Cándido Portinari
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Nací en una plantación de café ...
A fines del siglo XIX, São Paulo ocupaba la posición de mayor productor de café en Brasil. El pequeño grano, contrabandeado desde la Guayana Francesa, en 1727, por Francisco de Melo Palheta, se había convertido en la principal riqueza brasileña y los cultivos, en franca expansión, iban ocupando las áreas cercanas a las vías férreas. Atraídos por la oportunidad de trabajo, más de un millón de inmigrantes llegaron
a Brasil entre 1870 y 1902. El país tenía entonces 18 millones de habitantes.

De la región de Veneto, en Italia, vinieron las familias de Baptista Portinari y de Dominga Torquato. Una vez casados, se establecieron en una hacienda de café, cerca de Brodowski. Tuvieron doce hijos. Ellos no lo sabían, pero el segundo entraría en la Historia: Cándido Portinari, nacido el 29 de diciembre de 1903, afirmaría a Brasil en la escena internacional del arte con sus colores, líneas y texturas. Tenía 16 años
cuando decidió estudiar en Rio de Janeiro. Y el país, con él, nunca más sería el mismo.

LOS PRIMEROS AÑOS EN RIO
El siglo XX estaba apenas comenzando, pero aquéllos fueron años decisivos para la Humanidad. Santos Dumont encantaría al mundo con su vuelo triunfal, y Freud ya había creado una nueva teoría sobre la naturaleza humana. Además, la Primera Guerra Mundial dejaría marcas irreversibles en la economía, la política y el comportamiento. En 1922, tuvo lugar en São Paulo la Semana de Arte Moderno. Portinari, con apenas 19 años, y estudiante de la Escuela Nacional de Bellas Artes, no participó del movimiento, si bien, según Manuel Bandeira, ya tenía “tendencias modernizantes”. Pero en el Salón Nacional de Bellas Artes de aquel mismo año recibió una mención de honor por Retrato del Escultor Paulo Mazucchelli. Reiterados premios en los años siguientes lo hicieron merecedor, en 1928, con Retrato del Poeta Olegário Mariano, del ansiado Premio Viaje a Europa. Y un mes antes de viajar, hizo en el Palace Hotel de Rio de Janeiro su primera exposición individual, con 25 retratos. El arte del niño de Brodowski empezaba a brillar.

PORTINARI EN PARÍS
Portinari llega a Europa en 1929. Aun con la depresión de la posguerra, París era una fiesta. El cubismo de Picasso y Braque, la música impresionista de Debussy, los tailleurs de Coco Chanel, el cine surrealista de Jean Cocteau, todo contribuía para transformar la ciudad en escenario de una de las mayores revoluciones culturales del siglo. La producción de Portinari en dos años en Europa, sin embargo se redujo a tres pequeñas naturalezas muertas. Prefirió emplear su tiempo en aproximarse al medio artístico parisiense y en ver y estudiar a los grandes maestros. Diariamente recorría el Louvre, el Luxemburgo y todas las galerías, no dudando en afirmar: “aprendo más mirando un Tiziano, un Rafael, que mirando todo el Salón de Otoño.” Tras un año en esta peregrinación, se dio cuenta de hasta qué grado su ciudad natal y su gente estaban dentro de él. Escribió entonces la famosa carta del “Palaninho”, verdadera declaración de intenciones sobre el camino que quería seguir con su arte. Fue en París también donde conoció a María Victoria Martinelli, la mujer con quien volvería a Brasil y que lo acompañaría durante toda su vida.

DE VUELTA EN BRASIL
Los años 30 fueron decisivos para Brasil: la mujer conquistó el derecho al voto y el país tuvo su primera Universidad, la USP, mientras la crítica social surgía en la literatura a través de las obras de Graciliano Ramos y Érico Veríssimo, entre otros. Portinari había vuelto inspirado y en seis meses pintó aproximadamente 40 cuadros. En 1932, se realizó la primera exposición post París, con obras que ya exhiben escenas de infancia, con una temática brasileña y lírica. Dos años después, sin embargo, con Despejados [Evacuados], Portinari, capta la vida y sus angustias, y asume su papel de pintor de un arte social. En 1935, pasa a enseñar pintura en la recién fundada Universidad del Distrito Federal, donde propone a los alumnos retratar tipos humanos en movimiento. Ese mismo año, obtiene el primer reconocimiento dado a Brasil, al conquistar la Segunda Mención de Honor en la exposición internacional del Carnegie Institute de Pittsburgh, en los Estados Unidos. Por invitación del Ministro de Educación, Gustavo Capanema, empieza a hacer los murales del nuevo edificio del Ministerio de Educación; y en 1939 realiza en el MNBA una de las más importantes exposiciones de su carrera, con 269 obras. Pero el año había empezado con una obra más importante: su hijo João Candido había nacido en enero.

TRABAJO INTENSO EN LA DÉCADA DEL 40 (en Brasil y en el Exterior)
El prestigio internacional de Portinari empezó a afirmarse, en 1940, con la exposición Portinari of Brazil, en el MoMA de Nueva York, la publicación del libro Portinari – his life and art, por la Universidad de Chicago, y los murales para la Biblioteca del Congreso, en Washington. Y a lo largo de la década, otros países reverenciaron su talento, incluso Francia, cuyo gobierno lo condecoró con la Légion d’Honneur.
Expone también en la Galería Peuser, en Buenos Aires y en los salones de la Comisión Nacional de Bellas Artes, en Montevideo, y recibe grandes homenajes de artistas, intelectuales y autoridades de ambos países. En esa ocasión, conoce al poeta cubano Nicolás Guillén y al español Rafael Alberti. En Brasil, entre otras obras maestras, compuso el mural sobre San Francisco, para la Iglesia de Pampulha, parte del conjunto arquitectónico encomendado por Juscelino Kubitschek al arquitecto Oscar Niemeyer. El concepto audaz del proyecto, junto con la estética dada al panel, se consideraron profanos y, durante 15 años, las autoridades eclesiásticas se rehusaron a consagrar la Iglesia. Por otra parte, el fin de la Segunda Guerra fortaleció las ideas democráticas, y artistas e intelectuales se unieron en torno de propuestas transformadoras, considerando que el Partido Comunista Brasileño era la organización que más se identificaba con la resistencia a la dictadura. Portinari, pintor y padre, surgía ahora como político. En 1946, profundiza su trayectoria internacional con la exposición de la Galería Charpentier, en París. Con el recrudecimiento de la persecución a los comunistas, Portinari se autoexilia, con la familia, en Uruguay, en 1948, y regresa a Brasil al año siguiente.

IMPORTANCIA INTERNACIONAL Y LOS PRIMEROS SÍNTOMAS DE ENFERMEDAD
Como político, su carrera no fue larga – el propio PCB vio su registro anulado en 1947 – pero en la pintura, Portinari tuvo un reconocimiento como ningún otro artista brasileño tuviera hasta entonces, incluso en el exterior. Súmese a esto que Brasil, ya con 50 millones de habitantes, había conquistado su espacio en el circuito mundial del arte con la primera Bienal. Y en ella, entre Magritte, Picasso, Calder y otros, estaba Portinari. Los trabajos, las muestras y los homenajes nacionales e internacionales se continuaron, y consolidaron su talento y prestigio. En 1956, entregó los gigantescos paneles Guerra y Paz a la sede de la ONU, en Estados Unidos. Por su vinculación con el PCB, la recepción fue fría, sin la presencia de autoridades americanas y sin divulgación. Todos reconocerían, no obstante, la magnitud de la obra en la cual, curiosamente, Portinari evoca las figuras de la infancia, como en un ciclo atemporal e infinito. La vida le daría todavía muchas alegrías, como la nieta Denise, en 1960; pero el plomo de las pinturas que lo habían hecho inmortal, hacía mucho que también estaba intoxicando su sangre. Lo sabía, pero no se detendría.

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