“En la pampa las impresiones son rápidas, espasmódicas,
para
luego borrarse en la amplitud del ambiente, sin dejar huella.”
Ricardo Güiraldes. Don Segundo Sombra.
Sala 3
El caballo. Desplazamiento, comercio y poder
La diversidad y sofisticación de los rebenques, las rastras, los cuchillos, los estribos y las cabezadas definen el protagonismo que el caballo adquirió en tierras pampeanas durante el siglo XIX. Así, el hábito de ornamentar subraya el poder y el desarrollo experimentado por el caballo en un territorio en el que antes de su llegada el habitante caminaba por la vasta planicie.
“[…] una cosa es el indio de a pie, ese que conocemos a través de los primeros cronistas, y otra el indio a caballo. El indio de las pampas fue el que más resistió a la conquista. Y la causa no reside sólo en su alma indómita, en su coraje, en su despierta codicia, en su connaturalización con la libertad de la llanura. La causa es material: el indio de las pampas era un indio de a caballo. Era jinete. ¡Y qué jinete y qué caballos!”, relata Alvaro Yunque en el prólogo de Fronteras y Territorios de las Pampas del Sur, de Alvaro Barros.
Lucio V. Mansilla escribió en Una excursión a los indios ranqueles, publicado en 1870: “El caballo indio es único. Está entrenado de tal manera que una combinación de mansedumbre, fortaleza y velocidad lo hacen imbatible [...]. Creemos que las extraordinarias características del animal se debieron, en gran medida, al especial respeto que por él sentía el indio [...]. Era antes que nada su amigo. Alrededor de él creó una verdadera cultura en la que la utilización de la platería estuvo muy vinculada”.
Esa amistad tipificó una imagen de las pampas y el caballo alcanzó un estatuto propio: “Huesos y dientes de caballos acompañan los ajuares funerarios […] mientras en otras partes de América se vivía ya entre sedas y porcelanas de la China”, anota Ruth Corcuera en Herencia textil andina.
En esta sala se exhiben las piezas de platería que utilizaban los caciques para adornar con lujo sus caballos, realizadas por el mismo orfebre que labraba las joyas de sus mujeres. Los plateros diseñaron diversos estilos, con motivos florales en las llanuras y piezas diseñadas con menor ornamentación en la Patagonia argentina y chilena.
El caballo, al igual que la mujer, indicaba –según la ornamentación– el estatus del cacique y su jerarquía. Imaginar en el paisaje de la llanura a un cacique arriba de su caballo lleno de joyas seguido por un numeroso grupo de mujeres, con el sonido y el brillo de su platería, pareciera ser una imagen sorprendente que narraron los cronistas de las pampas.
El caballo y la platería modificaron el paisaje y permitieron el comercio con el mundo criollo. Como refiere Raúl Mandrini en Los pueblos originarios de las regiones meridionales en el siglo XIX: “Las relaciones entre ambas sociedades, que habían conocido momentos de extrema violencia y etapas relativamente pacíficas, habían impactado en la vida de los pueblos aborígenes introduciendo entre ellos nuevos productos y bienes, prácticas económicas, sociales y políticas desconocidas, otras creencias y modos de pensamiento, que fueron pronto incorporados y adaptados a sus intereses y condiciones de vida [...] los aborígenes transformaron su economía, su organización sociopolítica y sus sistemas de ideas y creencias.”
Bibliografía:
- Claudia Caraballo de Quentin, De los metales precolombinos a la platería pampa
- Ruth Corcuera, Herencia textil andina, Fund. CEPPA, Buenos Aires, 2010
- Raúl Mandrini, Los pueblos originarios de las regiones meridionales en el siglo XIX
- Lucio V. Mansilla, Una excursión a los indios ranqueles, Buenos Aires, 1870. http://es.wikisource.org/wiki/Una_excursión_a_los_indios_ranqueles