Texto curatorial
Cecilia Rabossi - Cuauhtémoc Medina
El trabajo del marco: Leandro Katz y la investigación como monumento(fragmentos)
Cuauhtémoc Medina
Che Guevara muerto
John Berger
Una cuestión de detalles(fragmentos)
Eduardo Grüner
Baile de fantasmas en los campos de la Guerra Fría(fragmentos)
Jean Franco
Texto curatorial
Cecilia Rabossi - Cuauhtémoc Medina
En 1987, mientras examinaba la famosa fotografía del cadáver del Ernesto “Ché” Guevara expuesto en la lavandería del Hospital Nuestro Señor de Malta, en Vallegrande Bolivia, en octubre 10 de octubre de 1967, Leandro Katz (Buenos Aires, 1938) se sintió intrigado por una especie de “grieta” en el imaginario. El artista detectó la evidencia de que el cuerpo del Ché no fue el único que había sido expuesto a la curiosidad de periodistas, militares y vecinos: “Allí, sobre el piso, había algo tierno y vulnerable; lo podía ver entre la chaqueta de un fotógrafo y la bota de un soldado, justo en el suelo: ¿se trataba del reverso de un brazo? ¿Y el brazo, de quién?”
Productor de imágenes visuales y escritas, Leandro Katz destinó los resultados de su investigación a producir, en una variedad de exhibiciones en los años 1990 que presentaron una a una nueve instalaciones monumentales, no sólo en términos de su dimensión, sino de su contenido de memoria y contemplación. Esas instalaciones excavan y dan cuerpo al modo en que determinadas imagenes que perforan la historia de los guerrilleros. Cada obra era la oportunidad de poner en relieve el rol de lo fotográfico en la vida de los actores de los acontecimientos de la guerrilla en Bolivia, al paralelo al rol que imágenes y fotografías tuvieron en su derrota y muerte.
Esta exhibición reúne por primera vez las instalaciones acumulativas de Proyecto para el día que me quieras, realizadas entre 1993 y 2007, sobre los eventos y la iconografía de la campaña del Che Guevara en Bolivia desde 1963 hasta su ejecución el 9 de octubre de 1967.
El trabajo del marco: Leandro Katz y la investigación como monumento(fragmentos)
Cuauhtémoc Medina
A la hora de examinar, en su segunda Consideración intempestiva, las distintas motivaciones del arte de la historia, Friedrich Nietzsche estaba más que persuadido de que la función monumental de la reverencia al pasado era incompatible con la tarea crítica y cognitiva de la criba de los hechos: le parecía imposible relacionar la visión de la historia como recordación con cualquier función creativa, no sólo intelectual o crítica sino activa en el sentido práctico de la palabra:
Puede decirse entonces que, en caso de que la contemplación monumental de la Historia impere sobre las demás perspectivas, más concretamente sobre la anticuaria o crítica, es la propia Historia la que sufre perjuicios: enormes partes de ella se ven destinadas al olvido y al desprecio, desvaneciéndose como un raudal interminable y turbio, mientras que sólo se destacan, como islas, algunos hechos decorados.
La merma intelectual y política que se sigue del imperio de “la historia del bronce” en desdoro de “la historia aguafiestas” —como diría el historiador mexicano Luis González y González— era para Nietzsche producto de la necesidad de simplificación moral y factual que requiere toda admiración y emulación. Sería necesaria una absoluta repetición, a tal punto que “la misma catástrofe retornase a intervalos regulares” para que la función monumental de la memoria y la “plena veracidad” del relato de causas y efectos pudieran ser parte del mismo despliegue en interés de los poderes vitales. Este hecho implicaría una subversión total de nuestras categorías, y sólo sería compatible con un tiempo hipotético en que, como bellamente argumentaba Nietzsche, “los astrónomos vuelvan a tornarse en astrólogos de nuevo”.
Hasta que eso suceda, la historia monumental no podrá adquirir esa veracidad plena: seguirá unificando, gene - ralizando y haciendo equivalente lo desigual, atenuando siempre la heterogeneidad de los motivos y móviles para presentar, a costa de la causa , su effectus monumental como ejemplar digno de imitación.
Esta antítesis entre recordación e investigación, monu - mento y documento, imagen e historia, plantea muy nítidamente el campo que definió el trabajo de Leandro Katz durante buena parte de los años ochenta y noventa, cuando emprendió dos de sus series más significativas: El proyecto Catherwood y el Proyecto para el día que me quieras . Katz se abocó a coordinar recordación e investiga - ción, erudición y contemplación, como pares intercambiables de un arte de la historia que debía emerger de un reclamo interior a las imágenes, sin que hubiera un programa pro - piamente dicho, pues la suya es una de esas prácticas que emergen de modo orgánico de la textura de los impulsos y las circunstancias. Mediante la crítica a esas dicotomías, Nietzsche había diagnosticado la necesidad del filósofo de rescatar la espontaneidad y lo vivo frente a la cultura his - toricista de la educación alemana de su tiempo. El mismo reclamo aparece un siglo más tarde en el artista, debido al imperio que las imágenes mecánicamente producidas tienen la negociación de la civilización moderna con la his - toria y el pasado. Para Leandro Katz, el impulso de abordar la doble función documental e idolátrica del grabado y la fotografía se deriva de la intuición de que esos medios, más aún que las citas o relatos, se han convertido en fuentes decisivas para nuestra contemplación de la historia.
Esos términos aparecen de manera evidente en la serie que Leandro Katz dedicó a la indagatoria memoriosa de las imágenes que registran la derrota de Ernesto “Che” Guevara en Bolivia en 1967, episodio de referencia de la intentona guerrillera en América Latina. La muerte del revolucionario el 9 de octubre de 1967, sin duda, dejó una significativa cauda de imágenes. En 1987, mientras examinaba la famosa fotografía del cadáver del Che Gue - vara expuesto, al día siguiente de su muerte, en la lavan - dería del Hospital Nuestro Señor de Malta (en Vallegrande, Bolivia), Leandro Katz se sintió intrigado por una especie de “grieta” en el imaginario. El artista detectó algo que había pasado desapercibido para quienes contemplaron esa imagen como el testamento del más famoso de los gue - rrilleros latinoamericanos; la evidencia de que el cuerpo del Che no era el único expuesto a la curiosidad de periodistas, militares y vecinos: “Allí, sobre el piso, había algo tierno y vulnerable; lo podía ver entre la chaqueta de un fotógrafo y la bota de un soldado, justo en el suelo: ¿se trataba del reverso de un brazo? ¿Y el brazo, de quién?” La emergencia de ese fragmento hacía estallar la escenificación; operaba literalmente como un inconsciente de la imagen: la huella de una historia que la rotundidad de la fotografía del cadáver del comandante Guevara había escamoteado, señalando una zona de opacidad en un evento definido por el paso de un individuo al imaginario de la memoria histórica.
Esa inquietud originaria llevó a Leandro Katz a enfras - carse en una investigación “afuera del marco”. ¿En qué ocasiones la imagen fotográfica ha definido y atravesado esa gesta, más allá de la analogía que John Berger señala entre la pose del Che muerto y algunas obras claves de la pintura occidental como el Cristo muerto (ca. 1480) de Mantegna y la Lección de anatomía del Doctor Tulp (1632) de Rembrandt? La cuestión no era ya, como Berger señalaba en su ensayo, refutar la idea de que la imagen del cadáver del Che simbolizaba el concepto del fracaso de la revolución en términos irrebatibles. La cuestión a destacar era la con - dición siempre incompleta de lo fotográfico —temática que a su modo han abordado películas como Blow up (1966) de Michelangelo Antonioni y Blade Runner (1982) de Ridley Scott—, al insistir en el carácter fragmentario de la imagen fotográfica, a la vez definida por lo que enmarca y por lo que omite al enmarcar. Un elemento característico de la indagatoria de Leandro Katz es, precisamente, el reen - cuadre de la imagen en una circunstancia más amplia: la de su condición de producción y hallazgo. El artista subraya el borde que toda imagen fotográfica omite al establecer su corte, y a la vez instaura en el marco de la indagatoria una escena que interactúa, desde un anexo, sobre ese momento inicial de abstracción.
La primera cuestión a desmontar en torno a la foto - grafía del cadáver del Che era su autoría y, con ella, la posibilidad de rebasar la contemplación de la imagen para recuperar el testimonio de quien sirve como testigo de un evento histórico —en la medida en que está encargado de su captura en imágenes. Hasta el momento de la inda - gatoria de Leandro Katz en los años ochenta, la foto era atribuida al editor de la agencia UPI/Reuters que la puso en circulación; una atribución que refiere en sí misma a la abstracción que el contenido periodístico sufre como resul - tado de su procesamiento por las estructuras trasnacio - nales de información. El misterio era fácilmente disipable: bastaron unas cuantas llamadas a diarios en Bolivia para que Leandro Katz estableciera que el autor de la fotografía era un “modesto paceño” llamado Freddy Alborta.
El testimonio del fotógrafo arrojó dos datos valiosí - simos: en primer lugar, que los elementos iconográficos cristianos de la fotografía, tan importantes en su recepción y análisis, habían sido conscientes e intencionales. Como refiere Alborta: “Tenía la impresión de estar fotografiando un Cristo. [...] Quizá por eso las fotografías las hice con mucho cuidado, para demostrar que no era un simple cadáver”. 8 Las ana - logías que Berger había identificado en la imagen eran contenidos iconográficos deliberados, formas del testimonio que habían quedado silenciosamente inscritas dentro de un vocabulario visual compartido. Más importante aún fue que Alborta pudo aclarar al artista que, en efecto, el fragmento de brazo que se había filtrado en el “ruido” de la toma pertenecía a uno de los dos guerrilleros muertos que, sin ningún respeto ni cuidado, fueron arrojados al suelo por los militares bolivianos como parte de la presentación de la derrota guevarista. Esa imagen barroca había sido expul - sada de las fotografías de Alborta y otros periodistas, quienes orientaron su mirada hacia el horizonte del lavadero elevado donde estaba el cadáver del Che.
El testimonio de Alborta, junto con la serie de las imágenes y sus hojas de contactos, ofrecen esa sesión foto - gráfica como un espacio de transacciones entre los vivos y los muertos, una escenificación de la muerte del Che y su fracaso guerrillero para la cámara. Dicha puesta en escena convierte la fabricación de las imágenes en un momento clave del relato, tanto como las operaciones guerrilleras y contra - insurgentes mismas. Dado ese inicio auspicioso, Leandro Katz enfocó sus dotes de artista-poeta a emprender una larga indagatoria que dio material para un libro, dos filmes y una media docena de instalaciones. Al explorar testimonio por testimonio y documento por documento, aun antes de que la pesquisa académica pusiera en orden el relato sobre la vida de Che, Katz descubrió que la historia entera de la empresa de Guevara se había visto atrave - sada —y en varios momentos impulsada— por la producción fotográfica.
Esta relación se manifiesta, por un lado, en las perso - nalidades falsas que el Che y sus colaboradores tuvieron que actuar ante la cámara para eludir la vigilancia de los estados y fuerzas armadas interesadas en contener el contagio de la guerrilla cubana; y por otro lado, en la impor - tancia que la cámara tuvo para los guerrilleros mismos, que concebían la creación de testimonios visuales como parte esencial de la propaganda y la monumentalización de la revolución. Sin embargo, el estudio de las circunstancias de esas imágenes no tenía como fin engrosar sin más la biblio - grafía y el saber académico en torno al tema. Su destino fue volver a presentar las imágenes en un montaje que ahora incluía —intelectual y físicamente— atisbos y conceptos deri - vados de un contexto enriquecido, trayendo el “marco” de la producción a un nuevo encuadre de las imágenes. Ese es el campo de tensiones y tensores que el artista elaboró con el artefacto de sus instalaciones.
Productor de imágenes visuales y escritas, Leandro Katz desplegó los resultados de su investigación en una serie de exposiciones durante los años noventa que presentaron,una a una, nueve instalaciones monumentales (y uso el adjetivo no sólo en términos de su dimensión, sino por sus contenidos de memoria y contemplación). Esas instalaciones rastrean y dan cuerpo al modo en que determinadas imá - genes perforan la historia de los guerrilleros. Cada obra suponía la oportunidad de poner de relieve el rol de lo foto - gráfico en la vida de los actores de la guerrilla en Bolivia, en paralelo al rol que imágenes y fotografías tuvieron en su derrota y muerte.
El tema del trabajo de Leandro Katz marca un hori - zonte temporal: el modo en que la fotografía de mediados del siglo XX infiltraba el conjunto de la experiencia social. Ernesto Guevara fue, él mismo, un productor de imágenes que no conviene reducir a “fotógrafo aficionado”, debido a la importancia que ese producir imágenes tuvo, desde ambos lados de la lente, en algunos de los momentos deci - sivos de su vida. Su obsesión temprana por el destino de América Latina se filtraba en su ambición por documentar con la cámara sus viajes por las ruinas mayas de Yucatán en 1956, tiempo en el que ya estaba involucrado con el grupo de Fidel Castro, exiliado en México. Más tarde, Guevara no sólo documentó algunos de los sitios de su acti - vidad como miembro del gobierno cubano, sino que tomó la cámara para dejar testimonio de los disfraces que usó para burlar a los servicios de inteligencia,11 interesado en el modo en que la posteridad juzgaría el imaginario de su actividad clandestina.
Che / Loro y El caso de Loro, 1997 / 2018
Monika Erlt, 1995 / 2018.
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.
Che Guevara muerto
John Berger
Una cuestión de detalles(fragmentos)
Eduardo Grüner
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.
Baile de fantasmas en los campos de la Guerra Fría(fragmentos)
Jean Franco
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.
Fotografia de Freddy Alborta, 1967.