17.11.11 - Proa Cine

Alan Pauls presents "24 City", by Jia Zhang Ke

Cuatro únicas funciones
Sábados 12, 19 y 26 de noviembre / 3 de diciembre

17.30 hs. Presentación de Alan Pauls
18.00 hs. 24 City

Admisión: $15
Informes y reservas: auditorio@proa.org / (011) 4104-1000/1001

Niños desde 9 años, acompañados por adultos

Con la colaboración de la Embajada de Francia en Argentina y el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

 

Unánimemente elogiado, el filme chino 24 City (2008) es la última realización de Jia Zhang Ke, considerado el director emergente más radical de la cinematografía asiática. Un registro descarnado de las transformaciones sociales de la actualidad china, a mitad de camino entre el documental y la ficción. El lujo y la marginación, la tradición milenaria y el afán capitalista: 24 City narra un proceso de sincretismo cultural y económico que desnuda con agudeza la situación de China a partir de un hecho puntual: el cierre de una fábrica de aviones. Un relato polifónico de ocho personajes que representan tres generaciones.

24 City culmina el ciclo de cine presentado por el crítico y escritor Alan Pauls. Tras la proyección de El capital de Marx filmado por Alexander Kluge, y del tándem de documentales sobre el dictador rumano Nicolae Ceausescu (Autobiografía de Nicolae Ceausescu de Andrei Ujica, y Videogramas de una revolución, de Harun Farocki y Ujica), Proa Cine cierra una programación estructurada en torno al vínculo entre la cinematografía contemporánea y la política.

24 CITY
Título original Er shi si cheng ji
China, 2008. 107 minutos. Color
Dirección Jia Zhang Ke
Guión Jia Zhang Ke, Zhai Yongming
Intérpretes Joan Chen, Lv Liping, Zhao Tao

“24 CITY” POR ALAN PAULS

En la prehistoria hay una película que nunca llegó a nacer. Se llamaba La salida de la fábrica, igual que el corto con el que los hermanos Lumière inauguraron la historia del cine. Al menos en el papel, el proyecto narraba, encarnándola en los destinos de dos ex compañeros de escuela del director —obreros con fe a fines de los ‘80, desempleados sin futuro en los ‘90—, la transición brutal entre la China de la economía planificada y la de la libertad de mercado.

Jia Zhang-Ke lo descartó por simplista: que el dinero vuelve malvados a los hombres no podía ser todo lo que tuviera para decir sobre el asunto. Pero el proyecto tuvo la supervivencia sigilosa que a menudo tienen las cosas interrumpidas antes de tiempo. De hecho ronda y se hace ver velado, como un pentimento, en la película que Jia terminó haciendo seis años más tarde, 24 City. De La salida de la fábrica, 24 Cityy retoma no sólo el tema —los efectos traumáticos de la mutación económica, social y cultural más singular de la historia contemporánea— y el tono —la elegía— sino algo quizá más particular, más complejo, que de algún modo había quedado cifrado en aquella alusión original a los hermanos Lumière: el enigma de la relación íntima, histórica, entre el cine, la pulsión documental, el mundo del trabajo y ese horizonte de posibilidades que llamamos ficción.

Es de hecho una inversión de esa escena mítica —la salida de los obreros— la que abre 24 City. Los obreros, uniformados con su ropa de trabajo, entran en bicicleta a la fábrica. Pero entran no tanto para trabajar —los tres o cuatro que Jia filma en plena labor, aislados, aparecen casi como “artistas del trabajo“, un poco a la Kafka, repitiendo los gestos de producir para la mirada de un público de museo— como para asistir a la ceremonia oficial que decreta su propia defunción. Entran al lugar que durante cincuenta años fue todo para ellos: trabajo, residencia, educación, ocio, vida comunitaria. Entran y se acomodan en el auditorio de la fábrica en orden, con esa disciplina que el trabajo aprendió de la milicia, y cantan y aplauden lo que puede ser la oportunidad más jugosa o la peor de las tragedias: la venta de la fábrica a una compañía de desarrollo inmobiliario, la China Resources, que la tirará abajo para construir un gigantesco complejo residencial y comercial bautizado —según un viejo poema chino— 24 City.

Un proyecto es reemplazado por una película; una vieja planta industrial aeronáutica por una vertiginosa urbanización. ¿Qué es metáfora de qué? Difícil saberlo. Lo cierto es que esa lógica del desalojo está en el corazón de la película y la anima y la vuelve desesperada y fúnebre como un requiem. Jia no se engaña: la palabra “transición“, tan frecuente a la hora de describir el devenir sui generis de la sociedad china, no es más que un eufemismo para nombrar procesos que sólo la jerga militar se atreve a nombrar con crudeza: ocupación, posesión, expulsión. Los nueve testigos que Jia convoca para conjurar la fábrica sentenciada son eso: expulsados. Expulsados de un ecosistema —la fábrica— pero también, y sobre todo, de un tiempo, una época para la que esa clase de lugares tenían significado y valor y encerraban una promesa. Atraviesan medio siglo de utopía productiva comunista, abarcan cuatro o cinco generaciones y tocan toda la jerarquía de puestos fabriles, desde el operario raso hasta el maestro industrial, pasando por el jefe de seguridad o el control de calidad.

¿Historia oral? Sin duda, porque Jia sobre todo los hace recordar, hablar, contar, como si el lenguaje fuera la única reliquia del Mundo Fábrica capaz de conservar el aura de lo que está perdiéndose y, a la vez, sobrevivir a la demolición. Pero también historia coral, sembrada de contrapuntos y hasta de disonancias. Porque la historia también tiene que crujir, hacer ruido. Sólo que en 24 City el cortocircuito no es entre historias (los relatos de vida de fábrica son tan idiosincráticos que no sabrían cómo contradecirse). Es entre registros: entre la verdad documental de un obrero que se reencuentra con el maestro que lo formó, por ejemplo, y la ficción —ficción al cuadrado— de una actriz que hace de obrera y contempla por tv la película de los años ‘70 que la consagró como actriz, de donde salió el apodo (“Pequeña Flor“) que dice haber llevado siempre en la fábrica. Jia es tramposo: devela que trabajará con actores cuando incluye sus nombres en los créditos de apertura, pero intercala los momentos de ficción como quien deja caer un billete falso entre verdaderos.

¿Cómo distinguir a unos de otros? Todo está en el cuerpo. Mientras los personajes tienen “historias“, los obreros —los expulsados de la fábrica: a la vez sus hijos, sus héroes, sus historiadores— son los que tienen cuerpo, el cuerpo que les esculpió el trabajo en la fábrica, el cuerpo quieto y ya un poco mítico que Jia retrata en silencio, en largos planos fijos, dejando que el tiempo actúe sobre él y lo haga vibrar todavía un poco, esperar y desear todavía algo más.

Alan Pauls