18.11.08 - Duchamp - Press kit

Exhibición Duchamp - Entrevista a Jacqueline Matisse Monnier, responsable del Archivo Duchamp

 

JACQUELINE MATISSE MONNIER

HEREDERA Y RESPONSABLE DEL ARCHIVO DUCHAMP

A continuación, se reproduce una selección de testimonios de Jacqueline Matisse Monnier, que forman parte de una entrevista realizada por Jorge Helft el 9 de febrero de 2008 en Villiers-sous-Grez, Francia.

La entrevista completa se encuentra publicada en el Catálogo de la exhibición Marcel Duchamp: una obra que no es una obra “de arte”, Fundación Proa, Buenos Aires, 2008.

 

Su relación con Marcel Duchamp

«Conocí a Marcel en Nueva York, durante la Segunda Guerra Mundial. Yo tenía alrededor de 13 años. Fue muy interesante estar allí en el momento en que los surrealistas refugiados se reunían con Matta, Lam, Tanguy y André Breton».

«Tuve ocasión de conocer a personas que habían logrado escapar de Europa a América. Y allí nos contaban lo que pasaba en Europa. Marcel era uno de los que venía a casa, y para una joven de mi edad era muy curioso escucharlos hablar. Entre otros, estaba Jean Hélion, que había escapado de un campo de prisioneros. Marcel hizo todo lo posible por ayudarlo».

 

La vida cotidiana de Duchamp

«Desde el principio, Marcel había elegido ese otro camino que no implica ignorar las necesidades materiales, pero sí relativizarlas. Recuerde por ejemplo la casa de Mary Reynolds de la calle Larrey, de cuyo arreglo y decoración él había participado. Bueno, se trata de un trabajo muy simple. O el caso de su propio taller en París, donde fueron sus amigos quienes instalaron la electricidad y los desagües de la bañadera. Marcel no se interesaba en el aspecto material de las cosas. Incluso respecto de la alimentación, él había decidido que no necesitaba dos comidas al día. Cuando no lo invitaban, bajaba a comer al pequeño restaurante italiano que se encontraba junto a su departamento de la calle 14. Y rara vez se compraba ropa nueva».

«Pensaba por ejemplo que la naturaleza era muy poderosa, que siempre triunfaría sobre el hombre y que debíamos cuidarnos mucho de pretender dominarla. Un día, por ejemplo, estábamos en el campo durante una tormenta de nieve. Todos se quedaron en la casa. Yo jugaba en la nieve. Me encanta la naturaleza, y ahí estaba, cubriéndome de nieve, saltando junto a la cerca que separaba nuestro jardín del vecino, y me tiraba de cabeza, porque no hay nada más tentador que la nieve fresca. Marcel me dijo: “¿Por qué haces eso?”. “Porque me gusta”, le contesté. Y entonces comenzó a decirme que había que ser más juicioso, que era imposible ganarle a la naturaleza, y que en momentos así uno podía llegar a olvidarlo. Eso me quedó grabado, como una enseñanza».

 

El ajedrez

«Mi marido y yo nos llevábamos muy bien con Marcel y con Teeny, nos veíamos seguido. Nos juntábamos para resolver los problemas de ajedrez que salían en los periódicos.

Yo jugaba con Marcel, y Bernard, mi marido, con Teeny. Lo hacíamos en dos habitaciones diferentes y habíamos aprendido a comunicarnos los movimientos de las piezas sin que los otros se dieran cuenta. Debatíamos las mejores opciones y era un momento de profunda comunión entre nosotros. No éramos demasiado buenos en eso, excepto Teeny, que desde su matrimonio con Marcel jugaba a menudo y estudiaba los problemas que planteaban los diarios. Era una ocupación de tiempo completo para ella».

 

El movimiento 

«El movimiento tiene un aspecto matemático: la percepción de la medida del espacio. A Marcel lo fascinaban los problemas del espacio y las matemáticas desde joven, cuando los futuristas llegaron a París y eran como maestros de escuela y hacían grandes declaraciones. Él no participó de todo eso, pero era algo que flotaba en el aire de la época. Eran los inicios del automóvil, del cine y de muchas innovaciones mecánicas».

«El movimiento siempre estaba presente, por eso le interesaba tanto Calder y quiso involucrarse de inmediato en todo lo que Calder hacía. Fue él quien inventó el nombre de “móvil”. Y su vínculo con Cornell y con Matta también».

 

La cuarta dimensión

«La cuarta dimensión ejerció siempre una fascinación absoluta sobre Marcel. Desde muy joven se interesó por Henri Poincaré, pero pensaba que le faltaban conocimientos de matemática para comprenderlo. Tiene que ver con Einstein, con el hecho de que Einstein haya superado a Poincaré y se haya convertido en el gran hombre de ciencia, el gran investigador, sobre todo después de la Primera Guerra. La teoría de la relatividad superó los trabajos de Poincaré, y Marcel recuperó la confianza en las teorías de Poincaré».

«Durante la Segunda Guerra, después de la bomba atómica, los trabajos de Poincaré volvieron a salir, y Marcel los encaró con más confianza. Hacia el final de su vida, ése era el tema que ocupaba sus días. Solía decir que si debiese tomar notas nuevamente, lo haría sobre el tema de lo infraleve».

 

El arte y el éxito

«Al leer sus notas, uno advierte que él era muy consciente de que es la historia la que juzga las obras de un artista, y el público mismo quien las va a aclamar, a enterrarlas, a olvidarlas y, eventualmente, a redescubrirlas. Ése era el consejo que solía darle a Jean Crotti, su cuñado, que no entendía por qué tenía tan poco éxito como artista cuando su obra estaba tan cerca de la de Marcel. Sentía enormes deseos de triunfar con su obra, pero el éxito no le llegaba, y entonces Marcel le dijo: “Para todos nosotros es igual”. A Marcel por momentos le entristecía mucho que su familia de Normandía no comprendiera su trabajo. Ni Jacques Villon, ni sus padres, pero se había acostumbrado. Lo dejaba pasar, lo aceptaba. Y al mismo tiempo lo gratificaba que a otros su obra les diera tanto placer. Él se hacía amigo de los coleccionistas de su obra. Era realmente muy amigable con todos, salvo con ciertas personas que no lo respetaban».

 

Étant donné y su relación con el observador

«En Étant donné, él ha querido dirigir al observador. Ha utilizado el movimiento y también la construcción para centrar la mirada. Para mí, es una paradoja. Me parece que él quería que el espectador no tuviese más remedio que mirar, por ejemplo, a través del fuego, a través de los discos de vidrio, pero es algo que me sigo preguntando todavía hoy».

«Para él, era como un juego intentar fijar la obra en la que estaba trabajando para que sólo fuese posible contemplarla desde una posición. Ya había hecho algo parecido cuando ayudó en el montaje de la exposición surrealista, colgando del techo de la galería cientos de bolsas de carbón que prácticamente impedían que se vieran las obras y obligaban al público a entrever las piezas a través de un laberinto de cosas. Nunca se me ocurrió preguntarle a alguien que haya asistido a esa exposición qué miraron y qué vieron realmente en esa ocasión».

 

Los readymade

«Sabemos por fotografías que, al realizarlos, en su taller ya había utilizado todo el espacio, incluidos el techo y el piso, para observarlos, apreciarlos y darles su justo valor. Le gustaba mucho por ejemplo hacer girar la rueda de la bicicleta, hacerla girar para imaginar, para trabajar. Eso lo ayudaba a pensar».

 

La estadía de Duchamp en Buenos Aires

«En la época de su estadía en la Argentina, él estaba obsesionado con el ajedrez. Realizó un gran número de piezas, bastante clásicas, muy agradables “de tocar”, y un tablero. Esa tarea lo ocupaba por completo, aunque también hizo otros trabajos importantes, como Para ser mirado (desde el otro lado del vidrio) con un ojo, de cerca, durante casi una hora, El Pequeño Vidrio, un profundo estudio de óptica».

«La idea para El pequeño vidrio vino quizás después del Gran Vidrio, que en ese entonces ya había comenzado, pero que no estaba terminado. Todavía seguía trabajando en él. Llegó a la Argentina en 1918, el año de la muerte de su hermano mayor, el escultor Raymond Duchamp-Villon».

 

La exhibición de Marcel Duchamp en Fundación Proa

«Es una excelente iniciativa, interesante sobre todo porque jamás se ha hecho una exposición dedicada a Marcel Duchamp en Buenos Aires. Y Marcel nunca volvió a esa ciudad».