueve esculturas que pueblan las salas de PROA porque lo que representa es algo tan real como aspiracional: el cariño a través del paso de los años y de la vida.
Las dos esculturas que siguen presentan un estereotipo imaginario tras otro: una mujer blanca, que podría ser europea, con sus bolsas de compra, cara de agotamiento y un bebé adentro del sobretodo, y un joven negro vestido con jeans y remera mirándose una herida de arma blanca en el lateral izquierdo. Esta última se titula “Youth” (juventud). Le sigue un hombre desnudo en la proa de un bote. Esta vez el bote sí está en escala -es un bote de verdad- pero el hombre no: es mucho más pequeño.
La escultura que le sigue representa a una mujer llevando una pila de ramas. De nuevo es el atisbo de algo más abierto. La mujer está desnuda y esto lleva a pensar en una inusitada conexión con la naturaleza. Esta es una de las pocas esculturas en las que se reduce la información habilitando la capacidad asociativa de la obra.
Pasamos al primer piso. Es la octava escultura: un hombre de mediana edad en traje de baño tirado en una colchoneta con anteojos de sol y cadena dorada. Otro estereotipo. Tiene gracia la pared que la contiene, de lado a lado pintada de celeste, cosa que basta para intuir la representación del agua. Por primera vez en la muestra el espectador puede imaginar un espacio: la pileta en la que flota este personaje. El otro indicio es el título “Drift” que se tradujo al español como “a la deriva”. A esta altura la conexión primaria con la naturaleza que intuimos en la última escultura, la de la mujer con las ramas, ha desaparecido por completo.
En la misma sala aparece la última escultura: un pollo desplumado y mutiladoque cuelga, con este sorprendente realismo que es la única constante además de la idea de retrato, imaginario o no. El título Still Life (naturaleza muerta) en lugar de ser autorreferencial como algunos de los demás, resulta entre alusivo y evidente. Se transforma en la cita que involucra a este pollo con una ecuación muy simple: el pollo ha muerto y emparenta a Mueck con Henry Fantin Latour, Giorgio Morandi, Paul Cézanne, Miguel Diomede y otros artistas que entendieron un género y se dedicaron a él en pintura.
Al no poder terminar de realizar asociaciones subjetivas, me pregunté por el sentido global de las manifestaciones de Mueck. ¿Es un alarde técnico? ¿Es un homenaje a la humanidad? Para algunas personas, sin dudarlo. Para una médica que me encontré en el baño, cuando ya me estaba por ir, es un homenaje a la anatomía el representarla con tanta atención a los detalles de la biología humana. El catálogo de la exposición de PROA explica “Estos sujetos que parecen tan ordinarios también irradian una espiritualidad y una humanidad que provocan una respuesta”. Mi sensación luego de ver ambas muestras es que paradójicamente la humanidad está mucho más presente en la obra de Elba Bairon que borra los detalles que en la de Mueck que representa de una manera tan literal. En todo caso ambas exhibiciones funcionan como un contrapunto en una disciplina sobre cuyas fronteras invitan a analizar.
London-based Australian artist Ron Mueck was formerly a model maker and puppeteer for children’s television and films. In 1996, he started creating fine-art sculptures with his mother-in-law, Paula Rego. He first famous piece was terrifying and hyperrealistic “Dead Dad”, in which he reproduced the body of his dead father on a 2/3 scale. His further work is more often of gigantic proportions, like his five metre high sculpture Boy 1999 was a feature in the Millennium Dome and later exhibited in the Venice Biennale. The unusual size and incredible level of details of Mueck’s sculptures create a strange, disturbing sensation.
Fundación Proa brought Mueck’s works from Cartier Fundation in Paris. This will be the first time this artist is exhibited in Latin America.
En la próxima edición de Artistas + Críticos programada para el 7 de diciembre, el Dr. Hugo Petruschansky, docente en arte contemporáneo, desarrolla los conocimientos sobre las diversas tradiciones artísticas y contextualiza las esculturas de Ron Mueck en la historia de la representación a lo largo del siglo XX.
Hugo Petruschansky es doctor en Historia de las Artes y profesor titular de Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). Ha ejercido la docencia en universidades de Europa y Estados Unidos y ha publicado numerosos textos críticos sobre su especialidad en libros, revistas y catálogos, nacionales y extranjeros. Actualmente, es curador independiente y colabora con los diarios La Nación y Ámbito Financiero, y con la revista Reporte Publicidad, entre otros medios. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Noviembre
Sábado 23
Rodrigo Alonso + Martin Di Girolamo
Sábado 30
Teresa Gowland + Ángel Navarro
Diciembre
Sábado 7
Hugo Petruschansky
Sábado 14
Mercedes Casanegra + Luis Felipe Noé
Martín Di Girolamo
Es artista plástico nacido en Buenos Aires, en 1965. Estudia en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y hasta 1993 se dedica a la pintura. En 1994 gana la Beca Kuitca y, entre 1995 y 1996, es seleccionado por la Fundación Antorchas para participar en el taller de Barracas, dirigido por Pablo Suárez y Luis Benedit. A partir de ese momento se dedica a la escultura con una técnica hiperrealista y una temática que lo caracteriza: figuras femeninas protagonistas del cine condicionado, de revistas pornográficas o del ámbito de las pasarelas. Expone sus obras en Buenos Aires, Bahía Blanca, Brasil, Mar del Plata, Madrid, Senegal y Estados Unidos. Obtuvo varias distinciones, entre las que se hallan, además de las mencionadas, las siguientes: Beca del Fondo Nacional de las Artes, 2000; Segundo Premio Adquisición a las Artes Visuales, Banco Nación, 2001; Premio Konex a las Artes Visuales, Diploma al Mérito, Quinquenio 1997-2001, 2002. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Rodrigo Alonso
Es Licenciado en Artes por la Universidad de Buenos Aires, especializado en arte contemporáneo y nuevos medios. Es profesor de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, la Universidad del Salvador y el Instituto Universitario Nacional de Artes. También es profesor y miembro del Comité Asesor del Master en Comisariado y Prácticas Culturales en Arte y Nuevos Medios del MECAD, en Barcelona, y profesor invitado por importantes universidades, congresos y foros internacionales en América Latina y Europa. Es co-director del Taller de Arte Interactivo del Espacio Fundación Telefónica. Es escritor, crítico y colaborador en libros, revistas de arte y catálogos. Entre sus libros, destacamos: Muntadas. Con/Textos, Ansia y Devoción, Jaime Davidovich. Video Works. 1970-2000 y No sabe/No contesta. Prácticas fotográficas contemporáneas desde América Latina. En los últimos tres años fue curador de las muestra Imán: Nueva York (2010), Sistemas, Acciones y Procesos. 1965-1975 (2011) y Pop, Realismos y Política (2012) en Fundación Proa. En 2011 fue designado curador del pabellón argentino en la 54ª Bienal de Venecia. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Angel Navarro
Es investigador y docente universitario. Trabaja en temas de arte europeo de los siglos XV al XVIII. Es profesor titular de las Cátedras de Historia de la Arquitectura en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo y de Historia de las Artes Plásticas IV en la Facultad de Filosofía y Letras, ambas de la Universidad de Buenos Aires. Ha publicado numerosos trabajos y se desempeña como curador y consultor internacional en temas de su especialidad. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Teresa Gowland
Es restauradora y conservadora de arte. Ha realizado trabajos de restauración de importantes obras artísticas y destacados ejemplos del patrimonio cultural y artístico de Buenos Aires, entre ellos: la restauración de la cúpula de la Iglesia de la Merced; la restauración del "Manto de Arlequín" en la Sala de Ópera del Teatro Colón; el retablo mayor de la Iglesia del Pilar y un mural de Antonio Berni, patrimonio del MALBA. Dicta cursos, es asesora en su especialidad y realiza también trabajos de restauración de obras pictóricas en su taller particular. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Hugo Petruschansky
Es doctor en Historia de las Artes y profesor titular de Historia del Arte Contemporáneo en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y en el Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). Ha ejercido la docencia en universidades de Europa y Estados Unidos y ha publicado numerosos textos críticos sobre su especialidad en libros, revistas y catálogos, nacionales y extranjeros. Actualmente, es curador independiente y colabora con los diarios La Nación y Ámbito Financiero, y con la revista Reporte Publicidad, entre otros medios. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Luis Felipe Noé
Es artistas plástico. En la década del sesenta integró la Nueva Figuración Argentina junto a Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega, con quienes expuso en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA, Buenos Aires), el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y el Centro Cultural Recoleta, entre otros. Ha realizado más de 40 exposiciones individuales en museos y galerías de Latinoamérica, Europa y los Estados Unidos. Se destacan sus exhibiciones en el Museo Nacional de Bellas Artes de Caracas, el Museo del Palacio Nacional de Bellas Artes de México, el Centro Cultural Borges y el MNBA, así como su intervención en las bienales de La Habana, São Paulo, Mercosur y Venecia. Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional Di Tella, la beca Guggenheim, el premio a la trayectoria artística de la Asociación Argentina de Críticos de Arte, el gran premio del Fondo Nacional de las Artes y el premio Rosario a la trayectoria. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Mercedes Casanegra
Es licenciada en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires (UBA), escritora e investigadora en arte contemporáneo argentino e internacional. Es docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. También fue presidente de la Asociación Argentina de Críticos de Arte-AICA (2001-2006). Entre sus trabajos curatoriales más recientes se encuentran las muestras de Roberto Elía, Enio Iommi, Kasuya Sakai, Eduardo Stupía y Matilde Marín en el Centro Cultural Recoleta; Entre el silencio y la violencia, en Fundación Telefónica y Sotheby’s de Nueva York; el envío argentino a la Bienal de Venecia de 2003; la muestra de Jorge de la Vega en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) y Estados de la materia en Fundación Klemm (2009). Fue consultora invitada para la exhibición El Tiempo del Arte, en Fundación Proa (2009), en la selección de las obras latinoamericanas. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Fundación PROA
Av. Pedro de Mendoza 1929
La Boca, Caminito
[C1169AAD] Buenos Aires
Argentina
T [54.11] 4104.1000
Fuente: Prensa PROA
Radicado en Londres, el artista comenzó a ganar su gloria en la escena internacional en 1997, junto al grupo de Jóvenes Británicos y bajo la batuta del atrevido Saatchi, un coleccionista y art dealer con estrategias marketineras.
La muestra "Sensation" y las extravagancias del arte shock del grupo británico desataron un escándalo en la Royal Academy que trascendió las fronteras de Londres. Mueck exhibía la feroz escultura de su padre muerto. Pero su arte escaló posiciones en 2001, cuando el curador suizo Harald Szeemann presentó"Boy", su inmenso muchacho en cuclillas en la Bienal de Venecia que fue la estrella de "La platea de la humanidad". Desde entonces, su fama no ha parado de crecer.
La muestra de Proa provoca perplejidad. Mueck explora la realidad, revela sus minucias más recónditas, como si necesitara tomar conciencia de ella, conocerla de verdad. El realismo exacerbado acorta distancias entre el espectador y las obras que cortan la respiración. La percepción se intensifica de inmediato y la comunicación es instantánea.
Al ingresar a la sala de Proa está el autorretrato del escultor: la inesperada nitidez del realismo de ese rostro gigantesco con los ojos cerrados, sobresalta al visitante. El arte de la provocación cumple su objetivo. Mueckcoloca una lente de aumento ante la piel, los poros, el pelo y, sobre todo, los ojos de algunas esculturas que miran al público. Hay un viejo bajo una sombrilla, una pareja de ancianos en realidad, y la mirada de él doblega la del espectador. El efecto de algunas figuras es escalofriante y semejante realismo genera interrogantes, confunde, como ya lo planteó Merleau-Ponty: "Esencia y existencia, imaginario y real, visible e invisible, la pintura confunde todas nuestras categorías, desplegando su universo onírico de esencias carnales, de semejanzas eficaces, de significaciones mudas".
La exhibición muestra las cosas tal cual son y, sin embargo, un abismo las separa del mundo real. En el texto catálogo, para explicar el fenómeno, Justin Paton habla de la potencia de los detalles y Robert Storr del cambio de la escala humana. Pero lo cierto es que cuesta trabajo borrar de la memoria las visiones penetrantes de los truculentos personajes de Mueck.Las visitas guiadas se suceden, pero hay algo inefable: el sentido del arte que la gente está mirando resulta inexplicable. Una de las obras, unos adolescentes ensimismados muestran una actitud aparentemente grata e inocente, pero un gesto apenas perceptible marca una situación siniestra. La obra más dramática la encarna un personaje desnudo en un bote con la piel lívida de los muertos y la cabeza inclinada para observar algo que -se supone- va a acontecer. El recuerdo de la barca de Caronte es inevitable. Hay también una mujercita cuyo sufrido rostro expresa un cansancio que la insensibiliza y aturde. Ella lleva en sus manos las pesadas bolsas de las compras y carga con su bebé, sujeto entre su cuerpo y su abrigo.
Los textos interpretan quiénes podrían ser esas personas que, con la excepción del autorretrato, son seres imaginarios, y qué motivos las mueven. El galán crucificado en una pared con la piel aceitada, bajo el sol y sobre su colchoneta inflable, es casi un personaje de "American Psycho", con su reloj y anteojos de sol de buena marca. Pero una bella figura femenina cargando unas ramas, quiebra con su piel rosada el clima de pesadilla.
No obstante, es preciso ver el video del artista compenetrado en su labor, para comprender la obsesión por el verismo. Su producción es escasa, apenas 40 piezas, pues demora alrededor de dos años para terminar cada obra. Mueck no utiliza calcos ni máquina de puntos. Modela en arcilla las figuras, después las moldea para pasarlas a la silicona, material que pinta una y otra vez hasta que hasta las venas adquieren el tono buscado. Luego injerta el pelo y viste a sus criaturas con atuendos de tela. Cintia Mesa trabaja en Proa y cuenta que Mueckse ocupó personalmente del montaje, no aceptó entrevistas y cuando habló, dijo que le interesaba que su obra fuera "verosímil", creíble. Aspiración que sólo se entiende luego de ver la muestra.
Un referente cercano a Mueck en la historia del arte es el hiperrealista John De Andrea, no obstante, basta ir a la Fundación Klemm para ver sus figuras yacentes y cotejar diferencias entre ambos artistas. Otro antecedente, más lejano en el tiempo, es la pintura de las uvas de Zeuxis, tan "verdaderas" que los pájaros iban a picotearlas."Absurdo", señala Jean Baudrillard. El francés agrega que "un milagro del trompe-l'oeil nunca reside en la ejecución realista sino justo al revés, en la extinción repentina de la realidad. Esta desaparición del escenario de lo real es la que traduce la familiaridad surreal de los objetos", afirma en la simulación encantada. SegúnBaudrillard "el exceso de realidad" genera un mundo surrealista.
El estadounidense Robert Storr demostró su pragmatismo cuando dirigió la Bienal de Venecia en 2007, y aclara que las criaturas de Mueck son "demasiado reales, no me atrevo a decir 'surrealistas' ya que el término ahora define más un estilo, que el estado alucinatorio al que conduce una excesiva verosimilitud". Al hablar de la inquietud que generan las figuras, establece una analogía con "los cadáveres embalsamados que no osamos tocar".
Lejos del ideal clásico de la escultura y de su equivalente modernista, sostiene: "Hemos llegado a un tipo de arte excéntricamente ilusionista, que solo puede florecer una vez que esos dos paradigmas han perdido su autoridad para tener cautivos, secuencialmente, a los artistas, los referentes del gusto y los aficionados del arte en general".
Su discurso es crítico, marca la caída de los valores y define una nueva etapa, en verdad aterradora: "Hemos ingresado en el terreno de la subrogación del trompe l'il, de los sosías que inducen al error, de los gemelos grotescos".
Storr se pregunta si Mueck abre la puerta de ingreso a "una especie de universo paralelo" y recomienda no culpar al mensajero sino agradecerle, "mientras cada cual se ocupa de la propia incomodidad individual".
La muestra acaba con un inmenso pollo colgando de un gancho: un animal. Las nueve obras apenas dejan la sensación de haber recorrido un museo.
El australiano Ron Mueck realiza sus obras en arcilla, de manera clásica, y luego utiliza materiales como resinas, siliconas, fibra de vidrio, latex y pelo sintético.
La muestra comienza con un autorretrato del artista durmiendo, titulado Mask II, realizado en 2002. Su rostro, como una máscara, parece dar el puntapié inicial a lo que el resto de la muestra aguarda a los visitantes, ser los seres que presencien los sueños del artista.
Para esta muestra el artista, que vive y trabaja en Londres, realizó tres esculturas presentadas en parejas. En la recorrida, después del autorretrato, se presenta una minúscula pareja de jóvenes abrazados, cuchicheando, disfrutando de una caminada en un día de verano. Otra de las parejas es una escultura de tamaño monumental, de300 cmx 400 x 350, que de alguna manera intimida, juega con nuestra propia escala humana.
Los personajes debajo de una sombrilla exponen sus cuerpos al aire libre y, a juzgar por la palidez de ambos, parecen recién llegados a la playa. Hay algo de religioso en las esculturas de Mueck, en una está la mirada amorosa de la mujer, casi como una Madonna mirando al niño en su regazo. En la escultura del joven negro que muestra una herida cortante debajo de sus costillas, como si fuera la lanza clavada en el costado a Cristo.
En el piso superior se encuentra montado sobre una pared, pintada de azul, un hombre que flota despreocupadamente sobre un inflable, con los brazos abiertos frente a nosotros en la postura de alguien crucificado.
La otra escultura nueva es de la madre cargando a su niño y, en sus manos, con las bolsas de las compras en una visión de la maternidad, con el rostro cansado, como cualquier madre de niños pequeños, que no ve la hora de llegar a su casa y quitarse todo el peso de encima, incluido el niño. Esta escultura es pequeña y en el video que se proyecta en el auditorio se ve que como fue realizada: a pesar de saber que el cuerpo estará vestido, tanto el niño como la madre fueron hechos con todo el cuerpo como figuras individuales.
Mueck nació en el seno de una familia dedicada a la fabricación de marionetas y de muñecas, y en la juventud se dedico al diseño de vidrieras de grandes almacenes en Melbourne, su ciudad natal. Luego decide viajar a Londres y allí trabaja en el cine, dentro del rubro de los efectos especiales, donde realizó trabajos para Jim Henson, el creador de los Muppets, y participó de la película “Laberinto”, protagonizada por David Bowie. Ya establecido e Londres fundó su propia compañía, creando utilería y “animatronics” para la industria de la publicidad.
En 1996 comienza a producir pequeñas figuras para acompañar la muestra de su suegra (también artista). Allí fue descubierto por Charles Saatchi, que comenzó a coleccionar sus trabajos. Saatchi es uno de los fundadores de la agencia de publicidad homónima y conocido coleccionista, además de propietario de Saatchi Gallery, que es la que patrocina el premio YBA (Young British Artists), que premió y dio impulso a Damien Hirst y Tracey Emin.
En 1999, Mueck mostró por primera vez su “Boy”, una escultura de un joven en cuclillas de cinco metros de altura que después fue exhibida en la Bienal de Venecia.
Desde 2001 Mueck obtiene un gran éxito internacional, y esta muestra es parte de una exposición itinerante que por primera vez visita Sudamérica. Luego del 23 de enero parte hacia Río de Janeiro.
A mão direita do garoto está dentro do bolso de sua bermuda. Os rostos estão quase colados. Por trás, vê-se a mão esquerda dele segurando o punho direito da namorada.
Parceria viabiliza grandes mostras no Brasil e na Argentina
"É tão incrível. São tão reais que parecem estar respirando", diz, em documentário da Fundação Cartier, o diretor americano David Lynch ao ver "Jovem Casal", uma das três peças que Ron Mueck, 55, criou para sua exposição que ficou em cartaz de abril a outubro em Paris.
Lynch foi um dos mais de 300 mil visitantes da mostra do artista australiano, famoso por suas esculturas hiper-realistas de proporções ora gigantescas, ora pequenas. O cineasta gostou tanto do que viu que gravou depoimentos para o museu.
Desde o dia 17, o trabalho de Mueck pode ser visto pela primeira vez na América Latina. As nove esculturas da retrospectiva são exibidas na Fundação Proa, em Buenos Aires. Em março, o Museu de Arte Moderna (MAM) do Rio abrigará as obras.
Na primeira semana, 15 mil pessoas viram a mostra, enfrentando filas de 50 minutos. A atração principal é "Casal sob um Guarda-Sol", uma escultura gigantesca representando um par de idosos.
O homem, sem camisa e de bermuda, repousa a cabeça nas pernas da mulher, sentada, de maiô azul.
A precisão de detalhes impressiona: pele enrugada, veias saltadas, verruga e até um joanete no pé.
"As obras dele têm uma relação direta com o cotidiano, por isso fazem tanto sucesso. Tudo é reconhecível", diz à Folha Adriana Rosenberg, presidente da Proa.
silêncio
Filho de alemães, Mueck iniciou carreira num programa de TV na Austrália, criando, operando e dando voz a marionetes, de 1979 a 1984.
Passou a criar esculturas hiperrealistas em Londres. O reconhecimento veio em mostra coletiva de 1997, com "Dead Dad", em que representava o próprio pai morto.
A italiana Grazia Quaroni, que assina a curadoria com Hervé Chandès, diz que não se pode rotular Mueck. "É tão clássico quanto contemporâneo. Melhor que classificá-lo é desfrutar de sua obra."
A terceira peça criada por Mueck para a mostra é "Mulher com Compras", em escala pequena. Nela, uma mulher carrega uma sacola em cada mão e leva, preso ao seu corpo, um bebê com apenas a cabeça para fora do casaco abotoado.
A visita se encerra com o documentário "Still Life" (natureza morta), que mostra Mueck confeccionando suas três últimas obras.
Por 50 minutos, o público vê o artista em seu ateliê de Londres, criando moldes e cuidando minuciosamente de cada detalhe das peças -- feitas de fibra de vidro e silicone, entre outros materiais, a partir de moldes de argila.
Assim como as esculturas, o filme propõe uma reflexão do que está sendo exibido: Mueck não conversa, não diz como é seu processo criativo nem revela influências. Não gosta de dar entrevistas. Trabalha em silêncio.
Desde el 16 de noviembre y hasta el 24 de febrero de 2014, en la Fundación Proa se presenta la primera muestra en Sudamérica del escultor Ron Mueck. Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con la curaduría de su director, Hervé Chandès , y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do Río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
Ron Mueck es escultor y su obra, a claras vistas, refiere a la figura humana. Con la salvedad, claro, de que su trabajo hace un particular énfasis en las dimensiones. Las criaturas de Mueck son inmensas, gigantes. Proporcionadas, realistas, casi reales, podría decirse. Sólo que a una escala que no parece hecha para nuestro planeta. Fabricadas con resina, fibra de vidrio, siliconas y acrílicos, las figuras son fieles y reproducen la anatomía humana hasta el escalofrío. La vida, la muerte, el sueño, la abulia, el amor: todas las expresiones humanas están ahí, inmensas, desnudas, al descubierto.
Sólo durante los dos primeros días de la muestra la vieron aquí en Buenos Aires 4.500 personas. En el mundo, cientos de miles han disfrutado de esta particular experiencia. Vale la pena agendarla para este fin de semana y no dejarla pasar.
Fundación PROA Av. Pedro de Mendoza 1929 La Boca, Caminito [C1169AAD] Buenos Aires Argentina - T [54.11] 4104.1000 E info@proa.org - De martes a domingo 11 – 19 hrs. Lunes cerrado.
Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain (Paris), con la curaduría de su director, Hervé Chandès , y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma y un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a la vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus viñetas escultóricas forman parte de situaciones que no tienen ni principio ni fin, sino solo intermedios inciertos, situaciones que no existen por fuera de sus encarnaciones individuales como objetos solitarios”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
En representación por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Grazia Quaroni estará presente en Buenos Aires con disponibilidad para realizar entrevistas y encuentros con la prensa especializada.
La exhibición cuenta con el apoyo de la embajada de Francia en Argentina y el auspicio de Tenaris – Organización Techint en Argentina y Brasil.
El hombre de Melbourne se sienta frente a una masa de silicona y, cual Dios posmoderno, da vida a una pareja de abuelos en la playa, bajo una sombrilla. Te acercás a ellos y podés ver con nitidez las venas inflamándose bajo la piel, las uñas creciendo en las regiones distales de los pies y de las manos, los rugosos pliegues de los cuerpos: la vida como un gesto rápido, extasiado u horrorizado, ante el milagro y el pavor de la existencia.
El hombre de Melbourne captura el primer soplo y esculpe el último suspiro a escala mayor, dotando a sus criaturas de un hiperrealismo sencillamente escalofriante: allí están esas 40 figuras humanas que ha exhibido por todo el globo. Allí también están esas ocho increíbles esculturas que en este mismo instante remecen Caminito, barrio de La Boca: dos mil cuatrocientas personas por día ingresan a las instalaciones de la Fundación Proa para admirar semejante despliegue vital.
Claro, no es casual que su arte tenga sus orígenes en ese planeta fantástico de los efectos especiales para el cine: ha trabajado para Jim Henson en The Dark Crystal y Labyrinth (donde fue "Ludo", el compañero de David Bowie). Así que su paso hacia la plástica estaba cantado. Pero nadie, ni él mismo, se imaginó que un día --ya en Londres-- establecería su propia compañía creadora de utilería y animatronics para la industria de la publicidad.
Así, desde 1996 Mueck produce figuras calcadas de la realidad, jugando con diferentes escalas para crear imágenes que deslumbran y sacuden al mismo tiempo. Pieza clave de la célebre (por polémica y rupturista) colectiva Sensation, junto a figuras superestelares de la talla de Damien Hirst o Jake y Dinos Chapman, Ron Mueck trabaja el detalle extremo y el bloque en conjunto como referente para ser visto, tocado, saboreado y fotografiado desde cualquier ángulo.
Desde luego, la minuciosidad del artesano avant gardé hace saltar por los aires a las pantallas high fidelity que nos enamoran el ojo. Y nos comunica inmediatamente que la vida es un gesto atroz. Un mohín, un tic nervioso. Una mueca fascinante
De pasado titiritero en películas como “Labyrinth” y “El cuentacuentos”, Ron ha realizado diversas esculturas en las que, de no ser por el tamaño de las obras, hubiese engañado a más de uno.
Realismo en los más mínimos detalles de sus personajes: colores, texturas, arrugas y pliegues de la piel, expresiones de enfermedad y vejez, entre otros.
Desde el 16 de noviembre y hasta el 23 de febrero de 2014, Fundación Proa presenta la primera muestra en Sudamérica del escultor Ron Mueck. Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con la curaduría de su director, Hervé Chandès , y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do Río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus esculturales viñetas provienen de escenarios que no tiene principio ni fin, son escenarios intermedios e inciertos que no existen por fuera de sus encarnaciones singulares como objetos que están solos”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
Los visitantes podrán conocer nueve de sus 40 esculturas, que reflejan todos los detalles de la anatomía humana de una forma que deslumbra. Uno puede quedarse horas mirando los detalles de estas obras: las marcas de las venas, los pliegues de la piel, la intención detrás de una mirada, las cabelleras entrecanas, entre otros.
Mueck nació en 1958 en Melbourne, Australia, pero actualmente reside en Londres, adonde tiene su pequeño taller en el que pasa horas trabajando meticulosamente. No tiene educación artística formal, pero de ya modelaba figuras (es hijo de jugueteros).
Como Mueck no da entrevistas, porque sencillamente se siente incómodo, la curadora de la exposición Grazia Quaroni, explicó: "Las esculturas de Mueck son muy difíciles de clasificar dentro de la categoría del arte moderno. Es un artista que puede representar la figura humana de la manera más detallada y realista posible. Pero no se puede clasificar su obra en hiperrealismo".
Se trata de obras que reproducen al milímetro los matices de la piel, el vello púbico, las uñas, las arrugas, los pliegues de la ropa. Pero no podrían calificarse de hiperrealistas, porque las dimensiones no suelen ser humanas. O bien son figuras pequeñas o bien son gigantescas. Y siempre imponentes. Parecen pesadas, pero son muy livianas, hechas con silicona, fibra de vidrio, pinturas acrílicas y resina. Hay algo en ellas que conmueve, a veces inquieta y nunca deja indiferente, algo que va más allá de la mera reproducción milimétrica.
Ron Mueck nació en 1958 y ya ha creado 40 de estas obras, que vienen de exponerse en París hasta convertirse en la exhibición más visitada de la capital francesa. Ahora, la Fundación Proa (creada hace 15 años por la familia Rocca, propietaria de Techint), decidió recibir las creaciones del escultor australiano y combinar la atención por el detalle con la fantasía de la desproporción. Allí estarán hasta el 15 de febrero, para aprovechar.
Sus obras son neutrales, los títulos no añaden nada del personaje, el espectador no sabe nada de esa persona, cómo es, hacia dónde va
El hiperrealismo del australiano Ron Mueck desembarca en Buenos Aires como primera escala de su presentación en Sudamérica con una muestra que contiene nueve de sus impactantes esculturas y cuyos detalles han sido supervisados meticulosamente por el propio artista.
La Fundación Proa, en el emblemático barrio porteño de La Boca, acoge a Ron Mueck con su primera exposición en América del Sur.
Cada detalle de la propuesta ha sido supervisado personalmente por Mueck, que viajó la pasada semana a Buenos Aires y trabajó, con la mayor discreción, en el montaje.
"Es meticuloso en extremo”, explica Pablo Zaefferer, el montador que colaboró con Mueck en Proa. "Marca al milímetro la distancia entre las piezas, los giros de las luces, la ubicación de los epígrafes. Nada queda librado al azar”, agrega.
Una vez concluido el montaje, relata Zaefferer, Mueck recorrió la exposición varias veces en un día, a horas distintas, para observar las variaciones en la luz y hacer los últimos retoques. Máscara II, un gigantesco rostro de un hombre dormido que recuerda los rasgos del autor, sorprende al visitante nada más acceder al exposición y da paso a la gigantesca "Pareja bajo la sombrilla”, en la que dos ancianos descansan en bañador ajenos a miradas indiscretas.
En conjunto, nueve obras componen la propuesta sudamericana de Mueck, que incluye Mujer con las compras, en la que el artista retoma el tema de las relaciones entre madres e hijos mostrando a una mujer cargada con bolsas y cubierta con un abrigo de paño en el que cobija a su bebé.
En Pareja joven, dos jóvenes que bien podrían estar enamorados, sorprenden al espectador con una agresividad que se descubre cuando se observa la escultura desde atrás. A la deriva, Mujer con ramas, que evoca el mundo de las brujas y las leyendas, Juventud, Hombre en el bote y Naturaleza muerta, en la que muestra un enorme pollo muerto suspendido en el aire, completan la exposición.
Sus esculturas "son difíciles de encuadrar en las categorías del arte moderno”, sostiene Grazia Quaroni, curadora de la muestra, que se resiste a clasificar a Mueck como "hiperrealista”. (EFE).
Nació en Australia, pero vive y trabaja en Londres y ahí tiene su taller, donde realiza sus esculturas hiperrealistas que reproducen fielmente los detalles de la anatomía humana y tematizan la vida y la muerte. Renovador, creador de figuras a la vez íntimas y monumentales, perfeccionista técnico, Ron Mueck trabajó para Jim Henson y participó de su película Laberinto, pero desde mediados de los años noventa se dedica únicamente a sus personajes, congelados en momentos de la vida, viñetas alrededor de las que es posible imaginar una historia, inclusive un mundo. Hasta el 23 de febrero, Fundación PROA muestra nueve de sus esculturas, tres nunca antes exhibidas, acompañadas de la película documental Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando, de Gautier Leblonde, un retrato del misterioso artista sumido en su lento y obsesivo proceso creativo.
El lugar es pequeño y está atiborrado de formas humanas. De hombres y mujeres desmembrados: torsos, manos, rostros, piernas, pies. Brazos enteros o antebrazos sueltos. Hay hasta una cabeza adentro de la heladera, entre la mayonesa y la mostaza. Y no es la casa del descuartizador de Milwaukee, sino la planta alta del taller de Ron Mueck.
Los pedazos están destinados a componer esculturas de gente en actitud de calle. Pero no están hechos a escala de seres humanos de verdad. O son más grandes, o son más chicos. El taller queda en Londres y el artista es un australiano de Melbourne de cincuenta y cinco años de edad.
La película se titula Still Life (Naturaleza muerta). Es el final del recorrido de la muestra que la Fundación PROA inauguró hace una semana con el aval de la Foundation Cartier pour l’art contemporain, de París, y curaduría de Hervé Chandés y Grazia Quaroni. Son nueve piezas que se exponen por primera vez en Sudamérica. Si contamos con que toda la obra del artista está formada por cuarenta esculturas, nos podemos sentir más que orgullosos.
Grazia lleva el peinado de la adorable actriz Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein. En la conferencia de prensa dice de la obra de Mueck que no es monumental, ni hiperrealista, ni intenta narrar nada. Para aclarar este último punto, la llama “neutral”.
Yo acabo de pasear por aquí y pude ver exactamente lo contrario.
DE QUE HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE ESCALA
El tema de las escalas a veces se presta a confusión. Por lo pronto, cada vez que se nombra la palabra “escala” sabemos que estamos hablando de tamaños, pero de tamaños a comparar. Decimos que una ventana no está a escala en un edificio porque la referimos al resto de las ventanas, y es más alta o más baja. O puede que sea tan ajena a la antropometría que uno no alcance el pestillo, y entonces la ventana carece de escala humana. Los bosques de Palermo, por ejemplo, tienen escala metropolitana, porque están hechos a medida de toda la ciudad. La plaza Miguel de Unamuno de Barracas tiene escala barrial.
La escala tampoco es proporción. El David de Miguel Angel, por hablar de una escultura de un humano fuera de escala, es un cuerpo desproporcionado. Así como a la Barbie se le dice que está a escala de lo que las niñas quieren ser y no de lo que podrán ser cuando sean mujeres, el David fue el sueño masculino de una época. Para que los hombres de a pie lo entendieran correctamente como a su sueño personal, Miguel Angel le hizo el tórax más grande y una cabeza enorme. Desproporcionada. Y lo hizo solamente para corregir la perspectiva vista desde el llano, y que el paseante pudiera comprender esa figura no como un monumento sino como una persona más. El más bello de todos los hombres de la Tierra.
Los arquitectos utilizamos un instrumento precioso que contiene seis reglas diferentes, y se llama escalímetro. Decimos que el plano está en escala 1/100 cuando un metro de la realidad corresponde a un centímetro de nuestra regla. Allí se comparan las medidas reales con las medidas ilusorias, entendidas como mecanismo para poder diseñar una cosa que será tan grande que de otra manera no alcanzaría el papel para dibujarla. Escala, por tanto, es un tamaño relativo. Cuando decimos que algo tiene escala monumental es porque con sus enormes medidas podría ser un monumento.
Los monumentos también existen por significado. El puente Nicolás Avellaneda era un puente normal antes del asesinato de Kosteki y Santillán. Ahora es un monumento, aunque la Ciudad todavía no lo haya elevado a esa condición. Lo es porque sentimos algo cuando lo cruzamos, algo que antes no sentíamos y que lo ha vuelto desgraciadamente memorable. Ese punctum, diría Barthes, es el que le da monumentalidad.
Couple under an Umbrella es una pareja de apacibles ancianos bajo una sombrilla. En la foto vemos el tamaño de una persona: los ancianos no tienen escala humana sino escala monumental, conservando su proporción hacia arriba sin hacer ninguna corrección óptica. Quieren ser enormes, no como el David, que quería ser una persona. Su vocación los monumentaliza.
Young Couple, una delicada pieza de 2013, muestra a una pareja de muñecos que parece que se amaran, porque desde adelante se los ve muy abrazados. La chica, sin embargo, le desvía la mirada. Algo pasa. Hay un punctum fuera de escena. Damos la vuelta y vemos que el chico le está aferrando la muñeca para obligarla a quedarse: el detalle violento tiñe la escultura de otra cosa y, sin crecer en altura, le da una leve adjetivación de monumento. No son un casalito. Son una advertencia contra la violencia de género.
La foto de una nena corriendo desnuda entre gente que llora puede ser una obra interesante, pero la foto de Kim Phuc desnuda y aterrorizada después del bombardeo norteamericano sobre Thang Bang, el día 8 de junio de 1972, es un monumento.
No lo digo yo, sino Susan Sontag.
LOS MUÑECOS DE MUECK
Y no hay nada de malo en llamarlos así. Ron Mueck nació en una familia de fabricantes de muñecas, y durante su juventud se especializó en efectos especiales para películas y animatronics. Trabajó en El Show de los Muppets y en Plaza Sésamo. Hizo los monstruitos de Laberinto, la película de 1986 de Jim Henson, protagonizada por David Bowie.
Los muñecos de Mueck son humanos en los detalles. La técnica es asombrosa. Tienen pelo que parece pelo, ojos que brillan como ojos y una piel que da ganas de acariciar cuando nos acercamos. La tentación de tocar las esculturas es tal que hay un pedazo de pie del anciano gigante para que el espectador se saque las ganas. El material es mixto: siliconas con filamentos tratados para lograr la apariencia animal. La superficie de la piel está pintada con un pincel, como se ve en la película, resaltando las manchas de la edad. Es impresionante tocar la uña. Nadie diría que es blanda, tiene toda la apariencia de ser una uña verdadera.
La ropa es de tela y está hecha a medida. Los accesorios también responden a sus materiales originales, salvo los castos zapatitos de la chica de “Woman with Shopping”, que son de siliconas como su cuerpo. Todo en Mueck es figurativo, naturalista, desmesuradamente real. Me resulta raro que Grazia diga que no hay hiperrealismo. En la película se ve a Mueck pintando las venas de un ojo, y lo hace a partir de la fotografía de un ojo real aumentado diez veces. Tal vez su propio ojo venoso. Ella dice que el hiperrealismo de los setenta ocupaba demasiado entorno, y que la obra de Mueck es austera, con poca información. “La mínima posible”, dice. Sin embargo, en la pequeña muñeca que va de compras, su atuendo aporta el suficiente entorno para entenderlo todo. La señora lleva a su bebé consigo, colgando de sus hombros. No tuvo con quién dejarlo. Lo abriga con su propio saco roído y fuera de moda, probablemente comprado en un local de usados. Lleva dos bolsas con la compra, una a la derecha, otra a la izquierda. Adivinamos que deberá cambiar una de mano si quiere abrir la puerta de su casa. Adivinamos que está sola: no se ha arreglado, apenas si se ató rápido el pelo para que no fuera una molestia más. Para que no fuera otro inconveniente en su sufriente odisea cotidiana. Y acaba de llegar.
¿De dónde sacamos todos esos datos? De cómo está vestida, de su expresión y de los accesorios que lleva. Todos esos pequeños detalles descriptos con exactitud sugieren cómo la mujer está parada frente a su puerta y a la vida misma. La chica trae la información minuciosa que Ron Mueck en persona ha querido darnos. Es hiperrealista.
Antonio López, el gran pintor y escultor español, es un realista excesivo obsesionado con el tiempo. Tanto que debería haber hecho cine. Se pasa varios meses tratando de interpretar en un bastidor la luz reflejada en un membrillo de su patio, mientras Víctor Erice lo filma en su obsesión. Nunca lo logra: lo que acaba de pintar ya ha cambiado en la realidad, y entonces a su pintura le tiene que seguir aplicando color.
La obsesión llevó a López a tallar una pareja humana de tamaño natural. Tomó por modelo las partes de sus amigos que más le gustaban. Las manos de esta vecina, la calva de aquel otro. Cada vez que éstos iban a visitarlo, él se empecinaba en observar la parte representada para ver los cambios del tiempo, y así trasladarlos también a la escultura. La intención fue hacer dos genéricos, un hombre y una mujer. No hay idealización ni fidelidad a un canon. El resultado es perturbador de tan realista: pero también es lo suficientemente austero para no ser hiperrealismo. No tienen ropa, no llevan accesorios. No pertenecen a ninguna sociedad específica. No tienen clase social. No cuentan ninguna historia.
Los de Mueck son hiperreales aunque usted no lo crea, Grazia. Tienen que hacer un esfuerzo adicional en el accesorio para ser más reales que la propia realidad. Si Mueck hubiera querido hacer algo universal, habría dejado a sus muñecos sin vestir.
UN POP ART POPUL ART
Si con Giacometti o Bourgeois pasábamos de la primera experiencia de mirar a la de pensar, si con Miguel Angel Buonarotti pasamos de la visión a la emoción, acá hacemos el camino visión-ganas de tocar. Y eso tampoco tiene nada de malo, es el primer impulso. El segundo, sacarle una foto con el celular. El tercero, a lo mejor, prender la tele. Repito: no estoy siendo despectivo con lo que vi en PROA; la muestra está buenísima aunque te lleve a eso.
Estas esculturas, por más que me repitan que no cuentan nada, están llenas de historias. Lo vemos a David Lynch por ahí en un video, con una imaginación mucho más prodigiosa que la nuestra, inventar e inventar. Pero las historias no están afuera. Mueck las puso. Si no las puso, las insinuó. Y las exageró para significar algo que está pasando. Estos seres no son como nosotros, a los que nunca nos pasa nada. Son personajes de series: “Youth” es un joven negro que se está mirando el corte que le acaban de hacer con una navaja. Tiene la remera ensangrentada. Podría haber salido de The Wire.
Personaje también es “Woman with Sticks”, la gordita que fue a juntar ramas. ¡Está totalmente desnuda en el bosque! Lleva una historia atada a ese hatajo. ¿Y “Man in a Boat”? El personaje está sin ropas sobre un bote, pero no tiene actitud de remar. Quizás haya llegado a la costa y no le queden ya fuerzas ni para bajarse. De los dos viejos de la playa, ella lleva el anillo de casada en su dedo. El, no.
No hay ninguno de los intérpretes que no esté fingiendo otra cosa, que simplemente se haya ido de compras o esté tomando sol. Son casi personajes de literatura. O, como tienen un toque del pop menos intelectual, del pop de las canciones, podemos referirnos a ellos como un pop de TV. Popular en el mejor sentido de la palabra.
Lo que aquí se retrató no es la vida de la gente común, sino la vida aparentemente común de la gente de la pantalla chica. El mismo Mueck se la pasa mirando programas banales mientras esculpe.
Y hablando de palabras: Mueck dice una sola, en la película que proyectan en el auditorio. La película es maravillosa. El autor es el fotógrafo Gautier Deblonde. Muestra al artista trabajando durante casi una hora, y en esa hora solamente le escuchamos decir “fuck” cuando le pifia con el líquido a un ojo de diez centímetros de diámetro. Mueck es un artista obsesivo en todas las etapas de su obra, insiste Grazia, y así se lo ve. Hace la escultura en soledad, saca los moldes, vierte las siliconas, pinta, corta, clava, arma y desarma. A lo sumo lo ayudan dos chicas jovencitas. Después está también en el empaque y además va a supervisar el montaje a los museos. Lo hizo en París, lo hizo en Buenos Aires. Pero nunca aparece en la inauguración, ni da reportajes.
Sin embargo, la ausencia de palabras no es tal. Cuando le insistimos un poco a la curadora para que explique por qué afirma que la obra de Mueck no es ni monumental ni hiperrealista y que, además, es ¡neutral!, contesta que así es como el artista quiere que se vea. Mueck es tan manipulador que también tiene que establecer lo que nosotros pensamos sobre lo que vemos.
Gracias, Grazia. No hace falta. Sin instrucciones, querido Ron, tu obra vale igual, o más.
Vayan a PROA y después me dicen.
Una semana antes de su inauguración en La Boca, la muestra del escultor australiano Ron Mueck ya se había convertido en blockbuster: la página web de la Fundación Proa registraba un incremento del 640 por ciento de visitas. En la semana que lleva abierta, sucedió lo previsible: sus inquietantes creaciones desbordaron las salas de la Fundación Proa y convirtieron el estreno en uno de los más convocantes en sus 15 años de historia.
Está claro el interés que despierta ese desconcertante juego de escalas, verosimilitudes e introspecciones en la producción de Mueck, que por primera vez se ve en Buenos Aires. Las nueve obras -de una producción total de 40- llegaron directamente de la parisina Fundación Cartier, donde un récord de 300.000 personas visitaron la muestra. La platea porteña no lo pasó por alto: la fila de gente en la Vuelta de Rocha habla de la fascinación y el asombro frente a esa plasticidad perfecta en la construcción de un espejo inquietante de la existencia, del hombre y su circunstancia.
En silencio, Mueck pasó por Buenos Aires para montar su muestra. No se dejó ver ni aceptó entrevistas. En los dos días que demandó su faena, junto a su asistente y el montajista Pablo Zaefferer, se recluyó en las salas, trabajó con el ritmo lento y meticuloso que lo caracteriza, al igual que en su pequeño taller londinense, y cuando concluyó la disposición de sus ocho esculturas -entre ellas, una naturaleza muerta-, y de su única instalación, se fue como vino: con humildad, con discreción, sin alardes ni ego de artista.
Aunque Mueck tiene mucho de qué jactarse: ex titiritero, trabajó en animaciones, en cine y publicidad, y saltó a la fama cuando Charles Saatchi incluyó en la muestra "Sensation", de la National Gallery, la que sea quizá la más descarnada de sus obras: Dead man, el fiel retrato escultórico de padre, desnudo y muerto.
Por medio de resina, fibra de vidrio, silicona y pintura acrílica, este australiano autodidacta y perfeccionista, hijo de padres alemanes jugueteros, expone en Proa las vulnerabilidades del alma humana a partir de volúmenes que sólo por su asimetría están disociados de la vida real. En ese juego constante de tamaños en sus representaciones, las más impactantes son las obras desmesuradas en escala. Aunque todas, sin excepción, borrarán el límite entre realidad y representación. Para que quede claro: las esculturas de Mueck podrían pasar por seres humanos inmovilizados, petrificados. Sólo la escala que utiliza dibuja la frontera de la ficción.
Sus personajes son en su mayoría seres solitarios, ensimismados, y parejas unidas por vínculos inescrutables. Todos son rehenes de estados emocionales insondables. Y a casi todos -salvo en la naturaleza muerta- lo único que les falta es moverse o hablar. Romper el hermetismo psíquico en el que están inmersos para confiarle al espectador la razón de sus estados meditabundos.
Porque si una narrativa se desprende de sus esculturas, ésta se vincula a la indagación de sus propias historias de introspección; de la intimidad de sus subjetividades, donde los conflictos parecen asomar, aunque las obras tienen lecturas abiertas.
Será tarea del espectador y no del artista descifrar las vicisitudes y el contexto en las creaciones. Lo tangible, en cambio, es la proeza técnica de Mueck, capaz de imitar la expresión y carnalidad humanas con asombrosa verosimilitud: en las pieles traslúcidas, tersas o arrugadas, asoman venas azuladas, angiomas, lunares, cicatrices, poros abiertos y barbas incipientes.
CAVILACIÓN
"La obra de Mueck se inscribe dentro del realismo y no del hiperrealismo, ya que el artista no sólo juega con el tamaño en la representación, sino que tampoco aporta información sobre el contexto", apunta la curadora Grazia Quaroni, quien, junto al director de la Fundación Cartier, es responsable del envío. "Incluso, desde el título de las obras, Mueck no contribuye con más información. Intenta que sean neutrales, abiertas en su lectura", dice. Quizá sea ese denso sesgo de cavilación, de estado meditabundo en sus personajes, lo que empuja al espectador a imaginar -o descifrar-un contexto, la biografía emocional que aflora en sus personajes.
La muestra se abre con Máscara II, el autorretrato gigante del rostro perfilado del propio artista dormido, como si estuviera apoyado en una almohada. La piel fina y arrugada en los párpados, las ojeras, los labios carnosos y entreabiertos, el cabello que parece natural, pero es de caballo, hacen pensar si las obras y personajes que se introducirán después no son producto de ese estado de sueño profundo.
Hay una humanidad inquietante en la monumentalidad de Pareja bajo una sombrilla. Un matrimonio de ancianos resguardados de los rayos del sol, inmersos cada uno en sus propios pensamientos. Se intuye una vinculación fuerte entre ellos: él se apoya en las piernas de ella y la sujeta del brazo. ¿Qué piensan? ¿Cómo es ese vínculo reservado que queda librado al observador?
Justin Paton, en el texto curatorial del catálogo, habla con razón del diálogo entre dos introspecciones. Pero esa misma noción podría trasladarse a su elenco humano: la mujer proletaria que, cargada de bolsas con compras en ambas manos, traslada a su bebe con la presión que ejerce un sobretodo sobre su cuerpo; la pareja de jóvenes que simulan un idilio, aunque cuando uno recorre las figuras por detrás, descubre que él sostiene la muñeca de la chica con fuerza por medio de una rara torsión -¿la sujeta contra su voluntad?-; el hombre de color que se inspecciona la herida de un navajazo, en el mismo lugar del torso donde fue lacerado Cristo; aquel otro hombre desnudo con los brazos cruzados y a la deriva en un bote, y el que toma sol sobre una colchoneta, en una "pileta". El agua es una pared celeste iluminada por un gran reflector. La instalación moviliza, inquieta hasta el desconcierto.
La última obra es un pollo, maniatado en sus patas, tendido boca abajo, tajeado, y con su grasa deslizándose por el pico.
¿Cuál es la intención de Mueck? ¿Qué historias quiere contarnos? Una aproximación posible, primero, podría ser la del engañoso desvanecimiento entre la realidad y la ficción. Pero ya en los límites de esta última, la carga significante estará indefectiblemente signada por el lastre de la propia percepción.
La muestra podrá visitarse hasta el 23 de febrero en Pedro de Mendoza 1929, de martes a domingos, de 11 a 19. Entrada: $ 15 y 5 para jubilados.
Fueron los tres acontecimientos culturales más importantes de la semana. Con una visita y una comida para invitados, el miércoles de la semana pasada se celebró la preinauguración de la muestra de Ron Mueck en Fundación Proa. Detrás de la biblioteca del primer piso, en el corredor que lleva al auditorio, había una sorpresa: una pequeña y muy hermosa exposición de libros animados de Jack Vanarsky. En el restaurante del segundo piso, con vista nocturna al famoso puente del Riachuelo, Adriana Rosenberg recibía a los comensales: el embajador de Francia Jean-Michel Casa, Mauricio Macri y Juliana Awada, el arquitecto Tomás Maldonado (al que todos contemplaban como una aparición irreal, de paso por Buenos Aires), la coleccionista Teresa Bulgheroni; el presidente del Mozarteum, Luis Alberto de Erize y su mujer, Mónica; Miguel Frías y Teresa Gowland; los críticos Malena Babino y Ángel Navarro; Guillermo Kuitca; la galerista Orly Benzacar; el agregado cultural de México, Ricardo Calderón; el director del Institut Français de la Argentina, Jean-François Guéganno y el compositor Martín Bauer.
La limpieza es la huella del asesino profesional. La curadora de Mueck, Grazia Quaroni, como prólogo a la visita, aclaró que no se puede incluir al escultor australiano entre los hiperrealistas, porque no trabaja en escala 1:1, es decir, en escala natural. Sus esculturas son gigantescas o de tamaño menor al real. Aunque se resistió a etiquetarlas, concedió que las obras de Mueck son realistas. El realismo tan minucioso de Mueck se toma, con todo, algunas licencias poéticas: ciertos detalles inverosímiles que hasta pueden interpretarse como descuidos. Por ejemplo, las uñas de las figuras desnudas impresionan porque, ya sea en tamaño colosal o de talla diminuta, tienen la textura, el color, el corte de las uñas "verdaderas"; sin embargo, hay una particularidad absolutamente improbable (casi una errata visual): en la obra Mujer con ramas , en la que se ve a una mujer desnuda cargada con varas de leña enormes, sus pies descalzos están impolutos y, en cuanto a las uñas, parece que acabaran de ser cortadas, cepilladas con jabón y esmaltadas. La suciedad hubiera hecho todo más creíble. Los libros animados de Vanarsky, movidos por un dispositivo eléctrico, responden a otro espíritu, mucho más íntimo. Por momentos, los volúmenes tienen los movimientos sensuales, inasibles, de una serpiente, u ondulan hacia arriba y hacia abajo, como si respiraran y ocultaran a un ser extraño, inquietante.
El dolor y la belleza. Nocturnos , la serie de dibujos (carbón, acuarela, bolígrafo) que Guillermo Roux exhibe en el Museo Nacional de Arte Decorativo fue producto del insomnio y del sufrimiento físico. La tarde de la inauguración, el artista comentó: "Durante dos años casi no podía dormir. Mis vértebras me lo impedían (y me lo siguen impidiendo). Me levantaba por la noche, caminaba por la casa y me refugiaba en la cocina: el mundo de mi madre. Y allí estaban los cubiertos, las fuentes, la cafetera, las cacerolas". Roux registró en sus imágenes los objetos domésticos cotidianos; por ejemplo, hay una pequeña bandeja en la que descansan llaves sueltas. ¿Quién no tiene o ha tenido en su casa un platillo que se convierte en el "llavero" siempre a mano? En el segundo subsuelo, el visitante se enfrenta a una obra de grandes dimensiones, una especie de altar, en realidad, el aparador de época de la casa taller de Guillermo. "En ese carbón está el origen de todo. En el centro del aparador, se ve el ojo de la cerradura. En todas las vidas, hay una cerradura y un ojo que mira a través de esa línea negra vertical, muy fina. Para abrirla, se necesita una llave. Una vez que uno introduce la llave, comienza el mundo." Algunos dibujos retratan un laberinto de cables y enchufes eléctricos. Los fotógrafos y los pintores siempre han excluido a los cables de sus creaciones como si fueran obscenos. El que haya visitado la muestra de Roux no podrá ver enchufes y cables sin pensar en su obra. La pintora Inés Bancalari, mientras apreciaba la muestra, tuvo una asociación muy acertada: "Lo que hizo Guillermo me recuerda el libro de Edward Said,Sobre el estilo tardío ". Tenía razón. En ese libro, Said se ocupa de las obras en las que grandes artistas, ya en la madurez, desarrollan un estilo que se libera del propio pasado, de la "manera" anterior, como lo hace Beethoven en los últimos cuartetos. Lejos de alcanzar la serenidad, esas creaciones muestran grietas, tensiones y tormentos de un modo renovado. Y mucho de eso hay en las cucharas, espumaderas y hojas de lechuga que animan los carbones de Roux. La línea melódica fluida y armoniosa, tan característica de Guillermo, se quiebra en estos dibujos de un modo dramático. Curiosamente, las hojas de papel en las que Roux hizo sus dibujos son el reverso de un proyecto de libro sobre Sicilia que no llegó a hacerse. El álbum había quedado abandonado sobre una mesa. Guillermo fue arrancando hoja tras hoja para sus Nocturnos y de ellas surgió este homenaje a la vida silenciosa de los objetos.
Fue una experiencia única y privilegiada. El público del Colón sólo ocupaba las butacas de la platea; en el escenario y los palcos estaban dispuestos los cien músicos que interpretaron el estreno americano de Prometeo. La tragedia dell' ascolto , de Luigi Nono. Los oyentes estaban circundados por los intérpretes distribuidos asimétricamente, de modo que la música surgía del frente, de los costados, de atrás. Al principio, la concurrencia trataba de identificar de dónde provenía cada sonoridad: las cabezas giraban, pero ese esfuerzo distraía la atención y dificultaba la escucha, de modo que fuimos muchos los que decidimos cerrar los ojos y entregarnos a la pura experiencia del sonido y del silencio. La música de Nono es de una belleza tal que permite superar los hábitos. El concierto fue un acontecimiento musical de excepción, pero sobre todo una exploración insólita de la percepción, dell' ascolto . Cuando la obra terminó, el público se levantó para aplaudir del único modo en que era justo y adecuado aplaudir: girando en círculo.
Si Urbania, en el condado yanqui de Ohio, supo ser cuna en la ficción de los hermanos O’Shea y de los Pequeños Gigantes de la memorable película infantojuvenil de los ‘90, la porteña Fundación PROA, ese mundo al costado del Caminito, en La Boca, es pesebre ahora de pequeñas y gigantes figuras humanas impresionantemente recreadas por Ron Mueck. Este escultor y capo australiano del diseño de criaturas para cine creó –tutelado por el Dios de los Muppets, Jim Henson– e interpretó al bicho Ludo en Laberinto, pero fue a partir de su ingreso a mediados de los ‘90 en el circuito formal de la escultura, de la mano de su suegra, la pintora portuguesa Paula Rego, que comenzó una obra ejemplar e impactante de antropomorfia en silicona.
Las nueve piezas que PROA expone de Mueck en esta muestra concebida por la Fondation Cartier representan prácticamente la cuarta parte de su obra, con el agregado valor impuesto de que tres fueron especialmente fabricadas para ella. Fabricar, un verbo posible si se atiende a Mueck como una especie de dios fabril, de clonador de rostros y de cuerpos universales: tal vez ninguno de sus hiperfigurines sea una copia de una persona equis. Tal vez todos sean un poco el promedio de todo Occidente.
Esquivos miradores, estos seres siliconados de resina y pelo quizá sean los asistentes a una muestra ad hoc: la de la intelligentzia del arte alto pasando a ver sus obras, la del curioseo normal superior al que las obras de Mueck dan lugar, como si se tratase de réplicas de dinosaurios en el Museo de Ciencias Naturales, pero también como partículas de la máquina de Dios y la capacidad de moldear vida, en este caso inanimada por capricho apenas del soporte: que no haya vida en esos pliegues, esos ceños, esas muecas, es una mentira tan poco astuta como la de que la escultura no es capaz de interpelar incluso al menos dechado de virtudes de observación.
Abierta hasta el 23 de febrero en el espacio de Pedro de Mendoza al 1900, la exhibición Ron Mueck de PROA comienza con un mascarón ensoñado y acaba en una película que desnuda la fabricación artesanal de estas obras, imposibles de ser seriadas, demasiado fidedignas en sus líneas como para no esconder algún concepto ulterior al de la belleza de la representación. Y en ese recorrido, atraviesa a la Humanidad y nos deja abierta la herida de lo que somos: unos manojos de pelos y grasa mejor o peor acomodados.
El escultor australiano con base en el Reino Unido, Ron Mueck (1958) se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan -sutilmente- situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, y un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a la vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental.
En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos, para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus viñetas escultóricas forman parte de situaciones que no tienen ni principio ni fin, sino sólo intermedios inciertos, situaciones que no existen por fuera de sus encarnaciones individuales como objetos solitarios”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con la curaduría de su director, Hervé Chandès, y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do Río de Janeiro, de marzo a junio de 2014.
La idea fue tomar un período muy grande, de los años sesenta y la Revolución cubana hasta nuestros días, y elegir la relación entre texto e imagen “como una entrada significativa” para descubrir lafotografía en América Latina, declaró el director de la Fundación Cartier, Hervé Chandès.
El objetivo no era hacer una muestra clásica sobre la historia de los últimos 50 años, o los mejores fotógrafos, sino una exposición que desde la imagen habla de una historia social y política, resumió uno de los artistas invitados, el paraguayo Fredi Casco (1967).
De ahí que muchos autores emblemáticos no figuren en ella y, a la vez, que se hayan podido presentar prácticas fotográficas muy variadas, de la fotografía documental al arte conceptual, “ese arte político que aun sigue usando la fotografía, como un recurso para decir otra cosa mas allá de la fotografía incluso”, añadió Casco.
La cuestión, “es saber cuáles son los fotógrafos interesantes en relación con el tema elegido”, apuntó el director de la fundación, quien junto con su equipo y el del museo mexicano, en colaboración con el Instituto de Altos Estudios de América Latina de París, reunió cerca de 500 obras de 73 autores, originarios de 11 países.
Desde sus cuatro secciones temáticas: Territorios, Ciudades, Informar-Denunciar y Memoria e Identidades, la muestra da la palabra hasta el próximo 6 de abril a varias generaciones de artistas.
Algunos son ya muy conocidos, como el mexicano Pablo Ortiz Monasterio (1952); el argentino Facundo de Zuviría (1954) y el español residente en Brasil Miguel Río Branco (1946).
Entre los conceptuales, Casco citó al uruguayo Luis Camnitzer (1937), residente en Nueva York; el argentino León Ferrari (1920-2013), el brasileño Antonio Manuel (1947), el colombiano Oscar Muñoz (1951) y la brasileña Rossângela Rennó, que trabaja sobre el pensamiento de la fotografía.
Las jóvenes generaciones están representadas por artistas como los mexicanos Iñaki Bonillas (1981) y Maruch Sántiz Gómez (1975), la colombiana Rosario López (1970) y la venezolana Suwon Lee (1977), igualmente videoartista, galerista y autora de instalaciones.
La exposición sucede a la del escultor australiano Ron Mueck, que hasta finales de octubre recibió 300 mil visitantes y que desde el viernes se expone en la Fundación Proa de Buenos Aires, antes de ir al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
Chandès dijo haber promovido esta nueva exhibición en París porque viaja “muy menudo a América Latina” y saber que, más allá de algunos grandes nombres que todo el mundo conoce, “la fotografía latinoamericana estaba por descubrir”.
Para ilustrar el descubrimiento, 29 autores de los 73 seleccionados protagonizan el filme “Revuelta (s)”, un encargo de la Fundación a Fredi Casco, que expone él mismo su trabajo Foto Zombie, sobre la dictadura en su país, creado a partir de fotos de archivo.
A medio camino entre el documental y el “road movie”, la cinta, realizada en colaboración con Renate Costa, aspira a dar a conocer “la fotografía o las fotografías latinoamericanas” del período abordado junto con su poco conocido contexto histórico y geográfico.
“Es importante describir al menos un poco” el contexto en el que trabajan artistas como Paolo Gasparini (1934) en Caracas; Juan Carlos Romero (1931) en Argentina; o Eugenio Dittborn (1943) en Chile, por ello la idea de que una película les mostrase “ahí donde están”, hablando de su obra, con planos de su taller, de la ciudad donde viven, resaltó Chandès.
El público “podrá así poner rostros sobre las obras y también palabras, en español y portugués, añadió Chandés, para quien esta “dimensión humana de rostros, lenguas, lugares, talleres, ciudades y países, es extremadamente importante”.
El artista australiano Ron Mueck se presenta por primera vez en Sudamérica con nueve de sus obras que representan la figura humana de un modo realista.
El artista australiano Ron Mueck se presenta por primera vez en Sudamérica con nueve de sus obras que representan la figura humana de un modo realista. La muestra abrió sus puertas en la Fundación Proa de la ciudad de Buenos Aires y podrá visitarse hasta el domingo 23 de febrero del año que viene. Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma, un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a su vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus esculturales viñetas provienen de escenarios que no tiene principio ni fin, son escenarios intermedios e inciertos que no existen por fuera de sus encarnaciones singulares como objetos que están solos”, dice Robert Storr en el catálogo de la exhibición.
Son obras de gran impacto por el intenso realismo a pesar de la aparente trivialidad de sus personajes tal el caso de la pequeña escultura “Young Couple”, un joven parado junto a una joven. Él la supera en tamaño y la mira con concentración e intensidad. ¿Y ella a él también, o ella ha apartado levemente la mirada para asimilar el golpe que le produjeron sus palabras? ¿Van de la mano, como parece a primera vista?
Por cierto que no, ya que él la agarra con fuerza de la muñeca, se la tuerce para que no se le escape nada de lo que él le diga, se la tuerce para que ella no solo no escape, sino que sea llevada por la fuerza a casa, con el énfasis agregado —la punción muscular— del dolor.
La exposición permanecerá hasta el 23 de febrero de 2014, y continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do Río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
FUNDACION PROA, Av. Pedro de Mendoza 1929, Ciudad de Buenos Aires
La Fundación Proa, en el emblemático barrio porteño de La Boca, acoge "Ron Mueck", su primera exposición en América del Sur, con trabajos que fueron exhibidos en la Fundación Cartier y que, a partir de febrero, cuando se clausure la muestra en Buenos Aires, pasarán al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
Cada detalle de la propuesta ha sido supervisado personalmente por Mueck, que viajó la pasada semana a Buenos Aires y trabajó, con la mayor discreción, en el montaje.
"Es meticuloso en extremo", explica a Efe Pablo Zaefferer, el montador que colaboró con Mueck en Proa.
"Marca al milímetro la distancia entre las piezas, los giros de las luces, la ubicación de los epígrafes. Nada queda librado al azar", agrega.
Una vez concluido el montaje, relata Zaefferer, Mueck recorrió la exposición varias veces en un día, a horas distintas, para observar las variaciones en la luz y hacer los últimos retoques.
"Mascara II", un gigantesco rostro de un hombre dormido que recuerda los rasgos del autor, sorprende al visitante nada más acceder al exposición y da paso a la gigantesca "Pareja bajo la sombrilla", en la que dos ancianos descansan en bañador ajenos a miradas indiscretas.
En conjunto, nueve obras componen la propuesta sudamericana de Mueck, que incluye "Mujer con las compras", en la que el artista retoma el tema de las relaciones entre madres e hijos mostrando a una mujer cargada con bolsas y cubierta con un abrigo de paño en el que cobija a su bebe.
En "Pareja joven", dos jóvenes que bien podrían estar enamorados sorprenden al espectador con una agresividad que se descubre cuando se observa la escultura desde la atrás.
"A la deriva", "Mujer con ramas", que evoca el mundo de las brujas y las leyendas, "Juventud", "Hombre en el bote" y "Naturaleza muerta", en la que muestra un enorme pollo muerto suspendido en el aire, completan la exposición.
Sus esculturas "son difíciles de encuadrar en las categorías del arte moderno", sostiene Grazia Quaroni, curadora de la muestra, que se resiste a clasificar a Mueck como "hiperrealista".
"El hiperrealismo es una corriente que brinda mucha información del contexto de los personajes, mientras que la obra de Mueck hace todo lo contrario: son neutrales, los títulos no añaden nada del personaje, el espectador no sabe nada de esa persona, cómo es, hacia dónde va, qué está haciendo", explica la curadora.
"Con un vocabulario muy simple, construye un nuevo lenguaje", asegura Quaroni, que insiste en que en la obra de Mueck "no hay narrativa, no hay retrato".
"Al empujar la verosimilitud hasta el límite, Mueck crea obras secretas, meditativas y fascinantes", apunta el catálogo de la presentación de Proa.
"Sus viñetas escultóricas forman parte de situaciones que no tienen ni principio ni fin, sino solo intermedios inciertos, situaciones que no existen por fuera de sus encarnaciones individuales como objetos solitarios", escribió el crítico estadounidense Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
La muestra de Buenos Aires llega precedida del éxito de Mueck en la Fundación Cartier, donde más de 300.000 personas acudieron a ver sus esculturas, lo que convirtió su exposición en la más visitada de la institución.
El artista australiano, de 55 años, reside en Londres y trabaja en un pequeño estudio, rodeado por un puñado de colaboradores.
Utiliza resinas, fibra de vidrio, silicona y pintura acrílica para dar una apariencia real a sus creaciones, un total de 40 en toda su carrera.
Mueck creció en el seno de una familia de jugueteros de origen alemán, se crió entre muñecos y disfraces, y dio sus primeros pasos en la creación plástica con trabajos para el cine y el mundo de la publicidad.
La exposición "Ron Mueck", concebida por la Fundación Cartier y auspiciada por Tenaris, se complementa con el documental "Still Life: Ron Mueck at work", dirigido por el fotógrafo Gautier Deblonde, sobre el proceso creador del artista.
La noche del miércoles 12 de noviembre, Fundación Proa ofreció una gala vip a la que asistieron desde el intendente de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, ministros de su gabinete y personalidades de la cultura. Fueron los privilegiados invitados a cena exclusiva y a una recorrida de la muestra Ron Mueck, formada por 9 instalaciones del escultor australiano.
El opening vip estuvo blindado para la prensa, tan blindado como el montaje que realizó el mismo Mueck la semana anterior con dos de sus asistentes traídos de Londres, donde trabaja y reside junto a su esposa y a sus dos hijas, ya adultas. Por contrato Mueck exige discreción: no permite que se registre el montaje y nunca se queda al opening.
Fundación Proa nos informó que realizó un registro del montaje y pronto lo distribuirá entre sus seguidores. Esta muestra, la misma que se presentó en Paris en la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo -y de la que dimos cuenta en este espacio- está integrada por 9 piezas de las 40 que constituyen el breve pero intenso corpus de obra del artista.
Mueck es hijo de un fabricante de muñecas y se inició realizando animatronics para cine, publicidad y televisión, antes de arrancar con su carrera artística. Una carrera fulgurante que tuvo su primer fragor en la Bienal de Venecia de 2001, donde sólo mostró dos obras y dejó al mundo del arte pasmado. Allí lo descubrió el equipo curatorial de la Fundación Cartier que en 2005 organizó la primera muestra de Mueck y luego siguió la que se pudo apreciar esta primavera en París.
La obra de Mueck siempre me había deslumbrado y solo la conocía por fotografías. El jueves a la mañana, en el desayuno de prensa con organizó Fundación Proa para la prensa, tuve oportunidad de verla, por fin, en directo. Me salteé el desayuno, siempre me incomodan las invitaciones con comida, aunque también soy capaz de apreciar el gesto de buena voluntad y cortesía. Más bien el apego de algunos colegas a las medialunas me sonroja. Pero ese es otro tema.
A la visita libre de la exposición, no hubo un recorrido guiado obra por obra, siguió una charla con la curadora italiana de la Cartier, Grazia Quaroni. Quaroni impecablemente ataviada con un vetido largo negro y chatitas al tono y un peinado recogido impecable, atrevido y futurista, empezó dando una suerte de conferencia en la que parecía estar dictando lo que le gustaría que la prensa dijese del artista. Empezó haciendo énfasis en que la obra de Mueck es realista y no hiperrealista, habló de la búsqueda de neutralidad y de la falta de contexto que ofrecen cada una de las instalaciones. Este punto lo repitió tres veces de manera distinta, la úlitma aclarando didácticamente: “Entonces no es hiperrealismo sino realismo fuera de escala. Obra neutras”. Ese punto fue el que más nos resultó disonante en toda su fresca y amigable intervención que luego permitió abrir una conversacion y jaquealarte.com fue el primero en preguntarle con bastante sorpresa sobre el punto de la “neutralidad”. Las obras que habíamos visto nos contaban cada una un cuento, tienen referencias sociales, marcas de época y no logran de ningún modo el deseo de neutralidad buscado.
Otras intervenciones apoyaron nuestra moción y finalmente Quaroni, aclaró que el asunto de la neutralidad era una intención de Mueck que probablemente todavía no había conseguido. De todos modos, nos parecen cataratas de palabras que pierden su poder y sentido ante la contundencia de la obra que no necesita ninguna defensa ni un marco teórico para ser vista. Está ahí, para ser apreciada, juzgada, disfrutada, estudiada. Eso sí, siempre con la distancia de la cintas color gris colocadas para su observaciones y ferozmente custodiadas por personal de seguridad de la Fundación. Buen trabajo en este cuidado!!!
Coincidí en una parte del recorrido con el editor Daniel Divinsky que, como todos, no paraba de sacar fotos -cuya reproducción está prohibida y esta nota como todas debe ser ilustrada por fotografías institucionales-. Divinsky me dijo algo que considero que puede ser una de las llaves para observar estas instalaciones. “Me produce sorpresa y admiración, pero no me emocionan nada”. Y efectivamente sacaba fotografías que parecían tener más un carácter científico que la pulsión enloquecida de un fan.
La primera obra con la que se topa el visitante es la de una cabeza en gran escala recortada, más bien un rostro, muy parecido al de la propia cara del artista. Lo notable de la obra de este hombre decapitado que duerme es que cuando se la recorre en sus 360 grados, se descubre que es sólo una máscara, es señor está descerebrado. Nunca hubiese imaginado este recorte. Como el resto de las esculturas, la obra está realizadacon resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas y el morbo del observador quizá se encuentre en ver cuánto acierta el artista en reproducir con exactitud la expresión humana. A esta cabeza inclinada y dormida -nunca se nos ocurrió que podía ser la de un muerto y no hay nada que indique lo contrario- sólo le falta el sonido fuerte de la respiración del sueño para transmitir su estado REM. Un hombre común, medio pelado como el propio artista, un tipo de mediana edad reposa plácidamente con la comisura de sus labios y sus ojos cerrados en una paz tan humana que sí envuelve un misterio que genera emoción. Y el recorrido sigue en ese tono.
La naturaleza muerta -en general las naturalezas muertas son platos con frutas- está aquií representada por un pollo a gran escala, colagado del techo, de patas a cabeza. Sus patas están cruelmente atadas y el animal está cruelmente asesinado, incluso una gota de “baba” -los pollos tienen baba- se insinúa desde su pico y de lo que sucedió antes de la colgada seguramente una muerte violenta. No nos parece neutral.
Una de las obras nuevas, generadas para la Cartier y por caracter transitivo para Proa- es la de la mujer que viene de hacer las compras. Esta obra en escala menor a la humana -al igual que otra obra nueva, la pareja joven de paseo- no puede ser más claramente la de una mujer de una clase trabajadora: lo delata su abrigo, su peinado como a las apuradas, el modo de cargar al niño adentro del abrigo y el tipo de bolsas que, esos sí, están bien cargadas. ¿La chica carga a su hijo o al hijo e otro? ¿Es una empleada doméstica o una madre que hace la compra para su familia? La obra no hace más que asombrar siempre por el recurso de la exactitud de su realización pero también por el contexto que insinúa. No, Ron, no es neutral.
Y el chico arriba del barco, en esa parte del recorrido nos cruzamos con la curadora Flor Battiti, que también sacaba fotos y que, a diferencia de Divinsky, si transmitía emoción mientras observaba. Hizo una obsevación de tipo metafísico, de ese chico perdido -nadie dice que esté perdido- en el medio de una rió-oceáno y de una embarcación sólida pero desolada.
La pareja de ancianos a gran escala, con poca ropa y cubierto por una sombrilla multicolor, impresiona por el despojo de contar la vejez. Es impresionante ver los pies y las uñas de pies y manos de ambos sujetos retratados pero en la observación de esa exactitud, de ese empecinamiento por el detalle -la mujer lleva alianza de oro, el señor no: ¿¿qué neutralidad, Ron???- nos cuenta un cuento triste del cuerpo y el paso de los años, si bien tiene algo de sobrecogedora esa unión que se intuye que une a estos seres. Adriana Rosenberg, directora de la Fundación, recorría el predio mostrando un trozo de escultura que permitía tomar contacto con la textura que logra el artista con la mezcla de los materiales empleados. Rosemberg portaba un pedazo de pie de gran tamaño con uña incluida y, efectivamente, podría haberse tomado por el despellejo de un gigante.
El hombre en miniatura que flota en una cama inflable verde está colgado de la pared como crucificado, no podemos creer que al artista esta manera de presentar la obra, un tipo tomando solo pero en la posición de Cristo, provenga de un despiste. La muestra es tan inquietanta como impactante por todos los interrogantes que plantea sobre la vida misma y como dijo Quaroni quizá no hay grandes sorpresas al ver las escenas porque todas remiten siempre a algo que alguna vez vimos, a nuestro imaginario cotidiano. Y ahí le damos la razón.
Ron Mueck, la muestra, abre el sábado 16 al mediodía y sigue hasta mediado de febrero en Fundación Proa, a pasos de Caminito. La exposición también incluye la película de Gauthier Leblonde, Still life, un registro de Mueck trabajando en su estudio de Londres, cuyo adelanto también ya te mostramos. Se espera una aluvión para el día uno. En París la vieron más de 300 mil personas. Nadie quiere establecer una competencia ridícula con la capital francesa, pero si a Yayoi Kusama la vieron aún haciendo cola con viento y lluvia, se nos ocurre que el fenómeno Mueck redoblará la apuesta en presencia de público. Nunca visto en Buenos Aires. Un lujo de muestra y de presentación, con el montaje cuidado por el artista pero también por los servicios ofrecidos por Proa que nos tiene acostumbrados a montajes de calidad y otra vez: no nos defrauda. Al menos a mí que escribo en plural porque me gusta este procedimiento mayestático de la escritura.
Te dejamos el link a nuestro muro de Facebook donde publicamos la serie de fotografías intimistas, en el taller de Mueck, tomadas por el realizador de la película en exhibición.
Te volvemos a dejar el video con la recorrida David Lynch por la muestra de París porque su punto de vista nos parece que atraviesa el arte, la vida y el relato sin encorsetamientos.
Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con la curaduría de su director, Hervé Chandès , y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma y un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a la vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus viñetas escultóricas forman parte de situaciones que no tienen ni principio ni fin, sino solo intermedios inciertos, situaciones que no existen por fuera de sus encarnaciones individuales como objetos solitarios”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
En representación por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Grazia Quaroni estará presente en Buenos Aires con disponibilidad para realizar entrevistas y encuentros con la prensa especializada.
La exhibición, concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Paris, con el apoyo de la embajada de Francia en Argentina, cuenta con el auspicio de tenaris – Organización techint en Argentina y Brasil.
En 2013, Ron Mueck fue invitado a presentar sus nuevas esculturas en la Fondation Cartier pour l’art contemporain, París. Esa muestra se exhibe ahora íntegramente en Fundación PROA, Buenos Aires, y luego se presentará en el Museu do Arte Moderna de Río de Janeiro. Es la primera vez que la obra de Ron Mueck se exhibe en Sudamérica. Además de las seis importantes esculturas recientes, esta muestra agrega tres esculturas nunca antes exhibidas. También se dará a conocer una nueva película sobre la creación de Mueck realizada por Gautier Deblonde para la muestra de París. Al revelarnos al solitario artista en su proceso de trabajo, el film acentúa aún más la sensibilidad y la potencia de las esculturas de Mueck y pone de relieve la particular resonancia que tiene para nuestro tiempo.
Una exhibición de Ron Mueck es un evento inusual. Mueck reside en Londres y sus muestras han sido aclamadas en todo el mundo, desde Japón, Australia y Nueva Zelanda, hasta México. Mueck trabaja lentamente es su pequeño estudio del norte londinense, y convierte el tiempo mismo en un elemento importante de su proceso creativo. El detalle de sus figuras humanas es meticuloso, con sorprendentes cambios de escala que las sitúan tan lejos del realismo académico como del pop art y del hiperrealismo.
Tres nuevas esculturas se exhiben aquí por primera vez, después del evento original en París: dos adolescentes en la calle, una madre con su bebé y una pareja de ancianos en la playa. Parecen congelados en momentos de la vida, y cada una de ellas captura el vínculo entre dos seres humanos. La naturaleza de la conexión entre ambos se revela en sus acciones, pequeñas, comunes, y a la vez misteriosas. La precisión de sus gestos, la fidedigna representación de la carne, la insinuada suavidad de la piel, les confiere una apariencia de absoluta realidad. Estos trabajos no describen situaciones o personas reales, sino que la obsesión con la verdad nos habla de un artista que busca la perfección y que es agudamente sensible a la forma y la materia. Al empujar la verosimilitud hasta el límite, Mueck crea obras secretas, meditativas y fascinantes. Iluminar las verdades universales. Estos sujetos que parecen tan ordinarios también irradian una espiritualidad y una profunda humanidad que provocan una respuesta. Apuntando mucho más allá de las tradiciones del retratismo, Mueck revela la sorprendente naturaleza de nuestras relaciones con el cuerpo y la existencia.
Ron Mueck ha revitalizado la escultura figurativa contemporánea. Ron Mueck hace uso de una rica diversidad de recursos, como fotos de la prensa, tiras cómicas u obras maestras históricas, recuerdos proustianos o antiguas fábulas y leyendas. Still Life (Naturaleza muerta, 2009) se enmarca dentro de la tradición clásica de ese género; Woman with Sticks (Mujer con ramas, 2008) se inclina hacia atrás bajo un atado de leña y nos recuerda los cuentos de brujas. Drift (Deriva, 2009) y Youth (Juventud, 2009) parecen inspiradas en titulares de los diarios, aunque también evocan obras del pasado. En otras esculturas de Ron Mueck, como el gran autorretrato dormido Mask II (Máscara II, 2002), los sueños eclosionan en la realidad.
Su muy reservado proceso creativo se revela en la nueva película de Gautier Leblonde titulada Still Life: Ron Mueck at Work (Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando). Esta película fue producida para la exhibición en la Fundación Cartier. Rodada en el estudio de Mueck mientras producía sus nuevas obras para la exhibición, nos ofrece una oportunidad única de observar al artista sumido en su muy personal proceso creativo.
Uno la observa con todo detalle. La mira a los ojos un buen rato y luego un minuto más, de perfil. Camina despacio una vuelta completa a su alrededor sin sacarle la mirada de encima. Examina su gesto, su aspecto cansado, sus pecas suaves en la piel de la cara. No tiene el tamaño de un ser humano real. Y su inmovilidad es aún más sospechosa que su pequeñez. Pero por un instante uno llega a creer que esa mujer quieta que lleva un bebé en el pecho y bolsas cargadas de compras que le tensan los brazos, por fin se cansará de tener la vista fija en algún punto frente a ella, girará el cuello hacia uno y le preguntará por qué la mira tanto. Hasta ese punto llega la conexión que el espectador sentirá frente a algunas de las nueve esculturas que integran la muestra del australiano Ron Mueck que a partir de hoy y hasta el 23 de febrero puede recorrerse en la Fundación Proa.
Nueve esculturas de Ron Mueck, créalo, no son pocas: el espacio de Proa, que es amplio y se distribuye en varias salas en dos plantas, está perfectamente lleno con ellas. Las obras que Mueck crea en su pequeño taller de Londres tomándose todo el tiempo necesario para llegar a la perfección se sienten cómodas y ganan potencia en los espacios despejados. Toman el espacio.
Por otro lado, Mueck ha realizado en toda su vida de artista unas 35 obras, de manera que las exhibidas ahora en Proa son casi un tercio de su producción. Y tres son nuevas, producidas especialmente para esta muestra que ya visitaron 300.000 personas en la Fondation Cartier pour l’art contemporain, de París, entre el 16 de abril y el 27 de octubre y que tras su paso por Buenos Aires se exhibirá en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
La muestra fue concebida por la Fondation Cartier, con la curaduría de su director, Hervé Chandès y de su curadora asociada, Grazia Quaroni, y su diseño expositivo estuvo a cargo del Ron Mueck Studio. Como es habitual cada vez que expone, el artista viajó a Buenos Aires con su asistente, Charles Clarke, para el montaje de la muestra. Pero –como también es habitual– regresó inmediatamente a Londres y no estará presente en la inauguración. Mueck es un artista que no da entrevistas a los medios, no da charlas en museos ni en universidades, no se lo ve en inauguraciones. Simplemente no se siente cómodo en esas situaciones. El lugar que prefiere es el taller, el estudio donde produce sus esculturas. Siente que eso es lo que sabe hacer y lo que disfruta. Ama su trabajo. “Está mucho más cerca de la humildad que del narcisismo, le gusta el trabajo discreto”, cuenta su asistente Charles Clarke.
Ese apego al taller se ve claramente en la película documental Still Life: Ron Mueck at Work(Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando), que el fotógrafo Gautier Leblond filmó para que acompañe esta muestra y que puede verse en el auditorio de Proa. Leblond instaló su cámara en un rincón del pequeño taller de Londres y durante meses registró el trabajo de Mueck en la creación de las tres nuevas esculturas que hizo especialmente para esta exposición. Lo que se ve en casi sesenta minutos de película es la rutina de trabajo de un artista totalmente despreocupado de la cámara. “Lo que me fascinó durante la película –relató Leblond en una entrevista– fue la actitud meditativa de su trabajo. Hace los mismos gestos cientos de veces durante varios días, pero nunca pierde el placer, nunca lo vi aburrirse. Y como es un perfeccionista, no abandona hasta que el gesto final es preciso. Hasta que sus piezas no salen del taller no deja de trabajar en ellas. Se ocupa de ellas, de la fabricación, de lo artesanal. Es como una esencia. Hay momentos en la película, como cuando se ocupa del cabello de la muchacha, en que parece estar con una hija. Gestos muy cariñosos, delicados. Realmente le importan sus trabajos. Eso realmente me golpeó.” Lo que también se ve en el documental es el proceso técnico de la fabricación. Y es revelador. ¿Cómo logra la magia de crear estas figuras perfectamente reales? No hay grandes secretos ni misterios: mucho trabajo paciente. El artista realiza un primer estudio de arcilla que le permite decidir la escala final de la pieza. Sobre un segundo o un tercer estudio de arcilla con el tamaño definitivo, Mueck precisa detalles como la textura porosa de la piel y las arrugas. En la película se ve cómo trabaja dando forma a las esculturas de arcilla con las manos. Muchas veces, después de examinar los resultados, desecha una parte del trabajo y comienza de nuevo. Encima de la arcilla aplica varias capas de resina de poliéster y fibra de vidrio que absorben los detalles y forman una capa rígida. Más recientemente sustituyó la fibra de vidrio por un material más flexible y blando, de silicona. En general, logra el cabello con pelo de caballo. Cuando la cobertura se seca, Mueck y su equipo de ayudantes la retiran y lavan los restos de arcilla de su interior. Entonces aplica una pintura que se adhiere al material sintético en lugar de cubrirlo, logrando así el efecto traslúcido de la piel. Dada la escala de sus esculturas, también se fabrica en el taller la ropa, los zapatos, los objetos que llevan los personajes.
Ese trabajo callado y paciente de Mueck que no se detiene hasta que logra exactamente la perfecta imagen que buscaba está en las nueve esculturas de la muestra. La que recibe al espectador es “Mask II” (2002). El rostro que reposa dormido es el de Ron Mueck. Con un poco menos de realismo que en sus últimas obras debido a que cuando la hizo trabajaba con fibra de vidrio –que luego reemplazó por silicona–, en esa cara se ven las arrugas alrededor de los ojos, las pestañas, la tensión de los músculos, las pequeñas imperfecciones de la piel, la barba crecida, la mejilla aplastada contra la cama. La obra no está colgada en la pared para que el espectador pueda ver el reverso hueco y entienda que se trata de una máscara, lo que podría entenderse como una reflexión del artista sobre su propio trabajo de escultor realista: esta máscara –podríamos arriesgarnos a leer– es mi rostro pero al mismo tiempo no lo es, es una máscara; y está durmiendo, es la imagen de mi rostro en estado de sueño profundo, y de inconciencia, cuando la razón se ha retirado y mis pensamientos, sensaciones y emociones se ocultan detrás de los párpados. Hay en esa máscara –que es un rostro y que no lo es– algo de límite que el espectador no puede franquear ni siquiera mirándola por su reverso. Una frontera entre la razón y el inconsciente, entre lo que aparece y lo que se esconde, entre lo público y lo íntimo, entre la realidad y la irrealidad, entre la presentación y la representación. Ninguna imagen es la verdad entera.
La siguiente obra en el recorrido es una de las tres esculturas nuevas, “Young Couple” (Pareja joven), 2013. La dos figuras de pequeña escala parecen unidas por una gran proximidad. Los dos están tomados de la mano y el chico está diciéndole algo en voz baja a ella. Pero hay algo indefinible que no termina de ser amoroso. Y que se confirma cuando uno rodea la escultura y ve que en realidad él está aferrándola por la muñeca para atraerla y que la mano de ella está en un gesto de tensión y resistencia. No hay más información. Eso es lo que se ve y a partir de eso el espectador puede construir su historia. O ir aún más allá y arriesgar la hipótesis de que los personajes de la siguiente escultura –también nueva–, “Couple under an Umbrella” (Pareja debajo de una sombrilla), 2013, quizá sean los mismos que los de la pareja joven, 50 años más tarde. Desde luego, no hay cómo saberlo, ni tiene importancia. Pero sí es interesante ver en estas dos parejas, la joven y la anciana, el interés de Mueck en temas como la comunicación entre dos personas, la vida, la juventud, el paso del tiempo, la edad y sus marcas en el cuerpo. Es increíble la íntima conexión que se advierte en la pareja de viejos bajo la sombrilla y, al mismo tiempo, la soledad de cada uno de ellos en esa situación. Uno puede imaginar, si quiere, que en esa pareja hay un antiguo desacuerdo, que acaban de tener una discusión profunda, pero que ninguna discusión puede ya terminar con la relación. Toda la información que hay es la que se ve: la forma en que se tocan sus cuerpos, la forma en que ella lo mira y la mirada de él perdida en sus adentros. Y un detalle que estimula la imaginación: ella lleva alianza, él no. Pero más allá del relato que uno pueda construir mirando a esta pareja, produce una admiración sin límite la perfección del trabajo del escultor, desde la composición hasta la representación de la gravedad en la carne de esos cuerpos. El apoyo del peso de la mujer en las manos sobre el suelo, el peso del hombre distribuido en la espalda y los pies, y cada detalle de los metros y metros de piel en la que el tiempo hizo lo suyo.
En esta y/o en las demás esculturas de la muestra es imposible no verse uno mismo. Todos somos o hemos sido uno de estos personajes; todos hemos vivido, al menos, algunos de estos momentos. ¿Acaso alguien no buscó desesperadamente cuando bebé la mirada de la madre? ¿Alguien no vivió el momento de descubrir una herida o un signo del paso del tiempo en su cuerpo? ¿Alguien no sintió la frustración de saber que la comunicación real con otra persona siempre tiene un resquicio de ilusión? “Todos pueden encontrar un momento de su vida que se corresponde con una escultura de Ron –reflexiona Gautier Leblond en un video al que se puede acceder en el sitio web de la Fondation Cartier–. Nos sentimos mirados frente a sus esculturas. A veces casi se siente que te estás mirando a vos mismo mirando sus esculturas, eso es lo que las hace fascinantes. Las obras de Mueck conmueven no tanto por su realismo o por su escala, sino porque indagan profundamente en el ser humano.
Hay tres momentos de belleza muy presentes en las obras de Ron Mueck: el de las obras mismas, el del artista haciéndolas con la dedicación y la paciencia que sólo se tiene con los hijos y, quizá el más importante: el de la interacción del espectador con la obra. Es bello ver a una persona mirando a los ojos a una obra de arte, tratando de descubrir si también es un ser humano o por qué no lo es. Qué es lo que lo iguala y qué es lo que lo diferencia de ese montón de resina, qué es lo que ese montón de resina le puede revelar sobre la existencia.
De diferentes maneras más o menos visibles, en tres de las nueve obras de la exposición se puede advertir referencias a la crucifixión de Cristo. La primera de ellas es “Youth” (Juventud), la escultura más pequeña de la muestra, en la que hay una clara referencia a la pintura de Caravaggio “La incredulidad de Santo Tomás”, en la que Cristo ha resucitado y le ofrece a Santo Tomás, que no lo cree, que meta su dedo en la herida. En la escultura de Mueck, un joven afroamericano se levanta la remera y aunque sus ojos la ven, no da crédito a su herida, igual y en el mismo lugar del torso que la de Cristo. De cualquier forma, esa referencia está para quien quiera o pueda verla en esta escultura, pero no es un tributo a Caravaggio. La pintura del artista barroco es para Mueck uninputpara empezar su escultura. Sin embargo, tiene un significado personal importante para él, que se quedó con una copia de artista de las cuatro que realizó.
Las otras dos obras vinculadas con la crucifixión están en la misma sala de la planta superior. Una de ellas, “Drift” (A la deriva), de 2009, es –según explica la curadora Grazia Quaroni– la única que no es una escultura sino una instalación ya que no está sola en el espacio y el espectador no la puede rodear. Es la figura a escala reducida de un hombre en traje de baño acostado sobre una colchoneta inflable, con los brazos un poco extendidos y está instalado en una inmensa pared vacía de color azul celeste. La sala está en semipenumbra. Sólo se ilumina la figura del hombre y la pared con una luz muy específica que es parte de la instalación. El hombre está colocado sobre la pared de tal modo que sus pies quedan aproximadamente a la altura de los ojos del público. La primera impresión es la de una imagen pop de un hombre relajado, tomando sol en una piscina. Pero poco a poco esa imagen puede empezar a desvanecerse para dar paso al recuerdo de la imagen de Cristo en el altar de una iglesia.
Por último, en un rincón de la misma sala, “Still Life” (Naturaleza muerta), de 2009, es un clásico de la historia del arte que, entre otros, ha pintado Rembrandt. Un pollo colgando de las patas. Claro que ahora es una escultura enorme, de más de dos metros de alto y con una piel que parece realmente la piel de un pollo. Y es tan raro como inquietante: obviamente es algo no humano, pero tiene algo de cadáver. En la muerte de ese pollo hay algo que lo humaniza y más aún, algo que de alguna manera evoca también la crucifixión y, más precisamente, el martirio de San Pedro, crucificado cabeza abajo. Pero si el espectador no vincula al pollo colgado con nada de eso, la escultura no pierde nada de su belleza ni su capacidad de conmover. La historia de cómo surgió esta obra en la imaginación de Mueck puede ser ilustrativa de lo azaroso que puede ser el proceso creativo de este artista. Durante una residencia que hizo en Puerto Vallarta, México, vio en un mercado los pollos colgados, algo bastante poco probable en Londres. La imagen lo impresionó y ese mismo día dibujó un boceto que finalmente fue ganando precisión, hasta convertirse en esta maravillosa escultura a gran escala.
Ron Mueck realiza esculturas hiperrealistas de figuras humanas, donde la escala tiene una función muy importante, y la expresión de los personajes, los cuales tienen gestos, posturas, características muy significativas, y en algunos casos están instalados en relación a una situación determinada.
Su origen profesional estuvo relacionado con los efectos especiales para el cine donde trabajó para Him Henson en películas como Labyrinth o The Dark Cristal. Utiliza para sus esculturas materiales como resina, fibra de vidrio, silicona, y pinturas acrílicas para poder reproducir los detalles anatómicos, además de trabajar con la temática de la vida y la muerte.
La obra permite tener un encuentro de proximidad y cercanía, y también una distancia para su apreciación.
Concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, con la curaduría de su director, Hervé Chandès , y de su curadora asociada Grazia Quaroni, la muestra continúa su itinerancia hacia el Museu de Arte Moderna do río de Janeiro de marzo a junio de 2014.
La exposición en Proa, Av. Don Pedro de Mendoza 1929, La Boca, reúne nueve esculturas, de las 40 figuras humanas que tiene Mueck, con las que ha sido aclamado en exposiciones en Japón, Australia, Nueva Zelanda, México y otras partes del mundo.
La exposición curada por Grazia Quaroni, cuyo montaje fue supervisado por el propio Mueck, estará abierta hasta el 23 de febrero, cuando emprenda viaje en su primera “gira latinoamericana” al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, Brasil, del 19 de marzo al 1 de junio de 2014.
Mueck atrajo a más de 300.000 personas en la Fundación Cartier de París, la muestra más visitada desde su fundación, en 1984.
La exposición fue concebida por la Fundación Cartier y cuenta con el apoyo de la embajada de Francia en la Argentina y el auspicio de Tenaris. En forma conjunta será presentado un documental que registra el trabajo del artista en la intimidad de su taller bajo la mirada de David Lynch.
El artista nacido en 1958 en Melbourne, Australia, reside actualmente en Londres y suele trabajar solo, en un pequeño taller donde pasa horas con sus obras. Mueck creció entre títeres, muñecos y disfraces como integrante de una familia de jugueteros de origen alemán.
En muchos casos, las esculturas se completan con pelo natural, ropa y accesorios de la vida real.
En el mundo del arte, la fantasía de Hefesto de fabricar criaturas sigue viva a la par del intento por huir de lo real. Desde la abstracción al conceptualismo, el modernismo se fue despojando de los elementos tradicionales hasta desmantelar el sentido de representación. A pesar de esta tendencia, las artes visuales nunca han podido eludir la irrupción de lo real. Esa condena atraviesa todas las épocas. Como en la paradigmática obra de Courbet, El origen del mundo, que se sostiene en ese límite tan lábil entre lo sublime y lo abyecto, preparando el camino para el pasaje del realismo a la abstracción. Quizás sea la primera obra hiperrealista de la modernidad. En el contexto actual, el trabajo de Ron Mueck no es simple mímesis, ni el retorno de lo real, sino una poética en la que las categorías de lo real y lo imaginario no se distinguen.
Mueck alcanzó el reconocimiento internacional por esculturas hiperrealistas en las que reproduce la figura humana con excepcional precisión técnica. Una madre con su hijo, una mujer con las compras, una pareja joven tomándose del brazo y otra adulta bajo una sombrilla, son algunas piezas que se exhiben por primera vez en Latinoamérica en la Fundación Proa. Hechas con resina, fibra de vidrio, silicona y pintura acrílica, las expresiones faciales y corporales oscilan entre la tensión y la relajación muscular atravesando las distantes emociones de la vida y la muerte: tristeza, furia, disgusto, miedo.
Las figuras no sólo logran reproducir detalles de la anatomía humana -como los pliegues de la carne y el cabello-, sino que tematizan la imperfección de los cuerpos: dejan de responder al ideal clásico de la proporción matemática, el David de Miguel Ángel. No son cuerpos idealizados por la moda o el espectáculo de la sociedad contemporánea sino que se ubican cerca de las especulaciones del grotesco. Son figuras que no tienen nada que ver con el cuerpo glorioso de la juventud, sino con el cuerpo del niño, del anciano, del enfermo, de la angustia, de la tragedia. Parecen respirar. Producen la sensación de estar cerca. Pero no representan el cuerpo de gracia (impasible, ágil, sutil y claro) sino el de la vida cotidiana (perturbado, torpe, pesado y opaco). No el cuerpo divino sino el mundano: un joven que observa la herida en su tórax; un hombre desnudo, sentado en un bote, mirando la nada.
Al ser un conjunto de piezas escultóricas, la perfección de la técnica hace que la obra de un pasó más allá de la representación hacia el simulacro. La pintura realista queda atrapada en la representación porque opera en el plano bidimensional, en cambio la escultura alcanza la apariencia, penetrando en la simulación: trabaja en el campo volumétrico. En el simulacro del cuerpo humano hay ojos donde habría ojos, y ropa cuando están vestidas: elementos reales, o post-escultóricos, cubren y forman algunas partes del cuerpo de estas piezas.
En el cuerpo frío y rígido de la resina Mueck implanta, uno por uno, pelo humano: la temperatura real de la materia viva le devuelve el original a la copia. Es a partir de otro recurso, ya no el imaginario que evocan los temas o el contenido, sino la estética de los materiales vivos y muertos que pone de relieve los problemas existenciales de la vida y la muerte. Es también, de esta manera, que el pensamiento se produce por una operación técnica refractado por la elección de los temas y los elementos simbólicos e iconográficos.
La vida cotidiana está presente también en los elementos temáticos de las piezas. En Mujer con las compras un bebé se asoma por debajo del sobretodo de tweed que cubre el cuerpo de la madre proporcionando la sensación de que aún está embarazada o que está pariendo por su pecho. Sus manos sostienen dos bolsas con comida. Por la ropa podemos deducir que pertenece a la clase obrera, y por su mirada que no tiene suficiente dinero para una vida cómoda y rebosada de satisfacciones.
La obra de Ron Mueck alcanzó el grado mayor de desarrollo técnico que había iniciado el Renacimiento y que ha estado marcado por el ocularcentrismo entendido como la supremacía de lo visual -frente a otros sentidos del cuerpo humano como el oído o el tacto- para el conocimiento y el dominio de la naturaleza. Es el modelo visual que se considera hegemónico en la sociedad moderna, con la noción de perspectiva en las artes visuales, el perspectivismo cartesiano, la filosofía como espejo de la naturaleza y la realidad como universo matemático. Es la adopción de un orden visual del mundo con la mirada fría que implica un universo mensurable, y humanamente reproducible y modificable. Las esculturas de Mueck reproducen la figura humana en el espacio geometrizado y racionalizado del empirismo orientado a la observación del mundo y su espectacularidad. Es la duplicación minuciosa de lo real, en la que no hay metáfora ni metonimia, en la que lo escópico se ha vuelto operacional en la superficie de las cosas.
Pero no sólo es la objetividad de la mirada pura, sino también la introducción de lo irreal en aquello que parece tan real y tan parecido a nosotros. Una de las operaciones más interesantes del artista australiano es el trabajo con las escalas. La alteración de las magnitudes lleva al cuerpo a diferentes grados; si bien las esculturas tradicionales siempre han cambiado la escala real humana, en este caso el efecto es diferente. Las figuras son más pequeñas que cualquier ser humano -un hombre a la deriva que no supera el metro veinte de altura- o más grandes -una pareja de tres metros. Si lo real está dado por la mirada mimética, el desplazamiento de las magnitudes a valores imposibles aunque proporcionales al ser humano introduce lo irreal en lo real. De este modo, lo real y lo imaginario, están presenten simultáneamente en el hiperrealismo de Mueck: el espectador se encuentra frente a humanos gigantes o ante seres de un metro pero tan humanos, tan íntimos que, a pesar de su imposibilidad, se hallan en un escenario equidistante al espectador
La poética de las esculturas no está sólo en el orden de los materiales y la técnica sino en los gestos, las posturas y las microescenas que las piezas proponen: en la dimensión simbólica de lo imaginario. En una vemos una mujer desnuda cargando sobre su cuerpo un fardo de ramas más grande que ella, el cual impulsa su columna hacia atrás, y con el gesto al andar sentimos el peso de las maderas y la fuerza con que las lleva. Esta figura parece encarnar el mito de Sísifo. A su vez, la poética del gesto es también perturbadora en la pareja joven en la que el hombre toma la muñeca de su novia por la espalda y deja simulando su otra mano en el bolsillo. Gesto mínimo en el que la violencia masculina es sigilosa pero contundente. La escultura es una pareja joven vestida de verano, ambos en bermudas, él en zapatillas, y ella en ojotas, que parecen estar en el espacio público, y que han peleado, pero los dos no están solos porque se comportan desde el punto de vista del ojo del transeúnte o de las cámaras de vigilancia, como si alguien los pudiera ver. En definitiva están frente al público, y la postura devela que algo nos ocultan, que debemos imaginar y suponer. Es una escultura que está sometida a la instancia policíaca de la mirada.
Quizás la obra que condensa el arte de Mueck sea Máscara II. Allí se observa el rostro de un hombre durmiendo. Los detalles de las cejas, los párpados, las pestañas, los labios que parecen exhalar aire y la barba de un día, componen una gigantesca máscara. Es una máscara tan real que no parece una máscara: la superficie sobre la que está apoyada ejerce presión en su mejilla, como si esta estuviera hecha de carne y tejidos humanos. Por detrás, vemos el hueco para que un supuesto gigante que quisiera imitar a un simple humano introduzca su cara: es la máscara para que un ser fantástico quiera ocultarse en la realidad.
La estética de las esculturas de Mueck eleva la realidad al arte inyectándole imaginación. Lo real como imposible, la pasión inútil del hombre por hacer real el artificio o lo imaginario. Los seres siniestros de Mueck son, a la vez, familiares y extraños.
* Syd Krochmalny es Doctor en Ciencias Sociales, Magister en Comunicación y Cultura,
Licenciado en Sociología (Sociales, UBA) y artista. Tiene una beca posdoctoral del Conicet con sede en el Instituto de Teoría e Historia del Arte Julio E. Payró. Forma parte del consejo editor de la revista del CIA. Sus últimas obras, The naked soul y El origen del mundo, se exhibieron en el Old Calton Cemetery, Edimburgo, y en la Escuela de Artes y Humanidades de la Universidad de Stirling, Escocia, en abril y mayo de 2013.
La exposición recibe al visitante con el inmenso rostro de un hombre dormido, su mejilla sobre la superficie, la comisura de los labios apenas desplegada, por donde se vislumbran los dientes, la barba de pocos días apenas crecida, los ojos cerrados, apretados, cada detalle que hacen pensar que esa escultura está a punto de despertar.
El artista nacido en 1958 en Melbourne, Australia, reside actualmente en Londres, es poco amigo de la prensa y suele trabajar solo, en un pequeño taller del norte londinense, donde pasa horas trabajando en sus obras de manera meticulosa y casi devocional.
La exposición en Proa reúne nueve de sus esculturas, un número amplio si se piensa que desde sus comienzos y hasta la actualidad, Mueck lleva realizadas 40 figuras humanas, con las que ha sido aclamado en exposiciones en Japón, Australia, Nueva Zelanda, México y otras partes del mundo.
Sus obras son para quedarse horas mirando, como la de una pareja de abuelos, una de las centrales, recostados sobre la playa, debajo de una sombrilla de colores, donde sorprenden los detalles, las venas, las uñas de los pies, los pliegues de la piel, la mano de él, acariciando, casi apretando, el brazo de ella, el pelo lacio de la mujer, canoso, acomodado detrás de la oreja.
Todos están a punto de ponerse en movimiento, levantarse, caminar, girar la cabeza como el joven en jeans que se levanta la remera para mirar asombrado la herida causada por un cuchillo, o la mujer con bolsas de compras en sus manos, cara cansada, un bebito pequeño que asoma por la solapa de su sobretodo, algunas de las obras de la exposición.
"Las esculturas de Mueck son muy difíciles de clasificar dentro de la categoría del arte moderno. Es un artista que puede representar la figura humana de la manera más detallada y realista posible. Pero no se puede clasificar su obra en hiperrealismo”, explica en una conferencia de prensa la curadora de la exposición, la italiana Grazia Quaroni, mientras da por tierra con la creencia de muchísimas admiradores de su obra.
"El hiperrealismo es una corriente que brinda mucha información del contexto de los personajes mientras que la obra de Mueck hace todo lo contrario: son neutrales, los títulos no añaden nada del personaje, el espectador no sabe nada de esa persona, cómo es, hacia dónde va, qué está haciendo”, explica la curadora.
Según esta especialista italiana, en los trabajos de Mueck “no hay narrativa, no hay retrato, no hay involucramiento del artista con la psiquis de los personajes. Es un campo de libertad que se da entre la obra y el espectador”, y con esto la italiana da a entender que, de alguna manera, el sentido de lo que pasa ahí, lo que uno encuentra en esa obra, es “lo que trae cada espectador”.
"Con simpleza genera una obra potente”, agrega Grazia Quaroni sobre el artista que utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas en sus esculturas que el crítico norteamericano Robert Storr calificó de costumbristas, según se lee en uno de los textos de sala.
Para trabajar en cada una de sus esculturas, "Ron Mueck toma muchas decisiones previas: la temática, los gestos, las posiciones", cuenta, por último, la italiana sobre su "trabajo muy profuso, aunque sencillo en apariencia".
Luego, viajará al Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, Brasil, del 19 de marzo al 1 de junio de 2014.
El responsable de esta y otras ocho esculturas de gran tamaño y un realismo impactante realizadas entre 2002 y 2013 es Ron Mueck, un artista australiano radicado en Londres que trabaja con la fisonomía humana y la figuración al detalle, y que acaba de exponer a sus criaturas en la Fondation Cartier de París. Curada por Grazia Cuaroni, la obra de Mueck se exhibe por primera vez en Buenos Aires, y llega acompañada de un documental que registra la trastienda de su trabajo minucioso, el laboratorio donde crea esos humanos desgarbados, con expresiones perdidas, inspirados en todos nosotros.
Organización: Fondation Cartier pourl’artcontemporain – Fundación Proa Auspicia: Tenaris – Organización Techint.
En una asociación conjunta con Fondation Cartier y con la curaduría de Grazia Quaroni, comienza la itinerancia latinoamericana de la tan aclamada exhibición presentada en París.
Ron Mueck tiene su origen profesional en el mundo de los efectos especiales para el cine, para luego expandirse en el camino del arte aprovechando su talento para desarrollar creaciones plásticas con un realismo sorprendente.
Sus esculturas reproducen fielmente los detalles del cuerpo humano, pero juega con la escala para crear imágenes que nos sacuden.
Ron Mueck
De noviembre a febrero
Fundación PROA
Av. Pedro de Mendoza 1929
En una asociación conjunta con Fondation Cartier y con la curaduría de Grazia Quaroni, comienza la itinerancia latinoamericana de la tan aclamada exhibición presentada en París.
Ron Mueck tiene su origen profesional en el mundo de los efectos especiales para el cine, para luego expandirse en el camino del arte aprovechando su talento para desarrollar creaciones plásticas con un realismo sorprendente.
Sus esculturas reproducen fielmente los detalles del cuerpo humano, pero juega con la escala para crear imágenes que nos sacuden.
Ron Mueck
De noviembre a febrero
Fundación PROA
Av. Pedro de Mendoza 1929
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio.
Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma y un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a la vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus viñetas escultóricas forman parte de situaciones que no tienen ni principio ni fin, sino solo intermedios inciertos, situaciones que no existen por fuera de sus encarnaciones individuales como objetos solitarios”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición.
En representación por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Grazia Quaroni estará presente en Buenos Aires con disponibilidad para realizar entrevistas y encuentros con la prensa especializada.
La exhibición, concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain, Paris, con el apoyo de la embajada de Francia en Argentina, cuenta con el auspicio de tenaris – Organización techint en Argentina y Brasil.
Presentación de la exhibición e itineranciaEn 2013, Ron Mueck fue invitado a presentar sus nuevas esculturas en la Fondation Cartier pour l’art contemporain, París. Esa muestra se exhibe ahora íntegramente en Fundación PROA, Buenos Aires, y luego se presentará en el Museu do Arte Moderna de Río de Janeiro. Es la primera vez que la obra de Ron Mueck se exhibe en Sudamérica. Además de las seis importantes esculturas recientes, esta muestra agrega tres esculturas nunca antes exhibidas. También se dará a conocer una nueva película sobre la creación de Mueck realizada por Gautier Deblonde para la muestra de París. Al revelarnos al solitario artista en su proceso de trabajo, el film acentúa aún más la sensibilidad y la potencia de las esculturas de Mueck y pone de relieve la particular resonancia que tiene para nuestro tiempo.
Una exhibición de Ron Mueck es un evento inusual. Mueck reside en Londres y sus muestras han sido aclamadas en todo el mundo, desde Japón, Australia y Nueva Zelanda, hasta México. Mueck trabaja lentamente es su pequeño estudio del norte londinense, y convierte el tiempo mismo en un elemento importante de su proceso creativo. El detalle de sus figuras humanas es meticuloso, con sorprendentes cambios de escala que las sitúan tan lejos del realismo académico como del pop art y del hiperrealismo.
Tres nuevas esculturas se exhiben aquí por primera vez, después del evento original en París: dos adolescentes en la calle, una madre con su bebé y una pareja de ancianos en la playa. Parecen congelados en momentos de la vida, y cada una de ellas captura el vínculo entre dos seres humanos. La naturaleza de la conexión entre ambos se revela en sus acciones, pequeñas, comunes, y a la vez misteriosas. La precisión de sus gestos, la fidedigna representación de la carne, la insinuada suavidad de la piel, les confiere una apariencia de absoluta realidad. Estos trabajos no describen situaciones o personas reales, sino que la obsesión con la verdad nos habla de un artista que busca la perfección y que es agudamente sensible a la forma y la materia. Al empujar la verosimilitud hasta el límite, Mueck crea obras secretas, meditativas y fascinantes. Iluminar las verdades universales. Estos sujetos que parecen tan ordinarios también irradian una espiritualidad y una profunda humanidad que provocan una respuesta. Apuntando mucho más allá de las tradiciones del retratismo, Mueck revela la sorprendente naturaleza de nuestras relaciones con el cuerpo y la existencia.
Ron Mueck ha revitalizado la escultura figurativa contemporánea. Ron Mueck hace uso de una rica diversidad de recursos, como fotos de la prensa, tiras cómicas u obras maestras históricas, recuerdos proustianos o antiguas fábulas y leyendas. Still Life (Naturaleza muerta, 2009) se enmarca dentro de la tradición clásica de ese género; Woman with Sticks (Mujer con ramas, 2008) se inclina hacia atrás bajo un atado de leña y nos recuerda los cuentos de brujas. Drift (Deriva, 2009) y Youth (Juventud, 2009) parecen inspiradas en titulares de los diarios, aunque también evocan obras del pasado. En otras esculturas de Ron Mueck, como el gran autorretrato dormido Mask II (Máscara II, 2002), los sueños eclosionan en la realidad.
Su muy reservado proceso creativo se revela en la nueva película de Gautier Leblonde titulada Still Life: Ron Mueck at Work (Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando). Esta película fue producida para la exhibición en la Fundación Cartier. Rodada en el estudio de Mueck mientras producía sus nuevas obras para la exhibición, nos ofrece una oportunidad única de observar al artista sumido en su muy personal proceso creativo.
Ron Mueck ha revitalizado la escultura figurativa contemporánea. De origen australiano (1958), actualmente vive en Inglaterra. Su origen profesional fue en el mundo de los efectos especiales para el cine, trabajando para Jim Henson o The Dark Crystal. Sin embargo ya había dado un paso hacia el mundo del arte aprovechando su talento para desarrollar creaciones plásticas con un realismo sorprendente.
Mueck se mudó a Londres para establecer su propia compañía, creando utilería y “animatronics” para la industria de la publicidad. A pesar de ser altamente detallados sus trabajos, eran diseñados para ser fotografiados desde un ángulo muy específico, ocultando así el desorden de la obra vista desde otro ángulo. Mueck con más y más frecuencia deseaba producir esculturas que se vieran perfectas desde cualquier ángulo.
En 1996 Mueck cambió hacia el “arte refinado” colaborando con su suegra Paula Rego, para producir pequeñas figuras como parte de una escena que ella estaba mostrando en la Galería Hayward. Esta experiencia lo motivó a realizar una de sus obras más emblemáticas “Dead Dad”, una escalofriante e hiperrealista obra de silicona y otros materiales.
Las esculturas de Mueck reproducen fielmente los detalles del cuerpo humano, pero juega con la escala para crear imágenes que nos sacuden. Su obra de cinco metros“Boy”, fue mostrada en 1999 en el “Millenium Dome” y más tarde se exhibió en la “Biennale de Venecia”.
Otra muestra de arte promete ser record de público en Buenos Aires. Después de las más de 200 mil personas que visitaron este año los trabajos de la japonesa Yayoi Kusama en el Malba, el australiano Ron Mueck y sus obras hiperrealistas se perfilan como el nuevo atractivo en el circuito artístico de la Ciudad. Esta vez, las esculturas del genial artista de 55 años se podrán ver desde el sábado 16 y hasta el 23 de febrero en la Fundación Proa, en La Boca, gracias a la gestión de su directora, Adriana Rosenberg (Pedro de Mendoza 1929). La exposición viene de ser éxito en París, con más de 300 mil visitantes y, luego de exhibirse en la capital argentina, seguirá viaje hacia Río de Janeiro, en Brasil, en lo que significa la primera gira sudamericana de este autor y sus obras.
Mueck es un escultor de figuras humanas. De figuras humanas de gran tamaño y de figuras humanas de pequeñas dimensiones. Pero nunca de tamaño real. Con esto consigue un primer impacto visual. Pero después impresiona por el realismo de esos personajes, por sus gestos, sus miradas, su expresión, los detalles de sus cuerpos. Ahí está puesta su originalidad: él trabaja con materiales como resina, fibra de vidrio, silicona, pinturas acrílicas y hasta pelo natural con el objetivo de recrear -casi obsesivamente- la anatomía humana. Una madre con su hijo, una pareja joven o una adulta bajo una sombrilla, un hombre desnudo en un barco a la deriva, la cara de un hombre que duerme son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición.
Poco amigo de las entrevistas, el australiano supervisará el montaje de la muestra. Su historia de vida cuenta que nació en Melbourne, en Australia, y que es hijo de jugueteros. Tal vez de su infancia entre títeres y disfraces, venga su afición por modelar objetos sin vida. Por eso, para trabajar, no se basa en modelos vivos, sino en fotos y recuerdos. No tiene estudios formales en arte, pero tiene experiencia en la industria del cine, la televisión y la publicidad, donde trabajó como realizador de efectos especiales. Incluso creó personajes de la película “Laberinto”, un film fantástico de culto de 1986, protagonizado por David Bowie. Su incursión como artista famoso se da cuando un conocido publicista comienza a coleccionar sus obras y, de esa forma, a darles valor. En 1997, Mueck causa impacto en “Sensation”, una muestra donde también participan otros nóveles artistas. Allí se ve una pequeña figura desnuda que representa a su padre muerto. Hace doce años, se hace conocido a nivel mundial por su escultura de cinco metros de alto de un niño en cuclillas.
“El autor ha decidido no trabajar sobre medidas verdaderas para evitar engendrar maniquíes, por eso todas sus obras están sobredimensionadas o subdimensionadas, sin perder nunca el efecto de hiperrealidad”, explicó Grazia Quaroni, curadora asociada de la muestra, con motivo de la misma exposición en París. La muestra fue concebida por la “Fundación Cartier para el arte contemporáneo” y tiene el apoyo de la Embajada de Francia. Además de las nueve obras, se presentará un documental para conocer el trabajo del artista en su taller de Londres, donde reside en la actualidad.
Empezó haciendo efectos especiales para películas como Labyrinth. Después se mudó a Londres para establecer su propia compañía, creando utilería y “animatronics” para la industria de la publicidad.
En 1996 Mueck cambió hacia el “arte refinado” colaborando con su suegra Paula Rego, para producir pequeñas figuras como parte de una escena que ella estaba mostrando en la Galería Hayward. Así creo “Dead Dad” (papá muerto) que es una escalofriante e hiperrealista obra de silicona y otros materiales, del cuerpo muerto de su padre, reducido aproximadamente a dos tercios del tamaño natural. En esta obra, Mueck uso su propio pelo para el producto final.
Su obra de cinco metros “Boy”, fue mostrada en 1999 en el “Millenium Dome” y más tarde se exhibió en la “Biennale de Venecia”.
Ahora Ron llega a Buenos Aires y te mostramos 8 adelantos de su colección.
La exposición de Ron Mueck recientemente finalizada en la Fundación Cartier de París, fue visitada por más de 300.000 personas, convirtiéndola en un suceso histórico para la institución, creada en 1984.
Gracias al convenio realizado con Proa y el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, la muestra arribará a nuestro país y seguirá posteriormente su paso a Brasil.
Ron Mueck es uno de los mayores exponentes contemporáneos del arte hiperrealista.
Nacido en Melbourne en 1958, antes de ser reconocido como escultor, trabajó para el mundo de los efectos especiales cinematográficos, participando en películas como Labyrinth.
Se mudó a Inglaterra donde conoció a Charles Saatchi, quien comenzó a coleccionar su trabajo e impulsó su carrera. El escultor participó en 1997 de la exposición “Sensation” que resultó tan polémica como existosa, dando a conocer la obra de artistas como Damien Hirst, los hermanos Jake y Dinos Chapman y Tracey Emin.
Sus esculturas muestran cuerpos y rostros humanos no sólo en tamaño real sino también monumental y en miniaturas. Esto altera la percepción de la realidad, logrando que el espectador pueda ir desde el detalle obsesivo hasta la inmensidad impactante. Están realizadas sobre una base de silicona, resina de poliéster, fibra de vidrio y cabello sintético, que logran un realismo inquietante.
La exhibición en Fundación Proa será curada por Grazia Quaroni y estará abierta al público desde el 16 de noviembre hasta el 23 de febrero. Incluirá la proyección de un documental y la particular mirada de David Lynch sobre la obra del artista.
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Las obras del australiano Ron Mueck sorprenden a todo el mundo y este mes llegan a Buenos Aires. El artista hiperrealista más emblemático del Siglo XXI desembarcará en la Fundación Proa con una selección de sus trabajos.
Tras haber sido expuestas en la Fundación Cartier de París, podrán ser visitadas desde el 16 de noviembre hasta el 23 de febrero.
Pero, ¿cuál es el atractivo de las obras de Mueck?
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Curada por Grazia Quaroni, una selección de esculturas del reconocido artista hiperrealista iniciará la itinerancia latinoamericana de esta muestra, que convocó a más de 300 mil visitantes en París en un récord de asistentes desde la creación de la Fondation Cartier en 1984.
La muestra de Ron Mueck podrá visitarse en PROA del 16 de noviembre al 23 de febrero. Luego, partirá hacia el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.
Ron Mueck se inscribe en la tradición escultórica donde es representada la figura humana; aunque los temas, materiales y técnicas que utiliza lo convierten en un autor original, innovador y contemporáneo. Sus esculturas cautivan por el cambio de escala en las dimensiones y el realismo de los personajes, cuyos gestos expresan sutilmente situaciones llenas de vida y misterio. Una madre con su hijo, parejas jóvenes o adultas que oscilan entre la tensión y la calma y un hombre desnudo en un barco a la deriva son algunas de las imágenes que forman parte de la exposición. Obras que encierran una interioridad vital y profunda y, a la vez, expresan la perfección técnica del artista y su obsesión por la verdad.
Mueck utiliza materiales como resina, fibra de vidrio, silicona y pinturas acrílicas para reproducir fielmente todos los detalles de la anatomía humana y construir esculturas que tematizan la vida y la muerte. Sus obras evocan un tipo de realismo que es, al mismo tiempo, íntimo y monumental. En diferentes escalas, el artista amplía o reduce extraordinariamente el tamaño de los cuerpos para crear situaciones que conmueven al espectador. “Sus viñetas escultóricas forman parte de situaciones que no tienen ni principio ni fin, sino solo intermedios inciertos, situaciones que no existen por fuera de sus encarnaciones individuales como objetos solitarios”, escribió Robert Storr para el catálogo de la exhibición
En noviembre, por primera vez en Argentina, se exhiben las inquietantes obras de artista australiano Ron Mueck. En una asociación conjunta con Fondation Cartier y con la curaduría de Grazia Quaroni, comienza la itinerancia latinoamericana de la tan aclamada exhibición presentada en París.
El artista “ha revitalizado la escultura figurativa contemporánea”, según palabras de la curadora.
El artista australiano expone por primera vez en Sudamérica. Sus esculturas deslumbran por el enorme realismo con que están realizadas, aunque no respetan la escala real. Una exposición que no deja a nadie indiferente.
Es posible la sorpresa ante lo conocido? Las esculturas de Ron Mueck someten al espectador a una experiencia inusual. La del impacto de enfrentarse a lo semejante, a la impresión que causa reconocerse en unas figuras inertes pero tan reales que asustan. Parte de la obra de este artista contemporáneo nacido en Melbourne, Australia, en 1958, llega por primera vez a Sudamérica con unas esculturas humanas realizadas con silicona, resina y fibra de vidrio. La muestra que inaugura hoy al mediodía en la Fundación Proa fue concebida por la Fondation Cartier pour l’art contemporain de París, curada por su director Hervé Chandés y la curadora asociada Grazia Quaroni, que estuvo de visita por Buenos Aires para la apertura. El mismísimo Mueck también estuvo la semana pasada bajo el estricto pedido a los organizadores de no tener contacto con nadie más que con sus esculturas.
Lo impactante de las figuras es su increíble verosimilitud, que evoca un tipo de realismo que puede ser a la vez íntimo y enorme sin llegar a ser monumental. Es en detalle la carne que tenemos, la piel con sus poros, sus pelos, sus marcas y pliegues, sus lunares. Pero son también los gestos, y unas situaciones ordinarias, aunque también hay lugar para esas otras que evocan al sueño en escenas como una madre son su bebé y las bolsas de las compras; una parejita de jóvenes y otra de ancianos en una playa bajo una sombrilla, o un hombre desnudo en un bote de madera. La habilidad de Mueck, a quien catalogan dentro del hiperrealismo pero que –veremos-– es una condición que su curadora pone en duda, hace de esta muestra uno de los acontecimientos del año en materia de muestras de artes plásticas. En un 2013 que está terminando y en el que hubo exposiciones muy relevantes, como las de Alberto Giacometti o Yayoi Kusama, es una propuesta profundamente existencialista la del australiano, que llegó al arte de una forma autodidacta, pasando primero por la industria del cine y la fotografía.
Trabajó para el director Jim Henson en películas como Laberinto, protagonizada por David Bowie, en la que llegó incluso a interpretar a Ludo, uno de los personajes. Por esa época ya incursionaba en el mundo del arte potenciando su talento para desarrollar creaciones plásticas con un realismo que daba que hablar.
Papá de dos niñas, Mueck pasa horas y horas dentro de su atelier, con dos asistentes que lo ayudan a confeccionar las figuras. Introspectivo, no prefiere el trato con la prensa y se conecta al detalle con las piezas que él mismo se ocupa de montar. ¿Se enmarca su obra en la corriente del hiperrealismo? La curadora Quaroni contestó que no, que si bien son profundamente realistas, no las considera dentro de esta corriente caracterizada por un encuadramiento histórico y social de lo representado. "Las figuras de Ron Mueck no son hiperrealistas aunque sí realistas. Podrían ser de cualquier país de la actualidad", dijo. Y cuando fue interpelada por algunos de los presentes en PROA durante el recorrido para la prensa, contestó que "todos los objetos, la ropa, el color de piel, hablan, significan, pero no es una búsqueda especial de Mueck enmarcar a sus figuras en un espacio y tiempo".
Desde su Australia natal, Mueck se mudó a Londres para establecer su propia compañía, creando utilería y animatronics para la industria de la publicidad. En 1996 cambió hacia el "arte refinado" trabajando en colaboración con la artista Paula Rego, que además es su suegra, para producir pequeñas figuras como parte de una escena que ella estaba mostrando en la Galería Hayward. Fue ella quien le presentó a Charles Saatchi quien, sorprendido con su producción, coleccionó y solicitó sus trabajos. De allí surge una de sus más conocidas obras, Dead Dad (Papá muerto), que es una reproducción del cuerpo muerto de su padre reducido a dos tercios del tamaño natural. En esa obra Mueck usa su propio pelo.
Las figuras no se corresponden con la escala natural. O son más grandes –por ejemplo Couple under an Umbrella (Pareja debajo de una sombrilla, 2013)– o más pequeñas que la escala humana, como Woman with Shopping (Mujer con las compras, 2013).
La muestra de Proa incluye la película del francés Gautier Deblonde titulada Still Life: Ron Mueck at work (Naturaleza muerta: Ron Mueck trabajando), una película que no es estrictamente un documental, producida para la exhibición en la Fundación Cartier. Rodada en el estudio de Mueck mientras producía sus nuevas obras para la exhibición, es una ventana al universo íntimo del artista y su proceso creativo. Allí se lo puede ver en acción.
La Fundación Cartier se interesó por su trabajo expuesto en Londres y en la Bienal de Venecia y comenzaron una relación con el artista, según explicó la curadora. "Esta exhibición que verán en Buenos Aires es la misma que se vio en París en la Fundación Cartier, con la misma cantidad de obras. Que es una cantidad considerable, ya que son nueve de las cuarenta que tiene el artista en total", dijo. "Y el artista tenía especial interés en llegar a Sudamérica, porque era un lugar donde nunca había estado", remarcó la curadora.
Hijo de jugueteros, desde pequeño convivió con títeres y disfraces y con técnicas asociadas a dar vida a muñecos inertes. Desde niño se dedicó al modelado de figuras y en esto se especializó dentro de la industria del cine.
En 2001 Mueck logra reconocimiento internacional exponiendo en la 49 Bienal de Venecia con su escultura llamada Boy (chico), un niño agazapado, de cinco metros de altura. Para muchas de sus figuras se toma a sí mismo como modelo de orejas, manos, pies. Incluso el color de la piel.
En diferentes escalas el artista amplía o reduce el tamaño de los cuerpos en situaciones inciertas; son figuras que aunque estén de a dos lucen solitarias. Es una propuesta profundamente existencialista. "Estos sujetos que parecen tan ordinarios también irradian una espiritualidad y una profunda humanidad que provocan una respuesta. Apuntando mucho más allá de las tradiciones del retratismo, Mueck revela la sorprendente naturaleza de nuestras relaciones con el cuerpo y la existencia", explican.
Trabaja con fotos de prensa, tiras cómicas y obras maestras históricas, como también con recuerdos o antiguas fábulas y leyendas. Una de las obras, Woman with Sticks (Mujer con ramas, 2008) se inclina hacia atrás bajo un atado de leña dando una imagen de ensueño, arquetípica. Otras esculturas como su gran autorretrato dormido (que también se exhibe en Proa) titulado Mask II (Máscara II, 2002) es una de las que evocan al inconsciente y los sueños.
Una de las esculturas es la única que puede ser enmarcada como instalación. Se trata de la obra Drift, en la que un hombre descansa bajo el sol en una piscina sobre una pared .
La muestra fue traída en colaboración con el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. "Mueck, a pesar de su fama de ser una persona muy reservada en su proceso creativo, se mostró cordial, amable y sí, por momentos pedía estar a solas –sin presencia de técnicos ni asistentes- montando sus obras él mismo, reparando hasta en el mínimo detalle", contó Pablo Zaefferer, que estuvo en el montaje en Buenos Aires. «
Ron Mueck
La muestra inaugura hoy al mediodía con entrada libre y gratuita y se presenta hasta el 23 de febrero de 2014 en Fundación Proa, Av. Pedro de Mendoza 1929, La Boca. Consultas para visitas guiadas en educación@proa.org Teléfono 4104 1001.