Prensa Publicada

  • Título: Giuseppe Verdi a "La Boca"
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    Fecha: 12/11/2018
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    La Boca quartiere porteño della città di Buenos Aires accoglie una mostra d arte contemporanea a commemorazione del centenario della morte di Giuseppe Verdi.

    Una mostra d arte contemporanea, organizzata dalla Fondazione PROA, ricorda il grande compositore nel centenario della sua morte. Giuseppe Verdi, icona indiscussa della storia lirica italiana, moriva infatti il 27 febbraio del 1901 all età di 88 anni.
    La Fondazione PROA gli rende omaggio presentando una mostra multidisciplinare ispirata ad una delle sue opere più belle quale Un ballo in maschera .

    Fino al 26 agosto 2001, tutti gli amanti del creatore de La Traviata possono avvicinarsi al quartiere La Boca , a Buenos Aires per godersi un momento di cultura osservando la grande mostra intitolata essa stessa Un ballo in maschera che racconta la famosa trama della cospirazione per assassinare il Conte Warwick durante un ballo in maschera.

    Sette scenografi argentini si sono occupati dell allestimento della mostra e interpretano addirittura alcuni passaggi dell opera.
    Gli scenografi che partecipano all evento sono: Emilio Basaldùa, Claudia Billourou, Jorge Ferrari, Alberto Negrin, Horacio Pigozzi e Jorge Sarudiansky.

    L allestimento dell opera eccede il concetto di scenografia pura e si propone come una autentica sfida alla percezione, con specchi d acqua e colori vivi a rappresentare il luogo dove si tiene il ballo in maschera . Vengono inoltre esposte antiche scenografie, allestimenti ed abiti appartenuti a Verdi.

    Accanto a questi vengono inoltre esibiti 60 abiti che appartengono al Teatro Colon di Buenos Aires, curati da Mini Zuccheri, utilizzati nelle numerose riproposizioni di questa opera.



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  • Título: Escenógrafos Argentinos interpretan a Verdi en Fundación Proa
    Autor: Atila Karlovich
    Fecha: 28/07/2001
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    La ópera es sin duda la más compleja y artificiosa de las disciplinas artísticas. Si no existiera y alguien la propusiera como proyecto teórico, sin duda los expertos dictaminarían su inviabilidad. Sin embargo, existe y, aunque la producción de obras nuevas está estancada desde hace  aproximadamente 70 años, su repertorio estable goza de una salud y una popularidad que merece el calificativo de milagrosa. No es fácil definir qué es exactamente la ópera, pero lo que se propone evidentemente es la representación de las grandes pasiones humanas.

    El peligro que corre (y que está ahí nomás siempre) es no ser creíble y caer en el ridículo. Verdi fue un práctico del teatro que pocas veces perdía su tiempo con consideraciones teóricas, pero toda la vida peleó contra la grandilocuente verbosidad de sus libretistas y las perezosas rutinas de sus cantantes. Su gran contrincante Wagner, él sí un importante teó-rico del género, llegó a la conclusión que en definitiva el drama musical sólo era posible como Gesamtkunstwerk, es decir, como obra de arte total: libreto, música, canto, dirección escénica, actuación, vestuario, escenografía, iluminación, todo debía concurrir al mismo fin de hacer creíble lo increíble de la pasión. Cada una de las disciplinas debía al mismo tiempo sostenerse sola como obra de arte y contribuir fusionándose en la obra de arte total.

    Si el siglo XIX fue el de los grandes compositores, recién bajo la influencia de las consideraciones de Wagner se acercaron poetas de similar calidad al género. En sus dos últimos trabajos -"Otello" y "Falstaff"- Verdi tuvo la colaboración del poeta Arrigo Boito, y se nota. El caso de Wagner es diferente, porque ante la escasez de buenos libretos optó por la factura casera. El caso más notable de sinergia entre compositor y poeta se dio entre Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal. Pero en la historia de la ópera, el siglo XX fue más que nada el siglo de la realización escénica. Mientras en la época de los grandes compositores la escena estaba a cargo de artesanos que no salían de sus rutinas, a partir de los años '20, y más que nada en la segunda mitad del siglo, los mejores hombres de teatro -registas, escenógrafos, vestuaristas, iluminadores-se acercaron a la ópera y la compatibilizaron con las exigencias wagnerianas.

    La idea del Gesamtkunstwerk había, por lo tanto, jerarquizado notablemente el trabajo de los responsables de la escena. La Fundación Proa da buena cuenta de este hecho ya consumado, invitando a cinco escenógrafos y una vestuarista a exponer sus trabajos sobre la ópera verdiana "Un Ballo in Maschera" como instalaciones, es decir, obras de arte autónomas, desligadas de la realización escénica. La oportunidad es el centenario de la muerte del gran compositor italiano, y el lugar, el sugerente ambiente de la Fundación, a su vez inserto en la imponente escenografía del puerto de la Boca. Los invitados no eludieron el desafío, y el resultado es un muestrario de estéticas interpretativas diversas que concurren todas para reflejar aspectos inherentes tanto a la particular obra de 1859 como al género operístico en general.

    Mini Zuccheri reflexiona sobre el baile que le da título a la obra, partiendo de la creación y la realización del vestuario en el marco de una historia de múltiples realizaciones anteriores. Recurre al fondo de trajes históricos del Teatro Colón y arma una escenografía en la cual el vestuario es el propio protagonista fantasmal de "Un Ballo", la máscara que hace verosímiles las pasiones que al mismo tiempo disimula. También Claudia Billourou trabaja sobre la máscara: el espectador se acerca por detrás a sus caretas, como el que está por ponérselas. Este acto lo confronta con la monstruosidad de sus propias pasiones que descubre reflejadas en los espejos que lo circundan.

    Es que la pasión que representa la ópera sólo se justifica por las pasiones que hay en cada uno de los espectadores. Jorge Sarudiansky es tal vez el que más se aleja de las necesidades prácticas de la puesta en escena, libertad que le otorga la instalación: en su trabajo la pasión -el Campo Abominato-se condensa en un hierático monumento fúnebre que colma el escenario y yergue su espejo de agua hacia el cielo. El trabajo de Horacio Pigozzi sobre el Salón de Baile Después con su resplandeciente blancura y sus plumas diseminadas es una metáfora del juego ilusorio que propone la ópera, mientras que el cartel-acertijo de Alberto Negrín conforma una reflexión sobre el concepto del destino, central en la dramaturgia verdiana. Emilio Basaldúa obliga al espectador a meditar sobre su problemático rol de voyeur que logra echar un vistazo al interior de esa cajita de espejismos que es el corazón humano que alberga las pasiones y los crímenes. Pero la imagen más poderosa tal vez sea la que propone Jorge Ferrari. Un vestido rojo apenas boceteado, colgado dentro de una caja de tablas rústicas, la pasión sumergida en las profundidades del agua. Es como si el artista tratara de interpretar las pausas que contiene la partitura verdiana, esos tremendos silencios que hacen creíbles las pasiones más desenfrenadas.



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  • Título: Opera a la Proa
    Autor: Miranda Shultz
    Fecha: 23/07/2001
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    23 de julio de 2001.- Lo clásico es moderno, podría decirse después de darse una vuelta por la Boca y visitar

    Giuseppe Verdi. Instalaciones en la Fundación Proa hasta el 26 de agosto.

    A cien años de la muerte del compositor, que vivió entre 1813 y 1901, se muestra lo que su ópera Un baile de máscaras inspiró a seis escenógrafos y una vestuarista.

    Así cuando se entra al edificio blanco sobre la Vuelta de Rocha, lo primero que hay que hacer es contactarse con la vida de Verdi y su obra. La muestra está pensada para todos. Conocedores o no, después de haber leído el argumento expuesto a la entrada, en la cabeza se conoce lo necesario para inspeccionar las instalaciones.

    La teatralidad es lo primero que aparece con la maqueta hecha por Lola Quirós, que reproduce los diseños que Titus Vossberg pensó para el escenario giratorio del Teatro Colón.

    Después, Mini Zuccheri trabajó sobre trajes del archivo de vestuario del Colón que se presentaron en tres puestas de la ópera. El efecto es el ambiente de un baile con bailarines sin cabezas que recuerdan las máscaras y que cuelgan en el espacio. En un costado, oscuras están las ropas de los conspiradores que matarán al protagonista.

    En cambio, Verdi inspiró a Jorge Sarudiansky a un trabajo más abstracto. Creo un espacio verde con una línea de neón que representa el escenario del encuentro amoroso. Del final de la fiesta se ocupó Horacio Pigozzi. Su instalación es lo que quedó: pétalos y plumas.

    La pasión contenida del protagonista tiene forma de vestido. Rojo, por supuesto. Lo pensó Jorge Ferrari quien lo puso en el agua y danzando. Distinto fue lo que hizo Claudia Billourou con sus enormes máscaras que son, en realidad, espejos que forman una frondosa selva de reflejos.

    El trabajo de Emilio Basaldúa fue el más logrado. Imaginó el escenario del crimen con espejos que transforman el baile en un cortejo fúnebre.

    El suspenso crece a medida que se avanza en la muestra. Alberto Negrín construyó en espacio cerrado el cartel "exterior" que anuncia la ópera. Si uno se acerca se puede ver los agujeres de las perforaciones de los balazos de los conspiradores. En las luces se lee el nombre de la ópera en italiano Un ballo in maschera. Pero, más cerca, se lee en lo que se transformó Un ballo in morte.



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  • Título: Giuseppe Verdi en La Boca
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    Fecha: 16/07/2001
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    Hace poco más de cien años, el 27 de enero de 1901, moría Giuseppe Verdi, icono indiscutido de la historia lírica italiana. Como parte de los homenajes por el centenario de su muerte, la Fundación Proa presenta una muestra multidisciplinaria inspirada en su célebre ópera "Un ballo in maschera" ("El baile de las máscaras").

    Desde el sábado último y hasta el 26 de agosto (con excepción de los lunes), en el horario de 11 a 19, los amantes del creador de "La Traviata" podrán acercarse hasta Pedro de Mendoza 1929, en el corazón de La Boca, para apreciar esta muestra que presenta instalaciones, escenografías y vestuarios relacionados con el autor.

    "La Fundación Proa es un centro de arte contemporáneo. Por eso, para este homenaje a Verdi, trabajamos básicamente con el impacto visual que producen las instalaciones", explicó a La Nación Manuel Ameztoy, uno de los organizadores.

    "Un ballo in maschera", con libreto de Antonio Somma, fue estrenada en Roma en 1859. El argumento gira en torno de la conspiración para asesinar a Riccardo, el conde Warwick, durante un baile de máscaras.

    Siete escenógrafos argentinos se encargaron de interpretar algunos pasajes de la obra. El resultado puede experimentarse mediante las instalaciones que exceden el concepto de escenografía y se ofrecen como auténticos desafíos para la percepción.

    Con espejos, agua o colores vivos como materia prima y a partir de una mirada contemporánea, las instalaciones representan el baile de máscaras, el impactante cartel que anuncia la ópera, o el campo abominatto , donde concurre la amada de Riccardo para expiar sus culpas.

    Los escenógrafos que participan del homenaje son Emilio Basaldúa, Claudia Billourou, Jorge Ferrari, Alberto Negrin, Horacio Pigozzi y Jorge Sarudiansky.

    En la muestra también se exhiben unos 60 trajes pertenecientes al Teatro Colón, curados por Mini Zuccheri. Desde 1913, la histórica sala porteña fue escenario de la obra en quince oportunidades.

    Giuseppe Verdi nació en 1813 en la región de Parma (Italia). Artista comprometido con su época, gozó de una extensa fama durante toda su vida, gracias a óperas como "Macbeth", "Rigoletto" y "El Trovador" y "Otello". El genial músico murió en Milán en 1901, a los 88 años.



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  • Título: Una muestra recrea el espíritu con que los artistas interpretan a Verdi
    Autor: Sibila Camps
    Fecha: 15/07/2001
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    Seis escenógrafos y una vestuarista trabajaron sobre una ópera de Giuseppe Verdi y exhiben sus obras en la Fundación Proa. Se trata de una interesante serie de miradas modernas sobre una obra clásica.

    El arte llama al arte. Convoca, provoca. Revuelve ideas y dispara pensamientos. Inspira. Desata la creación. Ese proceso se comparte y se respira en la muestra Giuseppe Verdi. Instalaciones. Escenografía y vestuario , que la Fundación Proa inauguró ayer en su sede de avenida Pedro de Mendoza 1929, en el marco de los cien años de la muerte del compositor.

    Verdi (1813-1901) fue un artista político. Muchas de sus 26 óperas aluden a su convulsionada época y a la historia de Italia. El mismo tomó partido por la liberación de su país, y terminó siendo miembro del Parlamento y más tarde del Senado, elegido por el pueblo que lo ovacionaba en los teatros.

    Más allá de esa relación contextual, dotó a sus personajes de las pasiones, los miedos y las ambiciones que resumen lo mejor y lo peor del ser humano. Esa tensión dramática, destacada por los matices y la energía de su música, lo hizo inmortal.

    El escritor André Malraux hablaba de la contemporaneidad de las obras de arte: si es arte, no pasa de moda; ninguna queda superada por otra, aún distanciadas por siglos. En ese sentido es un hallazgo que los organizadores de la exposición, coordinada por Adriana Rosenberg, hayan elegido una sola ópera de Verdi —Un ballo in maschera (Un baile de máscaras)— para convocar a seis escenógrafos y una vestuarista a desarrollar sus propias interpretaciones.

    Al ingresar al edificio de Proa en la Boca (ver Respeto), el punto de partida es el propio Verdi, su vida y su obra. La lectura del argumento, expuesto a la entrada, es imprescindible para dejarse llevar por las sugerencias de las instalaciones. La maqueta construida por Lola Quirós, que reproduce los diseños de Titus Vossberg para el escenario giratorio del Teatro Colón, introduce en lo que será una constante en la muestra: la teatralidad, las sustituciones y fusiones entre máscara y rostro.

    Mini Zuccheri tomó trajes del archivo de vestuario del Colón, correspondientes a tres puestas de la ópera, para imaginar el salón de baile. Cuelgan de maniquíes casi invisibles, donde la ausencia de cabezas equivale a las máscaras. Se mecen solos, entre lámparas de tul armadas sobre miriñaques. Algunos vestidos tienen sus propias luces: en el evento social del baile, también las personas asumen una función decorativa. En un rincón, oscuros y oscurecidos, acechan las ropas de los conspiradores que matarán al protagonista.

    Jorge Sarudiansky se inclinó por una concepción más abstracta: un recinto envuelto en verde, subrayado por una línea brillante de neón, que representa el campo donde tiene lugar el encuentro amoroso de la ópera. Horacio Pigozzi eligió el final de la fiesta, blancamente vacío, apenas con los restos de pétalos y plumas. Los agujeros en dos prismas proponen miradas a lo ocurrido. Desde uno, los objetos están invertidos. El otro proyecta el contorno de un rostro, iluminado hasta la ceguera.

    Jorge Ferrari jugó con la pasión que el protagonista decide contener. La encarnó en un etéreo vestido rojo que, por efecto de luces y de aguas, danza suave e incansablemente aun sumergido.

    Su visión se opone a la de Claudia Billourou. Sus enormes máscaras, convertidas por paredes espejadas en una selva infinita, son paradójicamente descarnadas . Al remarcar el ocultamiento, descubren las pasiones enfermas, que se reflejan en figuras deformadas. El visitante se asoma a ellas por detrás y se topa consigo mismo; termina viendo lo que quiere o lo que puede, cercado por sus propias imágenes.

    Emilio Basaldúa ideó una de las instalaciones más interesantes de la muestra, al concebir la escena del crimen con un trabajo de la perspectiva —también reforzado por espejos— que convierte al baile en una procesión fúnebre . El visitante espía por las puertas entreabiertas y, bajo la luz que azula el salón, ve las figuras cubiertas y de espaldas. Cualquiera puede ser el asesino.

    Alberto Negrín deja la sorpresa para el final, al tiempo que marca las contradicciones. En un espacio cerrado está el cartel "exterior " que anuncia la ópera. El visitante puede ver la chapa acanalada que sostiene las letras, o bien las perforaciones de los balazos de los conspiradores.

    En las luces intermitentes se lee Un ballo in maschera. Pero si el visitante se atreve a acercarse al espejo del fondo, leerá su propio destino: las letras dan paso a lo escondido y dicen Un ballo in morte. La recorrida termina en su punto de partida, lo oculto, lo que duele asumir.

    En una pequeña sala se exhiben las maquetas de las instalaciones, sus planos y sus trucos. Una confirmación de que el arte es ficción. Aunque muchas veces termine diciendo la verdad.



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