Esta obra se destaca dentro de la muestra por ser testimonio del amor como don, distancia de las cosas terrenales y deseo de infinito. La pintura, que puede ser atribuida al taller de Veronese, tan versado en la representación de la intersección entre lo sacro y lo profano, representa un episodio en la vida de Cristina, hija de Urbano, prefecto del municipio romano de Volisnii, que de niña había sido iniciada en la fe cristiana por una sierva sin que sus padres lo supieran. Atacada por Urbano, que supo de su conversión, Cristina fue encerrada en el palacio junto con doce siervas y las estatuas de los ídolos paganos hasta que, una noche, la santa toma las estatuas de Júpiter, Apolo y Venus, se arroja de la torre y, destrozados los ídolos de oro, distribuyó los pedazos entre los pobres. En esta acción, preludio de su martirio, Cristina simboliza la capacidad de acercarse a los necesitados y la elección de un amor incondicional hacia Dios, más fuerte aún que la devoción filial.