La fotografía de Witkin está más allá del límite, rica en influencias surrealistas y barrocas. Remite a episodios religiosos y a pinturas clásicas, aunque está marcada también por experiencias personales. En un fondo oscuro y simbólico, rico en personas ajetreadas, figuras de animales y referencias astrológicas, dos cuerpos desnudos, con poses teatrales y con movimientos fuertemente gestuales, ostentan su desnudez; uno de los dos es evidentemente hermafrodita. A sus pies, un perro acurrucado y un gran pez apoyado en una pata cortada enfatizan la sensación de encontrarnos en un teatro del absurdo. Señalando elementos provenientes del teatro, el artista hace explícita su relación con la representación. Como espectadores, nos vemos catapultados en un universo artificial que, sin embargo, deviene extremadamente artístico si estamos dispuestos a percibirlo como materialización de los fantasmas del inconsciente. Todo lo que el mundo considera bello es tan sólo una parte de la realidad, cargada de contradicciones, de luchas internas, en un continuo retorno de los sentimientos de vida y muerte.