por Peter
Schjeldahl
No ha habido casi conversación en el mundo del
arte sobre Anselm Kiefer desde 1993, cuando un
extraño show en la galería de Marian Goodman
dejó un confuso, incluso traumatizado silencio que no
se ha disipado. Esa ocasión incidentalmente
tensó mi ocasional amistad con el gran alemán,
de quien su arte había celebrado a menudo.
Todavía pienso que él es muy bueno. Sus
trabajos recientes pueden ser remiendos de motivos
familiares, pero son hermosos a la manera de Kiefer: brutal
y exquisito, operativo y calmado. Nuevas vastas pinturas y
masizos libros en Gagosian, basados en fotografías de
fábricas de ladrillos tomadas por Kiefer en India e
inscriptos con frases de poesía, me mueven casi al
pasado, cuando las miro, aunque falte su mejor trabajo el
poder permanece en la mente.
En los años 70s y tempranos 80s, Kiefer cambió
el mundo tanto como un artista puede. Estéticamente,
disolvió contradicciones aparentemente permanentes
entre el intelectualmente seco Conceptualismo, basado en
fotografias, y el viejo, emocionalmente sublime
Expresionismo abstracto. Lo hizo en función de una
misión crítica imprudentemente valiente,
desempaquetando pathos míticos e ironías
históricas de los horrores alemanes modernos. Para
muchos, y me incluyo, su trabajo derritió una
maldición congelada en la civilización
alemana. Kiefer puso a sus compañeros alemanes muy
nerviosos. Casi por todas partes lo recibieron con gratitud
emocionada (notablemente incluyendo Israel). Su carrera es
una revuelta, complicada historia, que se encuentra ahora en
el punto ciego de la charla del arte.
Un renacimiento importante del interés por Kiefer
parece inevitable en cierto punto, pero será
difícil. Él es un hombre difícil -
preocupado y preocupante-, como sus sorpresivas revelaciones
de 1993 expresan claramente. Poco antes de eso, Kiefer
dejó a su esposa, hijos y su casa por largo tiempo en
una ciudad del bosque cerca de Francfort y se mudó a
su actual hogar en el sur de Francia. Cometió un acto
salvaje con la enorme colección de sus propias obras,
digna de millones incluso en ese momento de recesión
del mercado. En lugar de llevárselos a Francia, hizo
una alta pila con ellas cubierta de suciedad y de
vegetación seca. Tituló a la pila '20
años de soledad', y su objetivo es que nunca sea
desarmada.
La referencia a la soledad no era un mero concepto
literario, resultó. Centenares de libros de cuentas
pintados de blanco apilados y libros hechos a mano abarcaron
el resto de su show de 1993. Las paginas fueron manchadas
con el semen del artista. Si uno le creyó - y nunca
he conocido que Kiefer mintiera - su vida sexual durante los
últimos 20 años en Alemania consistió
en gran parte en masturbarse sobre el papel. Esta forma
extraña de auto-publicación dio a
"bibliophilia" un enteramente nuevo significado, o
podría tenerlo si alguien discutiera el tema. Kiefer
me pidió que escribiera un texto para un
catálogo de los libros de masturbación.
Intenté. Entre el largo shock y las risas,
fallé. Otros críticos simplemente callaron y
se alejaron disimuladamente. Desde entonces, ha sido como si
el show nunca hubiera sucedido.
En la fresca noche de mayo de la apertura de 1993, Kiefer y
su compañera Renate Graf lanzaron una inmensa cena y
fiesta en un loft de West Village, iluminado con luz de
velas, con muselina blanca colgada y alfombrado con arena
blanca y con la presencia de mimos con sus caras
también blancas. A una muchedumbre de la élite
del mundo del arte de Nueva York le fue servida una comida
mayoritariamente blanca, uniformemente horrorosa, incluyendo
páncreas y carne de otros misteriosos órganos
(sentada al lado mío, la artista Sherrie Levine me
comentó, " usted sabe, es divertido, siempre
pensé que podría comer cualquier cosa. ").
Realizado por una figura de legendaria y hermética
reticencia ese acontecimiento, ubicado en algún lugar
entre Federico Fellini y Caligula, aún confunde.
¿Qué esperaba Kiefer? Consiguió
vergonzantes signos de desconcierto. La gente no
podría olvidar la difícil experiencia lo
suficientemente rápido.
Posteriormente, Kiefer y Graf dividieron su tiempo entre la
domesticidad rural y aventureros viajes. Afuera de las
fábricas de ladrillo en la India, Kiefer
descubrió millares de ladrillos apilados en las
matrices tan monumentales e hieráticamente evocadoras
como realmente modernas y temporarias. Kiefer estaba leyendo
al poeta austríaco Ingeborg Bachmann (que
murió en un incendio en Roma a la edad de 47 en
1973). Las elegías abstractas de Bachmann sobre el
amor y tiempo están por encima del callejón
metafísico de Kiefer, y su identidad sugiere un
valentine a Graf, que es austríaca,
también.
La pieza central de la demostración es una pintura de
una pirámide de 18 pies de largo, "su edad y mina y
la edad del mundo." Tal álgebra de lo pequeño
y de lo enorme (edad humana pesada contra eones) es
Kieferiana. Él opera típicamente en los
extremos simultáneos de la épica y la
lírica, magnífica y humilde, la imagen
transcendente y el material crudo, la profecía del
alto-santo-día y del trabajo diario. Resultados
sutiles, diabólicos del humor. Kiefer consigue
raramente crédito por ser divertido, aunque lo es
generalmente. Él me parece serio solamente en la
dinámica íntima del tacto y del tono, de la
materia y del color. Visto de lejos, su trabajo puede
rompernos el corazón.
Comenzando cada una de sus nuevas pinturas con una imagen en
emulsión fotográfica, Kiefer añade
acrílico, asfalto, arcilla y arena construyendo
texturas de increíble variedad y sensibilidad, desde
lo grosero como en aquellas de restos volcánicos
hasta lo delicado como las de liquen.
Uno puede perderse en el terreno, y debe ponerse contento
por eso. Cabe notar, en una tormenta de arena de colores,
efusiones de rosa y otros tonos de rojos y marrones, aromas
proustianos, fui inmovilizado por una zona de la derecha de
The Square, en la cual Kiefer aparentemente usó un
soplete para quemar, curvar y quebrar la superficie. El
efecto es como una pequeña, melancólica
canción transformada en una sinfonía. El
comando de Kiefer de lo grande y lo pequeño -escala
macrocósmica, belleza microscópica- se
mantiene imbatible, no ha sufrido mayores cambios en la
última década. Tampoco ha encontrado Kiefer
algún tema verdaderamente interesante para su trabajo
desde las exploraciones del misticismo judío y
cristiano, que sobrepasaron sus viajes nocturnos a
través del Tercer Reich. Sus temas parecen ser
genéricos ahora. Está lleno de eruditas
novelas de viajes y lluviosas tardes en bibliotecas.
Kiefer dice que lo que es fácil para él decir,
contrariamente nadie más puede decirlo. Por todo lo
que sé, su genio, una vez sujeto a tormentos que
nadie esperaba, puede haber sucumbido a la salud y a la
felicidad. Mientras tanto, nuestra cultura artística
es golpeada por este brillante, extraño
espíritu, y recomendamos juntar el coraje para
tomarlo.
|
por Joseph
Beuys, Enzo Cucchi, Anselm Kiefer, Jannis
Kounelli
"si los vascos se dieran la
autodeterminación, sería ciertamente muy
diferente. Eso proporcionaría una buena oportunidad
de desarrollar algo paradigmático, lo cuál
podríamos ver como una obra de arte. Podríamos
entonces sentarnos posiblemente junto con ellos y
desarrollar algo paradigmático para el mundo entero.
"
Anselm Kiefer: Para mí ha habido siempre
personas que son ignorantes, otras que son menos ignorantes,
y otras que son muy inteligentes.
Joseph Beuys: Esto es una pregunta individual, una
cuestión de destino personal. Habrá siempre
varios niveles de capacidad. Pero en el futuro todas las
capacidades serán maleables, el nivel será
elevado.
Jannis Kounellis: Sí, pero un monumento como
la catedral de Colonia indica una centralización,
abarca una cultura, y señala el camino para el
desarrollo futuro. Sin muestras como esta correríamos
el riesgo de transformarnos en nómadas.
Beuys: La catedral de Colonia es una mala escultura.
Sería una buena estación de tren. Chartres es
mejor. Pero lo que Kounellis dice sobre la catedral es una
imagen agradable. Las viejas catedrales fueron construidas
en un mundo que todavía estaba en movimiento, pero
con el paso del tiempo ha sido estrechado por el
materialismo. Había una necesidad interna de
angostarlo de ese modo, puesto que en ese sentido la
conciencia humana se afiló, especialmente en sus
funciones analíticas. Ahora tenemos que realizar una
síntesis con todas nuestras potencias, y construir
una catedral nueva.
Kiefer: Me hace sentir terriblemente incómodo
si lo qué Beuys quiere decir es que esa humanidad
cambiaría si cambiamos un concepto. Ha habido siempre
diversas clases de gente.
Beuys: Eso es evidente. Es una cuestión de
levantar el nivel en cada dominio. Convenimos que a
través de la historia es suficiente con ver
cómo la gente equipó sus apartamentos. Nunca
han vivido de forma tan degradante.
Kiefer: Eso es lo que ahora decimos. Pero usted no
sabe lo que dirá la gente en cien o aún
cincuenta años.
Beuys: La gente lo hará y lanzará su
chatarra lejos. Lo está haciendo ya. Después
de seis meses lanzan sus cosas lejos y compran algo nuevo.
La gente es absolutamente infeliz en estos apartamentos. Al
mismo tiempo, el modo en que alguien vive es una
expresión importante y elemental de su sentido
artístico. El sentido estético se disturba hoy
en día como nunca antes en la historia. Construyamos
entonces la catedral.
Kounellis: Correcto. Este exceso de nomadismo y de
rechazo de la cultura crea una situación absurda.
Kiefer: El nivel declinante es obvio. Pero la
última vez nos preguntamos por qué el natural,
inocente primitivo, tan pronto como consigue un bowl
plástico, lanza lejos el suyo.
Beuys: Han llegado a ser susceptibles porque las
viejas culturas tribales no son más hoy en día
válidas. Incluso si viven en algún bosque
tropical, son decadentes. No tienen mas poder o estabilidad
interna. El momento en que algo que llega proporciona
comodidad, por ejemplo una televisión, es una
maravilla para ellos. Las viejas culturas tribales basadas
en relaciones de sangre, y no en lazos amorosos o de
parentesco intelectual, son verdaderamente obsoletas y deben
ser dispensadas. La cosa entera como, por ejemplo, las
culturas indias, preservadas como tales en museos, no son
otra cosa que sentimentalismo. Sería mejor si esta
gente pudiera desarrollarse por ellos mismos. Pero, por
supuesto, están subyugados por el capitalismo y
mueren generalmente debido a él. Se puede ver esto
absolutamente bien en el problema de los vascos. El
país vasco es realmente el vestigio abandonado de
alguna gente nómada? Hay millares de teorías
que ellos trajeron de Asia y, quizás como castigo de
algún jefe tribal, fueron dejadas atrás. Pero
ellos están allí, intentando repetidamente
preservar su vieja cultura tribal. Pero ellos no han
desarrollado su propia literatura, toda procede según
la tradición oral. Ahora ellos están, con
buena razón, haciendo demandas muy
específicas.
Jean Christophe Ammann: Por qué usted menciona
el ejemplo de los vascos?
Beuys: Porque el contexto de la Comunidad
Económica Europea, dentro de la cual los vascos se
hallaron ellos mismos, corresponde a las maquinaciones del
sistema de la economía monetaria occidental. Es
decir, el gobierno español no da al país vasco
ninguna autonomía, y por lo tanto un problema se
presenta - como en Irlanda del Norte. En España
propuse que se debe dar al país vasco la
autonomía completa. La demanda española es de
que entonces degeneraría porque no tiene ninguna
cultura indígena. Pero entonces dije que
tenían de hecho su propia cultura, en virtud del
hecho de que desearon la autodeterminación. Es
incluso posible que esta gente, del mismo modo que nosotros
en este mesa, resuelva un concepto para su propia
economía que podría ser paradigmática
para mucha gente. Si los vascos se dieran
autodeterminación, sería ciertamente muy
diferente. Eso proporcionaría una buena oportunidad
de desarrollar algo paradigmático, que
podríamos ver como una obra de arte. Podríamos
entonces posiblemente sentarnos junto con ellos y
desarrollar algo paradigmático para el mundo
entero.
Enzo Cucchi: El método de los vascos es
interesante porque utilizan terrorismo, pero no sé a
dónde el terrorismo nos conduce.
Beuys: El terrorismo no conduce a una solución
para la pregunta. Nos conduce a un completamente aburrido
sistema social conservador.
Cucchi: No es eso lo que quería decir.
Sólo me preguntaba que sentimientos son inherentes al
terrorismo en estos días, que forma toman. Tanto los
vascos, como los irlandeses del norte usan este
código.
Beuys: Ese es el típico ejemplo de
reflexión sobre un fenómeno que un artista
encuentra interesante. Sería mejor si Cucchi se
volviera un terrorista, asi tendría más
experiencia.
Cucchi: Correcto. Creo que los artistas
deberían arrestar a los otros artistas.
Beuys: En este momento, muchos artistas sostienen que
ellos son espiritualmente terroristas, pero su trabajo forma
parte de lo que estamos hablando. Sus productos llegan a los
asi llamados connoiseurs, que no entienden nada. Sus
trabajos llegan a ese grupo y no tiene efecto sobre nada.
Saatchi, por ejemplo, no entiende nada sobre eso.
Kiefer: Que Saatchi no entiende nada no es verdad. No
entiende a Beuys, y eso es un error. Pero muestrenme el
coleccionista cuyo espectro es tan amplio como quisieramos.
Un colleccionista que, por ejemplo, entendiera a Warhol y a
Beuys, eso es lo que necesitamos.
Beuys: Es muy bueno que no me entienda, y una pena
que te entienda a vos. Pero, en realidad, solo te entiende
por lo que escucha decir.
Kounellis: Dentro de Europa hay mucha gente que
quiere ser independiente, por ejemplo Sicilia,
Cerdeña, Córcega, y otros.
Beuys: Eso es muy positivo.
Kounellis: Si, pero es también positivo hablar
sobre la catedral de Colonia. No solamente aquellos que
quieren separarse son positivos.
Beuys: La catedral de Chartres es positiva cuando se
ve que esos intentos de independencia llevan a otro sistema,
que los córcegos, los cerdeños, los
irlandeses, los vascos, los escoceses pueden construir una
catedral. Estoy convencido de que los vascos están
haciéndolo bien. No esoty seguro sobre los escoceses.
Tienen que comenzar con un grupo pequeño e introducir
un principio diferente dentro de una comunidad más
receptiva. La idea de la catedral significa una
comprensión diferente de la cultura, de la justicia,
del espíritu, de la economía. Si España
diera a los vascos autonomía, ellos dirían 'No
necesitamos nada más desesperadamente que esas
charlas, considerando que todo tiene que ser construido a
partir de nuevas fundaciones. Queremos dar a todo nuevas
bases, las bases del arte'. Quieren que el cuerpo social sea
como una obra de arte.
Pero el terrorismo puede demorar estos intentos, en tanto
provee a los países y poderes mayores de nuevos
argumentos para continuar implementando la fuerza
policíaca, para convertirse en estados militares. El
capitalismo está contento de tener terrorismo, el
capitalismo reproduce artificialmente el terrorismo.
Cucchi: De acuerdo. Pero estamos hablando sobre la
forma del terrorismo ahora, sobre deseos y sorpresas.
Beuys: El terrorismo puede, en ciertas circunstancias
ser un recurso interno según el método
heracliteo: 'La oposición es la madre de todas las
cosas'. De cualquier manera, la oposición no debe
causar destrucción externamente, sino que debe ser
conducida internamente. Esa era, por supuesto, la
visión de Heráclito; más tarde dijeron
que él quería la guerra...
Kounellis: Pero para construir una catedral se
necesita un método y una comprensión del
pasado, de otro modo no se puede construir.
Ammann: Creo que deberíamos hablar más
extensamente sobres las maneras y los significados.
Obviamente acordamos sobre los fines. Quisiera plantearle
esta pregunta a Jannis, dado que Joseph ya se expresó
sobre este punto.
Kounellis: No tenemos realmente diferentes caminos,
pero tenemos una concepción diferente de la historia
y diferentes evaluaciones ideológicas.
Beuys: Jannis, cuando decis esas cosas pareces un
poco retrógrado.
Kounellis: No. No soy retrógado. Estoy
hablando sobre el futuro. Qué se supone que
retrógado quiere decir?
Beuys: "Retrógado" significa adherir a ideas
que son comunes y viejas.
Kounellis: Sólo porque hablamos sobre
identidad, se supone que es una vieja y común
catástrofe el resultado de la Segunda Guerra Mundial?
Hace cinco años, este artista tan malo, Andy Warhol,
vino a Italia. Y a este idiota, que estaba sentado en una
mesa junto a Moravia y otros, le fue preguntado acerca de
qué artistas italianos conocía.
Respondió que la única cosa que conocía
de Italia era el spaghetti. Por esa razón, no es
viejo y común cuando alguien habla sobre
historia.
Beuys: Sólo estábamos siendo
irónicos.
Kounellis: Mencioné a Warhol en
relación al problema de la catedral y al problema de
la integridad cultural -- y esa es la única libertad
posible, en la cual no podés ser libre si no
estás integrado -- que son problemas tremendos,
fundamentales para el período de post-guerra en
Europa.
Ammann: Ahora me doy cuenta de algo curioso. Cada uno
de ustedes está apelando a la recolección
humana de hace mucho tiempo. Por supuesto, sin memoria y
experiencia, los seres humanos no podrían existir.
Anselm hace esto a través de pinturas que despiertan
algo asentado muy profundamente en la gente. Jannis,
mostrando fragmentos que alguna vez pertenecieron a un todo.
Beuys, a través de un amplio concepto de arte,
recuerda directamente las acciones y sentimientos de la
gente para que los conozcan. Enzo recuerda a los seres
humanos sus raíces. Esto significa que el hecho de
querer hacer recordar a alguien de algo es el factor
esencial en su trabajo. De cualquier manera, este recuerdo
es empleado de modos diferentes. Pero las diferencias no
deben ser entendidas en el sentido de que se excluyen
mutuamente. En este sentido, no es para mi posible que , si
tienen estas metas compartidas pero los metodos divergen,
cada artista pueda ver el suyo como el universalmente
correcto.
Beuys: Nosotros no lo creemos tampoco.
Kounellis: La obra completa de Kiefer parece ser
moralmente muy precisa. Pero habría que ver las
diferencias con los expresionistas históricos. El
expresionismo histórico tiene un enteramente
diferente origen revolucionario, en contraste con eso,
Kiefer afirma desesperadamente la identidad. En mi
opinión, Beuys hace lo mismo, por supuesto de una
manera diferente. De cualquier modo, lo que Beuys dice
parece ser un obstáculo intencionalmente ubicado en
orden de esconder la realidad, o la imposibilidad de hablar,
o el trauma. Creo que estamos mucho más cerca de lo
que puede parecer en esta discusión.
Beuys: Eso estaba claro para comenzar. No estamos
aquí hablando juntos para mejorar nuestra
relación, lo cual es bueno de cualquier manera.
Estamos aquí para construir la catedral.
Konellis: La construcción de la catedral es la
construcción de un lenguaje visible.
Beuys: Ese es un detalle importante. Pero hoy, todo
es posible, y entonces la catedral no está
materializada. Acordamos construir una catedral y arrivar a
una cultura humana real, pero no acordamos acerca de
cómo la catedral debería lucir, o de cual
material debería estar hecha.
Kournellis: Beuys sufrió mucho, más que
cualquiera de nosotros. Ese es un sentimiento que tengo
porque él sospecha de discutir abiertamente cosas
fundamentales.
Beuys: La apertura es, por supuesto en cierto grado,
un concepto obsoleto. Mucha gente piensa que es bastante
progresista si hablan de apertura. Pero 'apertura' tiene que
ser definida precisamente. De otro modo, no significa otra
cosa que que todo es posible. Sostengo casi que nada es
posible. En orden de tener acceso a cada punto de vista
singular, se necesita un astuto sentido de
percepción. Pero si se quiere llegar al consenso la
apertura debe tomar un forma totalmente determinada, una
condensación, y esa es la imagen opuesta a la de
apertura. La apertura es también un término
usado en la propaganda. Somos seducidos por esa palabra. La
gente habla de apertura, de una sociedad pluralista, en
otras palabras, y sostiene que al final todo es posible; y
no quieren ningún medio o principio particular, como
lo requiere una forma de trabajo precisa.
Kounellis: Pero somos individuos que no nos dejamos
ser influenciados.
Beuys: La apertura debería ser humana,
relacionada antropológicamente con el individuo;
abierta a lo que el otro quiere decir.
Kounellis: Estamos hablando de una apertura en el
interior de Europa, donde las culturas son muy cercanas,
más allá de las diferencias.
Beuys: La cultura de hoy no está, sin embargo,
determinada por el domo Gótico, pero si por un
sistema económico imperante que marginó el
arte a la periferia, casi a la inexistencia. Cuando todo el
sistema quiebre porque la cultura económica
está en una dirección incorrecta, el arte
tendrá de nuevo una buena chance para construir una
auténtica cultura y no una formación de
control. Me reuso a aceptar que este micrófono en la
mesa enfrente de nosotros no es supuesto como perteneciente
a la cultura.
Kounellis: Mientras el micrófono está
en la mesa así, no puede pertenecer a la cultura.
Pero cuando Beuys lo pone en sentimiento, entonces se
transforma en parte de la cultura porque Beuys tiene el
poder de transformarlo en cultura.
Beuys: Pero el poder sólo me beneficia a
mí, se dirige de vuelta a mis acciones individuales y
no a la catedral.
Kiefer: Tu trabajo Erdtelefon (Earth-Telephone) No
sólo te benefició a vos. Yo también fui
beneficiado.
Beuys: Tengo que decir honestamente que si hago cosas
como el Earth-Telephone sin mecionar las consecuencias o
diciendo qué es lo que intento con esas cosas, sin
pintar el camino en el cual el misterio de la obra lleva a
un misterio mucho más grande, específicamente
el que mueve a las personas en general. Mirando al arte como
el único modo para construir la catedral, realmente
necesito del lenguaje hablado.
Kiefer: Antes de que un artista muera, no se puede
decir completamente que quiso decir su obra en su espectro
total.
Beuys: No es verdad que un artista dice algo
sólo después de su muerte. Pero quizás
es verdad que un artista muerto es mejor que uno vivo.
Extractos de una mesa redonda titulada "The
Cultural-Historical Tragedy of the European Continent" de
1986 organizada por Jean Christophe Ammann en Zurich,
Switzerland. Fuente: Flash Art, The Leading European Art
Magazine.
|
por Robert
Hughes
A juzgar por la retrospectiva de Anselm Kiefer,
organizada por Mark Rosenthal y el difunto A. James Speyer
para el Art Institute de Chicago, parece que este artista
alemán de cuarenta y dos años es el mayor
pintor de su generación a ambos lados del
Atlántico. Si consideramos Ia mediocridad de la
mayoría de los talentos que tenemos, es posible que
esta declaración no sea un cumplido. Entonces
¿cuál es la diferencia entre su obra y la de la
mayoría de los neoexpresionistas? El hecho de que
él es el único entre los escasos pintores
visuales de la última década que ha mostrado
tener una inconfundible grandeza de visión
simbólica.
Las ambiciones de Kiefer dentro de la pintura se mueven a
través del mito y de la historia, cubren un inmenso
terreno de referencias culturales y técnicas
pictóricas y, en su totalidad, lo hacen sin el
pomposo narcisismo que fatalmente mina el trabajo de otros
artistas con los cuales algunas veces se lo compara
-Julián Schnabel, por ejemplo-. En el proceso, ha
intentado arrimar el hombro al contenido de la tragedia
histórica y la esperanza redentora, que gran parte
del arte de nuestro fin de siglo ha trivializado o intentado
mantener bien lejos.
Esto no significa (y debemos apresurarnos a añadirlo)
que toda su obra tenga el mismo valor. La reputación
de Kiefer en los Estados Unidos se ha beneficiado de la
desilusión, e incluso disgusto, con el cual la gente
con una educación visual contempla el estallido
pictórico de los ochenta. Pero esto no quiere decir
que su obra haya alcanzado un nivel general de
«maestría» compatible con su
reputación. Las limitaciones de Kiefer son
ineludibles: a sus dibujos les falta fluidez y claridad, y
su color es monótono; la carencia de las primeras
características parece reforzar la opresiva
formalidad de su estilo, mientras que la última
contribuye a su lúgubre inmensidad. Si se quisiera
encontrar un paralelo literario para los méritos de
su obra (su valiente ataque a los grandes temas, su libertad
en la recuperación simbólica) y sus defectos
(especialmente, su apocalíptica extensión),
sería V, de Thomas Pynchon.
La obra de Kiefer está hecha (sólo
citaré los materiales principales, aparte de la
pintura) de brea, papel, grapas, telas, áspera chapa
que consigue vaciando un cubo de plomo fundido sobre la tela
y dejándolo enfriar, arena, porespán, pan de
oro, alambre de cobre, virutas de madera y trozos de
cerámica rota. Es poco probable que, a
excepción de unas pocas , estas pinturas vayan a
sobrevivir durante cincuenta o siquiera veinticinco
años. Kiefer lleva su despreocupación por la
permanencia de sus materiales hasta el extremo, puesto que
el plomo no se aguantará en su sitio y la paja en
algunas telas ya se está pudriendo, si bien esto no
parece desalentar a los coleccionistas.
Los temas de su pintura incluyen las leyendas egipcias, la
alquimia, la cábala, el holocausto, la historia del
éxodo judio, la ocupación napoleónica
de Alemania, la arquitectura de Albert Speer, las
raíces míticas y la utilización de la
imaginería del romanticismo germano por parte de los
nazis -maderas oscuras, viajeros solitarios, extasiadas
conversiones morales sobre un fondo de naturaleza- y muchas
cosas más. Entre sus héroes espirituales -Los
héroes intelectuales de Alemania conmemorados en una
pintura con este título, que consiste en una casa de
troncos vacía con cada madero anudado por el grano de
las líneas de crecimiento y una hilera de antorchas
encendidas- aparecen Richard Wagner, Federico II, Joseph
Beuys, Arnold Böcklin, Robert Musil y Caspar David
Friedrich. Kiefer no es un artista con ambiciones
ordinarias. Pero sus ambiciones no están limitadas
por el culto de la celebridad que infecta el mundo del arte
de los ochenta. Él rechaza la publicidad, no permite
que lo fotografíen, y pasa la mayor parte deI tiempo
detrás de las verjas cerradas de su estudio en la
poca conocida ciudad de Buchen en la Alemania
Occidental.
En esto, desde luego, es completamente diferente a su
mentor, Joseph Beuys, que fue su maestro de la
Düsseldorf Academy. Con sus clases, conferencias y su
disposición para estar siempre accesible para los
jóvenes (y la prensa), Beuys fue el adalid de la
renovación estética en la Alemania de la
posguerra. No es preciso aceptar su mensaje de que todos
somos artistas de una u otra clase, para reconocer sus
logros al devolver a la generación de Kiefer el vasto
fondo de la imaginería germana, el sentido de lo
primordial, el ritual y el völkisch que había
sido corrompido, casi convertido en radiactivo, por el
nazismo. Gracias a Beuys, los jóvenes artistas
alemanes pudieron conectarse con su propia historia y pensar
en ella sin ilusión, y la obra de Kiefer es el fruto
de este proceso. En cierto sentido su «aspecto»
casi se parece al de Beuys, le gustan los mismos materiales,
los accesorios de hierro oxidado, el plomo, las
bañeras, el mágico cuerpo de un mundo
victimizado. Pero la obra de Kiefer es, en un sentido, mucho
más tradicional que la de Beuys. Kiefer es la
encarnacion moderna del pintor histórico a gran
escala, productor de elaboraciones didácticas en
lugar de sucesos efímeros y cotidianos (hablar con
una liebre muerta, barrer el suelo) que constituían
la especialidad de Beuys.
Kiefer quiere involucrar completamente a su audiencia en el
drarna de la construcción de una pintura; en este
sentido, ha aprendido mucho del ejemplo de Pollock. Con el
mismo sentimiento con que se intenta descifrar la malla de
chorros y gotas en las abstracciones «totales» de
Pollock, la mirada se desliza sobre un Kiefer, hipnotizada
por los detalles: cada centimetro cuadrado de estas telas
gigantescas intenta decir algo. Lo que querían decir,
especialmente durante los setenta y principios de los
ochenta, estaba tan claro que a menudo los críticos
alemanes lo entendieron mal.
Algunos consideraron sus reflexiones sobre el nazismo no
como un paseo alrededor del borde del más profundo
cráter espiritual de la historia europea, sino como
una malhumorada y siniestra nostalgia de Hitler.
¿Qué otros motivos, decían, pueden
atribuirse a un pintor que a los veinticuatro años se
hace fotografiar sieg-heilando delante del Coliseo o a
orillas del mar, como si estuviera «ocupando»
estos lugares en nombre del Führer muerto? Hay muchos,
como se vio después (la fotografía de Kiefer
saludando al Meditrerráneo con el brazo en alto es
una parodia ácida, el nazi como Canuto intentando
elevarse al nivel de una fuerza natural), pero no si se
insiste en pensar que los demonios despertados en la
Alemania nazi pueden ser enterrados con una negación
debajo del cemento del milagro económico de la
posguerra.
Los fantasmas vuelven de nuevo a la superficie, y el
proyecto de Kiefer es enterrarlos definitivamente por medio
de mostrar sus relaciones con la verdadera historia cultural
alemana, amargamente contaminada con las
«apropiaciones» nazis. Cuando Kiefer pinta un
monumento nazi, como por ejemplo la Sala de Mosaicos
(destrozada hace ya muchos años) de la
Cancillería de Hitler en Berlín,
también evoca -por implicación- la noble
tradición del neoclasicismo germano que la
arquitectura de Speer congeló y vulgarizó. Sus
paisajes arados, requemados, con su espesa pintura mezclada
con paja, son campos de labranza reales; pero también
son una frontera, una tierra de nadie, un camposanto, el
desierto del bíblico éxodo.
Lo que podría ser el grupo más humanamente
conmovedor de Kiefer fue inspirado por «Fuga
mortal», un poema escrito en un campo de
concentración alemán por Paul Celan, que en un
fragmento dice:
death is a master from Germany his eye is bIue
he strikes you with leaden bullets his aim is true
a man lives in the house your golden hair Margarete
he sets his hounds upon us he grants us a grave in the
air
he pIays with the serpents and dreams death is a
master
from Germany
your golden hair Margarete
your ashen hair Shulamite (1)
Margarete, la rubia personificación de la mujer
alemana y la sunamita, la judía incinerada, que es
también el amado arquetipo de los Cantos de
Salomón, se entretejen en la obra de Kiefer de forma
obsesiva y oblicua. Ninguna de las dos es representada
realmente como una figura -la presencia de Margarete
está señalada, como un motivo en
música, por largos manojos de paja dorada, mientras
que el emblema de la sunamita es la sustancia quemada y la
sombra negra. Algunas veces, la sunamita ni siquiera
está; es absorbida en el paisaje o en la
arquitectura, como el humo de su cremación en el
cielo. Lo mismo ocurre con la imagen trágica de
Sunamita, pintada por Kiefer en 1983; una perspectiva
piranesiana de una desproporcionada cripta ennegrecida por
el fuego, la pintura de varios centímetros de espesor
en un esfuerzo por transmitir la rugosidad del cemento, cuya
fuente arquitectónica (como Mark Rosenthal
señala en su aguda introducción a las
dificultades de la obra de Kiefer) fue «El salón
de funerales para los grandes soldados alemanes»
construido por los nazis en Berlín, en 1939. Al final
de este claustrofóbico templo-mazmorra hay una
pequeña hoguera sobre un altar elevado, el Holocausto
en persona.
No todas las alegorias de Kiefer referentes a la historia
alemana, o a la historia judía con la que está
fatalmente ligada, funcionan con tanta claridad. Cuando
Kiefer sintió la necesidad de ser didáctico,
hará cosa de unos diez años, los resultados
fueron notablemente opacos. Con Formas de sabiduría
humana, 1976-1977, intentó crear toda una genealogia
del nacionalismo alemán a partir de Arminio, «el
indudable liberador de Germania» según
Tácito, que en el año 9 de nuestra era
acabó con la ocupación de Alemania por parte
de César Augusto al derrotar a tres legõones romanas
al mando de Quintilio Varo en la selva de Teutoburgo.
Arminio, o Hermann, puede haber dado origen a la leyenda de
Sigfrido. Como héroe primigenio de la historia
alemana, fue el gran favorito de los nazis, pero en el
cuadro Kiefer lo mezcla con torpes retratos de toda clase de
posteriores «descendientes» alemanes, incluidos
Gebhardt von Blücher, que luchó contra
Napoleón, y Alfred von Schlieffen, cuya estrategia
para la conquista del occidente europeo sirvió de
base para la guerra relámpago de Hitler; Johann
Fichte, el filósofo idealista cuya retórica en
Discursos a la nación alemana (1814) ayudó a
resucitar el ardor patriotico contra la ocupacion francesa
de Alemania y cuyas fantasías acerca de que la
historia de una nación no era más que la
biografía de sus héroes resultarían tan
atractivas para Hitler; escritores desde Friedrich Klopstock
a Rainer Maria Rilke, y muchos más. Las líneas
que indican filiación, como en un árbol
genealógico (en realidad, su Teutoburgo es todo un
bosque genealógico) discurren sin fuerza entre
algunos de los personajes. Pictóricamente, el
resultado es un batiburrillo, y es necesario un manual de
instrucciones para poder descifrarlo en su totalidad.
Donde Kiefer alcanza la elocuencia es en sus turgentes
imágenes más simples y menos conceptualizadas,
como El Libro, I979 1985, y Osiris e Isis, 1985-1987. La
primera surge de una de las imágenes canónicas
del romanticismo alemán, el Monje junto al mar de
Caspar David Friedrich, una figura diminuta que contempla el
infinito, la cultura perdida ante la magnitud de la
naturaleza. En la pintura de Kiefer, el resutado es casi el
contrario; su motivo principal es un libro de plomo en
blanco, de páginas plateadas llenas de luz, y tan
grande como un himnario medieval, un objeto tan imponente
como el mar que está detrás. ¿Es el libro
de la creación? ¿De la revelación?
¿La forma innombrable de Dios?
Más impresionante todavía resulta Osiris e
Isis, la pintura más reciente de esta muestra. De
acuerdo con la mitología egipcia, el dios Osiris fue
asesinado y descuartizado por su hermano Set. Todas las
partes de su cuerpo (excepto el pene) fueron vueltas a unir
por Isis, su hermana esposa, para poder darle sepultura y
asegurar su vida eterna. Toda una inmensa liturgia de la
transformación nació a partir de este mito, y
Kiefer lo emplea para vincular los ritos primarios de la
fertilidad contenidos en la leyenda Isis-Osiris, con los no
rnenos terribles misterios de ia tecnología nuclear.
La tela presenta una gigantesca pirámide escalonada,
la tumba de Osiris, pero también, por
implicación, un reactor nuclear. Las partes del
cuerpo de Osiris son fragmentos de cerámica
desparramados en la base, cada uno conectado por un
brillante alambre de cobre a su ka, o alma, en la cumbre de
la rnastaba, representada por un cuadro de circuitos. La
muerte y la integración; la fisión y la
fusión. A través de estas metáforas,
Kiefer presenta imagenes cargadas de advertencias y llenas
de esperanza. Su obra es un resonante y profundamente
comprometido rechazo -torpe en ocasiones y patético
cuando fracasa, pero casi siempre con tanta fuerza
pictórica como sinceridad moral- de las arraigadas
limitaciones de su tiempo. Planta cara a la ironía
estéril, a la desesperación de no decir nada
auténtico en la pintura acerca de la historia o la
memoria, y la sensacion general de persecución de lo
trivial que infecta nuestra cultura. Su pintura afirma la
imaginación moral.
"A toda crítica". Editorial Anagrama, 1992
(1) la muerte es un amo de Alemania su ojo es azul / te
golpea con sus balas de plomo su puntería es certera
/ un hombre vive en la casa tu cabello dorado Margarete /
él lanza sus sabuesos contra nosotros nos garantiza
una tumba en el aire / él juega con las serpientes y
los sueños la muerte es un amo de Alemania / tu
cabello dorado Margarete tu cabello ceniza Sulamite (N. del
T.)
|
por
Yoshitaka Mouri
Algunos se pueden deslumbrar al oír el
título, "Los nuevos trabajos de Anselm Kiefer". El
nombre, "Kiefer", puede provocar una emoción cercana
a la obsesión para cualquier persona que haya estado
en contacto con el mundo del arte en los años
ochenta. A pesar de este hecho, el nombre, " Kiefer ",
también suena como un acontecimiento distante en la
historia. Muchos pueden incluso tener en sus mentes la
pregunta, "Existe todavía Kiefer?". Tal
declaración puede sonar grosera para una persona que
nació en el año en que la Segunda Guerra
Mundial terminaba, y que sigue siendo todavía
demasiado joven para ser considerado un anciano. De todos
modos, Kiefer está de vuelta. En la galería de
Anthony d'Offay y en la South London Gallery, situadas en
las cercanías del centro de Londres, Keifer
está llevando a cabo dos exposiciones que presentan
sus nuevos trabajos luego de un largo tiempo.
Después de la caída dramática del Muro
de Berlín, Kiefer dejó Alemania, y se
mudó a Nueva York, viajando alrededor de
América Latina, de la India y de Austria ,
encontrando eventualmente un hogar en una aldea cerca de
Arles, en la parte meridional de Francia donde Van Gogh
solía vivir. La exposición visualiza sus
nuevos trabajos pintados en este lugar. Su estilo sigue
siendo el mismo, con capas gruesas de pintura sobre una tela
enorme.
Los años ochenta, la era de Kiefer:
Los años ochenta fueron la era de Kiefer . Mi
primer encuentro con los trabajos de Kiefer fue hace diez
años, en 1987, cuando una gran retrospectiva vino al
museo de arte de Philadelphia . Es probablemente innecesario
señalar el impacto que esta retrospectiva tuvo en la
escena del arte de los Estados Unidos. La escena del arte de
los años 80 en América, que vio la
transición del Neo-Expresionismo, al Neo Geo, y al
Arte de la Simulación, que ocurrió en
línea con las expectativas del mercado, finalmente,
no pudo crear un " Maestro". Entonces vino Kiefer de
Alemania, con su pintura enorme de tres metros de alto, la
tela pintada en capas gruesas, y los temas magníficos
de la historia espiritual de Alemania, refiriendo a motivos
tales como los mitos, la guerra, y el fascismo. Estos
aspectos fueron considerados suficientes para reestablecer
el concepto de la casi olvidada idea de un "Maestro" en la
escena del arte. Podía Kiefer haber sido el
último pintor?
Era Kiefer kistch?
Sin embargo, el derrumbamiento del Muro de Berlín
cambió la opinión de Kiefer. Con la
unificación de Alemania oriental y occidental, la
estética de la tela pintada gruesa de Kiefer fue
expuesta como un producto ideológico, similar al Muro
de Berlín, que se derrumbó una noche como una
fina escenografía. En 1993, cuando la primera
exposición a gran escala de Kiefer fue llevada a cabo
en el museo del arte de Saison en Japón, los
académicos japoneses discutieron acerca de si Kiefer
era o no kistch , y esto era un producto de la caída
de la evaluación de Kiefer. No tomo la opinión
de que "Kiefer no era originalmente un gran artista".
Solamente cuando el Muro se derrumbó, la gente
entendió que el Muro estaba destinado a despedazarse.
No debemos olvidarnos de que antes de la caída, el
Muro funcionó realísticamente como un poder
político abrumador. Entonces, no debemos subestimar
el hecho de que semejantemente, la pintura de Keifer
tenía cierto "poder materialista" bajo la estructura
de la guerra fría.
Kiefer representando la nueva era:
Sin embargo, Kiefer era un artista de los años
ochenta. Más correctamente, no podemos concluir que
él era un artista que, consecuentemente, llegó
a su final junto con la caída del Muro de
Berlín. Desafortunadamente, esta exposición
parece confirmar ese hecho. La tela enorme y su
técnica de control no han cambiado desde los
años ochenta. Lo que ha cambiado definitivamente es
el motivo. Con las pinceladas, él expresaba antes la
historia alemana, ahora pinta el girasol, una flor que Van
Gogh adoraba, y un hombre es mostrado acostado en una
postura de yoga en la raíz de la flor. En la tela, se
dispersan auténticas semillas de girasol. Su tema de
la captura de la vida y de la muerte, y la
reencarnación, aún sigue siendo de gran
importancia, pero debido a esa naturaleza magnífica,
su trabajo parece vacío y hasta inconveniente.
Contrario (o en adición) al estilo serio de la
pintura, es dificil tomar la puesta en práctica de la
historia espiritual oriental, tal como el yoga, de una
manera seria. Este artista excesivamente alemán, que
sufre de un tipo de crisis de identidad después de
que la caída del Muro de Berlín,
descubrió su temporaria, nueva identidad en este
mundo New Age, que es patético. Por supuesto, pudo
haber entendido desde el principio que cualquier cosa que
presentara, llevaría a la crítica. Sin
embargo, aún si ésta era algún tipo de
ironía para prevenir la crítica, parece ser de
mal gusto de su parte.
Revista Art Watch, 4 de febrero de 1997
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