Fundación Proa inauguró su renovada y ampliada sede en La Boca en el año 2008. La necesidad de ampliación surgió al cumplirse los primeros 10 años de la Fundación en 2006. Entonces, Proa decidió encarar una nueva etapa de crecimiento, sumando y transformando tres inmuebles para su nueva sede, en la convicción de que el crecimiento espacial determina un incremento de las propuestas artísticas y los servicios ofrecidos.
Así como las características museísticas de nivel internacional incluidas en su reciclamiento inicial de 1996 –condiciones de luz, temperatura, seguridad, sanitarios y accesos para personas con capacidades diferentes– impusieron un alto estándar expositivo en el resto de las instituciones de Buenos Aires, beneficiando al conjunto del circuito artístico, hoy, muchas precisan una renovación. Por eso, la nueva sede incluye equipamiento tecnológico de última generación para sostener nuevas formas de comunicación, articulación de las muestras integradas a lo audiovisual y experimentación fundada en la producción con las nuevas tecnologías (videoarte, arte sonoro, net-art, diseño industrial).
La noción de arte en la actualidad incluye la incorporación de disciplinas que abordan la problemática de lo visual desde muchos puntos de vista. En el Siglo XXI, los centros de arte y museos se transformaron en lugares que, además de espacios de exhibición, son sitios para la recepción de un público masivo y heterogéneo. Si a finales del Siglo XX –a través de la expresión de la arquitectura contemporánea firmada por audaces arquitectos estrellas– los museos fueron dramáticamente elevados a la estatura de catedrales, en el Siglo XXI los museos y centros de arte, como Proa, también se integran al ejercicio del estudio y al debate actual sobre la problemática y el destino del arte contemporáneo. La incorporación de un auditorio es central a este propósito, donde las herramientas audiovisuales y virtuales, tanto como el encuentro para la reflexión, son partes integrantes de la nueva concepción de obra de arte.
Asimismo, la nueva sede de Fundación Proa cuenta con una biblioteca-librería y una confitería, que se suman a las cuatro salas de exhibición, la terraza, la fachada y la vereda ampliada como espacios aptos para programar actividades artísticas.
En el proyecto de remodelación, a los dos lados del histórico y restaurado frente de la casona que hospedó originalmente a la Fundación Proa en La Boca, se incorporan dos fachadas de vidrio de completa contemporaneidad, tanto tecnológica como visual. Esta elección es totalmente afín con la función específica de un centro de arte contemporáneo; es un edificio público con vocación de experimentación, incorporado a su contexto histórico, desde el cual vincularse con la comunidad.
Por eso, el proyecto de Proa, arquitectónica y conceptualmente, está pensado como un todo, como un espacio abierto, de bienvenida, que borra las fronteras entre exterior e interior. El vidrio es apto para actuar como pantalla de retro-proyección y vuelve viable el sueño de un museo transparente y abierto, interactivo al exterior, donde parte de la programación puede ser percibida desde la calle misma, interactuando con el barrio de La Boca, facilitando su acceso y permanente participación.
Por Estudio Caruso e Torricella Architetti
Este proyecto no es un proyecto de conservación del status quo, es un proyecto de integración y fusión entre lo antiguo y lo nuevo, entre memoria y tecnología.
Esta elección es absolutamente afín con la función específica de un centro de arte contemporáneo; es un edificio público con una vocación total de contemporaneidad y experimentación.
Si se hubiera tratado de un proyecto para viviendas, probablemente una preservación integral hubiera sido compatible con las características encontradas y con la constancia cultural del significado “habitar” desde las épocas más remotas.
Un centro de arte contemporáneo es muy diferente, tiene una necesidad de visibilidad, transparencia, accesibilidad, interacción con el mundo externo, disponibilidad a lo desconocido. Presenta al arte contemporáneo, que es una plataforma ilimitada de reflexión de nuevos fenómenos sociales; como, por ejemplo, la nueva condición de globalización y multiculturalismo. Es un vehículo vital para experimentar nuevas formas de comunicación y aplicación de tecnologías emergentes -internet art, arte electrónico-; es invención en el juego y diseminación de perspectivas radicalmente nuevas en la vida individual. Alimenta y nutre con sus sueños las industrias más avanzadas del mundo contemporáneo.
Los centros de arte contemporáneo ofrecen entonces un “marco” para aclarar y experimentar lo inexperimentado, la búsqueda de nuevas formas, lo desconocido. El gran éxito y la popularidad de las manifestaciones de arte contemporáneo en la actualidad, es por que estos centros se transforman en nuevos incubadores sociales dentro de la ciudad.
Consecuentemente con estas consideraciones el proyecto -que consideró su funcionalidad interna permitiendo usos variados, alternativos y contemporáneos de los espacios- se concentró especialmente en el punto primario de la relación física con el exterior, en la fachada, transformando este elemento arquitectónico (junto con la vereda) en un espacio museal donde el público, aún antes de ingresar accede al interior de la “institución”, modificando de esta manera las convenciones de exterior, interior.
La tecnología actual permite reducir la estructura de fachada, proyectar imágenes de gran tamaño sobre vidrio especial, “conectarse” en tiempo real con cualquiera situación paralela, interactuar con el público. Hemos propuesto, entonces, introducir en el contexto histórico de la Boca, a los dos lados del frente antiguo -absolutamente preservado y restaurado- de la casona que hospeda hoy la Fundación Proa, dos fachadas en vidrio de absoluta contemporaneidad, tanto tecnológica como visual.
El vidrio es apto a actuar como pantalla de retroproyección y vuelve viable el sueño de un museo transparente y abierto, interactivo con el exterior, donde parte de la programación puede ser percibida desde la calle misma, interactuando con el barrio y facilitando el acceso y su permanente participación.
El diseño acepta integral e indudablemente la condición general de un mundo globalizado que no se diferencia mucho en Berlín, Londres, Buenos Aires o Nueva York, privilegiando el desarrollo sobre la re-producción, entendiendo el desarrollo como la condición necesaria para la vitalidad. Un ejemplo muy claro en este mismo sentido lo tenemos al lado con la casa Museo de Quinquela Martín. Veamos con ojos atentos este edificio e intentemos re-construir el impacto emotivo del mismo sobre La Boca de la época. Se trata de una arquitectura moderna sin compromisos, posee las formas vanguardistas del Movimento Moderno Internacional enriquecidas por la paleta de colores de Quinquela. No hay nostalgia, no hay mimetización, hay vitalidad y, como resultado el éxito total en la inserción de este edificio, ahora es una marca arquitectónica incuestionable de la “tipicidad” de La Boca, inicialmente ajeno en un contexto totalmente diferente.
La vitalidad es, entonces, la problemática y el desafío de los centros históricos; se trata de ver cómo podemos mantenerla, aumentarla, reintroducirla. La vitalidad económica y cultural es también urbanística y arquitectura innovadoras; justifica y promueve la arquitectura y la urbanística, pero también es empujada por ellas. Es el desafío de todas las entidades históricas en el mundo moderno, esto es, cómo convivir con la dinámica de transformación continúa de la civilización contemporánea, que requiere una reorganización y una reinvención permanente y competitiva.
La tendencia a una autosuficiencia basada en la conservación o reproducción es ilusoria. Nuestro objetivo tiene que ser el desarrollo, un proceso irreversible de transformación sobre transformación.
En el caso de La Boca hay, por supuesto, una tensión entre preservación de una herencia y el pedido de vitalidad continua que requiere la incorporación de tecnología y la reprogramación permanente de sus edificios públicos y espacios urbanos.
La preservación integral de toda la textura urbana no debería ser un dogma, sobretodo hablando de edificios con función pública en contraste con el tramado residencial. Salvaguardias estratégicas y completas (no sólo de fachadas) junto a substituciones estratégicas, superimposiciones, hibridazación, podrían ser las nuevas maneras de relación entre antiguo y nuevo.
Fundación Proa, desde su creación en 1996, se encuentra asentada en el barrio de La Boca, más exactamente en la esquina de Caminito –punto de encuentro histórico de diversos modos de expresión artística: performance, teatro callejero, pinturas, murales, tango y baile– que fue tomando mayor relevancia con el pasar del tiempo para transformarse en un ineludible foco artístico de la ciudad.
Una casa de fachada clásica se transformó en un centro de arte contemporáneo con características nuevas y estándares internacionales que no estaban presentes en esos momentos en el resto de las instituciones vinculadas a exhibiciones de arte.
Desde el comienzo, la presencia de Fundación Proa creó un juego de tensiones en esa zona de la ciudad. Mientras que las condiciones museísticas de nivel internacional de Fundación Proa posibilitaron la llegada al país de grandes exhibiciones históricas, muestras con patrimonios de colecciones importantes que hasta hace diez años habían sido sistemáticamente negadas, por otro lado, el público conocedor, frecuentador del circuito del arte, era renuente a viajar hasta La Boca, un barrio que hasta resultaba incómodo y de difícil acceso.
Desde lo urbano, y visto en perspectiva, la instalación de un centro de arte contemporáneo en La Boca fue tanto insólita como visionaria. Luego, el Gobierno de la Ciudad realizó las obras de saneamiento que evitan las inundaciones y construyó una pasarela para pasear en la ribera. Ahora existen varios emprendimientos privados y de la Ciudad que apuntan a jerarquizar el patrimonio de ese rincón porteño, junto a la recuperación de franjas de San Telmo y el crecimiento de Puerto Madero, barrios en donde creció el influjo de visitantes locales y de turistas.
La remodelación y ampliación de Proa favorece aún más este escenario ya en marcha y es también un desafío para la ciudad.
La Boca adquiere su singularidad urbana por la audacia de sus propuestas, convirtiéndose en un barrio que aglutina y condensa todos los ideales de las vanguardias: el muralismo, vivir en arte, el arte participativo.
El barrio aún conserva algo de la impronta que imaginara Quinquela Martín a mediados del siglo pasado, con sus colores y arquitectura única, mezcla de fachadas armónicas de simetrías, casas de chapa pintadas, con la calle más famosa en nuestro folklore urbano: Caminito.
Así, se pintan los grandes murales de dominio público; Quinquela impulsa la construcción de una escuela, casa, museo, teatro, donde se mezclan y se relacionan todas las artes (a la manera de la Bauhaus). Se recupera la esencia del arte a través de sus habitantes, poniendo a disposición del ciudadano los materiales y la libertad para renovar, colorear, las fachadas de sus casas.
Barrio de artistas reconocidos -Lacámera, Victorica, Cúnsolo, Macció, tuvieron allí también sus talleres- tanto como anónimos, allí se “vive en arte”, tal la ilusión vanguardista y Caminito es más ni menos que esa propuesta. Es una calle que, como en un cuadro vivo, todos sus paseantes se transforman en actores, en artistas por un momento.
Fundación Proa llegó al barrio también con estas ideas de vanguardia, con las herramientas del presente. El nombre de la Fundación sintetiza muchas cosas. Proa es una de las primeras revistas literarias de la modernidad de Latinoamérica y, también, Proa es el lugar desde donde encarar al mundo del arte, un territorio universal y desconocido.