Desde Buenos Aires, con afecto
Por Cintia Mezza, coordinadora general de la muestra
Marcel Duchamp ha dejado un apasionante epistolario que combina de modo extraordinario la revelación de una personalidad inquieta, en observación constante, con los relatos sobre el proceso de producción de sus obras, además de informar acerca de sus sucesivas migraciones, sus reflexiones y proyectos, su familia, sus amigos (y el amor, incluso).
Neuilly, Munich, París, Nueva York, Buenos Aires, Rouen, Bruselas, Marsella, Casablanca, Bermudas y Cadaqués son varias de las ciudades-destino de la diáspora duchampiana. Desde cada una de ellas, las cartas son el testimonio de su vida y su obra.
En 1967, Duchamp le cuenta a Pierre Cabanne –su más famoso entrevistador– el motivo por el cual en 1918 llegó a Buenos Aires: “Me fui para trasladarme a un país neutral. ¿Me comprende? Desde 1917, Estados Unidos se encontraba en guerra y, en el fondo, yo ya había dejado Francia por carecer de militarismo. Por falta de patriotismo, si usted quiere...” Escapando de la guerra, durante más de nueve meses transitó por las grandes avenidas porteñas y alquiló espacios como vivienda-taller en dos oportunidades: el primero en la calle Alsina (domicilio que aún existe y conserva varias de las características de la época), y el otro en la calle Sarmiento (actual sitio del Centro Cultural San Martín).
Aquí, según sus palabras, son tres los grandes temas que ocuparon su tiempo y pensamiento, en el marco de la tensión hasta el final de la guerra, y la profunda tristeza por la muerte de su hermano Raymond, de 42 años. En primer lugar, Duchamp relata la “tranquilidad” de la ciudad “de la buena comida”, un clima pacífico de provincia que por momentos lo lleva a los comentarios más ácidos: “Buenos Aires no existe”. Este entorno, que le resulta paralizante en algunos aspectos, tan diverso en costumbres, hábitos y vida nocturna, es el mismo que a la vez lo invita a trabajar más que nunca, a concentrarse en sus obras traídas de Nueva York, en sus proyectos sobre vidrio y en sus experiencias ópticas.
Al mismo tiempo, aquí se desata su fanatismo por el ajedrez, hasta tal punto que se inscribió en un club local y jugaba cada día, incluso por vía postal, con sus amigos, con un sistema de sellos creados por él, y trabajó con un ebanista porteño en el armado de un set de piezas que aún existen. Más tarde se suma otra gran amiga y con ella comparte su obsesión por “cubificar BA”, por desempeñar el rol de agente cultural en el intento por “despertar” a la ciudad en la que no hay ni “rastros de cubismo ni de cualquier otra elucubración moderna”.
Las 14 cartas seleccionadas para el Catálogo fueron relevadas a partir de compilaciones de Francis Naumann y Héctor Obalk, pero están traducidas al español por primera vez. En todos los casos, se respetaron formatos, tabulaciones, tachados, subrayados y marcas de las cartas originales, así como dibujos, diagramas o bocetos que las acompañan.
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Los siguientes fragmentos corresponden a la selección de cartas incluida en el Catálogo de la exhibición Marcel Duchamp: una obra que no es una obra “de arte”, FUNDACIÓN PROA, Buenos Aires, 2008.
“... Por el momento juego al ajedrez solo: he recortado de las revistas unas cuarenta partidas de Capablanca, que tengo intenciones de play over__
Es probable también que ingrese al club de ajedrez local, para ponerme a prueba nuevamente.
Me hice hacer un “set” de sellos de goma (diseñados por mí) con los que marco las partidas. Adjunto un ejemplar para Walter...”
Carta a Louise Arensberg, Buenos Aires, 7 y 10 de enero (de 1919).
“...Yo pude trabajar mucho sin vida de café ni salidas nocturnas. Me lancé al juego de ajedrez. Pertenezco al club local y, de las 24 horas del día, paso un buen número ahí...”
Carta a Jean Crotti, Buenos Aires, domingo 9 de marzo (de 1919).
“—Juego ajedrez a lo loco. Formo parte de un club local donde hay algunos jugadores muy buenos clasificados por categorías. Todavía no he tenido el honor de ser clasificado y practico con varios jugadores de 2da y 3ra categoría, perdiendo y ganando según el día.
Tomo clases de ajedrez con el mejor jugador del club, que enseña admirablemente bien y gracias a quien estoy haciendo progresos “teóricos”__
Así que había pensado que de regreso a Francia podría quizá jugar con Walter al menos vía telegrama__
Si Encontré en un libro la f manera de jugar por cable reduciendo los costos de tel del envío__
Les explico cómo es y les pido que guarden este papel hasta julio__ Si reciben un extraño telegrama desde Francia, ese será el inicio de una partida de ajedrez.”
Carta a Louise y Walter Arensberg, Buenos Aires, finales de marzo (de 1919).
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Viaje a la ciudad de la cuarta dimensión
Por Gonzalo Aguilar
Los siguientes fragmentos corresponden al texto Viaje a la ciudad de la cuarta dimensión, escrito por Gonzalo Aguilar, del Catálogo de la exhibición Marcel Duchamp: una obra que no es una obra "de arte", FUNDACIÓN PROA, Buenos Aires, 2008.
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En los nueve meses que estuvo en nuestra ciudad, acompañado por Yvonne Chastel, Duchamp vivió en la calle Alsina 1743, departamento 2, y tuvo su estudio a pocas cuadras, en Sarmiento 1507. Además de convertirse en un “maniático” del ajedrez –el término es suyo–, el artista realizó en nuestro país cuatro obras: À regarder (l’autre côté du verre) d’un oeil, de près, pendant presque une heure (Para mirar [el otro lado del vidrio] con un ojo, de cerca, durante casi una hora) (ensayo para la parte inferior del Gran vidrio), el experimento óptico Stéréoscope à la main (Esteroscopia a mano), un juego de piezas de ajedrez (cuyo caballo esculpió un ebanista porteño) y el Readymade malheureux (Readymade infeliz) que le envió como regalo de bodas a su hermana Suzanne. Aunque no tenía intenciones de exponer, recorrió galerías y contactó marchands con el fin de “cubificar BA” con una exposición de vanguardia que pretendía modernizar violentamente la ciudad.
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La primera incógnita a despejar es por qué Duchamp abandonó Nueva York y eligió Buenos Aires como destino. El propio artista –en una carta a Jean Crotti– escribió que fueron “muchas razones” y mencionó “un agotamiento de la relación con los Arensberg”. Sin embargo, la hipótesis más sólida hasta el día de hoy es la que podríamos denominar hipótesis bélica. Además del disgusto que le causó la entrada de Estados Unidos en la Gran Guerra, como explicó en sus conversaciones con Pierre Cabanne, Duchamp corría el riesgo de ser reclutado (de hecho, la decisión para viajar en el piróscafo Crofton Hall, como se lee en la carta del 8 de julio de 1918 que le envía a Crotti, depende de “si el barco del 4 de agosto no es requisado por los Estados Unidos”). Duchamp era lo que se denomina un “draft-dodger” (los que se rehúsan a hacer el servicio militar) y lo recomendable era abandonar Estados Unidos.
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La idea de Duchamp como un heraldo negro del arte de vanguardia se confirma si se piensa en su proyecto de “cubificar BA”. Para llevarlo a cabo, Duchamp recorre galerías y se contacta por carta o telegrama con los amigos marchands que se encuentran en Nueva York para que le hagan un envío de “treinta obras” cubistas. El antecedente más directo de este tipo de operaciones era, sin duda, el Armory Show que se realizó en Nueva York en 1913 y que introdujo a los norteamericanos en el arte de vanguardia.
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